Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


martes, 15 de febrero de 2011

EL ESPÍRITU DE LA TÍA OFELIA




A Marimí del Pozo (basada en una historia que tuve el placer de escuchar en sus labios)


La alumna permanecía con las manos enlazadas, pendientes del piano. Parecía una estatua esperando a que el escultor vertiera sobre ella el cálido aliento de la vida. Las notas surgían afiladas y hendían el silencio, tediosamente recostado en todos los rincones del salón. Se las imaginaba ascendiendo, vírgenes, hasta que colgaban del techo, como hermosas estalactitas de sonido o cristales de una lámpara que vuelven a la luz atravesados por los rayos del sol. Ahora le tocaba a ella…su voz se infló como el plumaje de un pájaro que le acarició la glotis, hasta llegar al velo del paladar, y una vez en sus labios, extendió sus alas y alzó el vuelo, proyectándose en las paredes, vibrando contra los cristales. De pronto sintió aquella presencia tras las ventanas, la misma presencia que en anteriores ocasiones. El sonido se quebró, con un crujido como el romper de la frágil rama de un arbusto.

-¿Qué te pasa niña?-dijo la maestra

-Nada, nada..algo me distrajo-respondió

-¿Quieres que paremos?

-No, continuemos…

Los dedos se entretenían en las notas graves de la escala y poco a poco iban ascendiendo, hasta las más agudas. Era un aria complicada, que debía llevar a cabo con seguridad para poder ejecutar las notas más altas. Cuando todo iba bien tenía la impresión de que los sonidos iban de la mano, agarrados los unos a los otros. “La voz humana es el instrumento natural por excelencia..”,se dijo. De pronto, cuando estaba finalizando el ejercicio y la voz se conducía con mayor intensidad, lo volvió a sentir. De nuevo eran unos ojos que la miraban detrás de la ventana. Esto la distrajo y sintió el filo de una navaja deslizándose por su garganta.

-¿Te has hecho daño, niña? Será mejor que paremos-dijo la maestra con aquel deje castizo que pese a su serenidad y la confianza siempre le parecía imperativo.

Sin esperar su respuesta, vio erguirse a aquella figura quebradiza pero enérgica. No sabía cuántos años tenía, pero parecía mayor. Seguramente a causa de aquel accidente. El accidente donde se había dejado la voz. Aquella voz que a veces sonaba en el viejo tocadiscos como el gorjeo de un pájaro o el chapoteo alegre del agua de un manantial. Hubo un tiempo en el que el Maestro Rodrigo componía para ella. Claro que cuando ocurrió el accidente ya había dejado de cantar profesionalmente, pues la maternidad era un pesado equipaje en las largas giras por Europa o América y se pasaba los días con la oreja pegada al teléfono, sólo por escuchar la voz de su niño, en aquellos tiempos en los que a una llamada telefónica se la denominaba conferencia. Sí, definitivamente eran otros tiempos. Aun así debió ser duro para ella. Con aquellos tubos que durante tanto tiempo atravesaron su garganta, aquel lugar por el que antes se conducían disciplinadas las notas. Y en herencia le habían dejado aquella voz de urraca, como ella misma decía con su boca plegada en una sonrisa. ¿Qué sentiría el ruiseñor si de pronto al cantar su voz sonara como el graznido de una urraca?. Pero aquello no había sido todo…Le habían arrancado carne de partes del cuerpo para tapiar los agujeros que tenía en otras partes del cuerpo. “Soy la sin talones”, le decía. Y al pronunciar estas palabras se ponía de puntillas, pizpireta como una niña. Pero estaba claro que con el tiempo el dolor aumentaba y en ocasiones tenía que permanecer en la cama, entonces las clases quedaban suspendidas. La alumna se preguntaba si en el momento en el que perdió la voz, alguien, apiadándose de ella, la había compensado con aquella vitalidad y carisma. Esa capacidad de sin cantar transmitir que una voz es algo vivo, palpitante, carnal. Algo que huele y te acaricia. Una experiencia física y geométrica. Las voces tienen aristas. Las voces son redondas y nacen del mismo impulso que hace girar los planetas. Era todo un espectáculo verla. Cómo a través de una mímica de gestos y sonidos caricaturizados, le hacía comprender sus carencias, sus defectos. También sus virtudes. “Coloca la voz, niña mía, y verás como los colores se divierten en el lienzo”. “Así, así ¿no ves como a veces el arco iris surge tras la lluvia?”. Sin duda era de las mejores. Sino la mejor. Y ahora la veía caminar despacio, pensativa, quizás tratando de recordar lo que era un día sin dolor. Pero a pesar de eso uno sentía que aquella mujer no cambiaría ni el más mínimo detalle de su larga vida.

