Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


viernes, 30 de septiembre de 2011

PRIMAVERA,VERANO, OTOÑO, INVIERNO....Y PRIMAVERA


Imagen de la película de Kim ki-duk de la que tomé prestado el título




PRIMAVERA


Llené mi cuenco con el primer verdor
y en él
fuiste el viento cálido
que engendra la anémona



VERANO


Desmigas mi corazón
“mequierenomequiere”
Shhhhhhhhh
Aguardamos con los pies descalzos en una plegaria
Silencio
Rompe la ola del beso
en espuma violenta
sobre la arena de nuestras bocas
A su compás
bailan los columpios en los parques
marejadas de niños se elevan hacia el sol
piececitos violetas lo bombardean de patadas
inofensivas
y de juguete
Se desternillan los zapatos
con los cordones sin atar
 




OTOÑO

El otoño se desliza por las estrías de la hoja
Estremecimiento en la espina dorsal
Las ropas caen
Nos ponemos las pieles del revés
Bosques sin pudor
nos descosemos el uno al otro
las costuras





INVIERNO


Calcetamos un par de alas para que el amor vuele
y regrese a nosotros en copos de nieve




Y....PRIMAVERA


Tú y yo
nos amamos con el zumbido de la abeja
Es tiempo de amor
Es tiempo de milagro




jueves, 29 de septiembre de 2011

O CARBALLO COME PEDRAS(versión en español)








Muchos años atrás, cuando la Isla de Cortegada no estaba tapizada de verde y de laurel. Cuando aún no habían llegado los hombres a construir sus casas para años más tarde abandonarlas. Y sólo el cielo observaba como ésta se dejaba acunar, mansa, en el regazo del Atlántico, quien le susurraba una nana. En esos tiempos-como decía-justo en el corazón de la isla, un solitario roble recitaba sus  penas tanto hacia el sol como hacia la luna.


Ay! de mí que estoy sólo

y tengo ojos

para ver

enfrente de mí

al pueblo de Carril

rebosante de árboles

rebosante de pájaros

rebosante de gentes

Y tengo orejas para escuchar

sus  risas

sus cantos

Pero tengo raíces

en vez de pies

Y tengo ramas

en vez de brazos

Para nadar esa distancia

que nos separa

Tan cerca

Tan lejos

Ay, ay!!!

Y pasaron décadas de afilar el tiempo en soledad. Mugiendo una tristeza que le arrancaba escalofríos a las piedras, mientras las noches eran más oscuras, porque las estrellas se negaban a asomarse, heridas de pena. Y cuando lo hacían sus lágrimas resbalaban por las mejillas del cielo, semejantes a perseidas. Incluso la luna decidió ponerse de espaldas y por primera vez nos mostró su cara oculta. Aunque en la tierra los hombres embotados en sus cosas parecían no darse de cuenta, porque cierto es que, a pesar de tanta mistificación, los hombres muy de vez en cuando se paran a mirar el rostro de la luna.

Llegó un día en el que las rocas-por cuyas espaldas, como ya dijimos, se deslizaban escalofríos de tanto escuchar los lamentos del roble-decidieron acercarse hasta él, para preguntarle el motivo de su pena, darle lo pésame y otras formalidades sociales. Porque, como toda la naturaleza sabe, las piedras disfrutan de observar la cortesía, y la única ley de urbanidad para la que están ciegas es aquella de apartarse del camino cuando alguien pasa. Pero eso ya son cosas de la Sra Gravedad.


El caso es que las piedras se acercaron al roble, cuidadosas, y en fila india. Iban encabezadas por la más longeva, quien, debido a una ley no escrita pero por todas acatada, se erigió en portavoz.

-¿Qué le ocurre estimado vecino, que desde el lugar que ocupamos, y a pesar de nuestra discreción natural, no podemos evitar escuchar sus lamentos?

-Estoy solo…. (suspiro. Suspiro. Suspiro….)

-Eso no es así. Estamos nosotras que contamos mucho más de dos docenas.

-Pero- anteponiendo todos mis respetos-, no sois otra cosa que piedras y como tal siempre estáis tan impertérritas y calladas, que casi me muero del susto cuando os habéis acercado. No puedes ni imaginar con que fuerza me latió el corazón cuando me percaté de que abrías la boca para saludarme.

-De acuerdo, se puede decir que generalmente no estamos muy activas, pero es que vivimos tantos años que nuestro ritmo vital y muy, muy, muy leeeento-dijo la piedra con su voz cavernosa-. Sólo en contadas ocasiones, si lo decidimos, podemos igualar nuestro ritmo a vuestro ritmo de seres mortales…. Pero, también están las olas del mar que cuando se sienten felices se pasan el día saltando y dibujando volteretas. Saludando con esos hermosos paños blancos de espuma. No me digas que no escuchas sus risas infantiles, como migas de pan señalando el camino para volver a casa. Y sus cánticos salados que le sonrojan las mejillas hasta la mismísima luna.

-Pero sólo se divierten entre ellas y ni siquiera se dignan a acercarse hasta aquí para refrescar mis ramas en su piel efervescente. Que bajo el sol del verano tendrían el cielo ganado se lo hubiesen hecho. Y pienso que esto que no sería poca cosa porque para mí que esas ya le vendieron su alma al diablo en cambio de tanta desvergonzada belleza.

