Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


jueves, 29 de abril de 2010

El gran cronopio: imprescindible en mi Kibuttz

Difícil hablar sobre Julio Cortázar. Dejémosle a el....

HAY QUE SER REALMENTE IDIOTA PARA

Hace años que me doy cuenta y no me importa, pero nunca se me ocurrió escribirlo porque la idiotez me parece un tema muy desagradable, especialmente si es el idiota quien lo expone. Puede que la palabra idiota sea demasiado rotunda, pero prefiero ponerla de entrada y calentita sobre el plato aunque los amigos la crean exagerada, en vez de emplear cualquier otra como tonto, lelo o retardado y que después los mismos amigos opinen que uno se ha quedado corto. En realidad no pasa nada grave pero ser idiota lo pone a uno completamente aparte, y aunque tiene sus cosas buenas es evidente que de a ratos hay como una nostalgia, un deseo de cruzar a la vereda de enfrente donde amigos y parientes están reunidos en una misma inteligencia y comprensión, y frotarse un poco contra ellos para sentir que no hay diferencia apreciable y que todo va benissimo. Lo triste es que todo va malissimo cuando uno es idiota, por ejemplo en el teatro, yo voy al teatro con mi mujer y algún amigo, hay un espectáculo de mimos checos o de bailarines tailandeses y es seguro que apenas empiece la función voy a encontrar que todo es una maravilla. Me divierto o me conmuevo enormemente, los diálogos o los gestos o las danzas me llegan como visiones sobrenaturales, aplaudo hasta romperme las manos y a veces me lloran los ojos o me río hasta el borde del pis, y en todo caso me alegro de vivir y de haber tenido la suerte de ir esa noche al teatro o al cine o a una exposición de cuadros, a cualquier sitio donde gentes extraordinarias están haciendo o mostrando cosas que jamás se habían imaginado antes, inventando un lugar de revelación y de encuentro, algo que lava de los momentos en que no ocurre nada más que lo que ocurre todo el tiempo. Y así estoy deslumbrado y tan contento que cuando llega el intervalo me levanto entusiasmado y sigo aplaudiendo a los actores, y le digo a mi mujer que los mimos checos son una maravilla y que la escena en que el pescador echa el anzuelo y se ve avanzar un pez fosforecente a media altura es absolutamente inaudita. Mi mujer también se ha divertido y ha aplaudido, pero de pronto me doy cuenta (ese instante tiene algo de herida, de agujero ronco y húmedo) que su diversión y sus aplausos no han sido como los míos, y además casi siempre hay con nosotros algún amigo que también se ha divertido y ha aplaudido pero nunca como yo, y también me doy cuenta de que está diciendo con suma sensatez e inteligencia que el espectáculo es bonito y que los actores no son malos, pero que desde luego no hay gran originalidad en las ideas, sin contar que los colores de los trajes son mediocres y la puesta en escena bastante adocenada y cosas y cosas. Cuando mi mujer o mi amigo dicen eso --lo dicen amablemente, sin ninguna agresividad-- yo comprendo que soy idiota, pero lo malo es que uno se ha olvidado cada vez que lo maravilla algo que pasa, de modo que la caída repentina en la idiotez le llega como al corcho que se ha pasado años en el sótano acompañando al vino de la botella y de golpe plop y un tirón y no es mas que corcho. Me gustaría defender a los mimos checos o a los bailarines tailandeses, porque me han parecido admirables y he sido tan feliz con ellos que las palabras inteligentes y sensatas de mis amigos o de mi mujer me duelen como por debajo de las uñas, y eso que comprendo perfectamente cuánta razón tienen y cómo el espectáculo no ha de ser tan bueno como a mí me parecía (pero en realidad a mí no me parecía que fuese bueno ni malo ni nada, sencillamente estaba transportado por lo que ocurría como idiota que soy, y me bastaba para salirme y andar por ahí donde me gusta andar cada vez que puedo, y puedo tan poco). Y jamás se me ocurriría discutir con mi mujer o con mis amigos porque sé que tienen razón y que en realidad han hecho muy bien en no dejarse ganar por el entusiasmo, puesto que los placeres de la inteligencia y la sensibilidad deben nacer de un juicio ponderado y sobre todo de una actitud comparativa, basarse como dijo Epicteto en lo que ya se conoce para juzgar lo que se acaba de conocer, pues