Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


jueves, 30 de junio de 2011

ESTERILIDAD EN LA PALABRA




Imagen: "Lirios" Vicent Van Gogh



Pongo la mano en torno al cuello
blanco, apetitoso
Presiono
Se curvan los labios en gemidos
Su latido arremete entre mis dedos
Excitados

Tenso la mano en torno al cuello
inflamado, sudoroso
Aprieto
Se ahuecan los labios en sollozos
Su latido se desboca entre mis dedos
Histéricos

Endurezco la mano en torno al cuello
asustado, lloroso
Estrangulo
Se vacían los labios en silencio
Su latido enmudece entre mis dedos
Asesinos

La cabeza cae a un lado
Los cabellos se descuelgan
Lirio de tallo quebrado
Estéril
Desdentada
La palabra





miércoles, 29 de junio de 2011

MOLDES


Reniego del pudor de mi madre
que soñó un cuerpo virgen para su hija
De aquellos que abominan las formas femeninas
De aquellos que postulan mujeres
como rectas
perpendiculares
de curvas constreñidas en la cruz del propio cuerpo

Renuncio a unos vaqueros
de la talla treinta y cuatro
(occidentales sucedáneos del burka)
A rellenar con el cemento del botox
los surcos que maceren mis sonrisas,
las arrugas que bailen en torno a mis ojos
en el espasmo milagroso de mirarte

Renuncio a los vomitorios
y a la arcada
A los senos turgentes e ingrávidos
momificados a la caricia
y a la succión

Me niego a que se castigue en mi cuerpo
el pecado de Eva
A convertirme en una mera costilla
ornamentada
y bonita

Te pido
que dibujes un mapa de mí
a besos
Sin omitir lunares ni estrías
la llanura celulítica
la sabana húmeda de mi ensortijado vello
Que investigues fragancias
Que pronuncies sabores
sudores
melancolías
Que inventes un orgasmo
para cada una de mis vergüenzas

Que sostengas esta voluntad
que a veces hace aguas
frente a ese ejército de imágenes publicitarias
y glúteos esculpidos con cincel
por cirujanos con el pulso de Miguel Ángel

Así, año tras año
continuar
con la cabeza bien alta
sintiéndome  cuerpo
y no un molde

martes, 28 de junio de 2011

AGUA TIBIA BAJO UN PUENTE ROJO





Cartel de la película Agua tibia bajo un puente rojo




Mis entrañas se hacen agua
cuando me acuerdo de nosotros
Como en aquella película japonesa
“Agua tibia bajo un puente rojo”

Mientras me hago la manicura
(ejem)
contemplo en éxtasis
como se desliza el regato
que brota humeante por entre mis piernas

En su camino se abren las flores
Esparce esquirlas de sol sobre la hierba
Viste los campos de nueva primavera
Y en él se detienen a enjuagar  sus picos las aves
Y su sed

En ese océano que conforman mis aguas
hemos sido buceadores
violentas bestias submarinas
estrellas de los cielos arrojadas al mar
cuando la noche se sacude entre sueños

Nos hemos sentido ligeros
cuanto más nos atraía la gravedad
Hemos engullido la carne del otro
durante el  ayuno prolongado de cuaresma

Tu decías ser Moisés
huyendo de los egipcios
Y con tu cayado lograste
que tu pueblo penetrara sin víctimas
el mar vivo de mis aguas

Ahora como la biblia escribe
tocan años de larga travesía por el desierto

Entretanto yo espero en mi jardín
mientras me hago la manicura
y contemplo en éxtasis
como el agua tibia que corre entre mis piernas
cual río revuelto
se desliza hasta atravesar el límite del puente rojo
Para encarar esa hermosa utopía
de inundar el desierto con mis océanos



lunes, 27 de junio de 2011

CANSANCIO


Cuando llegó junto al Guardián de la Puerta le dijo:

-Ahora tengo derecho a hacerte tres preguntas-tratando de sonar afirmativa. La mayoría solía caer en la interrogación, y de este modo perdían la primera oportunidad. Pero eso no le iba a ocurrir a ella..

El guardián le pidió que continuara con un gesto de su cabeza.

-¿Por qué estoy tan cansada?-Dijo la chica con una voz en la que sus palabras no parecían pronunciadas, sino que reptaban su vientre por la frase

-Es fácil. Tienes piedras en el corazón.  El corazón no es un buen depósito de piedras.

En efecto, hacía tiempo que cuando se agitaba escuchaba en su interior un ruido de piedras entrechocándose por la zona izquierda de su pecho.
 
-¿Y dónde guardé mis sueños?

-Esa también me la sé. Los escondiste en tus bolsillos. Tenías miedo de que alguien te los hurtara.

Entonces la chica se restregó los bolsillos, y los puso del revés, de tal modo que asomaban como dos lenguas flácidas sobre sus pantalones. 

-¿Y por qué no los encuentro?-preguntó triunfal, pensando que por esta vez se habría equivocado el Guardián de la Puerta, y entonces podría traspasar el umbral.

-Porque ese es el mismo lugar donde guardaste los agujeros-mira. Y en efecto, la chica vio como sus bolsillos estaban calados de agujeros hasta los huesos. – Se trata de un simple error de inversión, que es bastante habitual. Tenías que haber guardado las piedras en los bolsillos, junto con los agujeros. Y esconder tus sueños en el corazón. A día de hoy seguramente te sentirías más ligera, y menos cansada. Y no necesitarías que errase una de esas tres preguntas para llegar al otro lado, porque estarías esperándome en él…

Y sin más decir, el Guardián desapareció tras la puerta.


CALOR


Bajo el vestido
se  me cuajan los pechos
Este sol me marchita
Ya no reside ni una sola gota de agua
en la raíz de mi corazón

En algún tiempo fui joven…

Yo tenía un amor que era un océano
amor abracadabra
Pero olvidé dónde di sepultura a la chistera
y extravié la magia para los juegos de manos

Despellejé margaritas sobre un río
(me quiere, no me quiere…)
como quien va a misa
En cada uno de sus botones amarillos
coloqué una bomba
Maquiavélica

Todo río
inevitablemente
si en otro río no muere
va a fallecer al mar

Tan solo una kamikaze del amor

Hice saltar el océano por los aires
y ahora sólo soy una ballena varada

domingo, 26 de junio de 2011

Y LA POSTA ES....






La imagen se la robé a Daniel. Hace demasiado calor así que verla es como un simulacro de frescura




Cuando bien temprano en la mañana decido asomar la cabeza de entre las sábanas me encuentro con este regalo de mi querida Emma Gunst. Sin duda son el tipo de cosas que te proporcionan un feliz despertar.
La verdad es que yo siempre soñé que escribía, y hace muchos años lo intenté muy tímidamente. Tras cinco años de sequía absoluta, algo se movió en mi interior, y volví a necesitar soñar que escribía. Y un día hablando con mi amada-amiga Blanca me sugirió la idea de hacerme un blog. Así que comencé con el Kibbutz, muy titubeante en un principio...Hasta el momento que llegué a Emma. Sería muy largo precisar las razones, pero un día necesité demorarme más y más en su casa. Y entonces comenzó esa necesidad de comentar, largo (lo reconozco, me cuesta ser breve), y la interacción con los visitantes de la casa. Y una comienza a viajar de casa en casa, y los otros te devuelven las visitas, y definitivamente ya tenemos una intensa vida social bloguera. De ese modo también llegaron los lectores (amigos) al kibbutz y pude comprobar como algunos de ellos se sentían cómodos(que es lo único que se le puede pedir al kibbutz) y decidieron frecuentarme. Ahí fue cuando empezaron a aflorar los escritos. Y ya no me limito a soñar que escribo....
A todos ¡¡¡¡GRACIAS!!!!

Arrojo el testigo que ya me toca...

Y el post es:

Para Curiyú
Su blog http://elnidodeserpientes.blogspot.com/: Porque Darío fue el primero que me dijo que en aquellos poemas-que yo escribía escéptica, como alguien que se encuentra un objeto inesperado en el bolsillo-estaba yo. Recuerdo el modo sibilante y argentino con el que la serpiente susurró a mi oído "esa de los poemas sos vos". Por elegir una cosa.... Además la exaltación de sus letras es la dosis indispensable de testosterona para un mundo mayormente (al menos a mí me lo parece...) habitado por mujeres. Beso querido.


Para Sentimentiras
Su blog http://lacafeteradeeinstein.blogspot.com/ : Por su increíble talento y por su maravilloso sentido del humor (tú haces mucho más interesante mi menú inicio del facebook). Y por volver....Beso mi niña.

viernes, 24 de junio de 2011

MODERNA SALOMÉ



Imagen: Representación de Salomé por el Centro Dramático Galego




Siempre fui una niña de ojos grandes
de boca alegre
de encantadores mofletes
sexo inocente
y pechos infantiles

Como todas las niñas

Pero al crecer
los ojos se me tornaron turbios
la boca se volvió sensual
a los mofletes les llamaron mejillas
el vello cubrió mi sexo
y los pechos se me llenaron

Hasta ahí todo normal

Y entonces fue cuando vi
el rostro de Jocanan
alzado
mirando al cielo

Al momento
los ojos se tornaron deseo
la boca se volvió saliva
a los mofletes les llamaron pómulos
el agua cubrió mi sexo
y los pechos me reventaron

¡Qué carnicería!

De nuevo miré
la bella faz de Jocanan
y sus ojos consagrados
al dios de las alturas

Icé mi cabello al viento
descubrí mi cuerpo a la tarde
asomó mi lengua entre los labios
y aposté mi virginidad a un beso

Pero Jocanan continuaba
con la mirada perdida
atisbando en la lejanía
signos de divinidad

Una sola mirada!!!
GRITÉ
La más mínima curva
de tu boca…

Jocanan
silencioso
luciendo estampa de mártir..

Al regresar a casa
naufragada de deseo
encontré a Herodes
que tiempo ha moría de amor por mí

Había apostado mi virginidad a un beso
Perdí!!!
La vendí por una cabeza

Ahora cada noche
antes de acostarme en lecho incestuoso
me dirijo al tocador
peino parsimoniosa mis cabellos
unjo mi cuerpo con afeites
y de vez en cuando dirijo la vista
a la cabeza de Jocanan
Y en bandeja de plata
sus ojos por fin me miran
sus labios ya no reniegan mi boca

Mientras mis oídos
se embelesan en los ronquidos
de Herodes
que rendido de sexo
duerme

jueves, 23 de junio de 2011

LA LLAMA DE AMOR


Imagen: "Fuego y viento" José Carlos Ibarrola


Al amor...


