Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


viernes, 8 de abril de 2011

TANGO (parte cuarta)


Imagen: El tango del arcángel de Keen Van Dongen


Tras dejar transcurrir las obligadas jornadas de duelo, Aníbal se dispuso a seguir las señas que le conducirían a enfrentarse cara a cara con su pasado. Se dirigió a la Calle del Placer y comprobó que el número escrito se correspondía con el de una casa de tres plantas, de aspecto modesto pero aseado. Llamó al timbre, y pronto dos muchachas jóvenes aparecieron en la puerta propinándose, entre risas, juguetones empujones la una a la otra.
-Todavía es demasiado temprano para recibir-dijo la más alta cruzando graciosamente las piernas.
Había algo en su aspecto que le resultaba intensamente familiar, y le trajo a su memoria a las mujeres que había frecuentado en los lupanares de Roma.
-Vengo a ver a Andrea-dijo recordando las instrucciones de su tía- Es por un asunto personal….
-Ah!...... En ese caso mi compañera será lo bastante gentil como para ir a comprobar si ya se ha levantado-respondió con una sonrisa pícara la joven rubia
-Dígale que vengo de parte de Estrella Otero-titubeó Aníbal
La joven alta corrió escaleras arriba, mientras la joven rubia continuaba sonriendo pícaramente a través de la puerta entreabierta. Por su boca de vez en cuando asomaba la cáscara rosa de una goma de mascar, que ella masticaba ostentosamente, dejando sus encías al descubierto. A Aníbal le pareció que tenía que ser muy diestra para mascar de aquella manera sin en ningún momento cesar de sonreír pícaramente... La irrupción de una mujer madura, entrada en carnes, que descendía lentamente las escaleras, le rescató de su aturdimiento. Para cualquiera habría sido difícil reconocer en aquella mujer de porte matriarcal a la antigua pupila de Madame Alberta. Lo único que sobrevivía de la astuta Andrea era aquella agudeza de entendimiento, que asomaba constantemente a sus ojos, que se vestían de ese modo a la llegada del alba, para no desnudarlos hasta bien entrada la noche. Y aun así no podría afirmarse que durante el sueño su mente no continuase tejiendo.
Andrea hizo un movimiento con su cabeza y sus pupilas de inmediato partieron, tal y como habían llegado, propinándose alegres empujones, con aquella picardía que se les atribuye a los trasgos.
Una vez solos Andrea-a la que ahora todos se dirigían como Madame Andrea-depositó dos sonoros besos en sus mejillas, ante la turbación de un estupefacto Aníbal.
-No te acuerdas de mí ¿verdad, querido?-y sin tiempo a que la interrumpieran continuó diciendo-No es de extrañar…todavía eras muy niño la última vez que nos vimos… Acompáñame-dijo- tu tía Estrella me pidió hace tiempo que te lo contara todo-y tras ofrecerle el brazo, ambos comenzaron a ascender las escaleras.
De nuevo Aníbal se encontró caminando por los oscuros corredores de su infancia. En cada ocasión que al pulsar el interruptor se prendía la luz, sentía como de pronto se iluminaba un rincón de su memoria, que hasta entonces había permanecido en sombras, que de pronto escapaban espantadas por la claridad. Madame Andrea no escatimó detalles. Incluso en lo referente a la noche de la crisis de Elsa, como eufemísticamente la designaba. También le confesó que el huésped, al que su madre había dado muerte entre los brazos de la desdichada Gabriela, no era otra persona que su propio padre, al que la mala suerte había conducido a la misma casa donde en su día recalara la pobre Elsa, a la que en el pasado tan despiadadamente había tratado.
-Madame Alberta siempre decía que tu madre tenía mal sino. Aun así la sacó de la calle y la acogió en su casa. Si alguna vez la invadió el arrepentimiento, este huía gimiente en el mismo instante que recordaba tus ojos…. Incluso en su lecho de muerte no logró olvidarte-dijo repentinamente triste- Mientras acondicionaban su cadáver para el entierro encontraron, entre sus manos crispadas, un pequeño dibujo arrugado, de aquellos que puntualmente le enviaba tu tía Estrella, y que había sido pintado por ti. Cuando la iba a visitar a la granja, donde vivía con su sobrina, me los enseñaba diciendo orgullosamente “mira, mira, ¿puedes imaginarte una cosa más bonita?...y todos pintados por aquellas manos gordezuelas…” Supongo que para la mayoría de nosotras tú eras como el hijo que nunca habíamos parido. Para el resto eras como el hijo que la vida les había disputado, y que, con las manos en alto, habían tenido que abandonar a su suerte…
Tras aquel día Aníbal regresó con asiduidad a la casa que un su día había regentado Madame Alberta, y que un golpe del destino-acerca del cual no vamos a entrar en detalles- había puesto en las manos hábiles de Andrea. En aquellos años la casa había medrado en prosperidad. Tanto que incluso los huéspedes distinguidos la visitaban en mayor número que antes. Como durante una época aquel se convirtió en el lupanar de moda, yo y mis conocidos comenzamos a contarnos entre los habituales. Unos llevados por la frescura lozana de las hermosas nínfulas que lo habitaban, y en mi caso atraído sobre todo por la interesante compañía y envolvente conversación de Madame Andrea. No fueron pocas las ocasiones en las que ésta me hablaba en tono exaltadamente maternal, acerca de su protegido, al que, sin el menor género de duda, consideraba un genio. No tardé en verme atrapado en aquella red que pacientemente la araña Andrea iba tejiendo en torno a su pupilo. Ahora pienso que todo obedecía a un plan previamente ideado por ella, quien seguramente creía que mis influencias habrían de serle de provecho en su carrera. Cosa que efectivamente el tiempo confirmó.
Una de tantas noches en las que me encontraba en la casa, fuimos definitivamente presentados. Enseguida caí presa de la poderosa fascinación que ejercía su persona. Lo hallé reclinado en un diván de estilo oriental, custodiado tiernamente por las lobas. A las que sólo les faltaba lamer aquella piel- que, de lo pálido, parecía enteramente cubierta de rocío-para mostrar una imagen más animal y protectora. Cuando me acerqué en compañía de Madame Andrea me pareció que nos miraban de soslayo, pues sus ojos continuaban prendidos del joven de cabellos rubios y presencia hipnótica. En mi recuerdo los labios se alzan para mostrar bajo ellos unos afilados y amenazantes colmillos. Y no puedo evitar pensar en esta imagen acompañada por un sonoro gruñido de advertencia. Supongo que no es más que una visión desvirtuada de nuestro primer encuentro. Pero tengo la impresión de que, instintivamente llegaron a sospechar que mi presencia acabaría por apartarle de ellas.

