Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


jueves, 10 de marzo de 2011

JUEGO DE NIÑOS


De la vieja casa, con sus paredes abyectas, preferían entre todas las habitaciones las escuálidas y carcomidas vigas del desván. Así que en las tardes muertas del estío, cuando el sol abrasaba los tejados y la hierba decidía replegarse hasta sus raíces, los niños subían por las escaleras serpenteantes, con las verdes capas anudadas al cuello, y Adrián, siempre en cabeza, fingía escupir fuego por la boca, como si mientras ascendían en fila india conformaran aquel dragón que habitaba sus sueños, y del que nunca alcanzaba a escuchar el nombre. Leocadia constantemente les advertía que con aquella calor se iban a achicharrar, y ellos se reían y le respondían que se equivocaba porque, aunque verdes y con alas, no eran chicharras sino las escamas de un mitológico y espeluznante dragón, más viejo que el propio tiempo. A pesar de sus risas el sol se desmigajaba con fuerza y empapaba en sudor sus ropas infantiles. Incluso Jorge tenía que secar con su pañuelo las saladas gotas que proliferaban por su nariz, pues de lo contrario las gafas se le escurrían indolentemente. Pero, como niños que eran, ellos sabían hallar en todo la contrapartida, y veían en aquel calor acuciante las características propias del clima caribeño. Así que cada tarde jugaban a los piratas, satisfechos por poder recrear las circunstancias de sus aventuras con la mayor verosimilitud. Cogían los pañuelos que antes les servían de capas y con ellos se cubrían la cabeza al modo de los bucaneros. Revestían sus voces de cierta gravedad y donaire, y sus risas se desdoblaban de modo estridente, como si en vez de reirse las cincelasen en roca, y fueran repetidas indefinidamente por el eco. Algunos cojeaban como si hubiesen perdido una pierna en singular combate y la hubiesen remplazado por aviesas patas de palo. Pero la mayor controversia surgía a la hora de dirimir quien de ellos sería el portador del único parche para ojo que, en excelsa ocasión, tras innumerables ruegos, les había confeccionado Leocadia. Aquel parche negro poseía la extraordinaria capacidad de dotar de un aire siniestro a aquel que lo luciera. Y en el fondo todos querían sentir aquel aire siniestro venteando desde su cara. A Jorge le frustraba saber que el estaba previamente descartado para interpretar el papel del pirata del parche negro, pues, en ocasión anterior, Adrián había argumentado que un pirata con parche y gafas era algo tontamente inverosímil. Y Jorge deseó que Adrián se atragantara con aquella palabra nueva, que habría aprendido durante esos días en la escuela, con la que tanto se le llenaba la boca.
Así que empuñando los sables de madera y las sogas anudadas a su cintura, abordaban el navío conformado por la vieja y enorme cama que, desvencijada y cubierta de polvo, rechinaba bajo los pies de aquellos piratas con sus fauces rugientes de querubín. Las refriegas siempre resultaban sangrientas, decoradas con salsa de tomate que habían hurtado previamente de la despensa de Leocadia. Más tarde, a la caída del sol, correrían hasta el río con el fin de que todo rastro del combate desapareciese de sus ropas. Y las arrojaban con sus bulliciosos cuerpos dentro, fingiéndose naúfragos a despecho de los tiburones, hasta el momento en el que el último jirón del sol desaparecía tras las montañas. Así que regresaban a casa empapados, salpicando el recibidor de pequeñas gotas, escapando entre risas de la furia de Leocadia que los perseguía con su escoba hasta sus habitaciones. Allí, una vez a salvo, se felicitaban por haber eludido otra vez la ira de la implacable y pérfida bruja del norte.