eso y no otra cosa es la cultura y la sofrosine. De ninguna manera pretendo discutir con ellos y a lo sumo me limito a alejarme unos metros para no escuchar el resto de las comparaciones y los juicios, mientras trato de retener todavía las últimas imágenes del pez fosforecente que flotaba en mitad del escenario, aunque ahora mi recuerdo se ve inevitablemente modificado por las críticas inteligentísimas que acabo de escuchar y no me queda más remedio que admitir la mediocridad de lo que he visto y que sólo me ha entusiasmado porque acepto cualquier cosa que tenga colores y formas un poco diferentes. Recaigo en la conciencia de que soy idiota, de que cualquier cosa basta para alegrarme de la cuadriculada vida, y entonces el recuerdo de lo que he amado y gozado esa noche se enturbia y se vuelve cómplice, la obra de otros idiotas que han estado pescando o bailando mal, con trajes y coreografías mediocres, y casi es un consuelo pero un consuelo siniestro el que seamos tantos los idiotas que esa noche se han dado cita en esa sala para bailar y pescar y aplaudir. Lo peor es que a los dos días abro el diario y leo la crítica del espectáculo, y la crítica coincide casi siempre y hasta con las mismas palabras con o que tan sensata e inteligentemente han visto y dicho mi mujer o mis amigos. Ahora estoy seguro de que no ser idiota es una de las cosas más importantes para la vida de un hombre, hasta que poco a poco me vaya olvidando, porque lo peor es que al final me olvido, por ejemplo acabo de ver un pato que nadaba en uno de los lagos del Bois de Boulogne, y era de una hermosura tan maravillosa que no pude menos que ponerme en cuclillas junto al lago y quedarme no sé cuánto tiempo mirando su hermosura, la alegría petulante de sus ojos, esa doble línea delicada que corta su pecho en el agua del lago y que se va abriendo hasta perderse en la distancia. Mi entusiasmo no nace solamente del pato, es algo que el pato cuaja de golpe, porque a veces puede ser una hoja seca que se balancea en el borde de un banco, o una grúa anaranjada, enormísima y delicada contra el cielo azul de la tarde, o el olor de un vagón de tren cuando uno entra y se tiene un billete para un viaje de tantas horas y todo va a ir sucediendo prodigiosamente, el sándwich de jamón, los botones para encender o apagar la luz (una blanca y otra violeta), la ventilación regulable, todo eso me parece tan hermoso y casi tan imposible que tenerlo ahí a mi alcance me llena de una especie de sauce interior, de una verde lluvia de delicia que no debería terminar más. Pero muchos me han dicho que mi entusiasmo es una prueba de inmadurez (quieren decir que soy idiota, pero eligen las palabras) y que no es posible entusiasmarse así por una tela de araña que brilla al sol, puesto que si uno incurre en semejantes excesos por una tela de araña llena de rocío, ¿qué va a dejar para la noche en que den King Lear? A mí eso me sorprende un poco, porque en realidad el entusiasmo no es una cosa que se gaste cuando uno es realmente idiota, se gasta cuando uno es inteligente y tiene sentido de los valores y de la historicidad de las cosas, y por eso aunque yo corra de un lado a otro del Bois de Boulogne para ver mejor el pato, eso no me impedirá esa misma noche dar enormes saltos de entusiasmo si me gusta como canta Fischer Dieskau. Ahora que lo pienso la idiotez debe ser eso: poder entusiasmarse todo el tiempo por cualquier cosa que a uno le guste, sin que un dibujito en una pared tenga que verse menoscabado por el recuerdo de los frescos de Giotto en Padua. La idiotez debe ser una especie de presencia y recomienzo constante: ahora me gusta esta piedrita amarilla, ahora me gusta "L'année dernière à Marienbad", ahora me gustas tú, ratita, ahora me gusta esa increíble locomotora bufando en la Gare de Lyon, ahora me gusta ese cartel arrancado y sucio. Ahora me gusta, me gusta tanto, ahora soy yo, reincidentemente yo, el idiota perfecto en su idiotez que no sabe que es idiota y goza perdido en su goce, hasta que la primera frase inteligente lo devuelva a la conciencia de su idiotez y lo haga buscar presuroso un cigarrillo con manos torpes, mirando al suelo, comprendiendo y a veces aceptando porque también un idiota tiene que vivir, claro que hasta otro pato u otro cartel, y así siempre.