Durante mucho tiempo fuimos inseparables. Incluso Aníbal me permitía permanecer junto a él cuando pintaba-concesión que nunca antes había tenido con nadie- pues decía que mi presencia le impedía ponerse tenso, u ofuscarse en los momentos en los que la inspiración desertaba. Entonces me pedía que le narrase las aventuras de mis numerosos viajes, y en verdad escuchaba tan atento que, llegado un momento, parecía abandonar la habitación- su cuerpo se aquietaba, como abandonado de toda vida. Incluso parecía que dejaba de respirar- para acompañarme del brazo por mis recuerdos. Pero de pronto volvía, y dejándome con la palabra en la boca se zambullía de nuevo en el cuadro. Me parecía entonces un artista que necesita poner distancia con su obra para tomar la perspectiva.
Todo marchaba bien, hasta que un día Aníbal dejó para mí un mensaje en la dirección del hostal en el que se hospedaba, al que fui a buscarle de madrugada al regresar tras una prolongada ausencia. Según decía, después de unas semanas de trabajo continuo y extraordinariamente fértil, se encontraba en una época en la que le era indispensable alejarse de la pintura. Por todo ello se había sumergido hasta las simas de la vida-esta era la expresión un tanto envarada que empleaba en su carta-y quería mostrarme al exótico ejemplar abisal que había encontrado. Me imaginé que se trataría de una de sus tantas conquistas, a las que en primer lugar sucumbía con desatinado entusiasmo, para a los pocos meses lamentarse por la infertilidad de aquel período en el que se consagraba enteramente a la pasión. Entonces se jactaba de que el estado ideal del artista era el celibato. Y como tal se comportaba, de no ser por la asiduidad con la que su temperamento fogoso le impelía a frecuentar las guaridas de las lobas. Para justificarse solía decir que “el amor sensual no entumece el espíritu, al contrario, actúa como el ejercicio físico, lo fortalece…..”
Presto me encaminé hacia el Café Berlín, a reunirme con él. Como siempre a esas horas el local estaba medio vacío, y ya los músicos abandonaban el escenario, tras la actuación que había tenido lugar durante la noche. Al fondo vi a Aníbal, quien me saludó, acompañado de una figura femenina, vestida de negro, con un escote de pico que dejaba al descubierto dos cuartas partes de la espalda, y que parecía rematar en un encantador lunar que se subrayaba en la piel. Ahora me resulta increíble pensar que me acercara a ellos totalmente ignorante de que aquel instante iba a cambiar por completo la vida de los tres. Me asombra esa ingenuidad. Me parece que ese tipo de momentos deberían ir precedidos del sonido de los tambores o el clamor de las trompetas. Pero la vida es incorregible, y nunca nos pone preavisos. Y si lo hace estamos tan embotados que ni nos percatamos.
Puedo ver de nuevo a aquella mujer volviéndose a cámara lenta. Su cabello negro peinado a lo garçon. Sus ojos grises, como un océano en tormenta, a punto de desbordarse. La nariz ligeramente en punta, lo que lograba el efecto de volver su mirada todavía más incisiva. La sonrisa sutil que armonizaba el rostro. El cuerpo rotundo, y elástico, como un junco…..Se llamaba Ana Zúñiga, pero todos le decían Margot, como el tango. Porque presumía de que ella, como la otra, había tenido que acomodarse una nueva vida, pero en su caso no le suponía ningún peso,” al fin y al cabo se trataba únicamente de simple capacidad de adaptación al medio”….
-¿A qué es una deliciosa cínica?-preguntó Aníbal mientras sin ningún decoro la besaba-Pero tendrías que escucharla cantar. Es rotunda y descarada. Ningún hombre le iría a la zaga.
Eso me quedó claro desde el primer momento. Hablaba con tal seguridad que uno ni se planteaba analizar la lógica de sus argumentos. Lo único que quería era sumergirse en aquella voz grave, que planteaba la vida sin condescendencias. El único con el que pecaba de condescendencia era con Aníbal, al que trataba de un modo similar al que lo hacían las lobas. A medida que nos acercábamos a la mesa, mientras Aníbal pedía una botella de bourbon y unos vasos, se volvió a observarle y dijo:
-Mírale, es como un ángel que rechazando su divinidad se ha arrancado las alas….
Aquella noche bebimos hasta altas horas para celebrar a la vida y al amor. Finalmente nos apiadamos del pobre Antonio, el camarero, quien sobornado por mi dinero consintió en cerrar varias horas por encima de la establecida. Nos arrojamos a la calle ebrios, con la carcajada suelta…La luna todavía asomaba, cuajada, con su cara más bonita. Nos quedamos embobados mirándola los tres abrazados. Aníbal le pidió que cantara y sin hacerse de rogar Margot se arrancó con un tango. Previamente y en mi honor, dijo que a modo de presentación, nos obsequiaría con “La Margot”, a la que tenía reservada para las grandes ocasiones.
Cantó, vestida de negro, con los ojos vueltos a la luna, el rostro de espectro teñido por su resplandor. Tenía la voz grave, amaderada, y en mis oídos sonaba como el bourbon que habíamos tomado, reservado durante el tiempo justo en barrica. Otras veces su voz se volvía de azúcar y parecía derretirse en mi paladar. A pesar de la distancia que mediaba entre ellas, sentí que no era tan diferente a las lobas.

