Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.
Juan Ramón Jiménez
martes, 19 de abril de 2011
CASTILLOS EN EL AIRE
Imagen: JACEK YERKA
Tenía fama de ser el mejor constructor de castillos en el aire de todo el reino. Gentes de los más lejanos confines, acudían en tropel, para que les diseñara su propio castillo, a partir de las imágenes de sus sueños. Y se congratulaban de que, aunque los castillos de piedra eran únicamente patrimonio de reyes y príncipes, aquellos palacios en el aire estaban al alcance de todos, fueran campesinos o artesanos, ganaderos o comerciantes, villanos o nobles, niños o ancianos….Por eso nunca se lamentaban de caminar tan largas distancias para llegar a él. Una vez allí simplemente tenían que sacudirse el polvo del camino, y permitir que el constructor los durmiese. Por medio de un extraño artefacto de cristal, al que denominaban “el alambique maestro”, extraía sus sueños. Podía verse como las imágenes bullían a fuego lento en el vientre transparente, se distorsionaban, se amalgamaban, se estiraban cual chicle para luego concentrarse, y finalmente eran eructadas en nubes de los más extraordinarios colores. A este proceso se le llamaba “el destilado”.
La gama de nubes siempre era diferente, según el soñador, y en todos los años en los que llevaba ejerciendo su profesión no se había dado la circunstancia de encontrar dos gamas iguales. Con ayuda de las manos, arremangado hasta los codos, tomaba las nubes y proyectándolas en el aire levantaba la torre del homenaje, las almenas, el adarve y todo el entramado arquitectónico del castillo….Luego, mediante un artilugio de oro las iba cincelando, esculpiendo formas que hasta ese momento habían permanecido ocultas, del mismo modo que un escultor descubre la figura escondida en las entrañas de la roca a la que desnuda.
Escogía de entre todas, las más volátiles y de material más ligero, para componer las vidrieras. Colocaba la elegida en el extremo de un tubo de metal y comenzaba a soplar a ritmo constante, hasta que la nube acababa por adquirir una forma esférica. En ese momento era cuando cesaba el soplido y la nube, desprendiéndose del tubo, alzaba el vuelo. Desde la distancia el constructor dirigía sus movimientos con las manos, cual un director de orquesta. Derecha, izquierda, arriba, abajo…Entonces sus manos parecían pájaros, torneando las alas, moldeadas por el viento. Hasta que la nube era colocada en el lugar precisado de antemano por él, y emitiendo un chasquido, como el de una pompa de jabón al estallar, se descomponía la esfera y se prendía al marco de aire, como una nueva piel, irisada y caleidoscópica, en la que los traviesos rayos del sol se dedicaban a hacer cabriolas. A esta fase se le llamaba “la construcción”.
Una vez finalizada, el constructor extraía unos polvos que guardaba en una bolsa de terciopelo rojo, y los espolvoreaba sobre el castillo. En ese momento, ante los asombrados ojos de todos, éste comenzaba a menguar, hasta que cabía en la palma de su mano, sobre la que dócilmente se posaba. Entonces lo tomaba y con cuidado lo introducía en el corazón del soñador, que desde aquel día resplandecía iluminado por una nueva luz. Esto era así, porque, según palabras del constructor, a pesar de lo que todos creen, la verdadera raíz de los sueños no está en nuestro cerebro, sino en nuestro corazón. A este proceso, que era el proceso final, se le llamaba “condensación”.
Entonces el soñador podía retornar a su hogar. Una vez en este, la primera noche tras su regreso, durante el sueño, el castillo que anidaba en su corazón emergía a la superficie. Y podía vérsele flotando sobre su vivienda, como una estampida de colores y fuegos de artificio. Era un maravilloso espectáculo ver los pueblos cada vez más florecientes de castillos, sobrevolando las casas de los durmientes, durante la noche.
