Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


jueves, 3 de febrero de 2011

LA BICICLETA

MEA CULPA:YO TAMBIÉN ROBO IDEAS.HE DE CONFESAR QUE LA IDEA DEL CUENTO NO ES MÍA,SINO QUE LA TOMÉ DE PABLO LIBRE (SU BLOG: UNA PÁLIDA IDEA) Y DE UNA CANCIÓN DE LA QUE HABLÓ EN NIDO DE SERPIENTES Y QUE DECÍA ALGO ASÍ COMO QUE SIEMPRE TENÍA UNA BICICLETA ESCONDIDA ENTRE SUS SUEÑOS PARA LOS MALOS MOMENTOS.ASÍ QUE CONSIDERO DE RECIBO AÑADIR ESTA APRECIACIÓN




De niño, Fermín deseaba por encima de todas las cosas que le comprasen una bicicleta. Pero a pesar de las promesas, a pesar de las buenas notas, a pesar de su comportamiento de chiquillo tranquilo que se mantiene al margen de conflictos, la ansiada bicicleta no llegaba. Los que sí llegaban eran los libros de aventuras en los que naufragaba durante horas y horas, pues Fermín siempre había sido un niño de constitución debil, al que una madre prematuramente viuda protegía en exceso.

-¿Cuándo podré jugar en la calle con los otros niños?-preguntaba Fermín
-El día que tengas la bicicleta-contestaba su madre

Así que de modo natural para Fermín, la bicicleta se fue convirtiendo en símbolo de libertad. Tanto que cuando leía Los Tres Mosqueteros, se imaginaba a Artagnan al rescate de los conflictivos herretes de diamantes, cabalgando a lomos de una bicicleta, y no de un hermoso y blanco corcel. Asimismo Phileas Fogg concluyó gran parte de “La vuelta al mundo en ochenta días” pedaleando, y no alternando los sucesivos medios de transporte que le deparó el azar. A cada nueva aventura que leía aumentaba su deseo, al que no hizo sino espolear el hecho de que en “Los Cinco junto al mar”los protagonistas realizasen parte de su viaje a la granja Tremannon subidos a otra bicicleta. El día en el que por fin tuviese la suya también él se imaginaba resolviendo enrevesados misterios… Pues aquella bicicleta era sin duda la panacea, el santo grial, la más valiosa fórmula de la alquimia…


Una noche soñó que por fin le regalaban una bicicleta roja, con su correspondiente timbre plateado. Como era un niño curioso, con ayuda de un destornillador pronto lo hubo desmontado. Cual no sería su sorpresa cuando descubrió que estaba habitado por un verde y hermoso grillo. Rápido lo volvió a cerrar, no fuera a ser que se escapase y su bicicleta quedara silenciosa, olvidada de su melódico cri-cri. Casi por encima se percató de que en el manillar tenía grabadas unas letras blancas, que por alguna razón estaban borrosas y por mucho que lo intentó no logró descifrar. “Bah!- pensó-Habrán sido escritas por el anterior dueño de la bicicleta-pues intuyó que aquella bicicleta no era nueva, sino que habría ido pasando de unos niños a otros, a través de sus sueños-Seguramente como ocurre con los barcos, alguno le habrá puesto nombre”... Así que olvidó y como una marabunta se dispuso a recorrer las calles. A cada latido de su corazón tocaba el timbre para enterar a todos los niños del barrio de que por fin tenía su bicicleta. Y pedaleó con todas sus fuerzas, sin pensar hacia donde se dirigía. Subió montañas que se abrazaban al cielo. Persiguió el curso de zigzagueantes ríos. Incuso en varias ocasiones estuvo a punto de alcanzar el horizonte, pero, finalmente, resbaladizo se le escurría entre las manos. Por primera vez experimento el vértigo y la locura. Y supo lo que era ser niño. Pues de él siempre decían que había nacido viejo.

