Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


miércoles, 13 de abril de 2011

INSPIRADO EN "FINAL DEL JUEGO"(JULIO CORTÁZAR)




Hará cerca de diez años cuando D. y yo fantaseábamos con la idea de realizar un guión para un corto basándonos en "Final del Juego" de Julio Cortázar. Ahora no podría decir de dónde salió tal ocurrencia, pero sí recuerdo que a ambos nos parecía que la visión propia era la mejor de las dos. Ahora dejo aquí la mía(que nada tiene de homenaje, pues me siento incapaz) en palabras, aun cuando en aquellos tiempos yo la veía más bien en fotogramas.



Lo último que vio, antes de entrar en el portal, fue un pájaro alzando el vuelo, solitario, con sus alas blandas ungidas de luz. Pensó que era una osadía perderse por los aires con este calor, tan próximo al sol, en vez de procurarse un oasis entre las hojas de los árboles…. Abrió la puerta. Se sintió a salvo al recibir un golpe fresco en la cara, como un aliento exhalado por alguna bestia mitológica, que habría sido amamantada por glaciares... En verano los portales son lugares consagrados. Se descalzó y dejó que sus pies se amoldaran a las baldosas. Si no fuera un portal público se hubiera desnudado, aplastando su carne contra el suelo, y así, ofrecida, aguardaría la caída de la noche. Abrió el buzón y allí encontró una paquetito que le enviaba la tía Ruth. “Pobre tía Ruth-pensó-tan mayor y tan solícita”. Lo agitó en el aire para escuchar su dulce gorjeo de cascabeles y comenzó a subir las escaleras. A cada peldaño iba enumerando objetos que podría contener aquella cajita. Quizás se tratara del corazón embalsamado del viejo gato José, que había perdido la última de sus siete vidas hacía un par de años, cuando ya debía de rondar los veinte. O algunos de los guijarros-oráculos sustraídos al lecho del río, y que utilizaban para efectuar el sorteo. Recordó que siempre tenían lástima de los guijarros, tan vivos y relucientes cuando los descubrían entre las enaguas del río, pero, una vez en la superficie, investidos de la pusilanimidad de las piedras. O tal vez no fueran más que los restos del temido bastón de los castigos, que tía Ruth le ofrendaba como muestra de buena voluntad……A medida que iba recitando, agitaba la caja que, contenta, le respondía con su sonido lisonjero. Una vez en su piso dejó el paquete sobre la mesa y comenzó a desembarazarse de la ropa, como si se tratase de una segunda piel totalmente accesoria, que al posarla en el suelo trataba de conservar la postura del cuerpo que había cobijado dentro, pero que poco a poco acababa por desinflarse como un globo. “Lo mismo ocurre con la muerte-pensó-Poco a poco nuestro cuerpo se va desinflando, carente del aire de la vida, que ha escapado por un agujero”
Se dio una ducha fría, sin prisas, disfrutando del agua que buscaba cobijo en las aristas de su piel. Cogió en el armario una camisa de asitas, y tela fina. Luego sacó la limonada del congelador y se bebió un trago largo con el rostro vuelto hacia el techo. Recordó el paquete que permanecía sobre la mesa, buscó unas tijeras en la cocina y sin más ceremonia cortó el cordel. Dentro encontró una serie de papeles plegados. Comenzó a desdoblarlos. Cada uno llevaba una tuerca en su interior, y estaban firmados por la misma persona, Ariel B. Estuvo un tiempo mirándolos con una sonrisa pegada a su boca. Después se acercó al piano y se sentó. Abrió la tapa y le quitó el retal verde que protegía las teclas, dejándolo caer. Sus dedos comenzaron a tantear, despacio. Primero un par de notas que se repetían dócilmente. Después comenzó a deslizarlos por toda la escala, desde los sonidos más agudos hasta los más graves, como si en ese recorrido de derecha a izquierda avanzara atrás en sus recuerdos. Sostuvo largo tiempo pulsado el do más grave,y súbitamente, como si por fin hubiese recordado una melodía largamente olvidada, comenzó a tocar. Sobre las notas se deslizaban con paso ligero las imágenes de la infancia. Un trino y veía como echaban a correr hacia las vías del tren, en un descuido de la tía Ruth y mamá. Una sucesión de notas a contratiempo, y habían efectuado el sorteo que dirimía quién iba a protagonizar el juego, y se encarnaría en actitud o estatua. Con la corona de un si bemol adornaron a Leticia, que aquel día había resultado agraciada. Era sin duda la mejor de las tres. La más grave en las actitudes, la más imperturbable de las estatuas. Tras ejecutar el mismo ritual de siempre, esperaban la llegada del tren, los adioses tras la ventanilla, con los rostros derretidos de expectación. Hasta el día en que comenzaron a llover los mensajes, lanzados desde uno de los vagones, con una tuerca por corazón, para anclarlos al suelo (sí, se decía, el corazón es el que nos ancla a la tierra, en el momento en el que deja de latir nos evaporamos, como la lluvia al contacto del calor). Firmados por Ariel B.
Desde ese día jugaron exclusivamente para él, y aquello fue el principio del fin…quizás porque los juegos, juegos son…y transcurren en una dimensión distinta a la vida. Sendas que se bifurcan y no se deben intercalar…