Un día su majestad serenísima llegó de un reino muy lejano hasta la casa del constructor, precedido del más pomposo séquito que jamás se haya visto por aquellos lares. En ese preciso instante el constructor se hallaba descansando, y como no le gustaba que perturbaran su sueño, a aquel que pasaba tantas noches en vela, su mujer dudó si avisarle o hacer esperar a tan ilustre visita. Un vistazo al filo de las espadas que empuñaba la guardia real, la persuadió de que mejor le iría despertando a su marido de inmediato. Refunfuñando el escultor se compuso las ropas y salió a recibir a tan excelso huésped. Una vez intercambiadas las pertinentes muestras de cortesía, el rey le expuso que tanto y tan bien había escuchado hablar acerca del constructor, que había decidido que era hora de que él- que tenía el más hermoso castillo en piedra que arquitecto alguno hubiera imaginado, habiendo mejorado y engrandecido el que en su día en herencia le legara su difunto y amantísimo padre-tuviera un castillo en el aire, como las gentes vulgares. Pero siendo como era su majestad coronada, veía lógico que su castillo superara en rango, belleza y tamaño a los que cada noche veía ondeando en las casas del pueblo.
-Eso no es posible-dijo tajante el constructor. Esta respuesta fue acompañada de inmediato por el rechinar de los dientes reales. Pero serenándose, no en vano le llamaban su majestad serenísima, mostró el más amable de los rostros e inquirió los motivos que según el constructor impedirían la realización de sus deseos.
-Sencillamente a que los castillos en el aire tienen que ver más con la calidad del soñante y la materia soñada, que con la destreza y el virtuosismo que yo pueda desplegar en tal materia. Y si mi humilde persona tratara de engrandecerlo artificiosamente, finalmente terminaría por enquistarse, o derrumbarse, originando tal catástrofe que ni yo mismo sabría predecir las consecuencias.
-Bah! Ridículo….Siendo yo rey, lógico es que la calidad de mis sueños sea en todo superior, y que estos sean a su vez más elevados. Tanto es así que por las noches puedo escuchar las risas de las estrellas complacidas al sentir como estos las cosquillean...
Ante este alarde de lirismo, los cortesanos estallaron en vivas y aplausos, que afortunadamente amortiguaron los improperios que entre sus dientes no pudo evitar dejar escapar el constructor, quien opinaba que durante la vigilia existiría rey y monarca, pero durante el sueño cada uno es su dueño y señor.
-Lamentablemente- continuo diciendo aviesamente su majestad-, si se diera el caso de que tras practicar conmigo el arte que tan divinamente ostenta-según en mi reino se atestigua-el resultado no es lo esperado, se derivará que hasta el día de hoy el señor constructor nos habrá estado engañando vilmente. Por lo que nos veremos precisados a llevar a cabo la desagradable tarea de pasar a cuchillo tanto a él como a su adorable esposa, y a esa cuadrilla de chiquillos cuyos dorados rizos veo sobresalir bajo la mesa.
Digamos simplemente que todo el ímpetu inicial del constructor se vio diluido ante tal amenaza. Si bien el nunca hubiera malversado su arte por el bien propio, no en vano lo haría por evitar el riesgo ajeno, cuando la palabra ajeno incluía a su dulce mujer y sus bienamados hijos. Así que no tardó en decidirse y cambiando el gesto por una mueca imperturbable, condujo al rey al llamado “salón onírico”. Previamente a que tomara asiento, los lacayos colocaron una enorme tela de seda, a modo de protección-pues quien sabe cuántas posaderas vulgares se habrían sentado anteriormente en él-, sobre el “sillón duermevela”. Y el rey, como el resto de los humanos, nada más recostar su cuerpo contra el respaldo, cayó preso de las hilanderas del sueño. El alambique, con más esfuerzo de lo habitual, comenzó a sustraer las imágenes. Enseguida el constructor se percató de que para aquel castillo sería necesario un buen número de jornadas, cuando por regla general con una noche bastaba. Se dijo que quizás los que todo lo poseen, pierden la costumbre de soñar… Y sin perder más tiempo comenzó a avivar el fuego que calentaba el alambique, para apurar el ritmo de la captura y el destilado. Tras muchas horas por fin comenzaron a aflorar las nubes, que en vez de ser veteadas y risueñas, como eran habitualmente, eran oscuras y malhumoradas. Entonces tuvo que recurrir al plan b. Y le pidió a su hijo mayor que fuera a por un bote de “pintura caleidoscópica” y la brocha que guardaba en el sótano. Pronto este regresó y su padre pudo comenzar la ardua tarea de ir ciñéndole colores a las nubes. Aquella pintura tenía la extraordinaria cualidad de que tras sumergir la brocha, aparecía goteando un color distinto en cada ocasión. Así que poco a poco, aquellas nubes opacas y tristonas, fueron adquiriendo los matices más vivos y resplandecientes.