-Están los peces del mar

- Pero los peces pasan el día rebuznando

-Creo que anda errado, vecino…

-No, no. Que tengo razón

-Bien duro de mollera es este roble- pensó el parlamentario-Y luego hablan de las piedras….

-Están las estrellas del cielo

-Pero no saben cantar

-Y la luna…

-Se pasa la noche mirándose en el mar como sí fuera un espejo. Menuda narcisista!!!!

-¿Y el sol?

-Está todo el día peinándose


-Permítame decirle que es usted un poco exigente estimado vecino


- Tampoco pido tanto….Sólo quiero escuchar las risas del viento carcajeándose entre las hojas de otros árboles. Y el canto de los pájaros alzándose desde el escenario de las ramas de mis vecinos. Que mi sombra se encuentre a lo largo del día con la sombra de otros robles, y se besen en los labios, y se atusen los bigotes. Que las hojas de otros árboles, próximos a mí, si conviertan en un refugio bien fresco para los días de la canícula. Que los rayos del sol se reflejen en las gotas de rocío sobre las hojas de millares de árboles, y se eleven hacia el cielo como un cántico de sirenas matutinas….

-¡Basta, basta!, exclamó la piedra. Creo que ya le entiendo. Supongo que la superficie de esta isla parecería una calvorota si la observáramos desde más altura, pero nosotras, como padecemos de vértigo, vivimos a ras del suelo.


-Y que voy a hacer entonces (lamento. …lamento….) Viviré lustros, décadas, siglos y siempre soloooooo. Casi sería mejor que me partiera un relámpago


-No dramatice vecino. La cosa es bien sencilla


-¿?


-Chicas, deliberemos-dijo la piedra que de entre todas llevaba la batuta


Y las piedras se apertaron, con las cabezas juntas y gachas, y los brazos por encima de los hombros de las otras. Y de esta guisa comenzaron a murmurar…. Después de un tiempo asomó la cabeza de la piedra que se había erigido en portavoz, y, desmigándose del grupo, se acercó al roble.

-Su problema es de bien fácil solución para nosotras. Y como somos muchas y la mayor parte ya vivimos montones de años como piedras, no nos importa sacrificarnos para que sea un poquito más feliz.

-Perdone vecino, pero no le entiendo..

-No hace falta. Déjelo en nuestras manos. Sólo tiene que hacer lo que yo le diga. Pero debe saber una cosa. Acerque su oreja que no quiero que me escuchen el mar, ni los peces.

El roble cogió la piedra entre sus manos y la arrimó a su oreja. Del diálogo que tuvieron sólo podemos transcribir una última frase que no sabemos de qué modo apareció en la Isla de Pascua, escrita en una hoja, que tras procurarle una indigestión, fue vomitada por una botella. “Las piedras no somos lo que semejamos, shhhhhhhh”


Y- suponemos que siguiendo las instrucciones de la piedra- el roble la tomó y la metió en su boca, para luego escupirla unos metros, hacia el este, dibujando un parábola de trapecista. Al posarse la piedra, como era de suponer, prorrumpió en un golpe seco contra al suelo, para en seguida ponerse a temblar, como si padeciera el baile de san vito. En el instante siguiente la piedra comenzó a crecer, mudando los colores de su piel. Comenzaron a brotarle numerosos brazos que en realidad no eran brazos sino ramas, en las que pronto comenzaron a brotar unas hojas verdes y hermosas, palpitantes de vida.


El roble prorrumpió en aclamaciones de entusiasmo, y en seguida cogió otra de las piedras que se amontonaban con las manos levantadas de voluntarias, gritando: A mí, a mí!!. Metió otra en la boca y la escupió. Al instante un pajarito dorado salió volando para posarse en el árbol vecino y comenzar a cantar. La siguiente vez una víbora se deslizó por su garganta, para asomar luego por la boca con dos ojos como carbunclos. Para luego bajar por  el tronco del roble haciéndole unas cosquillas que se moría de la risa.

Y así surgieron los laureles, las alfombras de hierba, los tréboles de cuatro hojas y los cojos. Las corrientes de aire se deslizaban por los labios de los árboles como se fueran armónicas, surgiendo de ellas lo mismo sonido hechizante, tanto que las víboras se pusieron a bailar colgadas de los árboles con la cabeza para abajo. E innumerables milagros que hicieron de la Isla de Cortegada la eclosión que actualmente es.


Suponemos que el Carballo es hoy feliz con todos esos seres queridos alrededor suyo. También suponemos-y con esto no queremos lo reprenderle- que es un árbol insaciable. Porque, aún hoy en día, podemos verlo con un par de piedras metidas en su boca. No podemos evitar preguntarnos qué nuevo milagro tendrá lugar. Árbol, ciempiés, mariposa, tojo, gaviota, colibrí….Sólo el tiempo tiene la palabra. Lamentablemente nosotros nunca lo sabremos. No podemos olvidar que el ritmo vital de los árboles y de las piedras no se rige por los mismos parámetros que el de las personas. Es mucho más leeeeeento


CICLO DE LA LLUVIA

Imagen: Sophie Thouvenin




Precipitaciones

Llueve, y en cada una de esas gotas el cielo se suicida.
El cuerpo calado, violado de lluvia.
Poblada de pequeños edenes, en cada uno vuela un ángel iridiscente
que ya nunca se ganará sus alas