La vuelta al día en ochenta mundos

Julio Cortázar

martes, 27 de abril de 2010

DE CÓMO PONERLE NOMBRE A UN GATO

Si una convive con esa mujer con curvas llamada fatalidad está claro que algún día una tendrá un gato o por hablar con propiedad el gato la tendrá a ella. Quizás el resto de los mortales no casen la relación, casi mejor porque seguro acabaría en divorcio. Pero por extraño que parezca el resultado de un partido de balompié depende directamente de que una lo vea, lo que una no sabe hasta después del partido es si el hecho de su presencia inclinará la balanza a un lado u otro para su equipo.
Lo mismo dos que se aman caminan por las calles de la vieja y caduca Lisboa contra esa hermosura plagada de nostalgia de los árboles desnudos. Viendo al fado, esa melodía que se pega al alma, remoloneando sobre los viejos tejados, lanzando suspiros mañaneros. Los rostros gastados de los portugueses. La letanía insípida y estridente de los españoles. Las piedras surcadas de tranvías. Los barrios dejándose querer… Y uno de ellos zalamero inventa para la otra una historia. Érase una vez un bucanero solitario, que para más inri nació sefardí, piel aceituna y barba negra cuya forma daba a su rostro el aspecto maligno de una daga. De nombre Ruruk, llegó tras el periplo destino de todos los de su raza, con el corazón arrancado de raiz, a una tierra del norte de la península Ibérica en la que había un asentamiento judío y a la que como muchas otras, un río le daba nombre. Esa tierra que en tiempos fue una de las siete capitales del reino había conocido tiempos mejores pero esa prosperidad pasada habría de estigmatizar su faz de pequeñas iglesias y soberbios castillos. De mudas piedras y sombras anhelantes. Del peso del tiempo resquebrajándole las entrañas. Y el huraño Ruruk cuyo nombre significaba cuervo llegaba impelido por su algebraico pasado.
-Algebraico como el de todo el mundo.
-Más bien lo algebraico es el destino que está sin dirimir.
-Sí pero todo destino enraíza en el pasado. Y ahora seguid con lo del cuervo. Te lo inventaste ¿no?
-Está en una novela llamada El Tuareg. El protagonista tiene un camello que es uno de los grandes compañeros de su vida al que llama Ruruk que significa cuervo y obstinadamente el camello es blanco.
Y aquí llega el momento de abandonar Lisboa y esa historia que en parte voy falseando sobre la marcha. El camello que ciertamente aparece en la novela no se llama Ruruk sino Rorab que significa cuervo en el idioma Tuareg. Si alguien ha leído la novela, aprovecho este inciso para hacer un comentario acerca de la misma y una asociación de ideas vislumbrada entre los efluvios báquicos del sábado por la noche. El pueblo tuareg es un pueblo nómada. El conflicto que se desarrolla en la novela tiene su origen en el sentimiento de la hospitalidad que tiene su protagonista quien pertenece a este pueblo. Nosotros con nuestras banderas y patrias hemos olvidado lo qué es la hospitalidad. Dixit.
El caso es que la mujer de las curvas sinuosas no quiso que el libro cayera en mis manos antes de tener nuestro primer gato. O sea que llevábamos cerca de un mes emancipados cuando E me llamó exultante al ver un anuncio que regalaba gatitos. Llegó a casa portando todos los cachivaches que encontró a su mano y a su bolsillo lo cual me puso tonta y tierna. Ya había concertado una cita para el viernes y como él no llegaría a tiempo me tocaba a mí encontrarme cara a cara con la camada y decidir. Fueron varias las ocasiones en las que dejó escapar el hecho de que había uno negro, pero todo sin la intención de influir. Y claro que entre los dos gatitos que quedaban quizás el más lindo era uno atigrado pero como tan hermosamente escribió Exupery “lo esencial es invisible a los ojos…..”, y yo me lleve al que como comprobamos más tarde era más pequeño que una lata de coca cola. También más tarde comprobamos que no era gato sino gata. Pero antes de todo eso yo ya le había puesto nombre. Mi amada y linda gatita negra se llama Ruruk que a partir de entonces y aunque los libros me desmientan significa cuervo. Igual que el hermoso poema de Edgar Allan Poe.