Una vez que gran parte de las nubes estuvieron pintadas, comenzó a componer la torre del homenaje. Entonces se dio cuenta de que, aunque tenían una estupenda apariencia, las nubes carecían de consistencia, y aquello que iba construyendo, enseguida parecía reblandecerse, y mustiarse, como las flores cuando hace demasiado calor y llevan tiempo sin ser bendecidas con la lluvia. Entonces le pidió a su hijo mediano, que fuera al sótano a buscar el “material para el apuntalamiento de sueños”. El hijo mediano regresó enseguida, y el constructor comenzó los duros trabajos de apuntalamiento. Era este material tan extraordinario, que una vez apuntalada la estructura deseada, se hacía invisible a los ojos de cualquier humano, excepto, claro está, a los del constructor. Así pasaría desapercibido a los ojos del monarca, por mucha clarividencia real que tuviera.
Cuando llegó la hora de cincelar las nubes ocurrió que, si bien estas habían resultado blandas e inermes al confeccionar las distintas arquitecturas del castillo, se mostraban ahora rígidas e impenetrables. Tuvo que pedirle a su hijo pequeño que fuera al sótano a buscar el cincel de diamante. El hijo pequeño era el más rápido de entre sus hijos, así que en el tiempo de un suspiro regresó con su preciada carga, y el padre pudo ponerse enseguida a la sofisticada y precisa tarea de tallar la piel de las nubes. El cincel de diamante tenía cualidades mágicas por las cuales, cuando el constructor daba un golpe seco sobre las nubes, enseguida estas se veían invadidas por las más delicadas flores. Cuando daba varios golpes, de manera continuada, bandadas de los más bellos pájaros eran sembrados por sus carnes.
Llegó el turno de los vitrales. Pero para desgracia del constructor, cuando soplaba las nubes a través del tubo, éstas explotaban antes de tomar la forma esférica adecuada. Tuvo entonces que echar mano de su último recurso y el mismo fue a buscar los cristales de arco iris que guardaba en el sótano. Estos tenían la increíble capacidad de que una vez eran arrojados por el constructor sobre la porción de aire que debían cubrir, amoldaban su tamaño a la misma y entonces comenzaban a danzar los colores que se combinaban para dar lugar a las más bellas formas.
Cuando terminó concluyó que, sin duda, aquel era el de mayor rango, belleza y tamaño, entre todos los castillos que había construido. Sin embargo nunca anteriormente, se había sentido menos satisfecho ante su obra. Con más suavidad de la que le hubiese gustado emplear, despertó al rey, quien llevaba tantos días durmiendo que su real figura se levantó renqueante. A pesar de todo el lujo y la magnificencia que anteriormente se habían desplegado ante aquellos ojos reales, permaneció enmudecido durante varios minutos al contemplar el castillo. Después aplaudió y no pudo evitar espetarle al constructor la frase real- que a su interlocutor le pareció harto vulgar- ¿qué te había dicho yo? Cuando el rey se cansó de admirar aquel maravilloso castillo en el aire, por fin el constructor pudo extraer de su bolsita roja los polvos menguantes. Y cerrando los ojos-temiéndose que ocurriese algún imprevisto más-los espolvoreó sobre el castillo. Afortunadamente esta vez todo ocurrió según lo convenido, y pronto pudo depositar la luz de los sueños, sobre el corazón del rey, a la par que recorría su espalda un escalofrío.
Después de tanto tiempo el séquito abandonó su casa y las inmediaciones, dejando tras de sí el mismo paisaje que tiene lugar tras un asedio. Aun así el constructor y su familia se sintieron felices, porque por fin podían descansar sin sentir el filo de aquellas espadas suspendido sobre sus cuellos.