En un tiempo muy lejano, en algún lugar desconocido, brotó una preciosa y pequeña llama de amor. La chica que la encontró en su camino, la acomodó sorprendida en su mano. Le acarició delicadamente los cabellos, que galoparon sus dedos como corceles de fuego. Se embriagó de un pequeño dolor, como la quemadura que deja sobre los labios el azote del primer beso. Y sin más corrió a mostrar aquel descubrimiento a su amigo.

-¿Para qué sirve eso?- dijo él mientras con una piedra se esforzaba en dar forma a una herramienta de madera.

-No sé,…Da calor y reconforta- contestó ella insegura.

-¿Calor?. Pero si estamos en verano!! Para cuando llegue el invierno esa llama se habrá extinguido-contestó el chico tajante, y sin más volvió a concentrarse en la tarea que tenía entre las manos.

La chica se puso triste, y tuvo un momento de duda. Pero al ver como la llamita se contorsionaba en su palma, mostrando todas sus lenguas desnudas-rojo intenso, azul lunar, cítrico amarillo, crepuscular naranja…-, la chica mostró piedad y decidió esforzarse para que aquella llama sobreviviese hasta el invierno. En aquella época, seguramente, él le otorgaría más valor.

Para protegerla la ubicó en un lugar de su pecho, adyacente al corazón, porque sabía que aquella era la zona más resguardada de su ser.

Una noche, mientras ella le contaba al chico una vieja historia que había escuchado de los labios de la misma luna, intuyeron una inquietante presencia en la oscuridad. Descubrieron unos ojos despiadados y salvajes refulgiendo en la noche. El chico se levantó como un resorte, y tomó el arma, que siempre descansaba a su lado. Pero instintivamente ella se llevó la mano al pecho y asió la llama prendida junto al corazón. Al exteriorizarla, el aire la avivó, y pronto comenzó a arder como un buen fuego. El animal que oteaba a lo lejos, emitió un gemido, y pareció volverse, pues sus ojos fueron engullidos por la negrura.

-¿Ves?-dijo la chica- La llama también sirve para ahuyentar a las bestias…

-No era necesario-replicó el chico amargamente-Yo ya tenía mi arma dispuesta. Me has estropeado la diversión…

En otra ocasión, mientras hablaban, sus cuerpos se fueron aproximando más y más en la oscuridad-como si se hubiesen tornado en dos polos opuestos, atraídos con violencia-,hasta que pudieron respirar el aliento que se desprendía de las palabras del otro, y sus olores se mezclaron en embriagante amalgama. Cada movimiento era un roce que agudizaba el filo de serpenteantes estrellas, que esa noche jugaban a desclavarse del firmamento. Con violencia se arrojaron el uno sobre el otro, mezclando sus cuerpos como corrientes del océano. De pronto, ella tembló entre sus brazos y el le preguntó si tenía frío. Pero enseguida se llevó la mano al pecho, y sacó la llama que allí guardaba. Al aflorar de nuevo a la superficie incluso se invistió de más brío que en la última ocasión. Gozaron entonces, en frenesí ,de las fiebres de sus cuerpos, que estallaron al calor y el crepitar del fuego. La luna no tuvo más remedio que enmascararse entre unas nubes para ocultar sus rubores.

-¿Lo ves?-dijo ella-esta llama sirve para que la escarcha no paralice nuestros cuerpos, ni entumezca nuestros miembros a la hora del sexo. Y así poder amarse tal y como nos encontró el mundo en la hora de nuestro nacimiento.

-Pero no era necesario hacerla crecer. Porque ahí, entre los árboles, conservo las mullidas pieles de los animales salvajes que he cazado, corriendo un gran riesgo para mi vida. Me has robado la ocasión perfecta para estrenarlas- Y sin más decir le volvió la espalda.

Y así transcurrió el tiempo que les separaba de la llegada del invierno al inicio de esta historia. Por fin los días se acortaron, y el sol parecía alejarse más y más en el cielo. Ella le mostró el fuego, y comenzó a espolearlo con su soplo. Él en un principio se mostró altivo, y lució con orgullo sus pieles de caza. Pero finalmente, como hacía demasiado frío, sopló junto a ella. Y aquel fuego lució hermoso con todas las carnes encendidas.

Un día en el que ambos se habían alejado para cazar, les sorprendió una tormenta, y cuando regresaron el fuego se había extinguido totalmente.

-Míralo-le reprochó él amargamente-, aquello a lo que tu llamabas preciosa llama de amor, finalmente ha resultado ser apenas humo.

Ante estas palabras, ella prorrumpió en sollozos, y corriendo se alejó, hasta adentrarse en el bosque. El chico estuvo días buscándola. Preguntándole por ella al sol. Recriminándole su indiferencia a la impávida luna. Hasta que por fin la encontró, allí donde brota el manantial. La llamó por su nombre y ella le contestó con triste sonrisa. El chico se sintió desconcertado, nadie le dijo qué se debía hacer en estos casos. No es algo que se escuche en el canto de los pájaros. Ni algo que esté inscrito en el envés de las hojas, que caen como palabras con la llegada del otoño. Por lo que se limitó a hacer aquello que hacía tiempo había querido, pero que por alguna razón no supo hasta ahora. Sin más dilación se llevó la mano al pecho, y sustrajo, para mostrársela, la llama de amor que en él había brotado. Su sola visión iluminó la triste sonrisa. Era una llama de amor preciosa-tierna y de muy vivos colores-que flotaba alegremente sobre las manos de ambos que inexplicablemente se habían enlazado. Se miraron cómplices y felices, y al unísono comenzaron a soplar…

CONTRAHECHIZO

Un poema cayó sobre nosotros
con sus alas de palabras extendidas
Creí que era poema de amor
cuando lo vi arrojarse desde el cielo

Pero el destino lo llevó a aterrizar
sobre la superficie angosta de tu pecho
y comenzó a picotearte el corazón
transformándote en moderno Prometeo
castigado por el terrible acto
de entregar fuego de amor a una mujer
YO

Le arrojé piedras a ese pájaro
Consagré mis esputos a sus plumas
Le corté los hilos cual la Parca
Pero el poema seguía ahí
vivo
Arrancando pedazos de tu corazón
Regocijándose en ellos el afilado pico
Alzándolos triunfal contra la noche
Y yo impotente

Entonces me dediqué a la desesperanzada búsqueda
del poema antídoto
Aquel que fuera capaz de enmendar
la maldición que pesa sobre el primer poema
Enviado por los dioses

Y mientras

Continúas con el ave sobre el pecho
Alzando el rostro contrito
En la agonía de un corazón que crece
durante la noche
Para que un ave lo devore al nuevo día

Yo me dedico sin descanso
a la escritura
A la elaboración de ese habilidoso poema
que como el canto de una sirena
condene al pájaro silente bajo las aguas

Y mientras cincelo versos
Enmiendo palabras
Entorno adjetivos
Requiebro verbos
Ensayo esa ficción ritual
de olvidar que esa olímpica tortura
en realidad es a mí a quien le duele

miércoles, 22 de junio de 2011

POEMA PARA UN IDIOTA

Cuando un amor se acaba
En algún lugar hay una rosa que muere
Una estrella se apaga en el cielo
La cuenca de un ojo ha quedado vacía

Mi corazón es grande
Casi enorme
Pero mal que me pese
No existe ni el más mínimo espacio
Para un nuevo idiota en él
Así que sin piedad
Te arranco
Ahí te quedas

Postdata: Devuélveme mis gemidos!!!

EL ZAHORÍ (o sobre los manantiales interiores)


Imagen de la película "El Sur" de Víctor Erice

La idea para este cuento tiene su origen en un delirio producido por el último poema del Nido de Serpientes. http://elnidodeserpientes.blogspot.com/2011/06/mision.html
Particularmente en estos dos versos:
"dale agua de tu íntima corteza
a toda esta sed"

Sería tedioso establecer la concatenación de pensamientos que hicieron que tales versos derivasen en esta prosa. Simplemente (como considero es de recibo) detallo y agradezco su origen...

A Darío



El Zahorí era un hombre oscuro. Ojos oscuros, tez oscura, el largo pelo lacio y oscuro….Como contraste, sus ropas eran claras y holgadas, de un desvaído color arena, y flotaban al viento con la apariencia de una tormenta en el desierto. Se sentía merodear un halo de taciturnidad en torno a su persona, y había un rescoldo salvaje en el fuego de su mirada. Silencioso, casi se podría decir de él que era un “hablador de gestos”. Si estaba conforme esbozaba una amplia sonrisa, mostrando una hilera de blancos y relucientes dientes, que resaltaban entre los gruesos labios casi de color marrón. Si las sensaciones eran negativas aquel rescoldo salvaje de sus ojos parecía contraerse, hasta apagarse. Entonces le miraban a uno como espectros en vez de ojos. Y sabido es que si esto sucede, repetidas veces, uno corre el riesgo de terminar exiliado, del lado de las sombras.

Por estas, entre otras razones, cuando el padre ordenó a Diego que acompañase al Zahorí, bien temprano en la mañana, para transportar el instrumental necesario en el desempeño de sus tareas, trató de desembarazarse balbuceando inconexas excusas, a pesar del respeto del que se investía el padre en esas ocasiones. Claro que después de haber sido expulsado temporalmente de la escuela por haber marcado rabiosamente sus dientes en la mejilla del hijo del Señor Alcalde, no había excusa válida para el escaqueo. Cada mañana, bien temprano, partía junto con el zahorí, a examinar concienzudamente las tierras que estaban del otro lado del Río Seco.
El pozo que utilizaban para regar las huertas y los pastos que producían el alimento del ganado, parecía a punto de exhalar su último y húmedo aliento. Aquel era un territorio agreste. Los campos de color parduzco semejaban repeler el agua de la lluvia, que nada más caer parecía evaporarse, en vez de filtrarse, y nutrir aquella tierra que permanecía tan agrietada y árida como habitualmente. Diego pensaba que era impermeable. Cuando la observaba presentaba el mismo aspecto que la piel de los lagartos.

Durante los primeros días todas las horas resultaron estériles e improductivas, tanto como aquellos campos sedientos. Diego se dedicaba a seguir al Zahorí, quien sosteniendo una vara metálica, analizaba cada centímetro de suelo, en silencio y transido, como escuchando los signos de un lenguaje oculto y desconocido. Sólo en las ocasiones en que los pasos de Diego se elevaban, torpes y audibles sobre el silencio -que parecía indispensable para la comunión entre el Zahorí y las ondas electromagnéticas-este se volvía a mirarle, con aquellos ojos en los que los rescoldos semejaban carbunclos. En esos momentos Diego se quedaba inmóvil, como atravesado por la mirada petrificadora de Medusa.

