Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


jueves, 22 de septiembre de 2011

FANTASÍA SOBRE EL NIÑO JULIO CORTÁZAR










Allí, en el bosque donde los sauces lloran, existe un claro en el que las sonrisas infantiles se abren como crisálidas, y de los labios se desprenden mariposas de tenues alas doradas.  Es este un hermoso espectáculo que a los adultos les está vedado. Porque sólo la mirada infantil es capaz de percibir el brillo del polvo de oro que las mariposas esparcen en su vuelo, el cual les indica el sendero que deben seguir para llegar al claro del bosque.  Este es el lugar al que todos los niños van cuando juegan solos, y en él inventan canciones que conmemoran el estallido de la hoja al brotar en la rama, o conversan con los pájaros en el lenguaje del viento. Construyen cabañas de nubes, e imitan el barrunto del elefante. Sus palabras son los indescifrables trazos de un jeroglífico a los ojos de los adultos, quienes perciben como un misterio el motivo de aquellas risas solitarias. Porque desconocen que el niño en ese momento se encuentra jugando en el claro de las mariposas, junto a otros niños. Lugar en el que una vez estuvieron, pero que han olvidado. 

Hubo una vez un niño que nació en el umbral de una guerra. Una de dimensiones desconocidas hasta ese momento, y que pasó a ser conocida como “La Gran Guerra”. Cuando su madre se puso de parto  las bombas florecían en racimos sobre el cielo. El primer llanto del niño fue aplacado por el sonido de otra explosión. Una vez los atacantes dieron tregua, el polvo de los escombros se adhirió como una lámina de tristeza a las pupilas de los hombres, sin hacer distinciones de edad, ni sexo. Fue como si aquel bebé hubiese nacido con ojos de viejo. Y durante años vapores de sangre impidieron que los niños conservasen por mucho tiempo la mirada cristalina y eran pocos los que iban a jugar al Claro de las Mariposas. 

El niño de los ojos de viejo pronto viajó a un país ubicado en otro continente. En el colegio sus compañeros le hablaron del Claro de las Mariposas, pero, por mucho que lo intentaba, era incapaz de distinguir el polvo dorado que allí conduce, aunque éstas tienen la costumbre de sobrevolar las cabezas infantiles con el fin de atraerlas, incluso las de aquellos niños que no pueden distinguirlas. Comenzó a buscarlo en los libros, y no iba muy desencaminado, porque existen libros que, aunque escritos por adultos, sólo pueden tener su origen en la mirada del niño, como si el ojo todavía conservase ese espectro sensible, capaz de distinguir el hálito de la mariposa dorada, y que al llegar a la adolescencia se desvanece. Durante su infancia su salud fue delicada, por lo que dispuso de mucho tiempo para leer. Las mariposas revoloteaban entre las páginas de sus novelas de aventuras, de aquellos maravillosos  cuentos ilustrados que tenían la majestad del cofre de un tesoro. Pero él sólo era capaz de ver sus sombras sobre el papel, por lo que comenzó a imaginar la presencia de duendes y elfos, quienes tenían la gentileza de hacerle compañía durante su convalecencia. Y cuando por fin regresó a la escuela, ya no experimentó ansiedad al escuchar hablar del Claro de las Mariposas, porque jamás volvió a sentirse solo. Siempre presentía las sombras de aquellos seres fantásticos columpiándose a su alrededor. 

Cuando fue adulto, él también se dedicó a escribir, como aquellos otros autores a los que tanto  había admirado. Y un buen día, finalizando un libro de cuentos, vio como el tallo de tinta de una de sus palabras florecía, abriéndose en cuatro magníficos y temblorosos pétalos negros, en los que le pareció reconocer la familiar sombra de un duende. Sin embargo esta vez, ante sus ojos, comenzó a llenarse de un resplandor dorado. Como si en la más negra noche hubiese reventado el día. Y por fin el polvo de los escombros de una guerra que había estallado el mismo día de su nacimiento, se desprendió de sus pupilas. Desde aquel día un resplandor dorado adornó sus ojos, pues mucho había sido el polvo de mariposas que se había acumulado sobre ellos, durante los largos días de convalecencia y lecturas, cuando él creía disfrutar de la compañía de duendes y elfos. Su mirada centelleaba ante el tirabuzón del saxofón. Y brillaba con júbilo infantil mientras enfebrecido repartía panfletos durante el Mayo Francés. Y se admiraba con la credulidad del niño ante las palabras de aquellos que se habían erigido en sus faros en ese inmenso océano que es nuestra sociedad, tan sembrado de escollos ante ese barco llamado utopía, en cuyas velas soplan los vientos de aquellos que creen en un mundo mejor y más justo. Por eso los que lo conocían se asombraban de que a pesar de que era un gigante, a pesar de que pobló su rostro con una espesa barba negra, a pesar de que ya pasaba de los cincuenta años, la vitalidad y la niñez ardían en los ojos de ese hombre, que ante ellos no daba muestras de haber envejecido-pues es mucho el dominio que ejerce sobre nuestro aspecto la fuerza de nuestra mirada-.Y algunos comenzaron a llamarle Dorian Gray.