Pero antes de esto, durante la tarde, el juego de los piratas finalizaba siempre de la misma manera. El bando de los perdedores debía ser ejemplarmente castigado, por lo que su capitán era colgado del mastil más alto, una vez sentenciado el combate. Para ello enlazaban una soga a la viga del techo más próxima a la cama y pasaban el nudo en torno al cuello de aquel al que en aquella ocasión le tocara ser ajusticiado. Así que el capitán perdedor saltaba desde la cama, con la soga al cuello y fingía su muerte, hinchando los carrillos, simulando los estetores de la muerte, pero con los pies convenientemente pegados al suelo. Aquí para escarnio del perdedor, Adrián solía argumentar que le faltaba verosimilitud-y dale con la palabrita- a la actuación. Sobre todo estos comentarios menudeaban cuando era Jorge a quien le tocaba protagonizar dicha escena…
Todos estos pormenores eran precavidamente decididos la tarde anterior, una vez subían a sus habitaciones, jadeantes todavía tras la persecución de Leocadia. Allí se sorteaban los bandos y se preparaba un pequeño guion de la batalla del día siguiente en la que cada uno tenía su frase. Las frases más espectaculares se las adjudicaban el capitán del bando perdedor- para el momento previo a la horca- y el capitán del bando vencedor, quien, finalmente, siempre mostraba un poco de indulgencia para la tripulación vencida, pues al fin y al cabo “donde manda patrón no manda marinero” tal y como le escuchaban decir a Leocadia. Asimismo habían dibujado en una libreta un plano de la cubierta del barco donde tendría lugar en combate, y con unos Clips de Playmobil establecían las posiciones de cada uno de los combatientes. Así que aquella tarde, cuando se efectuó el sorteo de los papeles, el azar quiso depararle a Adrián el papel del capitán perdedor. No eran frecuentes las ocasiones en las que esto acontecía, así que Adrián, hinchando el pecho como un palomo, les dijo que de una vez por todas se iban a enterar de lo que era actuar. Entretanto Jorge no pudo dejar de sentir como al pronunciar tales palabras, éste le miraba de soslayo.
Cuando al día siguiente se reunieron para subir al desván y dar comienzo a la próxima batalla, se percataron de que Adrián no formaba parte del grupo. Leocadia les informó de que al llegar de la escuela había subido al desván con la intención de ensayar su actuación . Así que por una vez fue Jorge quien encabezó el dragón aleteante, que ascendió entre risas la escalera con su aliento de fuego. Al llegar al descansillo se percataron de que la puerta estaba entreabierta y al empujarla emitió un quejido que se abatió como un oscuro presagio sobre sus espaldas. La habitación estaba a oscuras pero la única ventana arrojaba una luz espectral, que incidía por completo en una figura arrodillada, justo en el centro, al pie de la cama y que a su vez proyectaba en el suelo una sombra, como la del minutero de un reloj de sol. Jorge pensó que en aquel momento serían cerca de las cinco de la tarde y que casualmente la posición de ese humano minutero coincidía con esa hora. Los niños proclamaron su nombre pero la figura permanecía quieta y así, de espaldas, parecía una marioneta a la que le hubiesen cortado los hilos que la mantienen en pie. Pero, contrariamente a lo que pensaron en un primer momento, había un hilo al que todavía permanecía unido, uno que lo sujetaba por el quebradizo contorno de su cuello. Tras unos minutos, Jorge tomó la iniciativa adelantándose al grupo. Cuando llegó a la altura de la figura, apróximo la mano a su espalda, y en aquel momento la vio desplomarse, pues la cuerda anudada a la viga más alta, había terminado de romperse. Pudo ver entonces el rostro Adrián, vacío como el de un muñeco roto, con los ojos fijos en un horizonte en el que quizás hubiera alcanzado a escuchar por vez primera el nombre del dragón verde que habitaba sus sueños, y a lo mejor llegó a saber que durante aquella tarde había sido Jorge quien lo encabezaba.

