Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


viernes, 8 de abril de 2011

TANGO (parte final)


Pintura de Ricardo Carpani ¨El último tango del tigre milan



A partir de aquel momento fuimos tres. En los inicios sentía a Margot como una intrusa, pero poco a poco me fui embriagando-más adecuado sería decir envenenando-de su presencia. Las ocasiones en las que debido a sus actuaciones o ensayos se ausentaba, comencé a echarla terriblemente en falta, y la apatía me invadía. En esos momentos Aníbal no dejaba de lamentarse y repetía constantemente que Margot nos insuflaba la vida de la que antes-ingenuos de nosotros-carecíamos. En el fondo sentía que no le faltaba razón, pero sin embargo yo me empeñaba en argumentar lo contrario, lo que provocaba que Aníbal se ofuscara. Cuando estaba ella yo apenas le hablaba. Y para mirarla tenía que armarme de valor en una trinchera de alcohol. Bebía y mirarla era más fácil. Entonces sentía que me gustaba mirarla, y para ello bebía más. Afortunadamente soy capaz de mantener la compostura a pesar de haber ingerido grandes cantidades de whisky.
Pronto sentí que su presencia no era simplemente ella, sino un vasto territorio que se delimitaba a su alrededor, y que con el tiempos se fue expansionando, como si en cada nueva incursión, a cada nuevo encuentro, fuera ganando terreno en mi vida. El aire en torno a ella estaba cargado de electricidad y yo prefería no aproximar mi mano, por temor a sentir el calambrazo. Lo peor sucedía cuando en alguna de sus efusivas demostraciones de amistad llegaba a tocarme. Entonces sentía que definitivamente perdería todo el imperio de mi mismo, y en aquel momento, sin más, terminaría por poseerla. En mi vida había conocido deseo igual por una mujer. Durante un tiempo dejé de frecuentarlos, pero mis sueños eran constantemente invadidos. A menudo la veía, desnuda, con los cabellos al aire-en mis noches su pelo corto a lo garçon se convertía en abundante melena-, aullando a la luna. De este modo comprendí que llega un momento en la vida de todo hombre, en el que se verá irremediablemente atraído por la llamada de una loba….

Un día que nunca olvidaré, nos encontramos fortuitamente en la calle
-Es usted muy malo-me dijo-ya no viene nunca a visitarnos...Y su boca se desplegó en aquella inconfundible sonrisa de licántropo.

Por supuesto que no escatimé esa ocasión de regresar junto a ella, como vulgarmente se dice, con el rabo entre las piernas. Si ella era una loba yo me convertí en un perrito faldero. Mientras Aníbal se encerraba en el estudio a pintar-porque he de reconocer que cerca de ella vivió su etapa más prolífica. Como el mismo decía, en su cuerpo había localizado “la veta de venus”. Aunque creo que cuando hablaba así se refería a otra cosa…-yo la acompañaba en sus compras y a los ensayos. No pasó mucho tiempo hasta que nos convertimos en amantes. No puedo decir nada en mi favor. No hice nada por evitarlo. Durante mucho tiempo los tres fuimos completamente felices. Aníbal en su inocencia. Nosotros con conocimiento de culpa y sin ningún remordimiento de conciencia. La verdad es que no nos hubiese extrañado que Aníbal se hubiese percatado de todo, porque, aunque al principio tratamos de ser discretos, al poco tiempo nos volvimos temerarios. Cuántas veces acaricié su pierna por debajo de la mesa hasta llegar a la ranura palpitante de su sexo, mientras Aníbal hablaba exultante acerca de su próxima exposición- que yo iba a sufragar con mi dinero, hecho que no cesaba de agradecerme encarecidamente….- Cuántas nos besamos a hurtadillas al encontrarnos de camino al baño, momento en que Aníbal nos aguardaba con la ingenua mirada sumergida en su copa de bourbon, sin sospechar nada.
Yo le compraba ropas caras, joyas. Le enviaba flores. Cosas que no pasaban desapercibidas para Aníbal, que la interrogaba acerca del origen de esos obsequios. Ella inventó la existencia de un admirador, al que llamaba “su gauchito”. El fantasma de los celos comenzó a asediar a Aníbal. Incluso yo comencé a sentir celos de aquel admirador que ella se había inventado como tapadera. A veces me sorprendía cuestionándome si en realidad no existiría. Entonces miraba mi chequera y confirmaba que había sido yo quien había extendido los cheques que pagaron aquellos regalos

Un día, mientras desayunaba en el salón de mi casa irrumpió Margot- a quien yo en mi intimidad solía llamar por su nombre bautismal, Ana. Así creaba la ilusión de que para mí no había mentira, ni chanza, ni tango -muy excitada.