En toda su vida jamás dejó de escribir, siempre con aquellas mariposas doradas entre sus dedos. Por lo que aquel niño que nunca había conseguido llegar al claro del bosque donde los sauces lloran, se convirtió para millones de lectores en el sendero que conduce hasta él.

16 comentarios:

çç dijo...

Incluso cuando manifiestas seriedad, en este caso razonable pues mi barba corrobora y he de dejar de escreibir para rascarla, eres adorable Vera. Podría ser el prólogo a un cuento, que estaría encantado, palabra de barbicano.

vera eikon dijo...

Ja,ja, ¿seriedad? Deja que me carcajee....Ya sabes que yo no me pongo gorguera cuando escribo. Es curioso, porque cuando al mediodía se me ocurrió la frase inicial no tenía idea de que esto iba a devenir en una metáfora de una concepción mía, muy particular, acerca de Julio. Igual un día me pongo seria y escribo aquí esa concepción(que tiene un tanto de delirio). Bicos

silvia zappia dijo...

julio es oscuridad luminosa

besos*

El hombre de Alabama dijo...

Hay cosas que ni la guerra puede enterrar.

Carmen dijo...

Me encantó este relato tuyo. La infancia es la época más bonita de la vida. Cuando por algún motivo desgraciado la perdemos, no llegamos a vivir una vida plena. El protagonista de tu cuento la recuperó en la edad adulta, como se suele decir, ¡nunca es tarde si la dicha es buena!

¡Que grande Cortázar!

Un abrazo

Aka dijo...

Preciosa fantasía Vera, un cuento dulce. ¿Te he dicho muchas veces que me gustan tus relatos, no? Ese claro en el bosque, de luz tamizada por la frondosa copa de los árboles con mariposas revoloteando es genial... y tan real al mismo tiempo. Creo que cada vez que salgo a pasear al bosque sigo buscando ese lugar, buscando pistas para no dejar atrás al niño que pervive en mi y que necesito alimentar.
Besos

vera eikon dijo...

Y todos los matices....Beso, Rayuela

vera eikon dijo...

Afortunadamente, Alabama...

vera eikon dijo...

Estaría bien que todos en algún momento de nuestras vida adulta recuperáramos nuestra infancia, Gloria. Yo era una niña con una imaginación desorbitada,al menos eso lo he recuperado hace algún tiempo. Y Julio es grandísimo, entre otras coas por eso, por haber conservado esa mirada del niño que es siempre creadora, porque a la vez que vive juega a inventarse el mundo. Me alegra que te haya gustado, Gloria. Bicos!!!

vera eikon dijo...

Me encantan las impresiones que dejan en ti mis relatos, Aka. Además siempre me da la sensación de que tienes una capacidad especial para ver en ellos, incluso cosas que yo misma paso por alto.Y yo creo que sí, que ese niño te acompaña y es sólo cuestión de dejarle la rienda suelta. Besos

Darío dijo...

Fantasías sobre fantasías sobre fantasías...

vera eikon dijo...

Como una muñeca rusa.....

anamaría hurtado dijo...

ahora no sólo me hurgaste el corazón, sino que lo volteaste boca abajo y empezaron a caer cronopios que estaban escondidos.
los ojos de julio son las puertas al cielo de las rayuelas.
los ojos de julio aún conservan su primera luz en esta tierra, por eso no envejecen, son ojos de un niño agazapado en la alta torre de un gigante o de un gigante que se duerme en el claro de un niño.
son ojos poemas o pameos, ojos gatos que ven el revés de las cosas, que ven a Vera niña de espaldas entrando en el bosque.

biquiños cronopios

el maquinista ciego dijo...

...ay, Vera, eres increíble... hace tiempo que, por culpa del no-tiempo, no comento, así que aprovecho la ‘excusa’ para explayarme...

