Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


miércoles, 4 de mayo de 2011

LA CARRERA


Pintura: "Como pompas de jabón" Gonzalo Ruiz Navarro



A Rocío, que en una conversación me dio la idea para este cuento



Al comenzar el curso sus padres le prometieron que si ese año sacaba buenas notas, por fin le comprarían el deseado Scalextric. Así que el último día, tras las clases, marchó triunfal hacia su casa, blandiendo marcialmente contra el aire el boletín con la evaluación. Cuando llegó, como era habitual, entró por la puerta de atrás, que conducía directamente a la cocina. Al traspasar el umbral sorprendió el rostro de su madre, quien al verle se volvió de espaldas, enjugando en sus ojos lo que a él le pareció un mar de lágrimas.

-Mamá-dijo tratando de evitar traslucir lo que había visto-, traigo las notas.

Se las tendió y ella las tomó sin siquiera darse la vuelta. Aquello acabó de confirmarle que había llorado. Se estuvo un rato mirándolas y finalmente se volvió hacia él. En sus ojos intentó dibujar una sonrisa que le recordó a un vidrio roto... Hasta aquel día había sido tan inocente como para pensar que los adultos no lloran, como si las lágrimas fueran un privilegio de la infancia…. En eses momentos sintió como algo acababa por romperse, y sólo pudo escuchar el sonido de unos cristales rotos. Trastabillando trató de regresar al momento anterior…

-Mamá- dijo titubeante-¿Ahora me compraréis el Scalextric..?...Lo prometisteis!!!

Ella se levantó como un resorte de la silla en la que se había sentado, y corrió hacia su cuarto ejecutando un gesto con la mano, advirtiéndole que no la siguiera. Aun así fue tras de ella, pero sólo pudo llegar a tiempo de ver como la puerta se cerraba en sus narices, con un golpe seco, y escuchar el sonido del pestillo. Sintió como por primera vez le cortaba el acceso a su corazón. Acercó su oído a la madera, imaginando que se trataba de su pecho. Por todo latido sólo pudo oír el sonido áspero y entrecortado de sus sollozos. Comenzó a golpear la puerta, rogándole que saliera, pero la única respuesta que obtuvo fue el silencio. Así que se dejó resbalar hasta el suelo, exánime. Se descalzó y empezó a arrancarse las astillas que tenía clavadas en los pies, sangrantes. Eran los fragmentos del corazón de la madre …Aquello que ante sus ojos se había quebrado con aquel estruendoso sonido de cristales rotos

No sabría decir cuánto tiempo continuó allí, rendido. Pudieron ser minutos, o quizás fueron horas. En ningún momento se apercibió de la presencia que permanecía al fondo del pasillo, vigilante. Hasta que tuvo la necesidad de moverse, y comenzó a indagar en las sombras que ya se cernían sobre la casa. En la oscuridad vio brillar dos ojos, acuosos, profundos, como si estuviesen cincelados en las simas del océano. En aquella mirada líquida pudo reconocer a su abuelo Tomás. Se apresuró a levantarse, y en el tiempo que emplean las palabras para desplazarse por el aire, recorrió la distancia que mediaba entre ellos y se arrojó a sus brazos.

Aquella noche fue la primera que su padre no pasó en casa.

Al día siguiente, inaugurando las vacaciones, el abuelo Tomás lo llevó de paseo. Una vez acabada la escuela, durante una semana, los vendedores ambulantes apostaban sus puestos cargados de mercadorías-como árboles rebosantes de frutos maduros, a los que el abuelo y él se referían con el secreto nombre de “surtidores de maravillas”- en el paseo que va a dar al mar. Pero aquella mañana, mientras el abuelo iba señalando uno u otro objeto fantástico, Nicolás caminaba a su lado, sin apenas prestarle atención. Ahora que ya se había emborronado la tristeza del día anterior se sentía enfurruñado por la cuestión del Scalextric. Iba rumiando para sí que los adultos nunca cumplen sus promesas, y que bien tonto había sido por hacerse ilusiones. Sus padres en nada se parecían al abuelo Tomás, quien , debido a la timidez de Nicolás, se había convertido en su único amigo. En ese preciso instante, intuyendo sus pensamientos, le dijo:

-¿Sigues enfadado por lo del Scalextric?-Enseguida los ojos de Nicolás comenzaron a empaparse de lágrimas- Venga, no llores….Lo fundamental es que has sacado buenas notas. No deberías realizar las cosas como un medio para conseguir algo, sino simplemente por el placer y la satisfacción que te produce realizarlas...-Cuando el padre de Nicolás estaba enfadado con el abuelo Tomás por algún motivo, cosa que sucedía con frecuencia, solía referirse a él como “el filósofo”. A su madre le molestaba el acento sarcástico que empleaba, y la mayoría de las veces este era germen para alguna de sus habituales discusiones…

-Pero ellos lo prometieron…-dijo con la voz entrecortada

-Nicolás, a veces las cosas no son tan sencillas como lo parecen. Es algo de lo que te percatarás cuando sea mayor….

