Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


miércoles, 22 de junio de 2011

EL ZAHORÍ (o sobre los manantiales interiores)


Imagen de la película "El Sur" de Víctor Erice

La idea para este cuento tiene su origen en un delirio producido por el último poema del Nido de Serpientes. http://elnidodeserpientes.blogspot.com/2011/06/mision.html
Particularmente en estos dos versos:
"dale agua de tu íntima corteza
a toda esta sed"

Sería tedioso establecer la concatenación de pensamientos que hicieron que tales versos derivasen en esta prosa. Simplemente (como considero es de recibo) detallo y agradezco su origen...

A Darío



El Zahorí era un hombre oscuro. Ojos oscuros, tez oscura, el largo pelo lacio y oscuro….Como contraste, sus ropas eran claras y holgadas, de un desvaído color arena, y flotaban al viento con la apariencia de una tormenta en el desierto. Se sentía merodear un halo de taciturnidad en torno a su persona, y había un rescoldo salvaje en el fuego de su mirada. Silencioso, casi se podría decir de él que era un “hablador de gestos”. Si estaba conforme esbozaba una amplia sonrisa, mostrando una hilera de blancos y relucientes dientes, que resaltaban entre los gruesos labios casi de color marrón. Si las sensaciones eran negativas aquel rescoldo salvaje de sus ojos parecía contraerse, hasta apagarse. Entonces le miraban a uno como espectros en vez de ojos. Y sabido es que si esto sucede, repetidas veces, uno corre el riesgo de terminar exiliado, del lado de las sombras.

Por estas, entre otras razones, cuando el padre ordenó a Diego que acompañase al Zahorí, bien temprano en la mañana, para transportar el instrumental necesario en el desempeño de sus tareas, trató de desembarazarse balbuceando inconexas excusas, a pesar del respeto del que se investía el padre en esas ocasiones. Claro que después de haber sido expulsado temporalmente de la escuela por haber marcado rabiosamente sus dientes en la mejilla del hijo del Señor Alcalde, no había excusa válida para el escaqueo. Cada mañana, bien temprano, partía junto con el zahorí, a examinar concienzudamente las tierras que estaban del otro lado del Río Seco.
El pozo que utilizaban para regar las huertas y los pastos que producían el alimento del ganado, parecía a punto de exhalar su último y húmedo aliento. Aquel era un territorio agreste. Los campos de color parduzco semejaban repeler el agua de la lluvia, que nada más caer parecía evaporarse, en vez de filtrarse, y nutrir aquella tierra que permanecía tan agrietada y árida como habitualmente. Diego pensaba que era impermeable. Cuando la observaba presentaba el mismo aspecto que la piel de los lagartos.

Durante los primeros días todas las horas resultaron estériles e improductivas, tanto como aquellos campos sedientos. Diego se dedicaba a seguir al Zahorí, quien sosteniendo una vara metálica, analizaba cada centímetro de suelo, en silencio y transido, como escuchando los signos de un lenguaje oculto y desconocido. Sólo en las ocasiones en que los pasos de Diego se elevaban, torpes y audibles sobre el silencio -que parecía indispensable para la comunión entre el Zahorí y las ondas electromagnéticas-este se volvía a mirarle, con aquellos ojos en los que los rescoldos semejaban carbunclos. En esos momentos Diego se quedaba inmóvil, como atravesado por la mirada petrificadora de Medusa.

De vez en cuando el Zahorí parecía advertir una anomalía, como una rugosidad en el aire, y podía ver como acariciaba su lomo invisible con la mano, y entonces le pedía que sacara un nuevo instrumento de su bolsa. Se trataba de un extraño péndulo dorado, que sostenía en el aire, durante varios minutos, que a veces circundaban la hora. Pasado un tiempo que sólo el Zahorí sabía determinar, los rescoldos de sus ojos parecían apagarse, y entonces Diego procuraba apartarse de su vista, no fuera ser que aquellos ojos sin luz acabaran por condenarle definitivamente a las sombras.

Todo continuó de este modo, sin apenas ningún cambio aparente, y sin que la ansiada veta de agua asomara, hasta el día en que Diego presenció el encuentro del Zahorí con la prima Julia.