De vez en cuando el Zahorí parecía advertir una anomalía, como una rugosidad en el aire, y podía ver como acariciaba su lomo invisible con la mano, y entonces le pedía que sacara un nuevo instrumento de su bolsa. Se trataba de un extraño péndulo dorado, que sostenía en el aire, durante varios minutos, que a veces circundaban la hora. Pasado un tiempo que sólo el Zahorí sabía determinar, los rescoldos de sus ojos parecían apagarse, y entonces Diego procuraba apartarse de su vista, no fuera ser que aquellos ojos sin luz acabaran por condenarle definitivamente a las sombras.

Todo continuó de este modo, sin apenas ningún cambio aparente, y sin que la ansiada veta de agua asomara, hasta el día en que Diego presenció el encuentro del Zahorí con la prima Julia.

La prima Julia casó joven. Y enviudó, joven también, a los pocos meses de haber casado. El marido murió en el frente. Y a la prima Julia la vistieron con un sudario-al menos eso es lo que había sentido la madre de Diego al verla tornar sus ropas habituales por aquellas que únicamente se veían, en ocasiones, cubriendo los cuerpos de las mujeres más ancianas del pueblo- negro, de luto. Aun así era bella, con aquel rostro pálido, casi etéreo, resaltando entre la fúnebre vestimenta. Aquella tristeza que conmovía, que la convertía ante los ojos de Diego en una virgen, en una mártir, no conseguía oscurecerle el rostro. Como si en ella estuvieran bien delimitadas las zonas de sombra de las zonas de luz. En la inocencia de sus doce años, la prima Julia encarnaba para Diego todo lo divino, venerable y milagroso que hay en la mujer con la que descubrimos el primer y silencioso amor.

La prima Julia salía todas las noches, hasta bien entrada la madrugada. Todo el mundo sabía que iba a rezar a la tumba del marido muerto. Por eso a Diego no le extrañaba escuchar el sonido de la puerta abriéndose, en la habitación contigua a la suya. Sólo con el tiempo comenzaron a distraer sus pensamientos aquellas ausencias, al percatarse de que cada día eran más prolongadas.

En una ocasión se despertó en medio de la noche. Algo entrevisto en el propio sueño le había perturbado. Volvió la vista hacia la ventana y contempló la pequeña casa en la que vivía el Zahorí-casa que en tiempos más prósperos había sido asignada al servicio, pero que en la actualidad, al estar vacía, era ocupada por eventuales huéspedes-durante el tiempo que durase la estadía con su familia. Aunque era muy tarde, a través de los cristales podía ver el siniestro resplandor que arrojaban la luz de varios candiles encendidos en la habitación donde sabía que dormía el Zahorí, pues el mismo iba allí cada mañana a recoger la bolsa con los aparejos. Se precipitó fuera del lecho y tanteó en la oscuridad en busca de sus zapatos. Preso de un impulso febril bajó las escaleras y salió de la casa, procurando no despertar a los durmientes de las habitaciones vecinas. Una vez fuera se dirigió hacia la casa del Zahorí. Era una noche calurosa, y como aquella casa solía caldearse excesivamente, la puerta principal, o por descuido o para dejar que penetrara el fresco de la noche, estaba entornada. Diego no dudó en mirar a través de ella. Lo que vio, en un primer momento, le hizo retroceder. Pero a continuación su curiosidad se sobrepuso a su sorpresa. En el lecho iluminado por multitud de velas encendidas a su alrededor, recostada, se hallaba una mujer desnuda, cuya blanca piel refulgía como la luna, en cuyo resplandor virginal e inmaculado pudo reconocer los inconfundibles rasgos de la prima Julia. Incorporado, junto a ella, vio el cuerpo oscuro y elástico del zahorí, también desnudo, sosteniendo el péndulo dorado que tan bien conocía, a cierta distancia del vientre sinuoso de su prima. Diego se quedó observando un rato el péndulo oscilante sobre aquella piel que ahora lucía dorada, como contaminada por el brillo del metal. Al instante siguiente sintió una punzada de emoción en el pecho, y al alzar el rostro pudo ver los ojos del Zahorí clavados en su rostro. Pero enseguida éste se volvió, pareciendo relegarlo al olvido más absoluto. El péndulo en continuo movimiento, iba descendiendo lentamente. El cuerpo de la prima Julia estaba inquieto, y por momentos daba la sensación de debatirse en espasmos. Si no fuera porque estaba embargado de miedo, hubiese traspasado el umbral y se habría arrojado sobre el Zahorí, para impedir que continuase con lo que fuera que estaba haciendo. Sin embargo, en un momento en el que un movimiento del Zahorí puso a su alcance la visión del bello rostro de su prima, le sorprendió ver una expresión de éxtasis que le era desconocida en ella. Tal vez aquello que estaba ocurriendo ante sus ojos no era malo, pensó. El movimiento del péndulo comenzó a ralentizarse, y por fin, se paró sobre el lugar donde Diego intuía que estaba el sexo velludo de la prima Julia. El Zahorí murmuró algo de lo que Diego apenas logró entender las palabras “sed” y “agua”. Y sin más sumergió la cabeza en esa grieta tan desconocida y misteriosa para él, de la que en algunas ocasiones hablaba a hurtadillas y entre risas con los compañeros de escuela. Las manos negras del Zahorí sujetaban las piernas separadas de la prima Julia, que parecían erguirse como los dos pilares de un puente, o como el umbral de una puerta nunca antes franqueada. Y por un momento pensó que estaba presenciando un combate, o un ritual de canibalismo, en el que la oscuridad vencedora parecía arrojarse sobre la luz para engullirla. O quizás fuera al revés, se dijo…

Al día siguiente, cuando bien temprano tuvo que emprender el largo camino hacia sus tierras, junto con el Zahorí, todavía tenía prendidas en las retinas las imágenes hurtadas a la noche. Iba cabizbajo, avergonzado por lo que había presenciado, y temeroso de las represalias que el Zahorí pudiera tomarse. Cuando ya les separaba una cierta distancia de la casa, éste-cosa poco habitual en él- entabló conversación.

-¿Sabes muchacho? En este mundo no existe nada más parecido a la madre tierra, tanto en sustancia como en materia, como el espíritu y el cuerpo de una mujer.... Por eso la mujer, entre todas las criaturas debería ser venerada. Sin embargo el hombre, y sus miedos, han tenido la necesidad de dominarlas a ambas. Ha talado sus bosques y arrasado sus montes. Ha construido diques y presas. Le ha comido terreno al mar para construir sus ciudades, sus casas, sus caminos…Todo esto lo ha hecho tanto con la mujer como con la madre tierra. ¿Entiendes?- le preguntó, y esta vez sus ojos tenían de nuevo aquel resplandor vivaz y llameante.

-Sí-dijo titubeante-creo…

-Lo que los hombres ignoran, en ese afán supremo de dominación es que, así como en la tierra, lo más bello y estimable de una mujer no está solamente en la superficie. En el cuerpo de una mujer, lo mismo que en las distintas capas de la tierra, existen corrientes subterráneas, manantiales escondidos, y un núcleo hirviente en estado líquido. La mayoría de los hombres, debido a sus miedos, y sus torpezas, desconocen cómo han de hacer para llegar a la fuente. Lo mismo que permanecen ciegos y sordos a los sonidos y cambios en la superficie de la tierra, y necesitan al zahorí para hacer brotar sus pozos. Pero el zahorí no es un ser extraordinario, esos son supersticiones de viejos…. Solamente heredó los ojos y los oídos que tuvieron los primeros hombres. Es conocedor del secreto que hace aflorar el agua de las entrañas de la tierra, y el manantial fecundo escondido en el cuerpo de una mujer. Y de esta última fuente, créeme, brota la más dulce y sabrosa de todas las aguas. La única que calma la más torturante e infranqueable de todas las sedes.

Después le explicó que existían mujeres como su prima Julia en las que las circunstancias de la vida provocaban el enfriamiento del núcleo, hasta casi su solidificación. Si esta situación se prolongaba demasiado en el tiempo, corrían el riesgo de agrietarse y volverse tan yermas como aquellas tierras que tenían alrededor. Aquello era una auténtica tragedia. Como una fuente que se seca, o como el inerme cauce sin agua del Río Seco. Por eso era importante que los hombres aprendieran a escuchar, y a ver…

Y una vez dicho esto, recuperó su estado de mutismo habitual.

A partir de aquel día, Diego observó las andanzas del zahorí con otros ojos. Ya no le resultaba aburrido ni monótono el día. Aquel hombre era poseedor de una sabiduría que no era conocida ni por su padre, ni por su tío, y casi se atrevía a decir, que por ningún otro hombre del pueblo. Porque no conocía mujer en la que hubiese tenido lugar una transformación tan evidente como la de la prima Julia. Tanto que él no entendía como aquella podía pasar inadvertida para el resto. Pero para él cada día era más obvio que aquellos ojos que le rodeaban se habían cansado de ver, y aquellos oídos se habían cansado de escuchar. Los únicos ojos que parecían mirar las cosas, eran los ojos del Zahorí, por eso quizás a veces refulgían como carbunclos, y otras parecían apagarse.

Aunque no todas las noches, sí que en bastantes ocasiones volvió a la pequeña casa del Zahorí, y observaba el del péndulo y otros misteriosos rituales desde la puerta-así como durante el día observaba al Zahorí en su búsqueda de las corrientes internas de la tierra-, que curiosamente siempre estaba entornada.

Así transcurrió el tiempo, hasta que un día, mientras el Zahorí manipulaba el péndulo sobre la tierra-y Diego fantaseaba con aquella visión del metal dorado contaminando con su dorado resplandor la blanca piel desnuda de la prima Julia-, sorprendió una mirada que nunca antes había visto iluminar sus ojos. Fue un destello muy breve, de satisfacción y de júbilo. Pero al momento pudo entrever una pequeña sombra que acabó por apagarlos.

Al día siguiente comenzaron las tareas de extracción, y en breve el pozo estuvo funcionando. Por supuesto el Zahorí no había errado, y venía bien surtido de agua.

Diego lamentó la partida del Zahorí. Por él, porque se había habituado a los días silenciosos y serenos, transcurridos calzándose las huellas de aquel hombre de piel oscura, que a veces parecía preservar la calma que conceden siglos de vida, para de noche convertirse en torbellino indisciplinado en aras de otro cuerpo. Y sobre todo lo lamentó por la desaparición de la prima Julia.
La noche del día en el que el Zahorí se marchó a continuar con su labor en tierras lejanas-tierras que Diego se propuso secretamente conquistar en un futuro-la prima Julia salió a dar uno de sus habituales paseos en la oscuridad, para no volver. Diego, como ocurría habitualmente, escuchó el sonido de la puerta de la habitación contigua al abrirse, y una nueva emoción, distinta a la que le embargaba en los últimos tiempos cada vez que escuchaba aquel sonido, se abrió paso en su pecho. Y aunque estuvo toda la noche despierto espiando los pasos de regreso, desde el primer momento supo que ya no la vería de nuevo.