...me maravilla sobremanera cómo aciertas siempre a desvelar los secretos que (casi) todos conocemos, los recuerdos de la niñez o de otros tiempos otras vidas, pero que no recordamos que guardamos...y cómo, muy amable y tiernamente, te paras, con paciencia, a revelarnos...
...leerte es como jugar sólo en el bosque, pero acompañado, inventando canciones al son que marcan tu violín, tu trompeta o tu bajo, los que dirigen la melodía (todo depende del día ;))...es como estar en ese fantástico Claro de las mariposas (qué maravilloso lugar!), incluso en el lado en el que da la sombra, que también es necesaria, me parece a mí, ya que allí habitan las arañas, también criaturas fabulosas donde las haya y que sólo los niños se atreven a observar (incluso cuando las temen, no lo hacen con maldad, sino fascinados por su increíble red de magia...)
...sobre el ‘polvo dorado que sólo los niños ven’... no había pensado que los adultos no fueran capaces de verlo, pues desde mi cabina, muy claramente se percibe; aunque esté ciego, se ve (agradeceré pues hoy esto en general, por existir y mostrárseme, y a ti, en particular, por recordarme lo afortunado que soy al verlo)

Lo más increíble de la Vida es que siempre encuentra un hueco por donde salir y, por suerte para toda la Humanidad, por mucho que un niño nazca en medio de la Guerra, siempre llegará un momento (si ése es su destino) en que un brillo especial, un rayo de luz, haga explosión en su mirada, no de bomba aniquiladora sino de imán hacia lo hermoso, fuente manadora de lo magnífico de su imaginación y su corazón...

...voy a parar, porque cada frase, cada imagen, cada soplo de este escrito es como un cuento en sí mismo, e incluso un recuerdo propio, y me sale el viejito nostálgico –que Maquinista también fue niño...-, y se sube al desván a rebuscar en esos cofres del tesoro que guarda llenos de polvo...

...me ha nacido un deseo hoy con tu relato, y es que ojalá algún día merezca yo que alguien me cuente como tú le has contado a él (no lo digo con soberbia, mon dieu!, no me refiero a la calidad de los escritos dejados por ese niño que nació triste, sino por el amor que le profesas y lo profundo que le has comprendido y mirado...ojalá alguien me mire un día así...)

Creo que el párrafo final debería coronar su tumba inmortal! (o, al menos, y esto seguro le gustaría más, que algún niño fuese de vez en cuando a pintárselo con tiza, una y otra vez, cada vez que el que cuida las tumbas lo volviese a borrar ;))

(PD: un secreto... aunque no lo creas –y eso es lo bueno- eres una gran escritora –lo pondría en mayúsculas, pero la solemnidad creo que a veces, en lugar de proporcionarla, quita fuerza a las sentencias, así que te lo digo ‘bajito y en chiquito’, para que me creas...-, y cada días más y más...y mejor ;))

(...y, por cierto, ‘Feliz Año Nuevo’ ;))))))

Un beso, Vera (o unos cuantos, para ‘pagar’ los atrasos...;))

vera eikon dijo...

Qué bonita esa imagen de tu corazón derramando cronopios, Ana María. Y tienes razón, Julio tenía esa mirada porosa, que es penetrada y a la vez penetra, que haces trizas los nombres de las cosas para otorgarles uno nuevo que habita en el envés de la palabra. Cronopio gigante, poeta-niño. Bicos que bailan catala....

vera eikon dijo...

Supongo que los adultos sí pueden ver ese polvo, pero se ponen muy serios y pierden la costumbre, Maquinista. Y como se suele decir"la costumbre es ley". Y no dudo que Maquinista percibe a la perfección el brillo de ese polvo dorado, porque es algo para lo que no se necesita vista, sino ensueño, y a él le sobra. En mi caso, soy una miope impenitente(lo digo porque ni por mi cabeza se me pasó la idea de operarme, en plan "soy miope porque yo lo valgo), los contornos del mundo son indefinidos por lo que yo en vez de ver soñaba, o invencionaba. Me gusta que esa mirada sobre Julio te sea tan grata. Es una apreciación muy personal, esa idea de que cuantos más años pasaban más cerca estuvo del niño que fue. Le he dado mil vueltas en mi cabeza, y hoy(de modo espontáneo, lo juro. Cuando comencé a escribir no tenía ni la menor idea de que iba hablar de él)ha tomado una forma bastante fantástica. Es curioso, porque cuando estuve en su tumba en París, estaba tan excitada(quizás por el modo en el que la encontré, en ese mar de tumbas en el que los gatos campan a sus anchas), no supe qué escribir, y me limité a garabatear unas palabras en mi billete de avión, eso sí lo coloqué con cuidado bajo un maravedí, de los que se utilizan en A Festa da Istoria de Ribadavia. A mí me gusta mucho ese final, aunque tendría que anexarle el texto, para que el que lo leyese entendiese su significado completo. O a lo mejor no sería necesario, quizás Julio sí sabe...(lo escrito entre paréntisis me sonroja. Por ahora todavía no he hecho cincelar el marmol de mi pedestal, no te preocupes. En estes momentos tengo la sensación de que no hay nada que me satisfaga que el hecho de escribir, y me conformo con el hecho de que sigan cayendo.Aunque cuando gustan a la gente, la motivación es extra)Bico, y gracias Maquinista. Compensas por completo las ausencias, así que para nada te sientas culpable...