Yo, a la que es bastante fácil encontrar por
los bares, suelo decir que un bar es la gente. Generalmente un bar es la
gente que una se encuentra detrás de la barra, sobre todo al principio,
pero con el tiempo se le va agregando más y más gente,
y bar y gente ya no pueden desvincularse. Creo que esto es lo que está
sucediendo con “PEQUEÑA OPORTUNIDAD DE ARDER”. Estos poemas nunca han
sido enteramente "yo", pues son el producto de una contaminación de lo
otro y de los otros. Pero desde que estos poemas comenzaron a conspirar
los unos con los otros hasta conformar este poemario, esa sensación de
que el poemario es la gente ha ido creciendo cada día. En primer lugar
el título que nació en una conversación con mi amiga y maravillosa poeta
argentina Laura Laura Garcia del Castaño. U otra amiga y también maravillosa poeta Alba Ceres Rodrigo, que fue el puente que tuve que cruzar para llegar junto a Gabriel Viñals
creador, editor, y pintor en este proyecto que es, como diría la misma
Alba Ceres, un reducto de poesía, del cuidado en la edición, del amor al
trabajo por el trabajo mismo, y, aunque de algo hay que alimentarse, la
prueba de que no hay mayor satisfacción que la de la obra terminada y
el camino recorrido hasta aquí. Toda esa gente que durante estos días se
ha interesado y alegrado por el libro. Quienes han manifestado su deseo
de venir a la presentación y no pueden, quienes (sé) están moviendo los
hilos para poder asistir, quienes asistirán sin cuestionarse nada…En
fin, no sé si habrá más libros en el futuro, y si así sucede quizás sea
distinto, pero “PEQUEÑA OPORTUNIDAD DE ARDER” no es simplemente un
libro, es mi(me voy a permitir el posesivo esta vez) gente.
Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.
Juan Ramón Jiménez
lunes, 15 de septiembre de 2014
lunes, 8 de septiembre de 2014
SENTIMENTAL
El hombre se queda mirando el
horizonte, como si el extravío fuera el lugar donde corroborar la intensidad del azul de sus ojos. El arrimo es que nuestros cuatros ojos ensayen
lo ciclópeo de ese interregno al que llamamos beso. Aunque en estos instantes
me conformaría con contemplar cómo sobre los suyos deviene la luz de la tarde. Los
párpados entornándose y las horas resistiéndose a marcharse. ¿Cuánto
de corazón en la mirada? Soplar sobre la pupila y observar lo húmedo
desgajándose, tan parecido a cuando con los dientes arrancamos la fina telilla que recubre los gajos de algunas frutas. O quizás se trate de esperar a que los océanos se reubiquen sobre ese iris que como
animalillo medroso me rehúye. Ahogarse el ojo en la propia conmoción, el gesto
de una manita tratando de mantenerse a flote, los círculos que se dibujan
cuando sobre ellos se hunde como una piedra lo mirado. Sí, hay ojos que son de
ese modo, y una se pregunta qué es aquello que bajo sus aguas definitivamente
se acaba de perder. Trato de contarlos como quien contando los círculos de un
tronco puede determinar las edades de un árbol. Y caigo en el equívoco de
pensar que en ese hombre hay tanto de viejo como en el horizonte que se queda
mirando con sus ojos azules.
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