8 comentarios:

El hombre de Alabama dijo...

Muy loable la elaboración que te tomas con esto, desde luego el resultado está siendo parejo a ese esfuerzo. Me gustan los círculos que se cierran, o cuando se vuelve a los orígenes.

vera eikon dijo...

Lo curioso de los círculos es que se cierran solos, sin que uno lo haya planeado. En realidad la historia se parece bien poco a la idea que tuve inicialmente y que me llevó a escribirla. Y desde luego no esperaba extenderme tanto...afortunadamente ya la he terminado
Besos

Jesús Galbraith dijo...

hombre, afortunadamente no

vera eikon dijo...

Díselo a E. que para lo poco que nos vemos le hago más caso al ordenata que a él. En fin...mañana último capítulo
Beso

Darío dijo...

No voy a decir nada, sólo que esta chica, Margot, se las trae, usted también, doña Vera.

vera eikon dijo...

Ja,ja...Doña Vera está de acuerdo en que Margot se las trae. En cuanto a Vera desde que es doña, siente que ha perdido parte de la vitalidad y el ensueño que la caracterizaban....

silvia zappia dijo...

tango lobezno
tango*

vera eikon dijo...

Como una vez le leí a Julio "esa música triste que se baila cuando se está alegre". Algo de eso deben sentir los lobos cuando ahuyan a la luna...