-¿Para que quiero ser mayor?-le interrogó apretando los puños-¿Para dejar de cumplir mis promesas?

-Vaya…-dijo el abuelo desviando bruscamente la atención-este sí que es un objeto mágico….-dijo mientras señalaba una artilugio, de forma cilíndrica y de alegres colores.-¿Cuánto cuesta esto, amigo?-dijo dirigiéndose al hombre que con aspecto bonachón les sonreía tras el mostrador. Este susurró unas palabras que Nicolás no llegó a escuchar, y de inmediato su abuelo sacó unas monedas de su cartera y se las ofreció al risueño comerciante. Tras un pequeño rife y rafe con el precio, una vez el trato se hubo formalizado-con apretón de manos incluido- su abuelo le mostró aquel objeto y apremiándole para que lo sujetase, misteriosamente le dijo:

-Míralo, aunque te parezca un artefacto insignificante, con esto te estoy regalando el mundo

-Puede ser-replicó vehemente Nicolás-pero no es un Scalextric

-Si tu quieres-dijo mientras con su dedo índice le daba unos ligeros golpecitos en la parte superior de la cabeza- puede ser un Scalextric y muchas más cosas…

Al llegar a casa su madre estaba cocinando. Había preparado su plato favorito, spaghetti, como un gesto de reconciliación. Cenaron los tres en silencio. Luego fueron un ratito a ver la televisión, y Nicolás se sorprendió echando en falta, presidiendo el salón, la escopeta de caza favorita de su padre, la cual había sido disparada progresivamente por tres generaciones de su familia. Se puso a rastrear las paredes, los muebles,… y se percató de que también faltaban el viejo tocadiscos y sus vinilos de los Beatles. Tampoco estaban los trofeos que había ganado cuando practicaba atletismo, en los tiempos del instituto, de los que siempre se sentía tan insultantemente orgulloso. “Si no hubiese sido por aquella inoportuna lesión en la rodilla-se lamentaba-, yo habría estado destinado para hacer algo grande”. A lo que el abuelo Tomás contestaba implacable que “precisamente porque no estaba destinado para hacer algo grande, se había lesionado la rodilla”….Aunque procuraba no mencionarlo en un principio había esperado que su único hijo fuera quien llevan a buen puerto sus frustradas expectativas. Pero él había salido torpón y algo enclenque. Más aficionado a los libros que a los deportes al aire libre. Y en aquellos momentos, reflexionando acerca de la decepción silenciosa del padre, de pronto encontró explicación al llanto surcando el rostro de la madre, durante el día anterior. Se la imaginó llorando toda la noche, y pensó que todavía se apreciaban los surcos de las lágrimas sobre aquella piel tersa y querida, como una pared estriada por el agua y la humedad tras un largo invierno. Sí, la tristeza es como un invierno, en el que uno se pone a la vera del fuego, pero es incapaz de entrar en calor. Sólo le queda sobrevivir hasta que regrese la primavera.

De golpe se dio cuenta de que su padre no volvería.

Aquella noche los spaghetti no le sentaron bien…El regalo de su abuelo fue a parar al fondo de un cajón, sin que nadie le hubiera siquiera quitado el precinto protector.