Sigilosamente, por las rendijas entreabiertas en la persiana, fluían las notas fugitivas, sin que ella hiciera nada por atraparlas. Al llegar a la cornisa se cogían de la mano, y temerarias se lanzaban al vacío, entre risas. Cada nota llevaba como paracaídas un fotograma de sus recuerdos.

En el piso inmediatamente inferior descubrieron una ventana descuidadamente abierta. El joven pintor que apenas unas semanas atrás se había trasladado allí, estaba tan enfrascado en el lienzo que se había olvidado de cerrarla. El calor había penetrado a hurtadillas en el cuarto, y un nimbo de sudor le perlaba la frente. Los ojos le ardían febrilmente, pues llevaba varias noches sin dormir, tratando de dar caza a la blancura indómita de la tela, a la que era incapaz de echar el lazo que es todo primer trazo. Era como si no parara de moverse frente a él y el no pudiera acertar a ensartar su carne, hasta desangrarla de múltiples colores.

Las notas, una a una, fueron penetrando en su cuarto y depositaron un presente en la cabellera de su pincel. Él las escuchó complacido, y de repente, como si la música hubiese activado un secreto resorte interior, comenzó a pintar. Los movimientos de su pincel armonizaban con la melodía. Si moderato, se deslizaba pausadamente. Si allegro, comenzaba a apretar el gesto. Si presto, el ritmo se tornaba delirante. Así continuó hasta bien entrada la noche, obviando que cada línea que goteaba su pincel coincidía con un dedo que suavemente pulsaba una tecla de marfil, en el piso superior.