Evaporación


Me desnudas la ropa mojada
como a una niña
me frotas con la toalla y el pelo en torbellino
lo mismo que mamá tras el baño de los sábados
Y de igual modo, yo me dejo hacer
Huelo a castañas asadas,  la goma de mis katiuskas
De repente el mundo es fácil
un pez en la red de nuestro abrazo




Condensación


Apuntalar la noche caída
con nuestros cuerpos
Amordazar al viento insilenciable
Desorientar la penumbra con la luz de una caricia
Almacenar en nuestras pieles
palabras que emulen a los pájaros
y luego
echarlas a volar








Triste se puso la lluvia
al ver tantos paraguas…



miércoles, 28 de septiembre de 2011

GOTEO






Nudillos de agua apremian el cristal de esta noche
corro hacia ti manchada de deseo





Ven a mí como lluvia de verano
y vete
Olvidado sobre mi cuerpo
olor a tierra mojada





Vísteme de agua
Resbala sobre mi piel una y otra vez
Y luego dejémonos secar al sol






Fui lluvia sobre ti
y en la tierra caliza de tu cuerpo
germinó una flor blanca





Llenémonos como copas hasta arriba
Y luego
el uno contra el otro
brindemos




O CARBALLO COME PEDRAS

Illa de Cortegada (Carril. Ría de Arousa)





Ayer cuando bajaba del trabajo el mar estaba hermoso y calmo, abrazando con dulzura a Cortegada. Aunque soy la peor fotógrafa que existe, no pude evitar hacer unas tomas, que apenas revelan la belleza concretándose en el instante. Recordé entonces uno de mis primeros cuentos, que escribí en gallego, hará cosa de año y medio. La culpable de todo fue mi amiga Bego, que tenía que trabaja como guía en las visitas a la isla. Un viernes noche, ante una copa de vino, me contó que tenía que prepararse una historia para los niños, acerca de un carballo que se situa en el centro de la isla y que tiene como dos piedras atravesadas en una hoquedad que parece una boca, por la que ella lo llamó "o carballo come pedras". Estuvimos charlando un rato acerca de esto, y al día siguiente, al levantarme, me encaminé furibunda hacia el ordenador, para escribir esta historia. Bego me cautivó cuando me dio a conocer la versión de la misma que comenzó a contarle a los niños. Siento que muchos no podáis entenderla. A ver si me animo con una traducción. 






A Bego







Moitos anos atrás, cando a Illa de Cortegada non estaba tapizada de verde e de loureiro. Cando aínda non chegaran os homes a construir as súas casas para anos máis tarde abandoalas. E só o ceo observaba como ésta se deixaba arrolar, mansiña, no colo do Atlántico, quen lle rumoreaba unha cantiga de berce. Neses tempos-dicíamos-xusto no corazón da illa, un solitario carballo recitaba as suas penas tanto cara o sol como cara a lúa.

Ai! de min que estou só
e teño ollos
para ver
enfronte de min
ó pobo de Carril
cheíño de árbores
cheíño de páxaros
cheíño de xentes
E teño orellas para escoitar
as suas risas
os seus cantos
Mais teño raíces
en vez de pes
E teño ponlas
en vez de brazos
Para nadar esa distancia
que nos separa
Tan preto
Tan lonxe
Ai… ai!!!

E pasaron décadas de afiar o tempo en soidade. Muxindo unha tristura que lle arrancaba arrepíos ás pedras, mentres as noites escurecían, porque as estrelas negábanse a asomar, mancadas de pena. E cando o facían as súas bágoas escorregábanse polas meixelas do ceo, semellando perseidas. Ata a lúa decidiu poñerse de costas e por primeira vez amosounos a sua face oculta. Aínda que na terra os homes embotados nas suas cousas semellaron non darse de conta, porque o certo é que, a pesar de tanta mistificación, os homes moi de cando en vez míranlle o rostro a lúa.

Chegou un día no que as rocas-que como xa dixemos padecían arrepíos polas costas de tanto escoitar os lamentos do carballo-decidiron achegarse ata él para preguntarlle o motivo das suas penas, darlle o pésame e outras formalidades sociaís. Porque, como toda a natureza sabe, as pedras gozan de observar a cortesía e a única lei de urbanidade para a que están cegas e aquela de apartarse do camiño cando alguén pasa. Pero eso xa son cousas da Sra Gravidade.

O caso é que as pedras achegáronse ata o carballo, a modiño, e en fila india. Ían encabezadas pola máis lóngeva, quen, debido a unha lei non escrita pero por todas acatada, erixiuse en portavoz.

-¿Qué lle ocorre estimado veciño, que dende o lugar que ocupamos, e a pesar da nosa discreción natural, non somos quen de non escoitar os seus lamentos?

-Estou só….(suspiro. Suspiro. Suspiro….)

-Non tal. Estamos nos que contamos moito máis de duas ducias.

-Pero, antepoñendo todos os meus respetos, vos sodes pedras e sempre estades tan quediñas e caladas, que case morro do susto cando vos vin acercarvos. Non podes nin imaxinar cómo me latexou o corazón cando me decatei de que abrías a boca para saudarme.

