Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


lunes, 18 de junio de 2012

FICCIONES

Al Sur Oceanía de Marina Anaya





Nos abatió furia de estrellas. Pertrechada en tu carne, no tuve miedo.

Mordí con avidez la flor de tu boca. Entre mis dientes sus pétalos derramaban un jugo esmaltado de espumas, que sabía a los bordados del alma. Sentí un vértigo de luz, y se me llenó la voz de pájaros recitando el soliloquio del amante. Orientaste tu cuerpo hacia la escucha: La piel dice allí donde no llega la palabra. Rumor de ojos que caen. Derribo del espacio. Arribamos a una ciudad que era pecado y sobornamos al perro vigía. Le dimos de comer nuestros corazones hervidos. Un viento auspiciador se enredó al agujero de mi pecho. “Hace cosquillas y en el cielo todavía rebuzna la luna”, dije. Con dedos hábiles deshiciste el nudo, y el viento se fue a otra parte, quizás a hacer nido en la garganta del diablo. Un violín tocaba en el agujero de tu pecho, agudo y transparente, como ese primer hilo de luz que siega la noche. En algún lugar unas contras batían contra el vacío de una ventana. Pensé en una mariposa agitando sus alas y el diálogo se nos llenó de contras voladoras. Vimos de paseo a un velocípedo que no nos pareció otra cosa que un gran insecto metálico. “En él te llevaré a ningún lugar”-exclamaste. “A ningún lugar en un tiempo que ya fue”-completé la frase. Somos de aquellos seres que derriban la noche a gritos. Toda noche es un dintel. Recogíamos los gritos del suelo, y los arrojábamos contra ella. Pero antes poníamos cuidado en mondarlos. Aquellos gritos sin piel se aplastaban como moscas contra la puerta cerrada, y su sangre resbalaba por su rostro como un llanto. Lloramos. Lloramos por la vida efímera de la flor que restituye más belleza a este mundo que la suma de las largas vidas de muchos hombres. Llorábamos sobre todo por nosotros, nada más que dos almas mendicantes en pos de esa belleza de la flor. Vino el perro vigía y nos lamió las lágrimas de las mejillas. Cayó muerto en el acto. Nos miramos con desconfianza, en el fondo nos preguntábamos si habría muerto a causa de nuestras lágrimas o si alguno de nuestros dos corazones estaría envenenado. La duda nos abatió un instante, pero lo tomaste en brazos y recorrimos las calles en busca de un veterinario que le practicara la autopsia al perro vigía. Al cadáver le caía la lengua fuera, como repitiendo aquel último gesto de lamer. Sugerí que quizás todos estaríamos condenados a repetir eternamente nuestro último gesto. “No lo sé-dijiste-, pero en ese caso hoy elijo que mi último gesto sea mirarte”. Soñé con vivir eternamente congelada en tu retina, y sonreí. Por fin en el Barrio del Farolillo encontramos al veterinario. Sin ceremonias abrió al perro ante nosotros, sobre una triste mesa metálica. Inspeccionó su interior con el instrumental, mientras nosotros nos distraíamos observando multitud de botes llenos de un líquido amarillento en el que flotaban órganos o tejidos de animales. Hubiese querido llevarme uno de aquellos botes a casa, ponerlo cerca de la ventana para que le diese el sol, y observar su interior durante horas, fingiendo que allí nadaba un pez. Le pondría el nombre de Aníbal y acabaría por tomarle cariño, aunque allí no flotara otra cosa distinta al riñón de un gato. Mientras esto pensaba vi tu reflejo ofreciéndole a hurtadillas un fajo de billetes al veterinario. Él los tomó con gesto impasible, y continuó descendiendo acantilados rojos entre las tripas del perro vigía. Volviste a mi lado y comenzaste a hablarme del único viaje que hicimos juntos a la playa. Yo lucía vestido blanco y sombrilla, tú aquel traje de verano a rayas azules. Y de repente arreció un viento que le levantó las faldas a las olas. Mi sombrilla se marchó volando y cayó sobre el mar, a unos cuantos metros de la orilla. Te sacaste los zapatos para disputársela al agua, pero te detuve con un gesto. “Déjala, parece que quiere viajar”-dije. A veces, cuando el tedio nos invade, nos gusta hablar de la sombrilla navegante, e imaginar los lugares que habrá visitado hasta el día de hoy. Ninguno de los dos parece barajar la posibilidad de que al llenarse de agua la sombrilla haya descendido por la tráquea del océano. Sin embargo, cuando estoy sola, me gusta recrearme visualizando el fondo marino donde ahora morará. Algún pulpo ovillado sobre la tela, o los organismos que se le incrustan, como si el océano fuera ganando terreno en el alma de la sombrilla, hasta convertirla en otro elemento natural del paisaje marino. Irrumpió el veterinario para sugerir que nos aproximáramos a la mesa donde yacían los restos del perro vigía. Y con el bisturí nos mostró un corazón que parecía congestionado-como el pájaro que despistado se aplasta de muerte contra el cristal, pensé-pronunciando una única pero elocuente palabra “infarto”. Entonces comprendí el significado de aquel dinero que deslizaste furtivamente entre las manos del veterinario. Y me maravillé al pensar que a veces el mayor acto de amor puede reducirse a una mentira, aquélla que sirva para sostener la ficción de amarse. Y en ese instante fue cuando el alba sacudió las ventanas, mientras yo me preguntaba si tú, cuando estás solo, también te imaginas a nuestra sombrilla, agazapada en el fondo del mar mientras a su alrededor los peces bailan.