Transcurrieron semanas sin que él lo recordara, pero un buen día, rebuscando en procura de un comic de Spiderman, escuchó el ruido de un objeto rodando sobre la madera y de pronto en el frente del cajón asomó tímidamente el alegre artefacto cilíndrico. Entonces se sintió un poco culpable por el ostracismo al que lo había condenado, ignorando el entusiasmo de su abuelo. Decidió salir al jardín a probarlo. Aunque aquel artilugio no estaba en boga en aquellos momentos, a individuos de generaciones precedentes no les sería difícil reconocer en él uno de esos aparatos que los niños emplean para hacer pompas de jabón. Con algo de curiosidad, Nicolás giró la tapa y la sustrajo. Enseguida vio que el cilindro estaba hueco y contenía un menjunje que olía a una mezcla entre Geniol y Champú Jhonsoms, que lo remontó a los baños de burbujas con su madre, durante los sábados de su primera infancia. Esta sensación lo puso de buen humor, así que decidió darle una oportunidad... Durante un tiempo sostuvo ante sus ojos, sin saber que hacer, el tapón con el apéndice amarillo rematado en un redondel. Vio que el jabón se le quedaba prendido, adquiriendo la apariencia de una lente, y el mundo le pareció esponjoso y sin aristas, cuando lo vio a través de ella. Tal y como indicaba un pequeño dibujo en su superficie, comenzó a soplar, suavemente. Al momento aquella lente que resplandecía al sol, como si tuviese un retazo de arco iris por corazón, comenzó a palpitar, dudando entre crecer o encogerse definitivamente, hasta volatizarse con un pequeño aspaviento. En la siguiente ocasión Nicolás sopló mas fuerte, con decisión, y el delicado pétalo de jabón comenzó a hincharse, atravesado por aquel corazón de arco iris, que simultáneamente se hacía más grande. Sopló más, y más, como el Eolo al que antaño se encomendaban los navegantes para que convirtiese en alas sus velas, y así regresar lo antes posible al abrazo del hogar. La pompa de jabón aumentaba de tamaño, y temió que aquella membrana en apariencia tan frágil, terminara por quebrarse. Por un momento contuvo el aliento y le pareció que comenzaba a arrugarse, como afectada por una vejez prematura. Cerró los ojos y sintiendo un impulso temerario, sopló de nuevo, con todo el arrojo de sus 12 años. Cuando los abrió la pompa era tan grande que la vio cernirse sobre su cabeza, y a ambos lados. Se dio la vuelta y pudo ver su rostro reflejado en aquella piel transparente, justo allí donde la atravesaba el arco iris…Ahora lo envolvía todo, como si se lo hubiera tragado. Y en efecto se dio cuenta de que encontraba dentro de la pompa de jabón, que aquellos instantes comenzaba a despegarse del suelo. Miró pidiendo ayuda a las margaritas del jardín que comenzaron a empequeñecerse, como si hubiesen ingerido algún brebaje menguante, y le pareció que le contemplaban con nostalgia.
Pronto se encontró a la altura de los tejados de las casas. Y el vértigo gateaba por su pecho, como si fuera una araña. Se lo sacudió y se armó de valor. Desde los árboles, los pájaros lo miraban con curiosidad. Descubrió que por fin las crías de gorrión habían roto sus huevos, y quizás en aquellos instantes, así como él, estaban iniciando su primer vuelo. En el parque los niños jugaban al futbol y las niñas tenían que contentarse con mirarlos desde los bancos, porque nunca les dejaban jugar. Una de ellas, Carolina, tenía el rostro enfurruñado, y de vez en cuando se agitaba como una veleta contra las estúpidas reglas. Las casas parecías pequeños paralelepípedos de diversos colores. Y todo era atravesado por una triste vena de asfalto, por la que en ese momento los coches de los padres de familia circulaban lentamente, en un atasco, impacientes en su vuelta a casa desde el trabajo, accionando las bocinas. Es lo que tienen las venas, que acaban convirtiéndose en varices, y duelen.... Tan diferente al río que podía ver en la distancia, bruñido, travieso y chispeante. Como la arteria que transporta el oxígeno a todas las zonas del cuerpo…
Pasó cerca de la iglesia en el instante en que repicaba la campana. Las ondas sonoras rebotaron contra la burbuja, haciéndola vibrar. Aquello pareció darle impulso y comenzó a ascender con mayor rapidez. De pronto vio como el cielo estaba al alcance de su mano. Algo que le pareció un ángel pasó velozmente a su lado. A medida que ascendía, las nubes parecían esquivarle, arrastrando sus enaguas, temerosas de que las atropellara en su camino. Y de pronto por encima de su cabeza divisó un resplandor. Era la luna que comenzaba a asomar en el cielo, enmadejada en la luz del sol. Miró hacia el oeste justo a tiempo de ver como este terminaba de ejecutar su danza de espalda a las montañas. Poco a poco el brillo de las estrellas comenzó a invadir la noche. En la tierra eran imitadas por las luces de las casas. “Pobres bombillas-pensó-, soñando con ser estrellas”. Comenzó a preguntarse hasta donde llegaría… Quizás hasta aquel lugar misterioso al que llamaban “Las Antípodas”. Permaneció ensimismado por lo que no percibió que un objeto se le acercaba, hasta que éste se hubo colocado a su altura. Allí, dentro de una pompa de jabón tan grande como la suya, había otro niño, que como él permanecía admirado por todo lo que ocurría a su alrededor. Ambos se miraron, examinándose, retándose, y como en respuesta a una señal previamente acordada, fijaron los ojos al frente y las pompas se propulsionaron a gran velocidad. En el poco tiempo que llevaba dentro de la burbuja, Nicolás se había percatado de que ésta se conducía como en respuesta a algún pensamiento, anticipándose incluso a que su mente lo esbozara. Si había ascendido ¿no se correspondía esto con su único deseo durante la últimas semanas? ¿El deseo de alejarse, de desaparecer, que asolaba su vida desde que su padre ya no vivía en casa? Y ahora al ver el rostro desafiante del otro niño ¿la burbuja no había respondido como si se hallaran en medio de una carrera, de una competición? La velocidad le erizaba el vello, tensaba sus músculos, aceleraba el ritmo de sus pulsaciones. Aquello era mejor que manejar un Scalextric. Ambos pilotos iban muy igualados, pero de vez en cuando, alternativamente, como resultado de un supremo esfuerzo, uno de los dos despuntaba. Atrás iban quedando planetas, nebulosas, galaxias... Los satélites les jaleaban como si les fuera la vida en ello. A punto estuvieron de estrellarse contra un cometa que apareció vertiginosamente de la nada. Aliviados vieron alejarse su resplandeciente cresta de fuego. Permanecieron unos minuto atrapados en su telaraña de humo, cuyo olor le recordaba a Nicolás al del tabaco para pipa de su abuelo. Aprovechando ese momento de distracción, el otro niño sustrajo del bolsillo de su pantalón un enorme tirachinas, tanto que resultaba imposible entender cómo algo así podía haber estado alojado en un pequeño bolsillo. E ignorando el grito de súplica que se escapó de la boca de Nicolás, tomó aquella imagen del recuerdo, su abuelo Tomás fumando en pipa, y la utilizó como proyectil, disparándola contra la superficie impoluta de su pompa. Apenas un pequeño estallido, como el último latido del corazón de un pájaro antes de que definitivamente se pare; como el último aliento de una estrella momento antes de apagarse.
Y de nuevo fue el vértigo. Pero esta vez fue el vértigo de la caída…