-Dacordo, pode dicirse que xeralmente non estamos moi activas, pero é que vivimos tantos anos que o noso ritmo vital e moi, moi, moi leeeento-dixo a pedra coa sua voz cavernosa-. Só en contadas situacións, se o decidimos, podemos igualar o noso ritmo ao voso ritmo, seres mortais….. Pero, coido que tamén están as ondiñas do mar que cando están ledas se pasan o día brincando e dando volteretas. Saudando con eses fermosos panos brancos de escuma. Non me digas que non escoitas as suas risas infantís, como faragulliñas de pan sinalando o camino para voltar a casa. E os seus cánticos salgados que lle arrebolan as meixelas hata a mesmísima lúa.

-Pero só se divirten entre elas e nin sequera se dignan a achegarse por aquí para refrescar as miñas ponlas na sua pel efervescente. Que baixo o sol do veran terían o ceo gañado se o fixeran. E coido que non sería pouca cousa porque para mín que esas xa lle venderon a sua alma ó diaño en troco de tanta desvergoñada beleza

-Están os peixes do mar…

- Pero os peixes pasan o día rebuznando

-Creo que anda errado, veciño…

-Non, non. Que teño razón

“Ben duro de mollera é este carballo”, pensou o parlamentario. “E logo falan das pedras….”

-Están as estrelas de ceo

-Pero non saben cantar

-¿E a lúa?

-Pasa a noite mirándose no mar como si fora un espello. Miúda narcisista!!!!

-¿E o sol?

-Está todo o día peiteándose

-Permítame dicirlle que é vostede un pouco exixente estimado veciño
- Tampouco pido tanto…Só quero escoitar as risas do vento esmendrellándose entre as follas doutras árbores. E o canto dos paxaros erguéndose dende o escenario das ponlas dos meus vecinos. Que a miña sombra se atope ó largo do día ca sombra doutros carballos, e se biquen nos beizos, e se atusen os bigotes. Que as follas doutras árbores, pretiñas de mín, se convirtan nun refuxio fresquiño para os días da canícula. Que os raios do sol se reflictan contra as gotiñas de rocío nas follas de milleiros de árbores, e se eleven cara o ceo como un cántico de sereas matutinas. …..

-¡Basta, basta!, exclamou a pedra. Creo que xa lle entendo. Supoño que a superficie desta illa semellaría unha calvorota se a observáramos dende máis altura, pero nos, como temos vertixe, vivimos ao ras do chan.

-E que vou facer entón. (Lamento. Lamento…) Vivirei lustros, décadas, séculos e sempre soooooo. Case sería mellor que me partise un lóstrego

-Non dramatice veciño. A cousa é ben sinxela

-¿?

-Mozas, deliberemos-dixo a pedra que de entre todas levaba a batuta

E as pedras se apertaron, coas cabezas xuntas e gachas, e os brazos unhas por riba das costas das outras. E desta guisa comezaron a murmurar…. Logo dun tempo asomou a cabeza da pedra máis vella e, desmigándose do grupo, achegouse ó carballo.

-O seu problema é de ben doada solución para nos. E como somos moitas e a maior parte xa vivimos moreas de anos como pedras, non nos importa sacrificarnos por mor de que sexa un chisco máis feliz.

-Perdoe veciño, pero non lle entendo..

-Non fai falla. Deíxeo nas nosas máns. Só ten que facer o que eu lle diga. Pero debe saber unha cousa. Arrime a sua orella que non quero que me escoiten o mar, nin os peixes.
O carballo colleu a pedra entre as suas mans e arrimouna a sua orella. Do diálogo que tiveron só podemos transcribir unha última frase que non sabemos de que modo apareceu na Illa de Pascua, escrita nunha folla, que tras procurarlle unha indixestión, logo foi vomitada por unha botella. “As pedras non somos o que semellamos, shhhhhhhh”

E, supoñemos que seguindo as instruccións da pedra, o carballo colleuna e a meteu na sua boca, para logo cuspila uns metros, cara o leste, debuxando un parábola de trapecista. Ó pousarse a pedra, como era de supoñer, prorrumpiu nun golpe seco contra ó chan, para deseguido poñerse a tremer, como se padecerá o baile de san vito. No instante seguinte a pedra comezou a medrar, mudando de cores a sua pel. Comenzaron a brotarlle numerosos brazos que en realidade non eran brazos senon ponlas, onde pronto comezaron a brotar unhas follas verdes e fermosas, palpitantes de vida.

O carballo prorrumpiu en aclamacións de entusiasmo, e deseguido colleu outra das pedras que se amotoaban cas máns erguidas e voluntarias, gritando “¡a mín, a mín!”. Meteu outra na boca e cuspiuna. Ao instante un paxariño dourado saiu voando para pousarse na árbore veciña e comezar a cantar. Da seguinte vez e unha víbora deslizouse pola sua gorxa, para asomar logo pola boca con dous olliños como carbunclos. Para logo baixar polo tronco do carballo facéndolle unhas cóxegas que morría da risa.

E así xurdiron os loureiros, as alfombras de herbas, os treboliños de catro follas e os coxiños…As correntes de aire se deslizaban polos beizos das árbores como se foran armónicas, xurdindo delas o mesmo son enfeitizante, tanto que as víboras se puxeron a bailar colgadas nas ponlas ca cabeza para abaixo. E innumerables miragues que fixeron da illa de Cortegada a eclosión que actualmente é.