Meses después ella descubrió una tarjeta roja en la garganta de su buzón. Era una invitación a la inauguración de una exposición de pintura que iba a tener lugar aquella misma semana. En el margen tenía escrita la siguiente frase “sería un placer que viniera, uno de los cuadros que se exhibe lo realicé mientras la escuchaba tocar el piano”. Iba firmada con las iniciales A. B. Recordó que alguien le había comentado que el vecino del piso inferior era pintor. Decidió que no sería cortés no acudir. Así que el viernes se encaminó hacia la galería un poco antes de la hora indicada. Cuando llegó lo primero que vio fue al autor, que sonreía tímido ante el objetivo de los fotógrafos locales. Había unas cuantas personalidades de las que se solían dejar caer por los eventos culturales, y que alguna vez habían acudido a alguno de sus conciertos. Por lo que no tuvo más remedio que saludar, omitiendo, cuando le preguntaban, que desconocía completamente la obra del pintor. La conversación comenzaba a tornarse incómoda, cuando el mismo autor acudió en su rescate. La tomó del brazo, y la condujo hacia uno de laterales de la sala. Ya desde donde estaban se le quedaron los ojos prendidos de un lienzo, que por alguna razón tomó distancia entre los demás. A medida que se aproximaba se percató de que en el la luz era tenue, destilada. Pero lo que realmente llamó su atención fueron las figuras humanas que comenzaron a definirse en la posición central, y una franja, como un río metálico que se dibujaba al fondo. Se llevó la mano al pecho como tratando de sujetar los latidos de su corazón, que brincaba como a punto de saltar de su cuerpo. Y sus ojos se lanzaron a bocajarro, no al cuadro, sino a la plaquita blanca que relucía en el lateral del mismo, y en la que esperaba descubrir el nombre del autor. A.B., recordó “Tiene que ser…tiene que ser”-se dijo.... Álvaro Berride, ponía la placa. Así que aquel no era Ariel B. El Ariel B. que arrojaba mensajes con una tuerca en su corazón desde aquel tren que, hacía tan solo un instante, ella había confundido con un río plateado, a aquellas tres figuras que cuando el espectador las miraba parecían componer tres estatuas en el centro del cuadro.

13 comentarios:

Nina dijo...

¡Cortazar (L)!
¡Me encanta tu Blog!

Besos,
Nina.

vera eikon dijo...

Siempre Cortázar!!!
Beso

Jesús Galbraith dijo...

me encanta tus historias circulares

Errata y errata dijo...

Tus cuentos son líricos, Vera. Un beso.

vera eikon dijo...

Gracias Trapecista. A veces el germen de una historia está en sus inicios, por lo que inevitablemente se vuelve a él, al aproximarse el final. Besos

Me gusta que me digas eso Maia, porque significa que en ocasiones soy capaz de darle cierta libertad a las palabras y no supeditarlas al discurrir de la narración. Concretamente este cuento lo escribí hará unas dos semanas, y no lo colgué porque estaba descontenta de la última parte. Quizás el hecho de que yo supiera desde el principio donde confluía la historia le restó parte de ese lirismo, resultando un poco yerma en la parte final. Así que ayer eliminé todo el segundo tramo y dejé que las palabras dispusieran...
Biquiños

Darío dijo...

Creo que para cada recuerdo tengo una melodía y si no, puedo inventarla. Música y recuerdo se besan mucho. Beso.

vera eikon dijo...

Es cierto. El lenguaje de la música es el más próximo al corazón. Relata historias sin palabras. Pinta ante nosotros cuadros sin imágenes. En ocasiones me digo que todas las artes deben envidiar a la música. Las otras son demasiado esclavas de una inmediata conceptualización. Sin embargo la música la sentimos con el vello de nuestra piel. Con la curva de nuestra espina dorsal. Con el velo de nuestro paladar. Sinceramente creo que todas las artes aspiran a ser música...Por eso el pintor es capaz de pintar los recuerdos de la pianista, con simplemente haber escuchado las notas que salían de sus dedos..
Beijos

silvia zappia dijo...

me encantó tu cuento basado en el de nuestro amado Julio!
cortazariana mujer!

mil besos*

vera eikon dijo...

Gracias Rayuela. Esa opinión viniendo de tí vale su peso en oro(una lo cuelga y en parte teme que los hermanos cortazarianos se le van a echar encima)
Bicos atlánticos

El hombre de Alabama dijo...

No lo he leído, pero ahora sí que lo voy a hacer.
Confieso con cierto rubor ser muy profano en Cortázar.

vera eikon dijo...

Nunca es tarde para acercarse a Cortázar. Le toma el pulso al relato como nadie...Un maestro
Beso

Darío dijo...

Hoy es un día puramente musical, como Cortázar.

vera eikon dijo...

Tienes razón Darío, Cortázar es intensamente musical. La música como motivo,como protagonista, o sencillamente la música como modo en el que se ejecutan sus palabras...pero siempre presente en sus obras. Quizás por eso mismo siempre nos alcanza
Un abrazo