Jamás llegó a averiguar si la prima Julia se había ido tras el Zahorí. Algo le decía que no. Que aquel manantial tanto tiempo dormido en el interior de su ser, y que el Zahorí había despertado, finalmente se habría encabritado, llevándola muy lejos. Y si en algún punto del camino compartió cauce con el Zahorí, ni aquel mismo podría dominar aquel caudal de aguas desbordadas.

Aquel año, al regresar a la escuela, vino un hombre de la universidad a darles una charla sobre orientación laboral. Parecía un hombre sabio, de grandilocuentes argumentos, pero este no supo que contestar cuando Diego, alzando la mano, preguntó si para ser zahorí había de estudiar una carrera de ciencias o una de letras….

domingo, 19 de junio de 2011

LA JOVEN ATRAPA SUEÑOS

Imagen extraída de la web

Hacía años que no tenía un buen sueño. En ocasiones incluso dudaba de que hubiera tenido un buen sueño alguna vez. Ahora sólo le invadían imágenes de pesadilla. Largos pasillos alumbrados con una luz artificial y mortecina, en los que permanecía atrapado, una noche tras otra, buscando desesperadamente una salida. Aunque en el poso del sueño sabía que la salida no existía. Y nunca habría de existir, porque algo le decía que él se había marginado voluntariamente en aquel laberinto de corredores, con la intención de escapar al mundo, a los sueños de una vida jamás soñada. Y así se había visto atrapado en la paradoja-limbo de soñar que se busca algo, cuando en realidad se huye de aquello que supuestamente se busca.
Nunca habría salida porque, sencillamente, el soñador no quería soñarla.

Aquellos pasillos estaban habitados por siniestros moradores. Jinetes sin cabeza, serpientes de fuegos fatuos, aves que portaban en el pico sus alas arrancadas, corceles exhaustos que jamás podrían dejar de cabalgar… Pero lo que realmente le inspiraba pavor era la serie infinita de habitaciones contiguas a los corredores, y que parecían deslizarse a ambos lados, en un movimiento vertiginoso, con la misma inercia de la bola en la ruleta -o más bien a él le parecía el tambor de un revolver, al que se hace girar, consciente de la existencia de una única bala, destinada a alojarse en su cerebro-. Finalmente el movimiento cesaba y una de aquellas puertas abiertas se detenía ante él. Encima del marco se podía leer con letras iluminadas la palabra EXIT, en color de sangre. Entonces él, consciente de su verdadero lugar en lo onírico, se veía impelido a traspasar el umbral. Generalmente aquellas eran habitaciones de paredes grises, en las que apenas había espacio, porque estaban casi totalmente ocupadas por unas estanterías en las que se veían infinidad de carpetas marrones -como aquellas que utilizaban en su trabajo-. Aunque él sabía que no debía hacerlo, finalmente acababa por tomar una de aquellas carpetas y leer el expediente guardado en ella. Los expedientes estaban todos numerados, pero había llegado a la extraña conclusión de que sólo escogía de entre todos, los expedientes cuya numeración correspondía a un número primo. Aquellos expedientes constituían por si mismos los mayores horrores de sus sueños. Pesadillas dentro de su propia pesadilla. En ellos podía verse las imágenes de niños desollados, falanges diseccionadas que contenían en su propia carne corrupta el alarido de dolor que su antiguo huésped había emitido en el momento de haberle sido arrancadas, antiguos y sofisticados instrumentos de tortura desde los cuales los espíritus de aquellos que habían perecido en sus garras le narraban detalladamente las circunstancias de su tormento… Pero los peores de todo eran aquellos sueños en los que su cuerpo mismo se constituía en aquellas estanterías, porque en estos casos se convertía en ser omnisciente en lo que respeta a los contenidos de aquellos funestos expedientes.

Así que finalmente había dejado de dormir. Por las noches leía libros, veía viejas películas europeas, iba apilando montones de pequeñas libretas en las que garabateaba los versos de un poema épico que llevaba años escribiendo y que recomenzaba una y otra vez -esta circunstancia había hecho que sus íntimos se refirieran a él con el dulce y evocador nombre de Penélope. Pero a pesar de sus esfuerzos por mantenerse distraído podía ver como el sueño le acechaba. Y a veces el amanecer lo encontraba acorralado, sobre la cama, con una mano crispada en lo alto como tratando de evitar la irrupción del sueño. Que definitivamente siempre vencía.

En el trabajo se sentía cansado y distraído. El agotamiento le había dibujado dos enormes ojeras alrededor de los ojos. En ocasiones estaba irritado, aunque su temperamento era por naturaleza dulce. Y a pesar de que siempre había sido un ser apasionado, la falta de descanso había terminado por desdibujar los contornos de aquellas cosas que en su día habían fomentado su pasión. Siempre le habían gustado mucho las mujeres. Sobre todo lo que le gustaba era la seducción. Pero ahora ya no recordaba la última vez que había sufrido uno de aquellos enamoramientos, en otra época tan frecuentes. Era como si las circunstancias de sus noches fueran invadiendo sus días. Y finalmente no había días, ni pasión, ni vida…

No podía precisar cuando había sido la primera vez que le habían hablado de ella. Quizás fue alguien de la oficina. Seguramente López que dándole una palmadita en la espalda el habría dicho “tienes mala cara. Debes hacer lo posible por dormir. Ponerte en manos de una profesional. Una de esas jóvenes “atrapa sueños””. La verdad es que a él todo aquello le sonó a brujería, o vudú. Y además del abusivo importe del que le informaron en la agencia, no le apetecía tener a una extraña viviendo en su casa. Llevaba muchos años habituado a aquella soledad, a la armonía establecida a través de un desorden minuciosamente elaborado por los días y las cosas. No quería que nadie rompiera aquella armonía, pero estaba desesperado. Así que llamó, y un día la “chica atrapa sueños” llamó a su puerta. Era una joven alta, flaca, con mirada escrutadora y un color de ojos inquietante. Permanecieron en silencio, mientras ella parecía examinarlo todo. Los muebles, los armarios, las fotos, la vajilla…Cuando él la condujo al lugar destinado como habitación, ella le contestó que no era necesario, que debían dormir en la misma cama. Estuvo a punto de echarse atrás, de decirle que lo sentía, pero que ya no requería sus servicios. Sin embargo se quedó atrapado por la luz cambiante de su mirada. Por la movible superficie de su pupila que le recordaba a la turbación del agua cuando se ve invadida por una brisa; o alguien le arroja una piedra, y entonces estalla en múltiples círculos concéntricos. Ella adivinó, y el esquivó cobardemente su mirada.

-No se preocupe, a todos les ocurre lo mismo. A mis ojos asoman los sueños de los otros, aquellos que alguna vez hube atrapado. Una amalgama de imágenes oníricas da esta extraña apariencia a mis pupilas. Pero eso no debe producirle desconfianza, ni desasosiego-dijo ella-. Es lo peor que puede ocurrir en casos como el suyo.

Le explicó que su labor consistía en hacerse con el sueño negativo y dejar que los sueños positivos afloraran con naturalidad. Las pesadillas actuaban como un tapón que conseguía que las imágenes hermosas que viven en el subconsciente permanezcan atrapadas, aisladas. Seguramente habrían aparecido subrepticiamente, y poco a poco se habían posesionado en todos sus flancos. Y ahora ejercían de tiranas en sus sueños, y finalmente en su vida.

La joven era agradable. Pidieron unas pizzas y cenaron juntos, charlando en el sofá. Ella le informó de que las imágenes del sueño eran privadas, y jamás podrían ser reveladas a los otros. En el contrato existían terminantes clausulas de confidencialidad, al respecto. Si lo hacía perdería su don. Recordaba tenerlo desde niña. Como cada noche le había sido más y más difícil conciliar el sueño, y aquellas imágenes que la cercaban en la oscuridad. Al principio se había sentido aterrorizada ante las formas espantosas. Pero también era capaz de ver otras hermosísimas, que le producían éxtasis y arrobamientos. En especial le habían desazonado las imágenes eróticas de algunos sueños. Normal en una mente infantil como la suya. Tardó un tiempo en hablar con sus padres. Pero la madre, viendo el estado febril y casi sonámbulo en el que permanecía durante el día acabó por adivinar lo qué le pasaba. Había una tía suya que tenía el mismo don. Parece ser que no hay mucho que hacer en esos casos. Cuando una joven manifiesta los síntomas ha de viajar hacia el lugar donde le ayudan a dominarlo, y le enseñan a hacer ovillos con las imágenes de pesadilla de algunos sueños, y así permitir que las imágenes positivas pasen al soñante. Ella no era otra cosa que un filtro, o un tamiz. No eran muchas las que poseían este don, pero se tenían datos que parecían confirmar que no era algo exclusivo de la era moderna-aunque sí, con el advenimiento de la industrialización se sabía que las pesadillas habían aumentado, tornándose cada vez más sofisticadas, posesionándose de la vida inconsciente de las personas. Que inevitablemente redundaba en la propia consciencia-. Así que a medida que las pesadillas iban arraigando en la sociedad, habían comenzado a descubrirse un mayor número de "jóvenes atrapa sueños". En otras épocas muchas portadoras del don-aunque ignorantes de sus atributos y finalidades- se habían trastornado,enloquecido, recalando en hospitales psiquiátricos. O incluso algunas habían terminado siendo pasto de las llamas en la época oscura de la Caza de Brujas.

Llegó el momento de irse para cama. Ella vistió un pijama de color blanco. Le pidió que se acostara, y se sentó a su lado, en el lecho. Comenzó a hacerle preguntas con una entonación casi neutra, en la que sobresalía una cadencia amable, como de canción de cuna. Le inquirió acerca de su infancia, si había sido feliz... Sí, él recordaba haber tenido una infancia muy feliz, llena de mar y bosque.

Cuando despertó ya el sol asomaba por la ventana. La chica estaba a su lado y le miraba con una expresión dulce.

-¿Y bien?-dijo sonriente-. ¿Has dormido bien?

-Sí-contestó medio aturdido. Intentando recordar-,….. las imágenes regresan confusas. He soñado con mi infancia. Cuando cogíamos el remolque de mi abuela... Junto con mis primos nos turnábamos a ver quién tiraba, mientras los otros montábamos en él. Cuando veíamos a lo lejos un desconchado en el asfalto, nos poníamos a gritar “¡Que vienen las peripecias, las peripecias!!!”. Y sí, en el sueño había multitud de peripecias, y era el vértigo previo, y la sensación de libertad plena. Otra vez. Me sentía tan feliz….Hacía tiempo que no recordaba mi infancia. Demasiado tiempo. Ahora me doy cuenta.