Supoñemos que o Carballo é hoxe feliz con todos eses seres queridos o seu arredor. Tamen supoñemos, e con isto non queremos repréndelo, que é unha árbore insaciable. Porque, ainda hoxe en día, podemos velo cun par de pedras metidas na sua boca. Non podemos evitar preguntarnos qué novo miragre terá lugar. Árbore, cempés, avelaiña, toxo, gaivota, colibrí….Só o tempo ten a palabra. Lamentablemente nos nunca o sabremos. Non podemos esquecer que o ritmo vital das árbores e das pedras non se rixe polos mesmos parámetros co das persoas. É moito máis leeeeeento



martes, 27 de septiembre de 2011

DESCONOZCO LA RAZÓN, PERO DE REPENTE TE EXTRAÑO





 A  J.N.D. (quien probablemente nunca lo lea...)


PALABRAS YESCA I

Él y yo solíamos deshojar palabras yesca, 
como quien interroga margaritas
Les prendíamos fuego y observábamos 
mientras se elevaban en el aire
ingrávidas 
majestuosas
hasta que la llama expiraba
y desgranaban nieve de volutas
en tirabuzón sobre nuestras cabezas
En la boca
aquel insoslayable sabor a humo








PALABRAS YESCA II

Ceremonial de palabras yesca
purificarse en el fuego del verso
y en cenizas levanta el vuelo el poema



lunes, 26 de septiembre de 2011

VUELOS


Imagen: Irina Kotova






Caminaré “pajarito” por tu vida
“eluctando” estrellas sobre la arena
con el andar candoroso del que tiene alas
Una telaraña de efervescente espuma
que efímera se evapora al sol

Tan solo al hacernos carne
ascenderé
alto
muy alto
hasta reducirme
a una estría del cielo
(y entre mis alas el diámetro del mundo)
Volaré sobre tu cabeza
en garabatos de ave rapaz
Y a mi descenso embestiré
en un vértigo de zarpas
Conquistando
hasta el último baluarte insurrecto de tu cuerpo

Me inscribiré sobre el lienzo de tu piel
en una ola embravecida de estrellas
que mucho han de tardar en arrancarte



viernes, 23 de septiembre de 2011

ORGASMOS I & II


 Imagen: Daria Endresen




 I

Mi piel
ola de asfódelos blancos
Te sumerges en ella
con la temeridad del suicida,
pierdes pie en el atolón que transcurre entre mis muslos

En la curvatura de mi espalda
se agitan alas de muerte
Mi sexo,
mortaja de  tu carne




                  II

Alquimia de los cuerpos,
somos grito
rasgando el vestido de la noche
Desnudez tiritando estrellas


jueves, 22 de septiembre de 2011

FANTASÍA SOBRE EL NIÑO JULIO CORTÁZAR










Allí, en el bosque donde los sauces lloran, existe un claro en el que las sonrisas infantiles se abren como crisálidas, y de los labios se desprenden mariposas de tenues alas doradas.  Es este un hermoso espectáculo que a los adultos les está vedado. Porque sólo la mirada infantil es capaz de percibir el brillo del polvo de oro que las mariposas esparcen en su vuelo, el cual les indica el sendero que deben seguir para llegar al claro del bosque.  Este es el lugar al que todos los niños van cuando juegan solos, y en él inventan canciones que conmemoran el estallido de la hoja al brotar en la rama, o conversan con los pájaros en el lenguaje del viento. Construyen cabañas de nubes, e imitan el barrunto del elefante. Sus palabras son los indescifrables trazos de un jeroglífico a los ojos de los adultos, quienes perciben como un misterio el motivo de aquellas risas solitarias. Porque desconocen que el niño en ese momento se encuentra jugando en el claro de las mariposas, junto a otros niños. Lugar en el que una vez estuvieron, pero que han olvidado. 

Hubo una vez un niño que nació en el umbral de una guerra. Una de dimensiones desconocidas hasta ese momento, y que pasó a ser conocida como “La Gran Guerra”. Cuando su madre se puso de parto  las bombas florecían en racimos sobre el cielo. El primer llanto del niño fue aplacado por el sonido de otra explosión. Una vez los atacantes dieron tregua, el polvo de los escombros se adhirió como una lámina de tristeza a las pupilas de los hombres, sin hacer distinciones de edad, ni sexo. Fue como si aquel bebé hubiese nacido con ojos de viejo. Y durante años vapores de sangre impidieron que los niños conservasen por mucho tiempo la mirada cristalina y eran pocos los que iban a jugar al Claro de las Mariposas. 

El niño de los ojos de viejo pronto viajó a un país ubicado en otro continente. En el colegio sus compañeros le hablaron del Claro de las Mariposas, pero, por mucho que lo intentaba, era incapaz de distinguir el polvo dorado que allí conduce, aunque éstas tienen la costumbre de sobrevolar las cabezas infantiles con el fin de atraerlas, incluso las de aquellos niños que no pueden distinguirlas. Comenzó a buscarlo en los libros, y no iba muy desencaminado, porque existen libros que, aunque escritos por adultos, sólo pueden tener su origen en la mirada del niño, como si el ojo todavía conservase ese espectro sensible, capaz de distinguir el hálito de la mariposa dorada, y que al llegar a la adolescencia se desvanece. Durante su infancia su salud fue delicada, por lo que dispuso de mucho tiempo para leer. Las mariposas revoloteaban entre las páginas de sus novelas de aventuras, de aquellos maravillosos  cuentos ilustrados que tenían la majestad del cofre de un tesoro. Pero él sólo era capaz de ver sus sombras sobre el papel, por lo que comenzó a imaginar la presencia de duendes y elfos, quienes tenían la gentileza de hacerle compañía durante su convalecencia. Y cuando por fin regresó a la escuela, ya no experimentó ansiedad al escuchar hablar del Claro de las Mariposas, porque jamás volvió a sentirse solo. Siempre presentía las sombras de aquellos seres fantásticos columpiándose a su alrededor. 