La prima Julia casó joven. Y enviudó, joven también, a los pocos meses de haber casado. El marido murió en el frente. Y a la prima Julia la vistieron con un sudario-al menos eso es lo que había sentido la madre de Diego al verla tornar sus ropas habituales por aquellas que únicamente se veían, en ocasiones, cubriendo los cuerpos de las mujeres más ancianas del pueblo- negro, de luto. Aun así era bella, con aquel rostro pálido, casi etéreo, resaltando entre la fúnebre vestimenta. Aquella tristeza que conmovía, que la convertía ante los ojos de Diego en una virgen, en una mártir, no conseguía oscurecerle el rostro. Como si en ella estuvieran bien delimitadas las zonas de sombra de las zonas de luz. En la inocencia de sus doce años, la prima Julia encarnaba para Diego todo lo divino, venerable y milagroso que hay en la mujer con la que descubrimos el primer y silencioso amor.

La prima Julia salía todas las noches, hasta bien entrada la madrugada. Todo el mundo sabía que iba a rezar a la tumba del marido muerto. Por eso a Diego no le extrañaba escuchar el sonido de la puerta abriéndose, en la habitación contigua a la suya. Sólo con el tiempo comenzaron a distraer sus pensamientos aquellas ausencias, al percatarse de que cada día eran más prolongadas.

En una ocasión se despertó en medio de la noche. Algo entrevisto en el propio sueño le había perturbado. Volvió la vista hacia la ventana y contempló la pequeña casa en la que vivía el Zahorí-casa que en tiempos más prósperos había sido asignada al servicio, pero que en la actualidad, al estar vacía, era ocupada por eventuales huéspedes-durante el tiempo que durase la estadía con su familia. Aunque era muy tarde, a través de los cristales podía ver el siniestro resplandor que arrojaban la luz de varios candiles encendidos en la habitación donde sabía que dormía el Zahorí, pues el mismo iba allí cada mañana a recoger la bolsa con los aparejos. Se precipitó fuera del lecho y tanteó en la oscuridad en busca de sus zapatos. Preso de un impulso febril bajó las escaleras y salió de la casa, procurando no despertar a los durmientes de las habitaciones vecinas. Una vez fuera se dirigió hacia la casa del Zahorí. Era una noche calurosa, y como aquella casa solía caldearse excesivamente, la puerta principal, o por descuido o para dejar que penetrara el fresco de la noche, estaba entornada. Diego no dudó en mirar a través de ella. Lo que vio, en un primer momento, le hizo retroceder. Pero a continuación su curiosidad se sobrepuso a su sorpresa. En el lecho iluminado por multitud de velas encendidas a su alrededor, recostada, se hallaba una mujer desnuda, cuya blanca piel refulgía como la luna, en cuyo resplandor virginal e inmaculado pudo reconocer los inconfundibles rasgos de la prima Julia. Incorporado, junto a ella, vio el cuerpo oscuro y elástico del zahorí, también desnudo, sosteniendo el péndulo dorado que tan bien conocía, a cierta distancia del vientre sinuoso de su prima. Diego se quedó observando un rato el péndulo oscilante sobre aquella piel que ahora lucía dorada, como contaminada por el brillo del metal. Al instante siguiente sintió una punzada de emoción en el pecho, y al alzar el rostro pudo ver los ojos del Zahorí clavados en su rostro. Pero enseguida éste se volvió, pareciendo relegarlo al olvido más absoluto. El péndulo en continuo movimiento, iba descendiendo lentamente. El cuerpo de la prima Julia estaba inquieto, y por momentos daba la sensación de debatirse en espasmos. Si no fuera porque estaba embargado de miedo, hubiese traspasado el umbral y se habría arrojado sobre el Zahorí, para impedir que continuase con lo que fuera que estaba haciendo. Sin embargo, en un momento en el que un movimiento del Zahorí puso a su alcance la visión del bello rostro de su prima, le sorprendió ver una expresión de éxtasis que le era desconocida en ella. Tal vez aquello que estaba ocurriendo ante sus ojos no era malo, pensó. El movimiento del péndulo comenzó a ralentizarse, y por fin, se paró sobre el lugar donde Diego intuía que estaba el sexo velludo de la prima Julia. El Zahorí murmuró algo de lo que Diego apenas logró entender las palabras “sed” y “agua”. Y sin más sumergió la cabeza en esa grieta tan desconocida y misteriosa para él, de la que en algunas ocasiones hablaba a hurtadillas y entre risas con los compañeros de escuela. Las manos negras del Zahorí sujetaban las piernas separadas de la prima Julia, que parecían erguirse como los dos pilares de un puente, o como el umbral de una puerta nunca antes franqueada. Y por un momento pensó que estaba presenciando un combate, o un ritual de canibalismo, en el que la oscuridad vencedora parecía arrojarse sobre la luz para engullirla. O quizás fuera al revés, se dijo…