Ella le congratuló porque ese era un resultado óptimo, pero aun debería permanecer unas semanas en la casa, con el fin de controlar las pesadillas y que estas no irrumpieran de nuevo del modo en el que lo habían hecho en el pasado. Lo cual no quería decir que no fuese a tener pesadillas nunca más. A los sueños había que dejarles libertad y sólo en casos extremos como el suyo, cuando el malestar onírico acaba invadiendo la vida, era conveniente mantenerlas a raya.

Así se sucedieron los días, las semanas, los meses….Las pesadillas no volvieron, y él se sentía más fuerte y más vivo. La convivencia con la chica, era muy agradable. Le gustaba charlar con ella, cenar juntos de manera informal, en el sofá. Le reconfortaba sentir la presencia de su cuerpo, y aquel peso tibio cada noche, sobre la cama. A veces a su boca asomaba la tentación de preguntarle hasta cuándo sería necesario que se quedara. Pero tenía miedo hacerla reparar en el hecho de que él ya estaba “curado”, y que decidiera marcharse. Y ahora sabía que ya no tenía miedo a dormirse. Seguramente nunca más lo tendría. Sólo tenía miedo al día en que ella se fuera.

Pero ocurrió que en medio de la noche despertó, con la sensación de que algo estaba fuera de lugar. Sintió un cuerpo inmóvil, sólo alterado por el ritmo de la respiración, yaciendo entre sus brazos. Y en la penumbra,sólo mitigada por el resplandor de la calle filtrándose entre las rendijas de la persiana, pudo ver que la “joven atrapa sueños” milagrosamente dormía, y que algún momento de la noche, su inconsciente había decidido abrazarla. Aunque le desconcertaba el hecho de que estuviera durmiendo, todo le parecía relativo ante la presencia de aquel rostro relajado, con los párpados cerrados, como un par de alas que descansan tras la fatiga de innumerables vuelos. Tenía los labios ligeramente entreabiertos, por los que escapaba el aliento. Acercó su rostro que se dejó invadir por aquella sustancia caliente e ingrávida, sumamente deliciosa. Posó sobre ella sus labios. Sintió como si realmente se desprendiera de ellos en aquella experiencia íntima y lacerante de besarla. Los párpados de ella se abrieron. Él se percató, por primera vez, de que sus ojos ya no relucían con aquel extraño brillo. Sus pupilas ya no parecían los recipientes de las imágenes del espanto de los otros. Y sin más continuó besándola, atrayendo hacia si aquel cuerpo delicado y a la vez rotundo, que se insinuaba bajo las sábanas.

La primera noche que la joven atrapa sueños se dio cuenta de que se había dormido, se asustó. Después, cuando él despertó, comprobó aliviada que las pesadillas no habían vuelto. Pero al momento se percató de que finalmente se había curado, y que debía irse de la casa. Aquel pensamiento la hirió, anduvo unos días taciturna e incapaz de decirle nada al respecto. Cada noche volvía a dormir, y es más, cuando antes del sueño, él se dormía, las imágenes de sus sueños no acudían, para que ella las filtrara. Fue consciente de que había perdido el don. Al principio eso la desconcertó, desconocía qué es lo que debía hacer con su vida. Pero mientras en esto pensaba, le sobrevino el sueño. Afortunadamente se despertó antes que él. Se levantó y fue al baño, a mirarse en el espejo. Como había temido sus pupilas estaban vacías. Las pesadillas de los otros ya no eran sus moradoras. Pero sin embargo en su cabeza sintió la presencia de nuevas imágenes. Y supo que por primera vez en mucho tiempo aquellas imágenes se correspondían a las de sus propios sueños. Porque ahora ella tenía sus propios sueños. Y por eso durante días se había callado. Porque sus propios sueños tenían lugar en aquel lecho, y en aquel que cada noche dormía a su lado, y que ahora la despertaba con el dulce fragor de sus labios en los suyos, y que con aquellas manos la arrancaba del sueño y de las sábanas.

EXTRAÑARTE

Al amarte
Todo se hace extraño
Los días
Los cielos
Los pasos
Mis huellas
Los ojos de los perros que me miran
Las voces implacables del asfalto
La serena caída de la lluvia
La rosacea cadencia del atardecer

Mi cuerpo
es extraño
Esta tormenta de sensaciones
es extraña

Todo se extraña
en esta lujuria
de quererte
y no tenerte
De hablarte
y no decirte
De dejar pasar los días
en tu ausencia

Sólo tu presencia
pondrá las cosas
en el lugar correspondiente
Llenará los vacíos
que hay en cada hueco
Restaurará en el silencio
la magia de los nombres
Devolverá a los perros
la voz de su ladrido
Y ninguna de mis huellas
será inmerecida

Ya no será en vano la espera
Ya no inquietará mi mano la muerte
Y juntos tomaremos el pulso de los vientos

Las olas
Las infatigables olas
Las olas
condenadas a la galera de lo efímero
Las olas
amarradas a sus remos
Olas
de aire y de espuma
Olas
de inquieta belleza
Olas
tan diferentes las unas de las otras
Cientos
miles
infinitas
olas

Así es este amor
Cambiante
embravecido
y en constante devenir
Pero siempre el mismo amor
Como siempre el mismo mar

viernes, 17 de junio de 2011

EL LENGUAJE SECRETO DE LAS NUBES

Fotografía: Yauheni Attsetski



Llueve....



Cuando llueve me gusta mojarme. Alzar mi rostro hacia el firmamento para observar las formas imprevistas de las nubes, mientras se deshacen de su deliciosa carga, sobre mi piel sedienta y marchita. Me compadezco de la gente con paraguas. Obstáculo artificioso entre el ser y el cielo, nos transforma por momentos en animales subterráneos, en tortugas indolentes con el techo a cuestas. Sólo me gustan los paraguas cuando son refugio de amor, como un abrazo unificador sobre nuestras cabezas.
Estos días no llueve. El sol se muestra radiante y primaveral. Sólo la fresca e impetuosa caricia del viento, mitiga un poco el calor. Muy de vez en cuando asoman pequeñas hilachas blancas y brillantes, que parecen arrancadas, con los dedos, de la madeja vaporosa de una nube más grande. Ya comienzo a extrañar la lluvia. El golpeteo tenue sobre mi ventana. La música de su lenguaje singular y misterioso, todo hecho de gotas, hablándole a las raíces de mi cuerpo. Sólo yo sé del secreto que se esconde en su código cifrado.
Cuando descubro en el cielo una nube recién nacida, la miro con ojos emotivos, y soplo. Cruzo los dedos para que mi aliento colabore y que disfrute de una vida larga. Si una nube vive lo suficiente puede llegar a abarcar el mundo…… Mientras hago esto, le doy mis instrucciones. Señalo en un mapa imaginario el lugar a donde debe dirigirse. Para llegar hasta él es preciso caminar por los sueños arraigados en siete noches(creo que son los inuits los que miden las distancias en sueños...). Luego le describo con gestos que moldean el aire, los rasgos de aquel a quien deben buscar, de aquel a quien amo. Susurro contra el viento palabras incendiadas y versos extasiados. Le pido que lo proteja, y que lo bese en los párpados. Y luego la dejo ir, triste pero esperanzada.

Yo sé que este ritual que narro, tiene su contrapartida del otro lado. Que él también invoca a los vientos cada vez que ve florecer una nube. Que trata de dirigirla hacia mí con el baile de sus manos. Que inscribe pequeños hálitos de palabras y en cada una de ellas deposita un beso ardiente…

Por eso llevo días invocando a los dioses paganos de la lluvia. Y tiemblo de deseo cada vez que intuyo la presencia de alguna nube. Por eso la próxima vez que las vea aproximarse, negras y tempestuosas, cargadas de (su) humedad, correré hacia allí donde nacen las olas. Me despojaré de mi vestiduras y aguardaré desnuda hasta que estalle el aguacero. Y dejaré que empape mi piel con esos signos mágicos del lenguaje de la lluvia. Aquellos que él y yo hemos pactado. A los que el resto del mundo permanecerá, inevitablemente, ciego.

jueves, 16 de junio de 2011

SOBRE CONVERGENCIAS Y COMUNIONES

Quiero quebrar todas las líneas de tu piel deslavazada
y colorearte más allá de tus márgenes
(Como hacíamos con los plastidecores cuando éramos niños)
Restañar tus perfiles hasta que te hagas sangre
y columpiarme en tus aristas
TAN ALTO
como para abrir con la alegría de mis pies los párpados del cielo

Y que ya no haya límites en nuestras convergencias

Quiero el viento verde de tu aliento en mi boca
la voz salada de tus versos en mi oído
Y sentir que el mar se ha instalado definitivamente en mí
Como si hasta ahora no hubiese sido más que la carne vacía
de una caracola carente de sonido

Quiero tu olor desnudo
Combatiente de mil batallas
Sudores
Fragores
Secreciones
Heridas
……
La irrupción violenta
en mi galaxia
del astro incandescente de tus ingles

Y volatilizar de una vez por todas
ese “casi”
de esa comunión “casi” perfecta
De la que en ocasiones me hablas…