Despertó en su cama. Lo primero que vio fueron los ansiosos rostros de papá y mamá. Después se encontró con su abuelo, los cabellos de plata tan parecidos al halo que rodea la luna, las acogedoras arrugas, la cómplice sonrisa infantil-en la vejez parece que nos sentimos más cercanos a la infancia, quizás porque está próximo nuestro regreso al lugar que habitábamos antes de existir,y ser niños…-,y el humo dulce de su pipa.Al fondo, en su mesa de estudio, pudo ver el ansiado Excalextric, las curvas negras de la carretera de plástico…Uno de los mandos en la mano de su padre, ofreciéndoselo. Había estado enfermo, con fiebre muy alta desde la noche de los spaghettis. Incluso deliraba, lo que había acabado por asustar a su madre. Pero ahora tan sólo tenía unas décimas, por lo que el doctor no se enfadaría si jugaban una partida. Pudo ver el mando negro, tentador, una serpiente deslizándose por la muñeca de su padre.

-Gracias-dijo agitando su cabeza en un gesto de negación-pero, si no os importa, prefiero el juguete que guardo en el cajón. Abuelo ¿me lo alcanzas?-y señaló con el dedo el lugar donde, según recordaba del sueño, lo había guardado.

De nuevo, como entonces, escuchó el sonido de un objeto rodando por el cajón, al que enseguida acompañó la exclamación de sorpresa de su abuelo. A Nicolás casi le pareció que las lágrimas humedecían sus ojos, mientras vio como su mano temblorosa se introducía en el cajón para arrancarle con un gesto de triunfo el artefacto mágico, surtidor de maravillosas pompas de jabón.