Cuando fue adulto, él también se dedicó a escribir, como aquellos otros autores a los que tanto  había admirado. Y un buen día, finalizando un libro de cuentos, vio como el tallo de tinta de una de sus palabras florecía, abriéndose en cuatro magníficos y temblorosos pétalos negros, en los que le pareció reconocer la familiar sombra de un duende. Sin embargo esta vez, ante sus ojos, comenzó a llenarse de un resplandor dorado. Como si en la más negra noche hubiese reventado el día. Y por fin el polvo de los escombros de una guerra que había estallado el mismo día de su nacimiento, se desprendió de sus pupilas. Desde aquel día un resplandor dorado adornó sus ojos, pues mucho había sido el polvo de mariposas que se había acumulado sobre ellos, durante los largos días de convalecencia y lecturas, cuando él creía disfrutar de la compañía de duendes y elfos. Su mirada centelleaba ante el tirabuzón del saxofón. Y brillaba con júbilo infantil mientras enfebrecido repartía panfletos durante el Mayo Francés. Y se admiraba con la credulidad del niño ante las palabras de aquellos que se habían erigido en sus faros en ese inmenso océano que es nuestra sociedad, tan sembrado de escollos ante ese barco llamado utopía, en cuyas velas soplan los vientos de aquellos que creen en un mundo mejor y más justo. Por eso los que lo conocían se asombraban de que a pesar de que era un gigante, a pesar de que pobló su rostro con una espesa barba negra, a pesar de que ya pasaba de los cincuenta años, la vitalidad y la niñez ardían en los ojos de ese hombre, que ante ellos no daba muestras de haber envejecido-pues es mucho el dominio que ejerce sobre nuestro aspecto la fuerza de nuestra mirada-.Y algunos comenzaron a llamarle Dorian Gray.

En toda su vida jamás dejó de escribir, siempre con aquellas mariposas doradas entre sus dedos. Por lo que aquel niño que nunca había conseguido llegar al claro del bosque donde los sauces lloran, se convirtió para millones de lectores en el sendero que conduce hasta él.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

ESCRITO CON LAS RAÍCES PODRIDAS...

Imagen: Marcela Bolívar






El día es un aliento helado en mi nuca. El suero de la vida gotea veneno en la sangre. De quién será esa mano que sumerge de nuevo mi cabeza bajo el agua, cuando ya el aire regocijaba mis pulmones. En el peso y en el grosor de sus dedos reconozco a aquella que una vez me expulsó de su útero. La que en los buenos tiempos cubrió el garabato de mis brazos, con chaquetitas de angora. Yo fui su primera muñeca de carne. Y como a tal, me peinaba los cabellos mimosos, y los recogía a un lado con sedosos lazos de color rosa. Yo me dejaba hacer, y apenas supe qué era llorar. Pero cuando lo hacía mis lágrimas eran silenciosas, íntimas. Cristal líquido y afónico sobre mis infantiles mejillas. El llanto se convirtió en mi más precioso secreto. Tan solo a la sacerdotisa-soledad me confesaba. Tan solo a ella le suplicaba un abrazo. Me recogía en un seno de mantas, y contaba peces flotando muertos, sobre las escamas de un río. Una vez descubrí como a través de ellos el diablo conducía a mi hermana pequeña hacia el infierno. E imploré y desgarré mis ropas de infancia a cambio de que la devolviera al regazo de mi madre, y consentí en ocupar su lugar. Desde aquel día comencé a buscar el rincón de las hadas en los lugares ocultos de mi cuerpo. El diablo apenas permitía que mis pies tocaran el suelo, aunque a mí me parecía obsceno no desgastar las suelas de mis zapatos. “Si me presento con las suelas impolutas parecerá que he pasado por la niñez de puntillas”, decía. Llenaba mi corazón de plomos que me anclaran al océano. Pero mi alma estaba condenada a la deriva, y al extravío. Los cabellos se me volvieron andrajos, y entre ellos el lacito rosa se sintió ridículo, y echó a volar. Mi madre se pintó los labios con un rouge rojo de decepción. Cuando sonreía yo le hacía reparar en que aquel color le manchaba los dientes. Aquélla era mi áspera venganza, pelusa de melocotón sobre mi lengua.  Las victorias frente a los que se ama dejan un regusto amargo,  a derrota y campos con los miembros mutilados. 
Las ubres del verso llenan el cuenco del poema con la leche amarga de una pregunta. Por qué justamente tu mano, madre….


martes, 20 de septiembre de 2011

EL ÁNGEL QUE NACIÓ CAÍDO

Imagen: Lilya Cornelli







La niña tenía un pájaro viviendo entre las paredes de su pecho. A veces, cuando la luna se extraviaba en su camino de regreso a la noche, o cuando la brizna de hierba le arrancaba su cuerpo mutilado a la tierra, el pájaro se ponía a revolotear en círculos, llenándole de cosquillas los pulmones. Pero un día, el pájaro extendió sus enormes alas negras, hasta que sobresalieron por sus costados. De tal manera que la niña adquirió el aspecto de un ángel caído, con sus infantiles rodillas magulladas. Entonces supo de la incomprensión y el miedo, no a la caída, sino al momento en el que uno ha de levantarse. Porque así era como su corazón interpretaba el lenguaje involuntario de aquellas alas negras, que no parecían querer aquietarse.