miércoles, 15 de junio de 2011

GENTES MENGUANTES


Al despertarse aquella mañana, la noche anterior se le precipitó encima, aplastándola con el peso de sus imágenes. De repente, sin él, su lecho le pareció inmenso. Como un océano blanco de sábanas y pliegues, en el que ella era un solitario albatros con el ala rota. Fue consciente de que sus palabras de ayer habían sido duras, perversamente amargas. Pero sólo buscaba una reacción, ser para él como esa patada que te despierta del sueño. Él la había mirado con aquellos ojos insondablemente tristes, desprovistos de luz y de vida-unos ojos que parecían haber decidido morir hace tiempo-, lo que había acabado por enervarla. Le había gritado que recogiera sus cosas y se marchara, que no soportaba verle más. Él, con aquel modo indolente que tenía para ejecutar cualquier acto, sacó la bolsa del armario y comenzó a llenarla con sus ropas. Afuera la tormenta arreciaba, era el inicio de la ciclogénesis explosiva con la que los informativos habían estado bombardeando toda la semana. Durante la tarde incluso se habían reído juntos del pánico de las gentes, quienes colapsaban los supermercados, con sus carros humeantes de alimentos, como si se encontraran a las puertas de la más inminente amenaza nuclear. Habían imaginado que todo aquello no era más que una estrategia de los supermercados para disparar las ventas. Así como quienes argumentaban que la gripe A había sido un bulo de los laboratorios farmacéuticos para llenarse los bolsillos con la venta de vacunas. Y ahora no podía establecer la cadena de hechos que los había llevado desde esas carcajadas cómplices, a aquel intercambio de palabras lacerantes. Ella era La Estocada de Nevers. Directa y limpia al entrecejo. Al finalizar cada una de sus frases veía siempre aquella gota de sangre sostenida en el pentagrama de su frente. En otro tiempo habían sido como Nevers y Lagardere, defendiéndose del mundo, espalda contra espalda. Conscientes de que aquella acción bélica a la desesperada podía costarles las vidas. Sin embargo, finalmente, habían vuelto sus espadas para atacar el flanco del otro. Siempre terminan siendo demasiado fugaces las alianzas perpetradas contra el mundo.
Habían decidido que pasaría la noche en el sofá. Y ahora bendecía la ocasión que le brindaba la tormenta que le había retenido. Aun estaría a tiempo de pedirle perdón, restablecer la concordia y celebrar la paz con sus sexos. En ese momento él entró en la habitación, y sin siquiera mirarla, recomenzó a preparar la maleta. Ella dijo su nombre, pero él no pareció escucharla. Continuó ensimismado en la tarea de separar camisas y calcetines. De pronto sintió que un vértigo la sacudía, como ese vacío que nos sobreviene durante el sueño. Porque ella pensaba que en los sueños nunca caemos, sino que es el vacío el que cae en nosotros. Y le pareció que él se hallaba muy lejos, a una distancia imposible de abarcar con una mirada. Se incorporó en la cama. Desde aquella posición, la figura de él, asomando a través de la puerta entreabierta del armario, le pareció la de un gigante. Se puso de pie, y miró a su alrededor, ¡le pareció que apenas se levantaba un palmo sobre el lecho! Volvió a llamarle, gritó su nombre, pero él ni se inmutaba, y mucho menos se volvía a mirarla. Ella dirigió una mirada a su alrededor y le pareció que toda la habitación había aumentado su tamaño. La lámpara del techo semejaba ahora tan lejana como el sol, gravitando en un cielo de escayola. Se volvió, y allí en el fondo, sobre la mesilla, vio algo que le sugirió una idea. Comenzó a caminar sobre la cama, donde las sábanas y la manta se esparcían en sinuosas dunas, cuya superficie trataba de vencer ayudándose de sus manos. Pero cuando se sentía a punto de coronar la cima, de nuevo se resbalaba hacia abajo, y tenía que volver a empezar. Así que buscó alrededor y vio en uno de los laterales una abertura entre las sábanas. Se escurrió a través de ella, y comenzó a deslizarse sintiendo la tela blanca sobre sus espaldas, y de pronto no le pareció tan liviana como habitualmente, sino que se sintió oprimida por el peso de tanta blancura. Continuó reptando, con el vientre pegado al colchón y al cubrecama, divisando a lo lejos la luz que le indicaba el camino que tenía que recorrer. Por fin, tras lo que a ella le pareció una eternidad, su cuerpo se deshizo de las sábanas. Al incorporarse miró hacia atrás, temiendo por un momento que él ya se hubiera marchado. Continuaba allí. Suspiró aliviada. Ahora quedaba lo que le pareció lo más duro: tratar de trepar por la almohada. Lo intentó por varias veces, y, finalmente, consiguió subir. Había sido más fácil de lo que había pensado. Lo difícil era mantener el equilibrio sobre ella, pues cada dos por tres se resbalaba o su cuerpo se inclinaba hacia los lados. Extendió los brazos como cuando en la escuela se subía a la barra de equilibrios, y respiró hondo antes de continuar la marcha. Al llegar al final se dio la vuelta, se puso de rodillas, y agarrándose con fuerza a la almohada, descolgó su cuerpo. Comenzó a balancearse ligeramente, y a la de tres se dejó caer sobre la mesilla que estaba a una corta distancia. En la caída se hizo daño en un pie, y se estuvo un rato antes de poder levantarse. Miró hacia él, y vio que ya no le restaba demasiado tiempo para acabar de preparar la maleta. Así que corrió hacia su objetivo, que no eran otro que las llaves del coche de él, que descansaban en la mesilla, y comenzó a empujar con todas sus fuerzas. Calculó que con un pequeño esfuerzo, el manojo de llaves caería al suelo, y con el ruido que harían al golpearlo-porque él tenía un montón de llaves, algunas que abrían cerraduras de casas o puertas que ya no existían-él acabaría por volverse y por fin la vería. Empujó, y empujó, hasta que por fin sintió como las llaves cedían y eran engullidas por la fuerza de la gravedad. Justo a tiempo porque parecía haber acabado de hacer la maleta, tan solo le faltaba cerrarla. En efecto, se interrumpió al escuchar el sonido, y se dirigió hacia la mesilla para ver qué lo había provocado. Entonces, antes de mirar hacia ella, se percató de que las llaves estaban en el suelo, y se agachó a recogerlas. Por un momento sus ojos parecieron posarse sobre ella, pero enseguida se dirigieron hacia abajo. Ella volvió a llamarle, con todas sus fuerzas, y a él su voz debió parecerle similar al zumbido de una mosca, porque le dirigió un manotazo, que la hubiese golpeado gravemente de no ser que tuvo los reflejos suficientes para precipitar su cuerpo sobre la mesilla. Con frustración vio como él se levantaba de nuevo, y sin más le dio la espalda. En un último arresto de coraje, comenzó a bajar de forma temereraria por la mesilla, utilizando como apoyo las juntas de los cajones. Aquello le llevó mucho tiempo. Tanto, que cuando apenas unos centímetros separaban sus pies del suelo, escuchó el ruido de las maletas al cerrarse. Sin reparar en la distancia, saltó, y apenas sintió el dolor que en su pie derecho había dejado la caída anterior. Comenzó a correr. Decidió acortar distancias, tomando el camino de debajo de la cama. Miró hacia arriba y vio las tablas del somier, reparó en que alguna parecía a punto de romperse, tendría que buscar otras que las reemplazaran. Cuando ya escuchaba el ruido de la puerta de la habitación al abrirse, salía de nuevo a la superficie. Al llegar a ella se la encontró cerrándose en sus narices. Ahora sí que ya nada podía hacer. Se apoyó en ella, rendida, golpeándola con aquellos débiles nudillos que nunca nadie podría escuchar. Sintió deseos de llorar, pero de pronto se dio cuenta que su mano izquierda estaba tocando algo. Suspiró de alegría. Aquello no era otra cosa que el picaporte. Había recuperado su tamaño, y ahora sí, podría abrir la puerta y correr hacia él para pedirle perdón. Entonces pudo escuchar un sonido que llegaba de la calle. Era el motor de un coche que se alejaba, a gran velocidad.

lunes, 13 de junio de 2011

POEMAS QUE ATRAVIESAN EL OCÉANO


La imagen es regalo de Miriam...


A Miriam
, porque la entrada de hoy en su blog derivó en esta idea...Y sobre todo por ser espejo que propaga la luz..


Ella moraba junto al mar. En una solitaria casita con el tejado de pizarra. Vivía sin compañía alguna, pero aun así no sabía lo qué era tener miedo, porque cada noche dormía acunada por el sonido de las olas, y entre los protectores brazos del viento. Aquellos eran sus mejores amigos, la única familia que conocía. Y siempre, hasta entonces, había pensado que no necesitaba más….

Una mañana, imponiéndose al bramido de una tormenta, la despertó un golpeteo intermitente, sobre el cristal de su ventana. Se levantó sobresaltada, y corrió a ver qué motivaba aquella perturbación. Al abrir las contras la sorprendió la figura frágil de un pájaro de papel, tembloroso y medio muerto de frío. Lo tomó en sus manos y dejó que se acurrucara entre ellas. Exhalando sobre él su aliento, consiguió que entrara de nuevo en calor. A medida que se recuperaba, el avecilla iba extendiendo sus alas, que hasta ese momento permanecían plegadas. Pronto la chica pudo ver que había algo escrito sobre ellas. Lo leyó y en sus ojos florecieron unas lágrimas. Ella nunca antes había llorado. La chica desconocía que a quien no ama, no le sobreviene el llanto… Recogió con un dedo una de aquellas lágrimas y la llevó a su boca. Su sabor era salado, lo que le hizo estar agradecida, porque tampoco nunca antes había tenido el mar en sus ojos.
Aquel que había venido a su ventana no era otra cosa que un poema, que se había hecho pájaro para atravesar los mares….

A la tarde por fin hubo escampado, y la chica y al pájaro salieron a dar un paseo por la playa. Ella iba descalza, con los cabellos sueltos, y llevaba puesto un vestido rojo. El pájaro volaba sobre sus pasos, de vez en cuando se paraba encima de sus huellas y comenzaba a cantar alegremente. Pero la mayoría de las veces, descendía hasta el hombro de la chica, y posándose sobre él, desplegaba sus alas al sol, para permitir que sus rayos pudiesen pendular sobre los versos escritos en ellas.

A la mañana siguiente llegó otro pájaro. Este venía húmedo de océano y viento. Por lo que el primer pájaro y la chica se esforzaron en hacerle entrar en calor, pues temían que fuese demasiado tarde. Por momentos parecían perder la esperanza, y el primer pájaro recostaba la cabeza sobre su pecho, buscando el latido. Y aunque fugaz y débil, su corazón continuaba sonando, así que agitando rápidamente las alas, la encomendaba para que redoblaran los esfuerzos. La chica buscaba entre todos sus alientos aquellos que le parecían más cálidos, y los proyectaba sobre aquel cuerpecillo de papel, del que parecía haberse ausentado toda vida. Cuando rondaban el mediodía por fin abandonó su rigidez y sus alas comenzaron a desplegarse. La chica pudo al fin leer los versos escritos en ellas. Y una gran sonrisa se posó en su rostro.
El primer pájaro revoloteaba contento, finalmente se acercó al segundo pájaro, y se saludaron juntando sus picos.

Aquella tarde los dos pájaros volaron delante de ella, quien los perseguía pizpireta, a veces corriendo, en ocasiones a saltos. Atravesaban las nubes, dejando en ellas las huellas de sus delicadas formas. Y en los cabellos blancos se quedaban prendidas las letras de los versos de sus alas. Cuando se cansaban volvían junto a la chica, y se apoyaban en cada uno de sus hombros. Entonces ella caminaba despacio, para no enturbiar aquella paz recién recobrada. En ese preciso momento la tarde decidía morir…

En días sucesivos se repitió el mismo ritual. La única diferencia es que dejó de llover, y los pájaros ya no llegaban en estado tan lamentable. Siempre parecían reconocerse, o esperarse…Todos con su correspondiente poema sobre las alas.