Cuando entre sueños escuchó los primeros compases del día descubrió que su impulsiva carrera le había llevado frente a una montaña. De una esquina de su lucidez rescató la fórmula mágica “ábrete Sésamo”, y el eco de estas palabras horadó la superficie de granito, surgiendo en su interior una cueva que albergaba todos los tesoros de los que le hablaban los libros. Allí con gran pesar dejó su bicicleta, encargando al cancerbero-que curiosamente para su subconsciente era un perrillo muy manso que respondía al nombre de Rufo- que la mantuviese vigilada con cada par de ojos de sus tres cabezas.
Al despertar se sintió feliz-con el rabillo del corazón intuyó que así sucedería siempre que él lo deseara-porque en aquel lugar a donde uno va cuando duerme, escondida entre sueños y entelequias, ahora sabía que le esperaba su roja y resplandeciente bicicleta.

Lo mejor de todo es que con los días descubrió que sus incursiones no tenían por que limitarse a las noches, sino que durante la tarde o la mañana su imaginación le conducía en volandas ante la montaña mágica. Y aunque eran muchos los extraños objetos que almacenaba en su vientre, enseguida Fermín se abalanzaba sobre su bicicleta roja y tras las pertinentes declaraciones de amor, se sujetaba fuertemente al manillar, dispuesto a quebrar todas las fronteras que la rutina de su tranquila vida le había impuesto. Afortunadamente las mentes de los niños son prolíficas y suplen con creces la falta de experiencia, pues a su paso se iba derramando un nuevo y ditirámbico mundo, que parecía desplegarse como una alfombra salpicada de arabescos.
Así que de pronto la vida de Fermín se llenó de aventura, como si el fuese el protagonista de alguno de sus libros, quien vivía en una aparente calma, sobresaltada de pronto por una inesperada irrupción de lo extraordinario. Y cuando en la realidad de sus días se tropezaba con motivos para estar triste-como aquella vez que el abuelo Manuel estuvo mucho tiempo enfermo, para al final nunca volver del hospital. O aquella otra en la que Gisela, la niña que fue su primer amor, cambió de escuela porque a su padre lo trasladaron en el trabajo y ya no la vió más… Era tan triste la estampa de su pupitre vacío. Casi podía verla con aquellos ojos soñadores y el lazo azul sujetándole los cabellos para que no flotaran…- Fermín, desafiante, nunca se rendía, puesto que sabía que siempre, siempre, podría encontrar su bicicleta escondida entre sus sueños y así explorar los ochenta mundos…

En todo aquel tiempo, Fermín nunca pudo leer la palabra que conformaban aquellas letras blancas, grabadas en la bicicleta...