Al fin un día, el rey, tras largas jornadas de viaje, iba a hacer noche en su castillo. Después de la ceremonia habitual, se dispuso a rendirse al sueño, festejando mentalmente-y de vez en cuando en voz alta para todo su séquito-la fortuna que suponía para él tener los dos castillos más bellos jamás conocidos. Uno sobre la tierra, y otro sobre el aire. Pronto quedó completamente dormido y comenzó a emerger el hermoso castillo, en el que tan largas jornadas de trabajo empleó el constructor. Gentes de todos los rincones del reino habían acudido a las inmediaciones del mismo para tal acontecimiento. Los espectadores se admiraron ante las almenas tan bellamente construidas, ante los arcos tan exquisitamente tallados...Lo que hizo crecer su entusiasmo fueron los colores desplegados en las llameantes vidrieras, que parecían haber sido construidas con las aristas de un arco iris. Pero de pronto, en el interior del castillo vieron latir un corazón de fuego, cuyo palpitar horadaba los oídos, y cuyo calor comenzó a derretir los muros, que salpicaban con sus alegres pinturas los tejados del castillo de piedra. Cuando por fin las paredes quedaron desnudas, vieron que aquel corazón palpitaba en la caverna del pecho del más espeluznante y majestuoso de los dragones, cuya boca comenzó a escupir llamas, sobre el castillo en el que tan plácidamente dormía el rey. Las gentes del mismo, comenzaron a correr despavoridas, hacia la salida, olvidándose de que tan augusta figura, permanecía ignorante en la cama. Así que pronto todo el castillo se vio pasto del fuego, y el único ser que habitaba en él ya no debía ser más que cenizas, cuando las alas del mismo dragón, que enfebrecido volaba a su alrededor, fueron alcanzadas por las llamas, cayendo en picado sobre las ascuas ardiente de lo que había sido el castillo, pereciendo así, los dos, en el mismo infernal abrazo.
Cuando semanas después el constructor fue enterado por su esposa de lo acontecido, ante la mirada interrogante de esta no pudo otra cosa que contestar:
-Pero mujer, todo el mundo sabe que todo castillo en el aire, tiene en sus sótanos una mazmorra. Y que toda mazmorra de un castillo esconde un dragón que escupe fuego por la boca. ¿Qué le voy a hacer si aquel día ante tanta presión se me olvidó colocar la reja….? Yo ya le dije, ante su insistencia, que ni yo mismo sabría predecir las consecuencias......
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28 comentarios:
fábula, parábola, cuento, visión de muchos mundos posibles... sos increíble Vera! detalles delicadísimos, sabias palabras...y de todo el escrito elijo y reelijo esta parte:
"Entonces lo tomaba y con cuidado lo introducía en el corazón del soñador, que desde aquel día resplandecía iluminado por una nueva luz. Esto era así, porque, según palabras del constructor, a pesar de lo que todos creen, la verdadera raíz de los sueños no está en nuestro cerebro, sino en nuestro corazón."
Te extrañé
No sé por qué estoy pensando en el "escritor callejero", que escribe cartas a pedido...
como siempre, delicioso
Emma, para mí una de las cosas más maravillosas del hecho de escribir relatos es que simplemente a partir de una frase, que brujulea, y a la que se le da aliento, una comienza un viaje en el que nunca sabe dónde acabará. Lo curioso es que una vez finalizado este ejercicio que, lo reconozco, en mi caso tiene algo de caótico, me doy cuenta que en toda esta trama subyace un sentido….
Durante estos días sí que he recalado en vuestra orilla, simplemente que mis pasos esta vez no dejaron huellas en la arena
Te abrazo con fuerza
Curiyú, no sé si se debe a que estos días estoy especialmente espesa que no he entendido lo que quieres decir......
Besos lindo(por cierto, realmente hermoso tu poema de estos días...)
Gracias Trapecista. Es una verdadera delicia tenerte por aquí.
Besos
No me hagas caso, chica espesa. Hablo de la novela de un chino que estaba leyendo, y de un personaje que llaman el "escitor callejero", que se dedica a escribir cartas a pedido y que termina embrollándose con sus clientes, haciéndosele carne los amores y sus roturas. Besazos.
