Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


martes, 1 de abril de 2014

SOBRE LA INSIGNIFICANCIA DE LA FLOR



La flor, pequeña y sin culpa, se abre desde cada una de tus muertes. Tan exigua, sus raíces te zanjan silenciosamente, se sustentan de esqueletos anónimos, sus hojas se jalean bajo la lluvia fortuita. Los delicados pétalos violentan tu piel, y tu corazón rota hacia arriba como el de una gestante. Es la aleta plateada desplazando masas de océano. Insignificante gota que de la nube resbala para lavar el aire. La flor no sabe de soledad aunque nazca sola. Eres tú quien apuntala un desierto alrededor, la flor simplemente se dirime. De entre lo vivo sólo el hombre es la discordia: la flor no disputa a otras flores los rayos de sol, naturalmente se orienta hacia él. Y aunque florezcan apelotonadas en el mismo parterre, sombra o luz no serán destino, sino mera contingencia. Sólo el hombre se aferra a la franja de tierra que lo vio nacer, a pesar de su evidente carencia de raíces. Pero cuando la flor se marchite no será sobre la humanidad que se apoyará el rocío.           

6 comentarios:

Darío dijo...

Paradójico, quizás, que la flor quiera significar algo en su insignificancia contingente. Un abrazo.

Julio Alcalá Neches dijo...

Por algo el ser humano es el rey de la creación. Capaz de inventar destinos hasta a las flores.

Anónimo dijo...

Solo el hombre aun carente de raíces es consciente de su finitud y a ella se aferra fabricando destinos.
Hermoso, Vera.

Amanecer Nocturno dijo...

Delicadísimo, Vera. Yo quiero no saber de soledad como la flor.

Abrazos.

Sinuhé dijo...

La flor tan solo se dirime; exacto. Y la soledad hecha raices en el hombre...

Bss!!

Sinuhé dijo...

Echa, sin hache... Tan bruto yo; tan poeta tú!