lunes, 19 de abril de 2010

Vera Eikon

DESMONTANDO MI KIBBUTZ
El hombre es el animal que nombra. Y a mi modo de ver esa faceta denominadora tiene algo de exorcismo. Al poner un nombre semeja que se destierra lo ajeno, lo adverso del ser nombrado y de algún modo ininteligible pero carnal lo hacemos nuestro. No en vano en la ceremonia católica del bautismo se da un nombre a la par que con el agua se borra la mancha del pecado original. Desde siempre se les ha puesto nombre a los astros y en esa suma semeja que el universo se achica hasta coger en una bola de cristal, en la lente de un astrónomo.Cuando se conquista una tierra se le pone nombre.Elegimos nombre para nuestros hijos, nuestros animales, nuestros amantes...Simulacro de pertenencia.
Y un día para alguien yo fui Vera Eikon. Y aunque yo no desconocía la raiz de mi nombre supe del sentimiento que tras él se escondía. Siempre gusté de indagar el origen de los nombres de aquellos a quienes amé. Uno fue aquel de quien "sólo dios será su juez". Ahora era "el hombre de la lanza".Claro que Vera Eikon significa verdadera imagen y yo gustaba de suponer que aquel que así me llamaba sentía que eso era lo que había encontrado. Y así me llamaba su Vera Eikon. El ser humano además del animal que nombra es el animal que se siente solo. Nacemos solos y morimos más solos todavía. Mientras vivimos intentamos con fervor reconecernos en el otro para omitir esa sensación de soledad que tanto nos desacouga. Encontrar un espejo donde se refleje nuestra verdadera imagen....
Han pasado casi cinco años desde que me pusieron nombre. Sigo siendo Vera Eikon, en el antiguo Egipto Berenice que además significa "portadora de la victoria".Este nombre es hoy uno de los cimientos más fundamentales de mi Kibbutz. El día que falte el Kibuttz se derrumbará bramando y tendré que levantarlo de nuevo piedra contra piedra. Mientras tanto no me siento el espejo donde se refleja la verdadera imagen de alguien sino aquella junto la que ese alguien se siente en su verdadera circunstancia.Y de algún modo ser portadora de la victoria contra la soledad que nos mata.

viernes, 16 de abril de 2010

Todo empieza con Cortázar. Casualmente de iniciales J.C. me convierte en apóstol de una causa que no es otra que la del ser humano y definitivamente la de uno mismo. Él hablaba de extrañamiento y yo hablaría de desentrañamiento por el puro placer de ser visceral. ¿Está extrañado el ser humano? Fácil suponer que desde el mismo momento que lo arrancan a este mundo. Sin embargo la vida, ese juego en el que cada uno tiene definido su rol, es un tablero de entramado tan damasquinado que simplemente se juega y ya no se polemiza contra uno mismo, por temor a la barbarie. Aun así queda la congoja. Algo nos pica y no es la entrepierna. Y el individuo va haciéndose pedazitos y los sujeta con el superglú del ser social. Y nos duele el útero materno por la pérdida y la pura envidia del calorcito. Claro que todo esto subcoscientemente(la consciencia y la inconsciencia son una pareja que casi siempre adoptan la llamada postura del misionero, excepto cuando se duerme o se está ebrio), subrepticiamente.
De todos modos, sé que somos unos cuantos los que a veces ensayamos la ficción de mirarle a los ojos a los gatos(Che, que difícil aguantarles la mirada) Y perseguimos bichitos imaginarios. Sonambulistas, funambulistas, equilibristas, saltimbanquis, filibusteros e impresionistas nos dejamos enarbolar por las aristas de los tejados. Y las peripecias son las cuencas que dejan los charcos cuando se secan. Y claro, tenemos que inventarnos y reinventar el mundo(porque el mundo ya está inventado y da pena). Artificio de útero materno:¡He ahí el kibutz!. Sólo un lugar cálido donde la consciencia y la subconsciencia ensayan todas las posturas. Divino Kamasutra.