-No aguanto más-dijo. Ya es lo suficiente difícil fingir una vida, como para fingir dos. Tenemos que acabar con esta situación.
-¿Y qué quieres que hagamos?-le dije mientras escanciaba para ella una copa de vino
-Vayámonos. Lejos…tú y yo. Dejémosle. No le hará mal. Es un artista...debe vivir una vida plena. Gozar de las mieles del amor, el desamor………y el olvido. Cuando transcurran los años, y esté en la cumbre de su éxito, no nos sentiremos mal por lo hecho. Pues lo habremos engrandecido.

No sé si se debió a su tono exaltado, pero en principio no encontré objeciones a este razonamiento

-Siempre he querido cruzar el océano. Me he estado informando y un barco parte la próxima semana…Vivamos juntos esa locura. Tú tienes dinero y yo puedo cantar. Seremos felices allá. Estaremos más cerca de donde el sol nace.

De este modo pronto nos vimos envueltos en una vorágine de preparativos, compras,… itinerarios que íbamos marcando con alfileres en un enorme atlas que habíamos adquirido para la ocasión...
Mientras, la vida de Aníbal transcurría en la más absoluta felicidad e ignorancia. Yo lo miraba, y poco a poco me iba despidiendo de él. Buscaba cualquier excusa para cavar con mi mano la arena de sus cabellos. Le convencí de que era necesario hacer un catálogo de sus cuadros y nos pasábamos horas clasificándolos. Desde que conocía a Margot la luz y el color invadieron su obra. Un día le dije “querido, sin duda estás en los comienzos de una nueva era. En eso se nota que estás destinado a permanecer entre los grandes. En tu obra ya podemos hablar de etapas…”. Incluso una noche lo acompañé a la casa de Madame Andrea, porque deseaba por encima de todas las cosas contemplarlo de nuevo rodeado de las lobas. Tal y como lo viera aquella primera vez.

La noche previa a la partida, permanecí en vela, contemplando las maletas vacías sobre mi cama. A la tarde siguiente de este modo me encontró Margot, que había acudido enfurecida a mi casa al ver que no había ido a reunirme con ella en el muelle. Al encontrarme sentado, con la mirada perdida, se disipó su furia. Supongo que deseaba creer que algo debía haberme ocurrido para no acudir a la cita. Tras unos minutos en silencio, me miró, y con aquella voz que utilizaba para cantar los tangos me dijo:

-Siempre supiste que no ibas a venir. En realidad yo también lo sabía, pero no quise……Es como en el tango. Se necesitan dos para bailarlo, y tú has decidido bailarlo con él. Pero olvídalo, tú no eres su maldita pareja de baile. Tú simplemente eres su maldita y árida sombra. Estás tan vacío y carente de vida, que lo único que te hace sentir medio vivo es andar pegado a él. Incluso a mí me amaste como una sombra. Aquella que se quedaba atrás cuando paseábamos de la mano. Aquella que se dibujaba en la pared cuando nos besábamos a la luz de una farola. Aquella que se desliza en la cama para enlazar nuestros cuerpos durante el sexo. Una sombra…una miserable sombra. Y yo no puedo amar una sombra. Ya no.

Fui incapaz de decir nada , y me limité a ver desaparecer su cuerpo a través de la puerta.

Cuando a los pocos días regresé al café, fue como si hubiésemos vuelto atrás en el tiempo. Margot se comportaba con camaradería, como si nunca hubiésemos sido amantes. Como si sólo hubiesen sido parte de un sueño nuestros planes de fuga. Al principio me pareció que no sentía nada, y comencé a preguntarme si como decía Margot yo no sería más que una sombra. En ese caso no sería capaz de sentir más que sombras de sentimientos. Pero poco a poco, comenzaron a rechinarme los dientes cuando se besaban. Y no era tanto que añorara el cuerpo cálido de Margot, sino que me quemaba pensar que aquella piel se derritiera entre los brazos infantiles de Aníbal, quien se ahogaría en ella como en arenas movedizas. De pronto me pareció muy joven, e incluso ya no encontraba en su obra aquel barniz de genialidad que me fascinara en un tiempo.

Un día en que él se retrasaba, no pude evitar dirigirme a ella

-Ana-la llamé-No puede ser que te conformes con él. Tú no eres de las que se conforman

Me miró como para decir algo, pero luego calló, como si hubiera decidido que yo era un ser que no merecía sus palabras. Casi podía imaginar sus pensamientos “¿quién perdería el tiempo hablando con una sombra?”. Su boca sólo se abrió para proyectar en el aire una gutural y sonora carcajada lobuna.
-¿De qué os reís?-dijo Aníbal que en ese mismo instante entraba por la puerta.
-Nada…tu amigo Lázaro que en ocasiones es muy ocurrente-entonces hizo esa mueca, que en ella daba a entender que quedaba finalizada la conversación.