-Cuca-dijo la alumna-alguien nos observa tras la ventana.Creo que no es la primera vez que lo hace.

Cuca se dio la vuelta y la miró a los ojos, un rayo de luz se quedó colgando de sus cabellos.

-Ah! Es sólo el espíritu de mi tía Ofelia- y al decir estas palabras una mueca burlona disfrazó su mirada.

La alumna sintió un leve estremecimiento y por un momento imaginó que aquella era una casa encantada, con un jardín donde los fresnos eran oscuros hechiceros de la música y el viento el director de una orquesta de ultratumba. Y luego recordó a la tía Ofelia, que nació en los albores del siglo XX y murió joven, a pesar de lo cual se había convertido en una verdadera institución en el mundo de la lírica. Aquellos lunes de Ofelia Nieto que olían a blancas esquelitas perfumadas, pues este era el día en el que acostumbraba a recibir en su casa de Madrid. Y casi podía ver a sus sobrinos-entre los que se encontraba la propia Cuca, tal como ella le había contado-, arracimados en las escaleras, espiando la llegada de los invitados, entre los que destacaban con luz propia la gris barba y los redondos anteojos tras los que se escondía el adusto rostro de Ramón María del Valle Inclam. Figura extraña que los niños no tardaron en introducir en sus juegos y durante la noche en alguna de sus pesadillas, de este modo tan ilustre huesped se presentaba a su imaginación convertido en un personaje muy parecido a cualquiera de sus esperpentos.

-¿Quieres que te cuente la historia?-el graznido de Cuca la devolvío a la realidad.

Por supuesto que quería. Quizás ella misma ni se daba cuenta pero era una maravillosa contadora de historias. Castiza y anciana Sherezade.

-Como ya sabes-comenzó Cuca- mi tía Ofelia fue una de las más rutilante estrellas del firmamento de su época. Una mujer con carisma y talento que se movió agilmente por los círculos artísticos en los que era muy querida. Por desgracia murió muy joven, dejando un vacío en la lírica que tardó en volver a llenarse. Tras su muerte un escultor amigo suyo, se ofreció a crear una escultura con su imagen, para su mausoleo. Durante años aquella escultura estuvo en el cementerio de la Almudena, sin dar pruebas de su intención de moverse. Pero hace unos años, el ayuntamiento decidió realizar unas reformas y era necesario trasladar la estatua durante un tiempo. Como nosotros somos sus familiares más directos, nos comunicaron su proyecto, a lo cual expresamos nuestro interés en que la estatua permaneciera en esta casa durante el tiempo que durasen las obras. Así que pocas semanas después un camión del ayuntamiento trasladó la estatua a nuestro jardín. Esa misma mañana, sentimos una presencia desplazándose por la hierba y un extraño graznido que se repetía intermitentemente. Cual no sería nuestra sorpresa cuando descubrimos una hermosa y altiva pava girando nerviosamente alrededor de la estatua. Entonces mi marido, con la naturalidad que lo caracteriza dijo “mira por donde que el espíritu de la tía Ofelia se digna a visitarnos”. Desde entonces la pava permanece aquí, aunque la estatua reposa ya en el lugar que le corresponde en el cementerio. Lo más curioso de todo es que la pava suele campar a sus anchas, silenciosa, por el jardín, excepto en las ocasiones en las que doy clase. Atendiendo a su comportamiento y a mi propia percepción de los alumnos he llegado a la siguiente conclusión:
Si la clase es mala y el alumno no se aplica o no responde de modo satisfactorio, la pava comienza a graznar como tratando de interrumpir a aquel que de tal modo perturba su tranquilidad. Sin embargo, si el alumno está acertado y la voz brota limpia y majestuosa, la pava manifiesta su satisfacción, acercándose a la ventana y golpeando con el pico la cristalera, en un simulacro de aplauso. A veces pienso que mi tía Ofelia se debía sentir demasiado sola en aquel cementerio, con la única compañía del canto de los pájaros y el maullido de indisciplinados gatos, echando terriblemente de menos el sonido de la voz humana-los hombres solemos permanecer mudos ante las lápidas y el silencio sólo es interrumpido por el llanto-que fue la verdadera pasión de su vida. Por eso, de algún modo, hizo trasladar su estatua. Y ahora niña, continuemos, que ya resta poco tiempo de clase y el sol parece dispuesto a ponerse pronto.

