Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


sábado, 15 de enero de 2011

CUENTO PARA MATEO


Un día Mateo se percató de que su madre estaba triste y por mucho que pensara no se le ocurría cómo ponerle remedio. Fue a su cuarto y sobre la cama descubrió una escala de resplandeciente hilo dorado. Abrió la ventana e izó la escala que sorprendentemente en vez de caer hacia el suelo, ascendía hacia los cielos. Sin pestañear subió por ella y en un tiempo menor que el que los árboles se toman para agitar sus hojas se encontró encima de la luna reventona. Entonces recogió la escala y se la puso a la luna a modo de riendas, alrededor del blanco cuello y sin más comenzó a peladear por todo el cielo. La luna consintió dócil, porque le parecía una especie de libertad cesar por unos instantes de corretear alrededor de la tierra.
Al recorrer la espalda celeste pudo sentir como a las galaxias se les erizaba el bello y percibió como brillaban con mayor brío. Entonces el universo le pareció un animal herido de luz. Pensó que no le sentaría mal si le hurtaba un poquito de esta luz para si mismo. Escogió entre todas las estrellas temblorosas, dos especialmente orondas, aunque las estrellas en su inmovilidad son todas orondas. No les ocurre como a los planetas que se pasan todo el día haciendo ejercicio y jugando al tu la llevas. Las descolgó del cielo con la intención de ponérselas a su madre en los ojos y que así su mirada se iluminase, aniquilando a la tristeza que el se imaginaba como una cosa muy oscura.
Cuando regresó a su habitación se encontraba tan cansado que se arrojó a la cama sin tiempo siquiera de ponerse el pijama de Spiderman quien era su inseparable compañero de sueños. En su favor diremos que previamente no olvidó guardar las dos estrellas en el cajón de su mesilla.
Aquella mañana, cuando le despertó la luz doliente del sol, abrió el cajón y para su decepción comprobó que las estrellas no estaban. Corrió a la habitación de su madre con las lágrimas engulléndole los ojos. Ésta lo cogió entre sus brazos y esparciendo por sus cabellos fragantes y estrepitosos besos le preguntó qué le pasaba. Sin escapar su cuerpo a aquel abrazo le contó cómo había subido a los cielos con la intención de regalarle dos estrellas. La madre se rió con esa risa que no es carcajada sino música. Entonces la miró y en su rostro todavía se demoraba la risa. Así fue como Mateo descubrió que mientras él dormía, su madre había entrado en silencio en su cuarto, abierto despacito el cajón y tomado las dos estrellas que ahora iluminaban sus ojos.

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