Al día siguiente, cuando bien temprano tuvo que emprender el largo camino hacia sus tierras, junto con el Zahorí, todavía tenía prendidas en las retinas las imágenes hurtadas a la noche. Iba cabizbajo, avergonzado por lo que había presenciado, y temeroso de las represalias que el Zahorí pudiera tomarse. Cuando ya les separaba una cierta distancia de la casa, éste-cosa poco habitual en él- entabló conversación.

-¿Sabes muchacho? En este mundo no existe nada más parecido a la madre tierra, tanto en sustancia como en materia, como el espíritu y el cuerpo de una mujer.... Por eso la mujer, entre todas las criaturas debería ser venerada. Sin embargo el hombre, y sus miedos, han tenido la necesidad de dominarlas a ambas. Ha talado sus bosques y arrasado sus montes. Ha construido diques y presas. Le ha comido terreno al mar para construir sus ciudades, sus casas, sus caminos…Todo esto lo ha hecho tanto con la mujer como con la madre tierra. ¿Entiendes?- le preguntó, y esta vez sus ojos tenían de nuevo aquel resplandor vivaz y llameante.

-Sí-dijo titubeante-creo…

-Lo que los hombres ignoran, en ese afán supremo de dominación es que, así como en la tierra, lo más bello y estimable de una mujer no está solamente en la superficie. En el cuerpo de una mujer, lo mismo que en las distintas capas de la tierra, existen corrientes subterráneas, manantiales escondidos, y un núcleo hirviente en estado líquido. La mayoría de los hombres, debido a sus miedos, y sus torpezas, desconocen cómo han de hacer para llegar a la fuente. Lo mismo que permanecen ciegos y sordos a los sonidos y cambios en la superficie de la tierra, y necesitan al zahorí para hacer brotar sus pozos. Pero el zahorí no es un ser extraordinario, esos son supersticiones de viejos…. Solamente heredó los ojos y los oídos que tuvieron los primeros hombres. Es conocedor del secreto que hace aflorar el agua de las entrañas de la tierra, y el manantial fecundo escondido en el cuerpo de una mujer. Y de esta última fuente, créeme, brota la más dulce y sabrosa de todas las aguas. La única que calma la más torturante e infranqueable de todas las sedes.

Después le explicó que existían mujeres como su prima Julia en las que las circunstancias de la vida provocaban el enfriamiento del núcleo, hasta casi su solidificación. Si esta situación se prolongaba demasiado en el tiempo, corrían el riesgo de agrietarse y volverse tan yermas como aquellas tierras que tenían alrededor. Aquello era una auténtica tragedia. Como una fuente que se seca, o como el inerme cauce sin agua del Río Seco. Por eso era importante que los hombres aprendieran a escuchar, y a ver…

Y una vez dicho esto, recuperó su estado de mutismo habitual.

A partir de aquel día, Diego observó las andanzas del zahorí con otros ojos. Ya no le resultaba aburrido ni monótono el día. Aquel hombre era poseedor de una sabiduría que no era conocida ni por su padre, ni por su tío, y casi se atrevía a decir, que por ningún otro hombre del pueblo. Porque no conocía mujer en la que hubiese tenido lugar una transformación tan evidente como la de la prima Julia. Tanto que él no entendía como aquella podía pasar inadvertida para el resto. Pero para él cada día era más obvio que aquellos ojos que le rodeaban se habían cansado de ver, y aquellos oídos se habían cansado de escuchar. Los únicos ojos que parecían mirar las cosas, eran los ojos del Zahorí, por eso quizás a veces refulgían como carbunclos, y otras parecían apagarse.