Ahora, en sus paseos por la playa la acompañaba una bandada completa de pájaros, que cincelaban el cielo con sus alas. Eran tantos los que dejaban las letras de sus poemas dormidas sobre las nubes, que un buen día llovieron versos sobre la arena. Pero, cada vez con más frecuencia, la chica acababa sus paseos, inmóvil junto a la orilla, con la vista perdida en un punto lejano del océano. Finalmente, en una ocasión preguntó:

-¿Dónde está vuestro lugar de procedencia? ¿Quién es el que os ha enviado junto a mí?

Pero por única respuesta ellos desplegaban sus alas versadas al cielo.

Con el tiempo percibieron que la chica parecía cada vez más melancólica, y ya no corría junto a ellos, sino que se limitaba a mirar al horizonte, dejando que las olas bañaran sus pies descalzos. Los pájaros se entristecían al verla tan nostálgica. Una tarde se miraron los unos a los otros y como quien ejecuta una movimiento marcial, todos a un tiempo se posaron en la espalda de la chica, y sujetándola con sus picos por el vestido rojo, agitaron con fuerza sus alas, hasta que comenzaron a elevarse. Al principio la chica se revolvió nerviosa, al notar como el suelo se esfumaba bajo sus pies, pero pronto se supo segura por encontrarse al cobijo de sus amigos. Intuía que estos, aun a riesgo de perder la vida, nunca la dejarían caer. Viajaron durante días por encima del océano, y las aves comenzaron a dar muestras de fatiga. De vez en cuando alguna corriente de aire compadeciéndose de ellas les decía:

-Frágiles y hermosos pajarillos de papel, que sin duda por amor soportáis una carga demasiada pesada para vuestras alas, dejad que os empuje durante este tramo del camino en el que afortunadamente somos compañeros de viaje.

Y durante parte del trayecto, los pájaros podían descansar y se dejaban conducir plácidamente por la fuerza del viento.

-Tristemente aquí nuestros caminos se bifurcan. Quisiera sosteneros hasta el final de vuestro viaje, pero como viento que soy no tengo más voluntad que la de mi propio corazón, y este me conduce a otra parte…

Entonces los pájaros de papel tenían que continuar con aquella dura tarea que se habían impuesto. La chica no tenía miedo, sólo maldecía a aquella nostalgia que había impulsado a sus amigos a iniciar un vuelo tan peligroso. De vez en cuando, alguna nube también se apiadaba, y mullendo sus carnes, les permitía reposar sobre ella, pero durante ese tiempo la travesía transcurría muy lentamente.

Por fin llegó el día en el que divisaron la costa, y los pájaros junto con la chica comenzaron a descender. Ya algunos eran apenas capaces de agitar sus alas, así que los que aun tenían arrestos de energía redoblaron su esfuerzo para impedir que su preciosa carga se precipitase bruscamente hacia el suelo. La chica pudo ver la línea de la costa, sinuosa, como la espalda de una mujer. Las lenguas del mar saboreando la arena. Los bancos de peces como diminutas y plateadas sombras moviéndose al unísono, obedeciendo las órdenes de un cerebro común. Ya apenas estaban a unos metros del suelo, cuando las aves sintieron como se quebraban sus alas y lo único que pudieron hacer fue echar una última ojeada para calcular la distancia y comprobar con alivio que la chica no se haría daño, y que estaba definitivamente a salvo. Ella sintió brevemente el vértigo y la velocidad de la caída. De inmediato fue la arena entrándole en la boca, en los ojos, en las veniales heridas que su abrieron en su cuerpo al golpearse. A continuación un ruido sordo, mate, apenas perceptible, que se repetía una y otra vez. Se volvió lentamente, presa de un doloroso presentimiento. Y al erguir la cabeza inevitablemente se encontró con los cuerpos exánimes, de los pájaros de papel, descansando al fin sobre la playa. Estuvo tratando de reanimarlos, uno a uno, hasta que terminó por rendirse. Ya no había rastro de los versos que alguien, en un tiempo no muy lejano, había escrito sobre sus alas. Durante horas permaneció en silencio, encogida, con el rostro cubierto de lágrimas, parecía que el mar ya no quería abandonar sus ojos. Sólo hasta que escuchó un sonido de pasos sobre la arena consiguió apartar la mirada de los aquellos cuerpos inermes.

-¿Quién eres? ¿Por qué lloras?-dijo una voz de hombre

-Ya no recuerdo quien soy-respondió la chica con voz entrecortada-Lo único que tengo claro es el motivo por el que lloro. Mis lágrimas se vierten sobre estos pájaros de papel que hace tiempo se acercaron a agitar los versos de sus alas junto a mi ventana. Y por fin, gracias a ellos, conocí qué es aquello que llaman amor….¿Y tú, quien eres?-dijo volviendo su rostro hacia él.

-Yo sólo soy el poeta-contestó- Y también hace algún tiempo que las olas del mar-quienes son incapaces de ocultar un secreto-me contaron que al otro lado del océano vivía una chica solitaria, que no conocía lo que era el amor. Aquello me puso muy triste, porque la misión del poeta es llevar el amor a todos los rincones del mundo. Por todo esto cada día di vida con mis versos a un pájaro de papel ,al que enviaba a surcar los mares para que buscase a esa chica, con el fin de dejar un poso de amor en su corazón. Comenzaba a preocuparme porque ninguno de los pájaros había regresado. Temía que no hubiesen llevado a cabo su misión.

-Ah!- se sorprendió la chica- ¿Entonces eran tus versos los que mis amigos portaban en las alas?

-Sí, y como puedo comprobar cumplieron su cometido con total satisfacción. Tus ojos están llenos de amor, por lo que su muerte no habrá sido en vano.

-Pero yo siento un agujero aquí en el pecho, que sólo el agitarse de sus alas podría llenar-contestó la chica tristemente. –Murieron por mí. Porque yo quise atravesar el océano, para encontrarte...

-Has de saber, muchacha, que la poesía nunca muere. Que siempre habrá un verso que llene el hueco que otro verso deja al aniquilarse. Que la poesía está en el movimiento de los árboles, y en el rayo de sol que se aplasta contra el mar. Que pueden extinguirse todos los poetas, pero siempre habrá poesía, al menos hasta que no se seque la última gota de amor en el corazón del último hombre, o siempre que haya un espejo para propagar la luz. ¿Ves?-entonces cogió una pluma y un tintero que llevaba en su bolso y tomando uno de los pájaros de papel que reposaba yermo sobre la arena, comenzó a escribir en él. De inmediato la vida regresó a aquel cuerpo que comenzó a revolotear alrededor de la chica. Casualmente el pájaro escogido era el primero que había llegado hasta su ventana, y los ojos de la chica comenzaron a resplandecer con nuevas lágrimas, en las que el poeta reconoció un matiz muy distinto. Por lo que decidió hacer una excepción y reescribir todos los versos que alguna vez había escrito sobre el cuerpo de aquellos pájaros, con el único fin de aquella desconocida chica supiera lo que era el amor.

Así que, uno por uno, ante aquellos ojos, los devolvió a la vida.

viernes, 10 de junio de 2011

FILOSOFÍA DE LAS ALMOHADAS

-En cuanto a Eros, prefiero la animalidad a la sofisticación-dijo Flavia mientras se volvía con lentitud hacia él. Escapando la blancura de su seno izquierdo a la impavidez de la sábana-. Las espinas de la rosa, ¿qué son sino el subterfugio de la flor que fue, antes de ser atrapada en el concepto de belleza?

-Mira-contesto Mauro acercando el dedo a la piel de Flavia, justo allí donde se resolvía la curvatura del pecho-, blanco sobre blanco. La impavidez de la sábana, contra tu palpitante palidez… Sin embargo no dudo en cuál de las dos se inclina a recogerse la luz. Tu seno resplandece con idéntico fulgor a la luna. Pero en este caso no hay ningún sol fuera que le conceda su brillo. La luz procede directamente del corazón que descansa en el interior de tu pecho.

-El corazón es el vestigio del animal que algún día fuimos. Antes de aquel hombre que le puso nombre a las cosas. Se dice que el verbo se hizo carne, pero lo que nadie cuenta nunca, es que después la carne retornó al verbo…

-Sí, aquel hombre sacrificó la libertad de la especie por jugar a ser dios. No pensó en que los demás también querríamos jugar a ser dioses….Pero bueno, tal día como hoy yo he encontrado mi manera de jugar a ser dios- deslizó su dedo hacia el centro del pecho de Flavia, acariciando con él el oscuro pezón, que a continuación comenzó a desperezarse- Soy dios despertando a Adán a la vida….Y dictamino que esta es la figura geométrica perfecta acerca de la que discutían los griegos.

-A eso me refiero precisamente…Retornar a esa amor previo al concepto. Ese amor antes de la perversión de las formas.

-El amor no es más que una ruptura en el equilibrio del universo. Una excepción. Cuando en una mañana sin nubes, me encuentro en el cielo límpido y azul la presencia rezagada de la luna, siempre pienso en el amor. Esa rebeldía de la luna transgrediendo las normas es superior a cualquier milagro de los que hablan las escrituras…

-En eso Eva fue mucho más lista que Adán-interrumpió Flavia

-Yo a ti siempre te he considerado una chica lista. Una discípula aventajada de Eva..

-Gracias-contestó Flavia mostrando sus relucientes dientes en la batalla encarnizada de una sonrisa-…Eva debió pensar que este era un universo absurdo si para respetar su equilibrio había que dejar que la manzana cayera del árbol, para que seguidamente se pudriera. Mejor arrancar la manzana y morderla antes de que sus jugos se perdieran…

-Mírate, estás ahí, hermosa. La almohada sobre la cama. Tu codo sobre la almohada. Y tu cabeza reposando delicadamente sobre la mano en la que termina tu codo. Sin duda el universo está en equilibrio-y diciendo esto comenzó a descender, sumergiéndose en aquel mar de sábanas debajo de las cuales el cuerpo desnudo de Flavia descansaba.