-¿Y el Scalextric?-interrogó su padre, estupefacto

-Esto que ves aquí, por insignificante que parezca, contiene el mundo. Si tu quieres puede ser un Scalextric y muchas cosas más-dijo mientras le guiñaba un ojo cómplice a su abuelo…

10 comentarios:

El hombre de Alabama dijo...

La simplicidad es fuerza.

Carmela dijo...

Vera me ha encantado, que manera de enlazar palabras tan arrebatadoramente enlazadas.
He visto la alegría de las notas, la decepción con su madre, la extrañeza, la percepción de lo ocurrido, el viaje impresionante en la pompa y su vuelta. Eres una contadora nata.
Un beso preciosa

vera eikon dijo...

La simplicidad nos deja espacio, el cual tiende a infinito cuando entra en juego la imaginación...ese sí que era el mayor tesoro de nuestra infancia, nuestra propia fantasía. De eso tú sabes mucho Hombre de Alabama.
Carmela, me gusta que mis palabras se hallan transformado en imágenes. Así confluímos las dos en la historia, como si la fuéramos construyendo cada una de nuestro lado. La verdad es que se trata de una historia que me costó escribir,...no circuló tan fluída como la de la semana pasada, y eso que seguramente la otra era una historia mucho más compleja, pero para mí mucho más fácil. Curioso¿no?
Bico bonequiña..

Mixha Zizek dijo...

Muy buen realto, puedo iamginarme sentada con ellos escuchando al niño y llorando a la madre. Y al abuelo siendo complice del niño, el padre ausente al inicio y apareciendo al final, la fiebre del niño, todas las secuencias para a par, me encantó y la leí con gusto, besos

Darío dijo...

Estas, por ejemplo, suelen ser las cosas que me desfasan interiormente. El inútil sufrimiento de los niños, las pequeñas decepciones cotidianas.
Y sin embargo, cuando vemos un poco mejor, podemos advertir que tal sufrimiento que nosotros adjudicamos a las "carencias" es superado rápidamente por ellos, con algún simple movimiento magistral.
Por contrapartida, aquello que creemos que no los afecta, suele marcarlos para toda la vida. Hemos perdido ingenuidad...

Un abrazote

vera eikon dijo...

A eso me refería Mixha. Escribir es un acto de reciprocidad. El que escribe tiende un puente y el lector lo finaliza desde su lado...Un beso

vera eikon dijo...

Curiyú,
Nunca me he considerado una persona “meniñeira”(expresión gallega para designar a las personas a las que les gustan mucho los niños). Es más, los niños siempre me han intimidado. Incluso para mí resulta un misterio la niña que algún día fui. Sin embargo empiezo a descubrirlos a través de mi sobrino. Quizás esa inocencia de la que hablas es la que hace que cosas en apariencia insignificantes sean el origen de auténticos psicodramas. Quizás esa misma inocencia es la que hace que se recuperen pronto. Porque a través de ella dotan al mundo de un nuevo orden , y tienen el poder de inventarse nombres para las cosas….Tal vez a medida que crecemos y nos adaptamos al orden establecido, vayamos desterrando a esa inocencia, pues parece que nos resulta inútil. Afortunadamente nuestra imaginación es su más digna heredera y a través de ella conservamos esa capacidad de inventar nuevos órdenes, nuevos mundos. ¿Qué es sino el juego? ¿Quién es sino el poeta?
Besos desordenados

Laiseca Estévez dijo...

Precioso relato VERA.
Me he sorprendido leyendo un post anterior tuyo,¡que pequeño es el mundo! Resulta qué conoces a Alicia y a Rivera, Alicia es una de mis mejores amigas, ella escribió un libro en Uruguay “VIAJE DE IDA Y VUELTA” que tuvo que vender por la calle con su bicicleta(es una historia preciosa) y ahora está escribiendo otra novela, pero con las clases de guitarra que da a los niños, la tiene un poco abandonada no te puedes imaginar lo bien que canta, cuando nos reunimos en casa mientras Rivera toca el bandoneón, además son unos seres extraordinarios. Pincha mi correo personal en el perfil y si no te entra házmelo saber. Bicos Vera.

silvia zappia dijo...

leo el comentario de curiyú, después de haber leído el cuento, y concuerdo con él.
y luego leo tu punto de vista, y comprendo.
juguemos versos!

(mañana continúo leyéndote, vengo atrasada)

mil besos*

vera eikon dijo...

El juego siempre...Bicos Rayuela