Aunque no todas las noches, sí que en bastantes ocasiones volvió a la pequeña casa del Zahorí, y observaba el del péndulo y otros misteriosos rituales desde la puerta-así como durante el día observaba al Zahorí en su búsqueda de las corrientes internas de la tierra-, que curiosamente siempre estaba entornada.

Así transcurrió el tiempo, hasta que un día, mientras el Zahorí manipulaba el péndulo sobre la tierra-y Diego fantaseaba con aquella visión del metal dorado contaminando con su dorado resplandor la blanca piel desnuda de la prima Julia-, sorprendió una mirada que nunca antes había visto iluminar sus ojos. Fue un destello muy breve, de satisfacción y de júbilo. Pero al momento pudo entrever una pequeña sombra que acabó por apagarlos.

Al día siguiente comenzaron las tareas de extracción, y en breve el pozo estuvo funcionando. Por supuesto el Zahorí no había errado, y venía bien surtido de agua.

Diego lamentó la partida del Zahorí. Por él, porque se había habituado a los días silenciosos y serenos, transcurridos calzándose las huellas de aquel hombre de piel oscura, que a veces parecía preservar la calma que conceden siglos de vida, para de noche convertirse en torbellino indisciplinado en aras de otro cuerpo. Y sobre todo lo lamentó por la desaparición de la prima Julia.
La noche del día en el que el Zahorí se marchó a continuar con su labor en tierras lejanas-tierras que Diego se propuso secretamente conquistar en un futuro-la prima Julia salió a dar uno de sus habituales paseos en la oscuridad, para no volver. Diego, como ocurría habitualmente, escuchó el sonido de la puerta de la habitación contigua al abrirse, y una nueva emoción, distinta a la que le embargaba en los últimos tiempos cada vez que escuchaba aquel sonido, se abrió paso en su pecho. Y aunque estuvo toda la noche despierto espiando los pasos de regreso, desde el primer momento supo que ya no la vería de nuevo.

Jamás llegó a averiguar si la prima Julia se había ido tras el Zahorí. Algo le decía que no. Que aquel manantial tanto tiempo dormido en el interior de su ser, y que el Zahorí había despertado, finalmente se habría encabritado, llevándola muy lejos. Y si en algún punto del camino compartió cauce con el Zahorí, ni aquel mismo podría dominar aquel caudal de aguas desbordadas.

Aquel año, al regresar a la escuela, vino un hombre de la universidad a darles una charla sobre orientación laboral. Parecía un hombre sabio, de grandilocuentes argumentos, pero este no supo que contestar cuando Diego, alzando la mano, preguntó si para ser zahorí había de estudiar una carrera de ciencias o una de letras….

15 comentarios:

Darío dijo...

Monumental. Creo que llegué a estar en el lugar de Diego, y la visión que recibí, como una iluminación es, sin duda, XXX.
Después de eso, claro, yo también hubiese querido ser zahorí. Más allá de la preciosa metáfora, hay manantiales interiores por descubrir, infinitos...

Darío dijo...

La dedicatoria, claro, insoslayable. Gracias!

vera eikon dijo...

Supongo que lo que le sucede a Diego es un muy sugestivo rito de iniciación. Observando y escuchando se pueden llegar a aprender muchas cosas. Quizás debieran impartir esa asignatura en las escuelas...O no, porque afortunadamente muchas mujeres ya se han liberado de tantos prejuicios en cuanto al sexo, que son ellas mismas las que pueden convertir a simples hombres en "zahoríes". Ahora es la mujer (las mujeres) quien establece las maneras de sus amantes.
Y en cuanto a la dedicatoria, es de recibo...Si no hubieras escrito ese poema, yo no habría escrito mi cuento. Así que gracias a ti también..
Besito

Errata y errata dijo...

Como se dice por el Sur: "la rompiste, nena". Si bien ya no creo mucho en eso de que las mujeres somos más sensibles que los hombres y todo eso, el cuento es FASCINANTE. Hay frases que son para sacarse el sombrero como "Después le explicó que existían mujeres como su prima Julia en las que las circunstancias de la vida provocaban el enfriamiento del núcleo, hasta casi su solidificación" (por algo será que reparé en esta frase más que en cualquier otra pero haz el favor de no decir nada al respecto...)
Beso, esta vez, admirado.

Darío dijo...

Ahora no quiero ser zahorí...

vera eikon dijo...