Sin duda es esa una profesión de riesgo. En cierto modo el tambíen construía con el material de los sueños de los otros.....
Un abrazo bien espeso
Me encantó Vera, como es lo normal de todo lo que escribes. Pero es tan tan , directo y delicado, me encantó y te echaba de menos.
Un beso
Carmela
¡Cómo se estrecha el mundo(y se ensancha el nuestro)que ausencias de pocos días se hacen tan evidentes( a mí me sucede cuando de repente las percibo en vosotras)!!!! Es lógico que la pantalla sea de vidrio, pues recuerdo aquello tan bonito que a su vez recordaban La Maga y Horacio en las páginas de Rayuela "que un pez solo en su pecera se siente triste, pero basta que le pongan un espejo delante para que se sienta feliz". A veces al leeros es como si me mirara al espejo. A un mágico espejo-caleidoscopio. Pero sin esa abrumadora sensación de soledad.
Besos espejeantes
Este cuento me ha llevado de vuelta a mis doce años,leyendo algún pasaje de “las mil y una noches” a la hora de la siesta...que poder de invención, me entran ganas de echar a correr, pedir mi castillo de sueños y perderme en el, ejerciendo la profesión de talladora de piel de nubes, soplando al aire los polvos de la bolsa de terciopelo rojo...bicos VERA.
Me gusta darle rienda suelta a mi imaginación, y hay cuentos que sencillamente se ofrecen a ello. Sería realmente bonito ejercer la profesión del constructor, trabajar la materia de los sueños del otro, y así ponerlos a su alcance. En cierto modo me parece que algo parecido hacen los artistas....
Biquiños Laiseca
sueños de poder...éso tenía el rey...
maravilloso cuento maravilloso!
espléndida metáfora de los castillos en el aire!
es un placer leerte.
mil besos*
Me encanta, es precioso...Todos nos hacemos castillos en el aire en algún momento, no son peligrosos mientras seamos conscientes de sus consecuencias y volatilidad. Buena moraleja. Besos.
Sí Rayuela, finalmente resultó que se trata de un cuento muy metafórico. Lo curioso es que yo no lo había predispuesto así, parece que la historia misma es la que predispone....
Para mí es un placer que te pases por aquí
Un torrente de besos...
Lo peligroso Sandra, son aquellos que quieren construir sus castillos a costa de los sueños de los otros. Los visionarios, los mesías, los tiranos que quieren que sus sueños sobresalgan por encima de los demás. A medida que escribía el cuento, me fui percatando de que iba enraizando con el 80 aniversario de la República, y de lo triste que me hace sentir esa fecha al pensar que tantas ilusiones y esperanzas se vieron tan prontamente aplastadas porque unos quisieron imponer por las armas sus ideas sobre las de los demás....Ya sé que quizás el cuento es demasiado fantástico para asimilarlo al caso, pero así lo sentí....
Un bico grande
Por cierto que acabo de escuchar en una película una frase acerca de los sueños que me ha gustado: "El que no sueña es como el que no suda, el veneno se le acaba quedando dentro del cuerpo".
Jeje, me gustó, creo que volví a la infancia con este texto. Un saludo.
Gracias Susan....
Un abrazo
delicoso destilado de sueños... el sueño como proceso alquímico: el cielo dentro, ahí, cerca, siempre,
un abrazo
Y al alcance de todos....
Un abrazo Stalker
Muy interesante relato, acabo de descubrir tu blog, volveré, saludos
Gracias Mixha. Encantada de que pases por aquí.
Un abrazo
Estupendo post el que nos has dejado. Un placer haberme pasado por tu casa.
Saludos y un abrazo.
Magnífico, sin más. Te tomas tanto mimo con cada entrada.
Gracias Sonrisa de Hiperión. El placer más grande siempre corresponde a quien recibe. Un abrazo fuerte para tí.
Hombre de Alabama, perfectamente se podría decir lo mismo acerca de tí...De los blogs que frecuento siempre eres uno de los que más me sorprende. Besos
Soñar es necessario, durmiendo, despierta...Un beso pascuero, Vera.
Imprescindible y en todas las posturas....Un beso para tí Fiorella
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