Ocurrió que vinieron unos niños y la ataron a un árbol. Quizás porque temían que, como Ícaro en su vuelo,  llegara tan alto que el sol incendiara sus alas. Y las cenizas sólo vuelan mientras las sostiene el viento, luego se caen, y se posan sobre las cosas. Y ellos no querían que la niña-ángel lloviese sobre el mundo. Porque podía ocurrir que, entre todas las flores, una amaneciese con sus pétalos negros, y a las demás se les diera por imitarla. Y aquello contravenía la obra de dios. Hubiesen preferido cortárselas, pero hablaron de una maldición para aquel que tocara sus plumas. No tuvieron compasión de sus lágrimas, pues eran incapaces de admirar el meandro de sal sobre sus mejillas. Y la niña gritó hasta que se halló sola. Llamó por su padre y por su madre. Clamó por aquel dios que nunca acudiría porque desconocía su nombre. Ella se habría excusado diciendo que uno no ha de conocer para amar. Que amar es un mero movimiento del corazón. Empieza y acaba, pero ella no sabía por qué. Lo mismo que el pájaro de su pecho daba círculos, porque no sabía hacer otra cosa, y así era feliz. Y una vez había escuchado a un hombre que decía “dios es amor”. Y ella ¿acaso ella no era amor? Y a cambio había recibido aquellas alas negras, que ¿por qué no decirlo? también amaba. 

Cuando llegó la noche la niña se puso a cantar. La luna la acompañaba porque igualmente desconocía el nombre de dios, y tuvo compasión de ella. Pero en el cielo las estrellas le parecían espectros. Y la niña comenzó a temblar. Porque no había ni paredes, ni techo que la protegiesen de la mirada escrutadora de las estrellas. Y sentía que ante aquellos ojos en su pecho se abriría una flor de pecado. Porque sus alas negras le susurraban que el miedo siempre engendra mal. Que el miedo construye cárceles, y cadalsos. El miedo inventa  ofensas que acaban en guerras, y en campos sembrados de cadáveres. Y  el miedo ata a las niñas con alas a los troncos de los árboles. Sólo porque los demás niños no saben volar. 

En la oscuridad, pronto distinguió dos puntos brillantes, fijos en ella. A punto estuvo de desmayarse, sino fuera porque el empuje de sus dos alas negras la sostenía. La silueta de un lobo negro se recortó de la sombra. Con sigilo se acercó a la niña. El lobo debió pensar que, ante aquella extrema palidez, la noche no era más que un marco, una excusa. Comenzó a olfatearla. Su suave lengua restañó la sangre de sus rodillas. La niña respiró aliviada porque imaginó que pronto iba a morir, y deseó que la muerte la arrancara por fin de aquel cautiverio-porque desde que tenía alas lo único que deseaba era volar y volar- y dejaría de sentir aquel dolor atroz de la cuerda-demasiado tensa-rasgando sus muñecas. Pero el lobo lo único que hizo fue observar detenidamente aquellas alas inquietas y enormes, agitándose en la espalda de la niña, y recostarse con el cuerpo en torno a ella, amurallando la noche, y el acecho de las estrellas. Por lo que la niña que era confiada, y estaba llena de amor, pronto sintió-porque la niña nada sabía. Ella se limitaba a sentir…-que ya no habría nada que temer. Y se quedó dormida, en la seguridad de aquel lobo en guardia.

La niña se despertó al amanecer. Aquellas alas tan inquietas le habían otorgado un sueño ligero. Y lo que vio le pareció un milagro, porque a medida que la luz se iba apropiando del mundo, los rasgos de un niño desposeían a aquel ser tendido ante  sus ojos, del pelaje y las facciones de lobo.  Cuando abrió los ojos, aquel niño que tenía la piel tan oscura como corresponde a todo un señor de la noche, se apresuró a liberar a la niña de sus sogas. En cuanto se sintieron libres, las alas se desplegaron y elevaron a la niña del suelo. Pero ésta las reprendió, y se arrojó en los brazos del niño-lobo. Era tal su palidez que pareció que había sido la nieve quien le había abrazado. Y a partir de ese instante la niña-ángel recorrió el mundo durante el día en compañía del niño, y durante la noche en compañía del lobo. Y aunque amaba volar, y de vez en cuando no podía evitar danzar sobre las copas de los árboles, también le gustaba caminar en compañía de su amigo. Y jamás pensó en ganarse un lugar en el cielo. Ni maldijo haber nacido ángel caído.