La investigación concluyó que Adrián había debido acortar la cuerda con el fin de dotar a sus juegos de mayor verosimilitud, con tan mala suerte que en el salto se había desnucado. A Jorge no le sorprendió ver como con esta explicación todos se dieron por satisfechos. Tanto niños como adultos sabían que Adrián, en los últimos tiempos, era un devoto de la verosimilitud. Por eso Jorge sospechaba, que a pesar del resultado obtenido, Adrián nunca se habría enfadado….Aunque él no podía evitar sentir todo aquello como algo ridículo y pegajoso. Al fin y al cabo sólo se trataba de un simple juego de niños, pensó.

14 comentarios:

El hombre de Alabama dijo...

Y luego me preguntan por qué no quiero tenerlos.

vera eikon dijo...

Ja,ja...este podría ser perfectamente uno de los motivos!!!

Darío dijo...

En la línea del tiempo, el hombre ha necesitado más y más. Ya lo dijo Swift hace demasiados años. Pero en su vida, parece que un hombre también, necesita cada día más.
Parece que estoy diciendo una tautología, pero quiero decir que los niños pueden hacer de una casa vieja un castillo majestuoso. Y nosotros, necesitamos castillos majestuosos.

vera eikon dijo...

Supongo que ciertos artistas son adultos que tienen la capacidad de permutar esa cualidad de la infancia (la imaginación es nuestra pratia cuando somos niños)...La misma capacidad la tiene la persona que somos mientras dormidos.
De todos modos este cuento tiene un matiz siniestro (al menos es lo que yo intentaba aportarle). Por cierto que tristemente está inspirado en una situación real...

Errata y errata dijo...

Construíste un mundo. Tenés una escritura fluída y llena de colores (poné atención en los "así que", a mí me pasa lo mismo y luego me doy cuenta que son innecesarios, creo). Un cuento PRECIOSO. Un beso grande !

vera eikon dijo...

Tienes razón Maia, hay estructuras que tiendo a repetir( son muchas las ocasiones en que siento que me voy quedando escasita de palabras)y eso que en estos últimos cuentos me paso bastante tiempo puliéndoles las aristas. Me alegra que te hayas quedado en el kibbutz
Va para tí un beso de osa

Errata y errata dijo...

No sos nada cortita de palabras, por el contrario, tenés mucha riqueza verbal. Beso,

Darío dijo...

Y si, es siniestro. Hay niños que parecen surgidos de la cabeza de Poe. Sos hija de Edgar A.?

Anónimo dijo...

Un cuento muy inquietante, me gusta, no sé porque tengo la sensación que tú y yo no nacimos con ese gen maternal habitual, verdad?jjaja!!. Es precioso, muy fluído, posees una gran imaginación. Ummm... para cuándo el siguiente? ya espero. Besos.

vera eikon dijo...

Es cierto, cuando el alquimista preparó mi menjunje, se olvidó incluir el instinto maternal. De todos modos noto que estos tres últimos cuentos son un tanto más oscuros y difieren mucho de los anteriores "Los corazones rotos" o "La infidelidad del girasol", que eran cuentos mucho más cómodos y condescendientes con la vida. Espero seguir escribiendo, pero últimamente esta promiscuidad me tiene realmente sorprendida y temo que cada cuento sea el último. Además hasta hace poco llevaba como unos cinco años sin escribir y lo anterior no habían sido más que meros esbozos. Espero que me sigan frecuentando las musas...
Besitos y gracias por pasarte

Anónimo dijo...

No me dejes con la miel enlos labios, porque es difícil encontrar un kibbutz tan alentador como este, y con respecto a que son más oscuros, no lo se soy nueva como seguidora, pero si es una realidad que en un ser con tanta sensibilidad tiene que afectarle el entorno social y lo que estamos viviendo es un momento muy duro, según el ser lo percibe de manera diferente. Por favor no dejes de escribir, tienes fans y una soy yo.
Besos.

vera eikon dijo...

Ja,ja Sandra, es la primera vez que alguien me dice que es mi fan!!! La verdad es que los comentarios alientan a seguir escribiendo y en estos momentos para mí escribir es como tomar aire
A ver si nos vemos guapa
Biquiños

silvia zappia dijo...

es mi primera lectura de blog después de dos semanas fuera...un deleite,me gusta esta oscuridad que va llegando de a poco, que va inundando el relato.

mil besos*

vera eikon dijo...

Gracias Rayuela. La cosa es que el relato fuera en un principio luminoso e inocente para por momentos irse oscureciendo. ¿Qué tal esas vacaciones? ¿Encontraste alguna nubecita que escribirnos??
Besos