Y el árbol engulló al pájaro. El árbol agitándose con la
violencia del océano, o la angustia de un fantasma. Vi al pájaro acercándose
con curiosidad al árbol. O quizás quería consolarlo. Y entonces ya no lo vi
más. El árbol se lo apropió con el gesto ágil con el que la serpiente se hace
con otra de sus víctimas. Y entonces el árbol se calmó, como si estuviera
haciendo la digestión del pájaro, o como si el pájaro fuera no más que un sacrificio
a su violencia. Me pregunté si nunca vence la docilidad, si para que un pájaro
consuele los vientos del árbol debe dejarse engullir. Me imaginé los frágiles
huesecillos del pájaro entre las ramas del árbol. La experiencia voluptuosa de
aplastarlos, su blancura. Si en la noche de lenta digestión la luna se asomaría
para hacerlos brillar. Si el árbol, como el cocodrilo, en algún momento
lloraría a su víctima.
5 comentarios:
Todo seguirá su curso fuera de tu ventana y dentro también, inmolándose pajaritos constantemente para tu tranquilidad.
Eso sí, sin lunas ni cocodrilos. Con el viento solos.
Un beso, gran poema.
El viento, claro... debe haber un vendaval adentro de los árboles, como esos corazones que se engullen todo... Un abrazo.
Siempre creí que existía cierta complicidad entre los árboles, los pájaros y el viento. Nunca me pareció simple que los árboles no cobraran alquiler y que el viento se dejara andar el espacio aéreo. Así porque sí.
Tu texto confirma algunas cosas...
Besos, Hermidalonga.
El viento arropa constantemente a las criaturas que le rodean, y seguro que vertió muchas lágrimas ante la incapacidad para frenar los crujidos del pobre pájaro. Bellísimo como siempre, Vera.
Un abrazo.
Eso mismo es tu kibbutz, una ventana... Y cada vez que abres los postigos nos ilumina tu mirada.
Que estés bien, pequeña Vera!
Publicar un comentario