(DES)VARIACIONES SOBRE EL HOMBRE DEL SUEÑO


Imagen: Marcela Bolívar



En este Septiembre, aunque todavía soleado, la temperatura comienza a acompasarse con el otoño.  A la hora en la que el día se abre, un escalofrío recorre la espalda del mundo, y comienzo a tiritar bajo la ligera colcha. Tú, a punto de irte hacia el trabajo, vienes a despedirte con el beso de rutina. Y yo pienso que sin ese beso-tan de todos los días, tan automático, tan apenas labio-no podría vivir, al menos no contigo. Entonces trato de despejar mi cerebro, me sacudo los jirones de sueño que todavía sobrevuelan, y quiebro el silencio en el acto de pronunciar estas cinco palabras “que tengas un buen día”. Siempre las mismas. Palabras que nos colocan al uno al lado del otro, en un transitar de despedidas y reencuentros. De vernos esta noche, o quizás no. Porque disfrutamos de la compañía mutua, pero también disfrutamos de nuestro propio espacio. Y hoy, encogida bajo la colcha te he escuchado decir: ¿tienes frío? ¿quieres que vaya a por una manta? Y es tan fácil reconocerte en esas preguntas, tú, siempre tan pendiente de mí, cuando conmigo estás. Tú tan olvidado de mí en esa soledad que a veces te inventas…Te digo que no, y me finjo la fuerte. Te estás yendo, y cuando atravieses esa puerta me habrás dejado sola ante el amanecer y el frío, y no importará, porque bajo esta colcha, tan ligera, soy libre para ir en busca del Hombre del Sueño….

He llegado al bosque donde suelo esperarle. El bosque donde lo encontré por primera vez. La temperatura es fría, quizás porque estoy en la cama, desnuda bajo las sábanas, en la intemperie del amanecer. Pienso que es lógico que la hora en la que el día nace sea tan fría. Como si a él también lo hubiesen expulsado del útero, que es el tiempo. Un parto. Y se me ocurre que el orden es negrura, y la luminosidad sería un desorden, una alteración, como una grieta en la pared. Quizás, cuando nacen, los niños lloran porque por primera vez sienten la inmensa soledad del hombre. Antes todo era oscuridad y calor. Ahora todo es frío, y esa luz que ciega. El latido del corazón de la madre es una brújula. Cuando comienza a ser eco, uno se siente perdido, desgajado del todo. Pienso en una música que es latido, un poema como un enorme corazón.... En los brazos del hombre del sueño fui de nuevo uno con el todo. Fui su piel alrededor de mi cuerpo. Sus ojos ahogándose en los míos. Sus labios abriendo mi boca. El corazón desbocándose en su garganta. Mano-caricia-seno…de modo simultáneo.  Y en esa sensación desaparecieron las fronteras del ser, en un mero existir. Ambos en perfecta comunión. El cielo se estremeció sobre nuestras cabezas. Las hojas de los árboles se agitaban al ritmo frenético de nuestra sangre. El bosque no era más que una extensión de nuestros cuerpos, el aliento del uno enredándose en el otro. Y cada noche, cuando me acuesto hay una mujer en mí que corre a esperarle, a ese bosque. Aunque sé que él no ha de llegar. Porque desconoce cuál es el camino que lleva a mi  sueño. El camino que una vez supo andar. Le aguardo cantando una canción que no tiene melodía, ni sonido, destejiendo la armonía para que se parezca en lo posible al corazón de la madre. Los pétalos de una margarita se ahogan en un río. Lloro por las flores que mueren. Sonrío por las flores que nacen….

lunes, 19 de septiembre de 2011

GIROS


Girlflower: Lilya Corneli





I
Oigo pasos
Tu cuerpo goteando por la casa
Te sigo juguetona
metiéndome en los charcos
chapoteando el reflejo de tu sonrisa

II
Me arrancas la cordura
como un vestido de topos
Mi corazón de invierno toca a rebato
se quiebra su coraza de escarcha
comienza el deshielo
y lagrimean las nieves
Arpegio manos de primavera
sobre tu torso de hierba
(caricias florecen en margaritas)
Las escuelas abren sus puertas
los niños salen en manada
y en sus cometas al viento
vuelan cielos de verano
Mi boca es un nido de otoños
Los besos caen como hojas secas
Al tendernos sobre ellos
crujen

Trompeamos las estaciones
el uno enredado en el otro
giraquetegira

III
El preludio de una estrella
(la primera de esta noche)
cabecea en el borde
de tu chistera de mago
soplas
y asciende
le construyo una cornisa en mi sexo
y se aquieta
y titila

IV
Cuando me tomas
ángeles resbalan en el cielo
sabor a garrapiñadas en la boca



domingo, 18 de septiembre de 2011

SÉ MI NOCHE

Imagen: Cristina Francov


Sé mi noche
Transporta mi desnudez
en un enjambre de estrellas

(Suspiros
destejen
silencio)


Deslízate
sigiloso
como la sombra de un pájaro
Habré de seguirte
por tu rastro de plumas

Deshoja mi boca
Mi carne
Mi sexo
(Flor de lava)
Pétalo a pétalo
hasta la última capa
La que oculta el gineceo rosa

(Jadeos
sonrojan
silencio)


Sumérgete
en ese mar de estambres
Chapotea
Siémbralo de olas
Culmínalo en espumas

(Muere el silencio
al entrechocar de los sexos
que se baten)

Finalmente
sé poema
Negra tinta
sobre mi piel blanca