Finalmente, un día, entré en el Café Berlín mientras actuaba sobre el escenario, y me acerqué a la mesa desde donde la contemplaba Aníbal con rostro arrobado. Al verme se levantó y se acercó a mí para abrazarme. Entonces, saqué una daga que previamente había escondido bajo mi chaqueta, y se lo clavé en el corazón. Hasta la empuñadura. Una vez hecho esto, antes de que aquellos que estaban a nuestro alrededor, percatándose de lo ocurrido, se abalanzaran sobre mí, me miré las manos que esperaba ver manchadas de su sangre. Pero no, lo único que pude ver fue la luz. Una luz que como una mancha se iba extendiendo ante mis ojos. Y el rostro de Margot que me miraba con pena y que pronto fue, asimismo, engullido por aquella luz. Y de nuevo fue la oscuridad.


Ahora estoy aquí, en esta celda. Condenado a una eterna oscuridad. Sé que ella tenía razón, y yo no soy más que una sombra, de la peor especie, una sombra errante, pues no se puede dar sombra sin cuerpo. Supongo que por eso he escrito esta historia, para rememorar olor, tacto y forma de ese cuerpo al que una vez me supe atado-tal vez él fue el origen y el fin de mi único y verdadero amor-.Aquel que durante algún tiempo me mantuvo del lado de la luz y de la vida...Yo lo maté.

10 comentarios:

El hombre de Alabama dijo...

Somos tan débiles. Tan, tan débiles.

vera eikon dijo...

Supongo que es eso lo que nos hace humanos...

Darío dijo...

Comentario trivial, recién empiezo la lectura: me fascinan los tríos, así que vamos por el buen camino...digo...

vera eikon dijo...

Me da a mí que el comentario no es tan trivial como decís...

Darío dijo...

Un tango absoluto, de despecho, como el de Edmundo Rivero, "amablemente, le ensarté 34 puñaladas". Fue un placer de esos.

vera eikon dijo...

Me da la impresión de que ambos somos tangueros...Se me ocurre que el tango es una música de gente que viene de vuelta...tras romperse por el camino. Si escribiera largo me gustaría hacerlo sobre esa gente. Sin condescendencias con el género humano.
De todos modos este cuento se me volvió del revés. La idea original era la contraria. Quizás algún día la escriba
Gracias por tus visitas

Carmela dijo...

Los finales diferentes al pensamiento primero son los verdaderos. Se crean al compas de las palabras escritas, van creciendo con ellas y se alumbran en ese final.
Me ha gustado Vera.
Besos

vera eikon dijo...

Gracias Carmela. Me parece muy acertado eso que dices...
Besos

silvia zappia dijo...

por qué me dejaste, mi linda Margot, dice el tango...

buen final, buen tango.

besos*

vera eikon dijo...

Ese no lo conozco. Yo me refería a este que escuchábamos en un local de Vigo que se llama Café del Arrabal y que regentan dos uruguayos, Alicia & Rivera. Ella tenía la voz áspera y amaderada y el tocaba de linda manera el bandoneón, y parece ser que uno de sus hermanos había tenido la suerte de tocar con el maestro Piazzola. Supongo que lo conoces...Besos
Letra: Celedonio Flores
Música: Carlos Gardel y José Razzano
Año: 1919

Desde lejos se te juna, pelandruna abacanada
que naciste en la miseria de un convento de arrabal,
porque hay algo que te vende, yo no sé si es la mirada,
la manera de sentarte, de charlar o estar parada,
o ese cuerpo acostumbrado a las pilchas de percal.

Ese cuerpo que hoy te marca los compases tentadores
del canyengue de algún tango en los brazos de algún gil,
mientras triunfan tu silueta y tus trajes de colores
entre risas y piropos de muchachos seguidores
entre el humo de los puros y el champán de Armenovil.

Son macanas, no fue un guapo haragán ni prepotente,
ni un cafisho veterano el que al vicio te largó;
vos rodaste por tu culpa y no fue inocentemente:
¡Berretines de bacana que tenías en la mente
desde el día queun magnate cajetilla te afiló!

Yo me acuerdo: no tenías casi nada pa’ ponerte
hay usás ajuar de seda con rositas rococó...
¡Me revienta tu presencia, pagaría por no verte!
Si hasta el nombre te hascambiado como ha cambiado tu suerte:
Yo no sos mi Margarita...¡Ahora te llaman Margot!

Ahora vas con los otarios a pasarla de bacana
a un lujoso reservado del Petit o del Julien;
y tu vieja, pobre vieja, lava toda la semana
pa’ poder parar la olla con pobreza franciscana
en el triste conventillo alumbrado a querosén.