10 comentarios:

Darío dijo...

Tengo que leerlo tranquilamente, volver a recorrerlo. La conclusión me parece fascinante. El acto de amor y la mentira. Voy a seguir desmenuzándolo...abrazo.

Amanecer Nocturno dijo...

"Lloramos por la vida efímera de la flor que restituye más belleza a este mundo que la suma de las largas vidas de muchos hombres."

Ay Vera, casi lloro con el final y con la sombrilla agazapada y con el amor que me transmites siempre :)

Un beso!

vera eikon dijo...

¿No conforma acaso el amor un alto porcentaje de ensueño? ¿Y no suele ocurrir que cuando ese ensueño se desvanece, el amor languidece? Quizás el amor tenga algo que ver con seres que sueñan juntos. Y quizás nuestros mayores actos para salvaguardarlo sean aquellos que traten de sustentar ese ensueño, o ficción. Quizás pueda parecer cínico que se emplee la mentira para conservar el amor. Pero a veces me parece que el amor es aquel fin en el que no se debieran escatimar medios. Un abrazo, Darío

vera eikon dijo...

Qué feliz transmitirte amor, querida Esther. Me quedo sonriendo, qué más se puede pedir al escribir....Bicos, riquiña!!

alba dijo...

Siempre se ha dicho que las mentiras piadosas valen. Ahora, al leerte, también descubro que hay ciertas mentiras amorosas que también. No me imagino el amor sin esas ficciones. ¿Será contradictorio pensar que esa ficción vuelve nuestros sentimientos más verdaderos? A una siempre le gustó que le contarán cuentos, por eso, quizás, amarse contando cuentos me parece maravilloso. Darle rienda suelta a un sueño común, a unas imágenes que, luego, permanecerán en nuestras retinas. Tú lo has explicado mejor que nadie, Vera. Yo seguiré ficcionando mi amor, haciendo de la imaginación mi trinchera de caricias.
Un abrazo, querida.

Anónimo dijo...

la calidad literaria de este texto me parece envidiable. Lo marco para releerlo

Enhorabuena y besos

Sarco Lange dijo...

He quedado tan feliz después de leer este texto, lo ingerí despacio, como un vino santo, no quería que acabase: he ahí la magia de una buena pluma.

Besos.

vera eikon dijo...

Alba, no sé si viene al caso, pero a veces me pregunto sobre de esa necesidad del hombre de investigarlo todo, de explicarlo y en definitiva, reducirlo. Quizás haga más manejable reducir al amor a un cocktail de hormonas y condicionantes culturales. Quizás esto nos prepare mejor para la vida. Pero como explicaba la Gestalt "el todo es más que la suma de las partes", y cuando se reduce al amor se pierde algo fundamental que es el ensueño, y que como tal es inexplicable. En el enamoramiento damos rienda suelta a nuestra imaginación, y por mediación de ella es como alcanza sus "divinas proporciones". Por experiencia sabemos que nadie pertenece a nadie, pero en determinado momento nos encanta que alguien deslice a nuestro oído las palabras "te pertenezco". Y sabemos que nadie cambia su vida por la de nadie, o que todo el mundo es en cierto modo(bueno,yo en esto tengo bastantes reservas..) "sustituible", pero también gozamos si alguien nos dice "sin ti no hay vida". Y aunque sepamos, no se trata de mentir, sino que cuanto mayor es el deseo, mayor serán nuestros esfuerzos por mantener ese enamoramiento. Por eso a veces lo único que necesitamos es hallar a alguien que nos ayude a sustentar esa ficción....
Gracias por tus palabras, querida. Beso

vera eikon dijo...

Gracias, Joaquin. Me has dejado encantada con tus palabras. Besos

vera eikon dijo...

Sarco, decirte que me han hecho feliz tus palabras es poco. Reacciones como ésta es más de lo que una espera cuando escribe. Bicos!