Con los años Fermín fue ganando en robustez lo que iba perdiendo en imaginación… hasta que la balanza quedó equilibrada. Al fín podía enfrentarse cara a cara con la vida y sustituyó la bicicleta por un cochecito-eso sí,de color rojo-de segunda mano. Conoció a una chica, Teresa, con la que después de un apasionado comienzo, compartía una vida tranquila y equilibrada, de convivencia fácil, alternando las imprescindibles dosis de romanticismo para así caer lo menos posible en el inevitable tedio.
Lo que sí había permanecido invulnerable desde la infancia era su amor por los libros y tras muchos años de estudio acabó consiguiendo plaza como profesor de literatura en una facultad pública. Le agradaba sobre todo presentir esa fascinación que irradiaba de su figura hacia sus alumnos y el trato con aquellos en los que intúia una devoción por las palabras de tejido similar a la suya. Trataba de ser para ellos el maestro que nunca había tenido, pues los suyos habían sido otros tiempos, donde el del maestro era un personaje respetado pero inevitablemente severo y autoritario. Muy lejos de la actualidad en la que se buscaba una mayor involucración y empatía en la relación profesor-alumno, basada en una ecuación de reciprocidad.
Así que podríamos decir que Fermín era alguien casi feliz. Es más si le interrogáramos al respecto, en aquellos tiempos, nos contestaría que se consideraba alguien completamente feliz…
Pero de pronto todo cambió, pues, lamentablemente, el progreso siempre resulta excesivo a aquellos ojos donde arraiga la tradición, que cegados por ese resplandor-el progreso es un faro que arroja su luz desde el futuro, para orientar nuestros pasos hacia un mundo mejor y más justo- se pliegan sobre si mismos. La atmósfera pasó de ser libre y respirable a opresiva, mera hiel para los pulmones. Así que Fermín, preso de una tristeza oscura, con una gota de luz al fondo-algo parecido al entusiasmo alimentaba esa gota luminescente, a la que bien podríamos llamar esperanza-casi sin pretenderlo se convirtió en adalid de la causa y como los héroes de las novelas que tanto le entusiasmaran en su juventud, tornó su pluma en espada, para aguijonear a las mentes más autocomplacientes y a la vez más encorsetadas de aquella sociedad. Pero olvidó que si el empuñaba una pluma, los otros disponían de armas de fuego y la falta de escrúpulos necesaria para dispararlas. Así que aquellos que promulgaban la libertad y la palabra pronto se vieron encañonados y señalados con el dedo,que en ciertas circunstancias dispara la más mortífera de las balas.
Un día llegó hasta ellos un rumor sobre desapariciones y era aquel un rumor que no se despegaba de la piel y teñía los caminos de fantasmas. Al principio fueron unos cuantos nombres, pero las paulatinas gotas acabaron rebosando los vasos y estos asolaron el mundo. Hasta que una tarde al llegar a casa se encontró la puerta abierta y por primera vez supo lo que era el miedo, pues se daba cuenta de que hasta ese momento sólo lo conocía por sus pesadillas infantiles. Una nube de alivio relajó su rostro cuando se percató de que, afortunadamente, era demasiado temprano para que Teresa estuviera en casa...
Bruscamente lo condujeron a un coche, y del coche a una pequeña habítación en un tenebroso edificio. Aunque el sentía que aquello no era habitación, ni celda, ni jaula, sino más bien féretro. Pues no había ni luz, ni un mísero ventanuco por donde pudiese recibir la visita de alguna avecilla que lo alegrara con su canto. “¡Qué más da!-se dijo- a estas horas los ballesteros ya habrán asesinado a todas las aves del mundo”
Y finalmente, días después, se encontraba en aquella silla, con las manos atadas a la espalda. A esa hora tenía el cuerpo tan entumecido de los golpes, que ya apenas podía sentir el dolor, ni escuchar las preguntas de aquellos hombres-si es que después de todo lo vivido podía darles semejante sustantivo.
“Las corrientes deben matar los nervios-pensó-por eso en los psiquiátricos las emplean para tratar a los locos”, pues pese a su perplejidad-o a causa de esta- se encontraba tranquilo. Sólo le irritaba aquel mar de sangre que se había derramado por sus pupilas y las abrasaba. A punto estuvo de decir a sus carceleros que se apiadasen de él y le lavasen los ojos, o mejor aun que se los arrancasen para no tener que volver a ver en su memoria-porque en aquellos momentos olvidaba que los ojos de la memoria sólo la muerte o la enfermedad los pueden arrancar- aquellas imágenes-de tortura, pues a los opresores les gusta fustigar a sus víctimas obligándoles a ver el dolor de otras víctimas- que acababa de presenciar. Y que cercenasen sus orejas para no tener que escuchar de nuevo aquellos gritos que habrían compadecido a la misma luna. Pero se calló y se contentó con recibir en sus carnes la nueva descarga de patadas y vejaciones, con la esperanza de que esta vez…..

Y así a expensas del mundo, se dejó ir…..

Ahora-mientras lo muelen a palos como si el fuese una piñata o un espantapájaros que no tiene cerebro, y al menos en eses momentos ya no le queda un resto de consciencia para percatarse de lo que le estan haciendo- de nuevo está ante la montaña mágica de su infancia. De nuevo la fórmula secreta abre las puertas de la cueva de los tesoros. Y de nuevo la ve allí, inconfundiblemente roja, con su timbre plateado en cuyo interior canta un grillo. De pronto recordó y con un presentimiento busca aquellas letras grabadas que nunca antes pudo leer. Esta vez eran tan nítidas como las constelaciones encerradas en la lente de un astrónomo. Así que por fin, despacio, puede leer: LIBERTAD. Y sabe al fin cómo se llama aquella bicicleta que, después de tanto tiempo, todavía permanecía escondida entre sus sueños…Y comprende que había sido él y no otro, el que le había dado tal nombre

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