Así la alumna regresó al trabajo, sintiendo los ojos de la pava agazapados tras las ventanas, espiando su nuca. Volvieron a ejecutar el ritmo anterior, las notas primero caían ásperas, luego brotaron frescas como la hierba, transformándose en la brisa que eventualmente agita la arena del desierto, originando hermosas cortinas blancas que en la boca saben a sal-en algún tiempo, allí donde ahora hay desierto, existió un mar verde y calmo-. Y finalmente su voz fue el viento que horada la montaña, que ahuyenta las nubes y nos trae el aliento cálido del estío, que siembra nuestros cielos de estrellas. Entonces descansó, satisfecha y expectante, atragantada de silencio. Y esperó unos segundos que le parecieron acuñados con todo el rencor del tiempo.
Hasta que de repente escuchó unos golpecitos sobre el cristal, que a medida que se sucedían aumentaban en volumen. Entonces se volvió hacia Cuca que la miraba con su acogedor rostro sonriente, mientras le decía “ahí tienes el veredicto de la tía Ofelia”

8 comentarios:

silvia zappia dijo...

y yo aplaudo tu delicioso relato!

(y me gustó verlo a Julio, allí, a la derecha; como el fragmento del capítulo 36 allá,arriba)

besos*

vera eikon dijo...

Gracias Rayuela, esta es una historia muy querida para mí. Tuve la suerte de asistir(como oyente) a varias de las maravillosas clases de canto de Marimí del Pozo y te puedo garantizar que aquella mujer era todo un espectáculo (casi yo misma podría haber acabado cantando...)Pero en particular me encantaban las historias que contaba. Y de Julio...que te voy a decir a tí, Rayuela. Sólo que Julio me regaló la palabra tal como la entiendo y la amo.Y me siento con respecto a él como aquella tortuga a la que el cronopio dibujó unas alas
Besos y gracias por comentar

Darío dijo...

En verdad, es delicioso. Al final, quisiera tener una Tía Ofelia que de golpecitos en el vidrio, para aprobar o rechazar cada uno de mis actos.
Y beso.

vera eikon dijo...

Gracias Curiyú...supongo que a medida que avanza nuestra vida nosotros nos polarizamos en nuestra propia tía Ofelia(a base de tortazos). Ahora me pregunto si la pavita seguirá viva, ya hace más de 12 años que la ví...no tengo ni idea de cual es la esperanza de vida de un pavo...
Besos

Perfida Canalla dijo...

Este y la "Infidelidad del Girasol" son de momento mis preferidos
Por cierto soy Perfida
Un saludo coleguita

vera eikon dijo...

Gracias. A mí también me gusta mucho"La Infidelidad del Girasol". Gracias por pasarte a leer y comentar.
Abrazos

Errata y errata dijo...

Sabés, Vera, yo trato de no seguir blogs con entradas largas por cuestiones de tiempo. No es la primera vez que entro aquí pero sí es la primera vez que me ocurre que simplemente no puedo detenerme. "Maia, andá a hacer tus cosas, dejá ya los blogs", me decía una voz. Y la otra más chiquita pero más prepotente contestaba "ya, ya otro poquito más". Y me dejé llevar por el hermoso espíritu de tu cuento. Me encantó.
Un beso,

vera eikon dijo...

La verdad es que a mí me pasa lo mismo con las entradas largas....además hay tantos blogs interesantes por ahí que entretenerse en uno mucho tiempo ¡uf! Pero es que ultimamente me enredo más y más con lo que escribo....
Me alegro de que te haya gustado el cuento. Fue de esos cuentos que disfruté mucho mientras lo escribía

Biquiños