“Las
malas”, de Camila Sosa Villada era una lectura pendiente y pospuesta. Ese libro
del que lees artículos, del que te hablan y sabes que leerás, pero que olvidas,
quizás porque, a estas alturas, no crees que existan lecturas impuestas u
obligatorias, sino más bien te dedicas a las lecturas placenteras. Así que una
huye un poco de ese “tienes que leerlo”, no porque no confíe en el criterio de
la recomendación, sino que, en realidad, una también reconoce que existe cierto
placer en lo fortuito, en caer en la lectura a destiempo o en un tiempo propio
e insospechado. Todo esto para decir que este esbozo es, quizás, algo extemporánea,
pero no haber llegado ahora.
He
leído “Las malas” con fruición, entusiasmo, placer hedonista y conmoción. Lo he
leído después de “Ustedes brillan en lo oscuro” -un libro de relatos de Liliana
Colanzi que merece una relectura antes de hablar de él- y he sentido que los
libros se daban el relevo de algún modo, aunque uno sea novela y otro relato, aunque
los temas sean tan distantes. Existe cierta escritura al otro lado del
Atlántico en la que la palabra se desprende de sus limitaciones, se dimensiona
ya no sólo en lo poético, sino en lo extraordinario, en lo onírico. Y puedes
estar leyendo una novela como Las malas, basada en la propia experiencia de la
autora, Camila Sosa, y la comunidad de travestis con la que convivió parte de
su juventud, y no extrañarte cuando lo onírico se entrevera con la realidad, es
más, eso onirismo dota de intensidad esa realidad a la que nos transporta. La
hace, de algún modo, más manifiesta.
Es
a través de esa palabra desposeída de imposición que Camila Sosa nos muestra la
dureza de las vidas llenas de violencias de unas mujeres que se vuelven
invisibles para sobrevivir y cuyas cartas están marcadas con la derrota, su
destino es la enfermedad o una muerte temprana, el oprobio de una sociedad que
sólo les permite crecer a los márgenes, pero, como esas flores que a veces
crecen en las lindes del camino o la carretera, son capaces de abrirse a la
belleza. Esto también nos lo cuenta Camila Sosa a través de una prosa a veces
desgarrada, otras delicada, incluso sutil, pero también festiva y opulenta por
momentos. La narradora logra que empaticemos con la tragedia de cada uno de los
personajes que nos va mostrando, pero, sobre todo- o al menos yo lo sentí así-
nos hace empatizar cuando son felices, cuando se lanzan a la esperanza, cuando
tejen las redes que las sostienen en su fragilidad y precariedad. Porque es a
través de esa fragilidad que se abren a nosotras. Porque ahí, por la herida, es
que penetra el daño, pero también la dicha.
En
un libro como este es difícil obviar el patriarcado, la sociedad inquisidora, a
los hombres que ejercen la violencia sobre aquellas a las que reconocen
indefensas. Son muchas las formas de opresión, de burla y de maltrato. Afortunadamente,
existen otros hombres, incluso hombres sin cabeza, que también contribuyen a
que estas mujeres puedan ejercer la esperanza. Porque el libro, me gusta
pensar, va de eso, del derecho a ejercer la esperanza. Porque es la imposición
de la heteronormatividad la que crea la mirada diferente e inquisidora, pero,
en realidad, todas nos parecemos mientras soñamos.
1 comentario:
Celebro tu regreso al blog, Vero. Y tu vocación de lectora infatigable. Ya ves que no olvido el camino de regreso... ¡Que estés bien!
Publicar un comentario