-¿Qué haces?-rió ella

-No podemos permitir tanta armonía…He de arrancar la manzana antes de que caiga del árbol, y estos deliciosos efluvios se pierdan para siempre-y una vez dicho esto, ya no hablaron más….

miércoles, 8 de junio de 2011

CORRUPCIÓN

Con una hoja de silex
rasgas la tela de mi mortaja
y me desprendes del envoltorio
Igual que a un caramelo
que te introduces en la boca

Me chupas
Me lames
Me arrancas todo ornamento con los dientes
Me haces girar cual peonza
con la punta de tu lengua
Me pones cara el norte
Me pones cara el sur
Igual que a una veleta
de la que eres el viento

Yo era Lázaro
hasta que me levantaste
Aldonza Lorenzo
hasta que en tu delirio
me llamaste“Dulcinea”
Maullido de gatita negra
hasta que encontraste en mi diafragma
el rugido selvático de la pantera
Y cándida Blancanieves
hasta que me erigiste en pérfida madrastra
toda vestida de cuero


Sólo tú
me devuelves a mi cuerpo de los diecisiete años
Libre de pecado
con todos los orificios vírgenes
y sus secreciones contenidas

INMACULADO

Para cada nuevo día
llenar mi boca con tu pecado
abrir con tus dedos todos mis orificios
dejar vía libre a mis secreciones

Hasta contaminar mi cuerpo
de nuevo adolescente
con la santísima corrupción de tu carne

NO

No dejes ni un centímetro de piel para los gusanos…
Ni un solo rincón de mi alma consagrado a dios…

martes, 7 de junio de 2011

EL PARAÍSO ESTÁ EN NOSOTROS

Cuando enlazados, caminamos lentamente por las calles, observamos extasiados como a nuestro alrededor van cayendo pequeños trozos de cielo. Algunos llevan un querubín prendido, que pronto comienza -agitando deliciosamente las alas- a revolotear a nuestro alrededor. Allá a donde vamos nos acompaña la fragrante brisa que brota de sus plumas.
Pero el resto de los mortales se vuelve a mirarnos- inquietos-como si temieran que aquel aire alegre se les metiera en el corazón, y ya no pudieran expulsarlo…

Los serafines al ver esto se arrojan peligrosamente desde las nubes, e intentan captar nuestra atención deleitándonos con el arpa. Su sonido es inflamable, y nos llena los ojos de centelleantes fuegos de artificio. Vemos como sus dedos se deslizan por las cuerdas en ese delicado gesto con el que la mariposa horada la crisálida... La música es como el espectro del sol lacerando el cristal, desternillándose en infinitas cábalas, incandescentes. Tú atrapas una de sus notas entre tu mano. Al abrirla, tan sólo queda de ella una voluta de humo, y una quemadura sobre tu palma, justo encima de la línea de la vida. Te miro asustada, pero enseguida sonríes y dices “así es la huella de tus besos sobre mi piel. Indeleble sobre la línea de la vida…”.
Al llegar a cualquier lugar, el murmullo de las conversaciones cesa, y todos se llevan las manos al pecho, como sujetando el corazón en su cuenca. No vaya a ser que se ponga a bailar, y sean incapaces de devolverlo a sus límites de nuevo...

En ocasiones descubrimos como alguno de esos pedacitos de cielo contiene un ángel caído. A nosotros eso nos pone tristes porque se pasa mucho tiempo llorando, echando terriblemente de menos sus alas perdidas... Por lo que le hacemos carantoñas, para distraerlo. Siempre olvidamos que los ángeles caídos son muy traviesos. Que les gusta revolvernos el pelo y arrancarnos las ropas. En ese caso nosotros lo único que podemos hacer es repasar nuestras desnudeces y memorizar las líneas de nuestro pecado. Entonces correteamos por las calles con el descaro de nuestros sexos al descubierto.
Y la gente que nos mira-inevitablemente-comprueba la hermeticidad de sus cinturones, la disciplina de los botones, y el rigor de las cremalleras. No vaya a ser que a ellos también se les de por quitarse las ropas... Nosotros podemos pararnos y leer en sus frentes agraviadas un fuerte deseo de darnos una azotaina, y vestirnos de nuevo, como si fuéramos niños. Entre dientes Adán y Eva nos llaman...
Sin embargo preferimos seguir correteando desnudos, pues si como Sartre dijo “el infierno son los otros”, sabemos que, para compensar, “el paraíso está en nosotros”.

lunes, 6 de junio de 2011

A TUMBA ABIERTA

Al hermano perdido…


Creo que siempre deseé aquel lunar de encima de tu boca. Pero en aquel deseo nada había de posesión, ni carnalidad…. Sólo que mirarlo me hacía bien, ponía mi mundo sobre su eje…. Está claro que habíamos nacido para querernos, no para amarnos. Tú eras una línea recta, y yo , sencillamente, culebreaba….

El primer día nos miramos mal. Durante toda una época nos sacamos las zarpas, delimitándonos los territorios. Pero de pronto comenzamos a respetarnos. Y finalmente fuimos cómplices en el hecho de querernos, en el hecho de quererla. Ella era el nexo, la comunión. Los planetas estaban en sintonía. Yo miraba a aquel lunar flotando sobre tu labio, y no necesitaba más pruebas de ello.

Pero un día dejaste de ser fuera de mí, fuera de nosotras. Y no ceso de culparme por no haber podido protegerte en aquella habitación de paredes de agua, en la que te ahogaste. Aquel día todos llegamos un minuto tarde. Y así sucede la muerte(cuando es fortuita, improvisada…) todos llegan un minuto tarde. Y me di cuenta de que hasta ese momento, yo te había creído invulnerable. Y le preguntaba a los cielos cómo podías haber muerto si eras invulnerable. Tú que eras mi héroe, acabaste por convertirte en mi tragedia. Todo el mundo tiene su tragedia. Y aquellos que no la tienen se la inventan, lo que es menos doloroso, pero conlleva un peligro mayor. Tu hermana me dio tu último mensaje. “Él hablaba muy bien de ti-dijo. Siempre comentaba lo inteligente que eres…” Tú sabías que era de ese tipo de mujeres que prefieren que les digan inteligentes, a bellas.

Y ahora, ha pasado tanto tiempo, que trato de cristalizar tu voz en los nombres que me dabas. “Hippie”, me llamabas. “Estás loca, mujer”, me decías ante los síntomas de mi alucinógena imaginación. Y tenías una forma de pronunciar estas palabras, que , extrañamente, denotaban orgullo. Pero ¡ay!, apenas son ya un eco. Que triste cuando el mar de la vida se lleva cabalgando sobre sus olas la voz de un ser querido. Me fallaste-grito-yo creía que siempre estarías aquí…

Ya ni recuerdo cómo se movían tus manos. Sólo sé que te gustaba llevar los zapatos limpios. Y yo en aquella época insistía en llevar botas de hombre, en perenne conflicto con mi feminidad. Tú te reías. Y yo aprendí a reírme contigo. Siempre me decías lo qué pensabas acerca de los chicos que me gustaban. Por supuesto, a ti no te gustaba ninguno. Pero un día me sorprendiste diciéndome que “él” era buen chaval. No daba crédito….Y yo ante ti, con el corazón destrozado, creyendo que en el amor las cosas debían ser blanco o negro. “Comprende mi dolor, no me digas que es bueno….”
En fin, que ahora me emborracho con el mismo alcohol que tu bebías. Un sucedáneo homenaje.

El último momento que recuerdo juntos (no sé si fue realmente el último, pero sí el que recuerdo), fue en la noche. Yo iba con mis amigas, gozosa de tenerlas allí, mis ojos sólo eran para ellas. Aquella fue “la noche de las tres gracias”. “ Él” la bautizó así. Nos encontramos en un local pequeñito, que ahora tampoco existe. Estuvimos hablando un rato, una singular conversación acerca de “la batalla de las Navas te Tolosa”. Creo que estuvimos en desacuerdo. Y pronto me fui con las otras dos gracias, inconsciente de que aquel iba a ser el último momento que iba a recordar de ti…. De madrugada, cuando llegué a casa, me fui a consultar la enciclopedia…Ahora recuerdo, nos vimos una vez más, y tú me confesaste que al llegar a tu casa, también habías consultado la enciclopedia..

A veces me pongo muy triste, al comprobar que comienzas a ser solamente un borrón en mi vida. Como Ávalon, siento que eres una isla perdida entre las nieblas. Me desespero, ¿alguna vez exististe, o eres sencillamente un mito?. Entonces, en estas ocasiones, donde la nada parece a punto de vencer, mi mente vomita la imagen talismán. Aquel lunar tan deseable, encima de tu boca, que yo sabía que nunca sería mío. Y en eses momentos, mi mundo, vuelve a estar sobre su eje.

domingo, 5 de junio de 2011

TODO MENOS EL PURGATORIO

Quiero que me enseñes a amar
con todas las heridas limpias
A consumirme en la violencia de tu fuego
y con un certero soplido
disperses mis cenizas en los vientos

Quiero que redimas en mi piel
todas las guerras del Peloponeso
El agujero sin contorno
Vaciar de las aguas mis océanos

Quiero que domestiques para mí
la línea fugitiva del horizonte
Abandonémonos sobre su lomo erizado
Y cabalguemos
Y descubramos de una vez
a dónde van las nieblas

Me dices que seguramente
al mismo lugar
a dónde va el amor cuando muere

Y yo te respondo
que hay amores
cuyo destino son los cielos

Otros hay
cuya condena es el infierno

Cualquiera de esos dos
LO ACEPTO

Pero, tesoro, amores de purgatorio
Ay! Yo no sirvo para eso…

jueves, 2 de junio de 2011

ISIS REENCARNADA


Isis y Osiris: Grace Flamand



Con mis caricias reintegro
cada elemento de tu cuerpo
esparcido por los cinco continentes

Ha sido preciso beber
las aguas de siete largas vidas
antes de reunir todas tus partes

En África hallé tu tronco
como un nudoso baobab
anclado a la tierra
Con el ímpetu de mi insurgente abrazo
conseguí extraerlo sin quebrar las raíces

En Asia encontré tus brazos
amarrados al cielo
Tuve que construir una escalera completa de palabras
con la que elevarme
Y fue tal la fuerza de mi deseo
que a pesar de que se veían tan radiantes
en aquel estado de febril ingravidez,
sin oponer resistencia descendieron
prendidos a la telaraña de mi cintura

Por los áridos desiertos de Oceanía
estuve persiguiendo las huellas caídas de tus pies
Tuve que aunar la destreza de los Jinetes de las Estepas
la filosofía de los Tuareg, monarcas nómadas de las arenas
y la resistencia de los aborígenes
para darle alcance a tus piernas

Al siguiente continente nos fuimos bailando

En América me esperaba
la más difícil y ardua tarea
de convencer a tu cabeza
Para ello preparé concienzudamente los argumentos
Sin embargo
antes de haber hablado
La cadencia de mi sonrisa
y la elocuencia de mi mirada
resultaron convincentes

Claro que todo esto no habría sido posible
si previamente en Europa
no hubiera hallado tu corazón
que con su latido-brújula
me guió por las laderas del ancho mundo
para hallar todos los miembros de tu cuerpo perdido

Así que sin más
fui Isis reencarnada
y exhalé el aliento de la vida
en la cavidad paciente de tu boca

Ahora nos reímos enlazados
de aquellos que preveían el desastre
como único destino de esta solitaria quimera

Y sin más nos congratulamos en la cama
de que contrariamente a lo que ocurrió con Osiris
yo sí que conseguí encontrar todas tus partes