Quizás tiendo a mitificar, Maia. Sobre todo con respecto a la mujer. Me gusta inventarme puntos de vista masculinos, en los que la mujer encarne para el hombre los misterios de la naturaleza, la tierra, la luna.... Está claro, yo soy mujer y no me siento nada del otro jueves(Je)Pero sí pienso que en cuanto a la sensibilidad femenina nos quedan más secretos que descubrir, y mucho camino por andar. Algo que es producto innegable de la época de represión anterior. Pero pienso que en ese viaje que implica soltarse las amarras que suponen los tabúes que arrastramos, creo que ganamos todos. Sea hombre-mujer, mujer-mujer, hombre-hombre, y cualquier clase de binomio, o trinomio o polinomio (estas palabras creo que me las voy inventando sobre la marcha).Todos podrán descubrir nuevas sensibilidades...
Gracias por tus palabras. La verdad es que no estaba nada segura de este relato que escribí con los ojos llenitos de sueño.
Un biquiño

vera eikon dijo...

Darío, supongo que no se trata de una cuestión de querer...
Beso

Darío dijo...

Sino de poder, claro...

vera eikon dijo...

O de capacidad...

çç dijo...

Te he leído embriagado al son de ese manantial de palabras y esta canción que sirvió de banda sonora a su magistral partitura ..(http://www.youtube.com/watch?v=tRl3VQQ0GUA&NR=1)
es notorio que estamos impregnados de elementos como la tierra, esa frágil memoria, como el agua, ese inasible presente... Quiero confesar que yo siempre vivo los personajes de breve aparición, me identifico con ellos a saber porqué, tal vez porque definen al resto. Tanto el hombre como la mujer estará en este mundo un suspiro, este mundo que es el de Julia, a veces seco y otras en un solidario manantial refrescante le dejamos, la puerta abierta. Seamos sensibles y no sequemos la tierra.

anamaría hurtado dijo...

Delicioso relato, Vera!!La atmósfera es mágica.
La idea de la iniciación sexual de Diego está inscrita en el misterio de ambos sexos,él se asoma embelesado a lo oculto,a lo deseado del cuerpo femenino , a la vez que el Zahorí es el misterio de lo masculino, el que busca... Por lo general se resalta el misterio femenino, dejando de lado que también lo masculino es misterioso y sagrado , como parte de la misma naturaleza: Invitas a descubrir manantiales, oquedades, corrientes subterráneas, péndulos dorados,tormentas del desierto...
El final es estupendo

un gran abrazo y "bicos"(linda expresión)
anamaría

vera eikon dijo...

Daniel, se nota que estás enfrascado en esa dulce tarea de descubrir nuevos manantiales....Me alegro por ti hermano. Besos

vera eikon dijo...

Gracias Ana, como dije anteriormente, en un principio no me sentía muy segura del resultado, pero en estes momentos creo que este cuento habla de cosas muy hermosas. Es curioso, porque como casi de manera inmediata le puse un poema encima, la gente parece no haber reparado en él. No sé quizás se deba a lo extenso del cuento. Pero pienso que se puede sacar algo más positivo del cuento, que del poema...Me encantan tus comentarios. Y tienes mucha razón, lo masculino es muy, muy misterioso. De esos misterios que nunca terminaremos de desentrañar....
Unha gran aperta e bicos (traducción literal al gallego de tu despedida)

anamaría hurtado dijo...

¡qué bello el gallego! el abrazo "aperta" es ser una puerta que se abre al otro, al abrazado, apertado! qué lindura!!!!traspasar el umbral con el cariño, los "bicos" se me vienen como pequeños pájaros que vienen de la boca y van hacia la boca,qué dulzura la sonoridad
me declaro admiradora de la lengua gallega..

biquitos ( disculpa la transgresión sincrética)

vera eikon dijo...

Ay, Ana..nunca lo había pensado. Esa simbología abrazo=apertura. Qué bien que me hayas abierto los ojos!!! El gallego es un idioma muy oscurecido por la historia, un poco de andar por casa (la política, ya sabes...). Pero quizás por eso mismo me parece que está un poco más del lado de las cosas, porque nunca se ha visto embutido por los corsés. Es una lengua sonora, y melódica. A veces me digo que el español es mi lengua paterna, pero el gallego es mi lengua materna...
Bicos dos meus beizos