Observo los peces de tu iris. Los veo dando vueltas en su
arremolinado océano. A veces se quedan inmóviles y entonces la gravedad viste
tus ojos. En ese momento lo único que quiero es soplar sus aguas, como si de la
superficie de un lago se tratase, y que la intensidad de mi soplo les dé
cuerda.
Los peces de tu iris
deben ser descendientes de aquellos que una vez habitaron los mares de la luna.
En la noche brillan sus escamas con el mismo resplandor de su halo, y el lobo
que vive en mi pecho escala hasta el promontorio del corazón para aullarles. Tú
te sonríes, inmune al hipnotismo de sus colas revoltosas, menudas pero capaces de convocar en torno a ellas a
las corrientes de mi alma. Te pongo entonces frente al espejo y veo como esos
pececillos se adelantan, pegándose a tus pupilas como si del cristal de una
pecera se tratase. Toda su luz parece reagruparse en esa membrana reverberante que
envuelve a la pupila, sol oscuro, cráter oceánico desde el que accedo al otro
lado del mundo.
Tu risa se alborota en ese lugar donde la hierba es negra e
ingrávida como un alga marina. Tendido sobre ella tu cuerpo blanco es un
espejismo en la noche. El oasis que se
me revela cuando me sé perdido en la sed última. A tan solo un paso, únicamente
tú te interpones entre mi muerte y yo.
Me arrojo sobre tu piel con la fe del náufrago, me aferro con ese
instinto animal que nos obliga a la vida. En tu carne hinco mis dientes, es su
sabor mi alimento, la proteína. Te bebo, sí, te bebo. Tu boca acuosa. La sirena
intrigante de tu lengua enredándose en meandros de saliva. El sudor, que exudas
como el tronco la resina, y de igual modo tu piel se va curando de la herida de
vivir, y del silencio. Sorbo a sorbo el efluvio salado, en pequeñas gotas que
exasperan mi sed. Busco la fuente de la axila, y succiono como si de un fruto
se tratase. Su fragancia, ligeramente más áspera, solivianta mi olfato. Te
respiro, husmeo, olisqueo como un perro buscando el lugar, la grieta donde el
hueso fue enterrado. Qué es aquello que
hermana el sudor con la lágrima. Hay una respuesta a una pregunta no planteada
en cada uno de tus poros. La fórmula que conjura una sed todavía no nacida.
Olerte hasta el paroxismo. Y después, abandonarme.
Pero no hay abandono, no, mientras exista tu cuerpo. Y los
peces de tus ojos endiablándome. Alimentarme de tus senos. Soñar el tirón, y
luego el desgarro. Sentirlos entre mis dientes chorreantes de sangre. Aplastar
el pezón contra el paladar. Desmembrar con mi lengua cada célula, hasta llegar
a ese lugar tan íntimo en el que todavía eres simiente. A pesar de ese furor
salvaje, sé que tus dos senos, desgajados de ti, no serían más que dos colgajos
inánimes. Así que los regreso a su condición de montañas urdidas en la planicie
de tu torso, dándoles forma con mis manos, como si fueras tú el barro
primigenio. Ahora me vuelvo tu hacedor. Pero al contrario de lo que se piensa,
es el hacedor el que precisa de su obra, y por ello la erige. La obra no precisa
del hacedor dado su condición de contingencia. Moldeo tus senos como el verso
entre cuyas líneas se desborda la vida. Pues como toda obra que se precie
tienen una extraordinaria condición de autonomía.
Tu cintura, tu cadera, la confusión de tu sexo. El
ensortijado vello es la maraña en la que vuelvo una y otra vez a enredarme. Con
expectación, asisto de nuevo a ese instante en el que la crisálida se rompe. Y
contemplo cómo la mariposa rosada abre de nuevo sus alas. Hoy como siempre,
temo que eche a volar y se pose en alguna flor inalcanzable. Nadie habla de
eso, pero el hombre sabe que ha de llegar el día en que la mariposa del sexo de
la mujer parta volando, y entonces ha de dar por seguro que se posará en un jardín sin retorno. Pero hoy la mariposa de tu sexo permanece tranquila. Sólo un
temblor en el que me reconozco recorre sus alas. Lo persigo, como el gato
persigue insistentemente la flor que a su capricho la luz hace brotar en las
paredes. Y siento su condición líquida bajo mi lengua, entre mis labios. Es
como domesticar la veta de agua bajo la piel. Temo que el hilo se adelgace,
hasta desaparecer.
Busco tus ojos. Las pupilas dilatadas apenas dejan océano
para tus peces. Parece que el mar se hubiera retirado en la marea hasta tus
pestañas ahora húmedas, y de la cuenca de tus ojos veo desgajarse un par de
lágrimas. Peces de colores se agitan en ellas. Corro a atraparlas con mi boca,
mientras mi sexo se abre paso en el tuyo. La suave carne cediendo mientras la
sal del llanto sobre mi lengua. El calor matricial envolviéndome como si tu
piel conservara la memoria de gestarme. Los peces de tus ojos cosquilleando mi
garganta, bajando por mi tráquea, sumando luz a mis pulmones. Y yo, me deslizo
en ti, como un reguero de peces blancos y lechosos. Ya la niña que te vive se
encargará de colorearlos.
10 comentarios:
Hermosísima clase de geografía, Vera. Porque, y lo siento mucho por la certidumbre de los mapas, la geografía se aprende en las curvaturas y los intersticios de los cuerpos.
PD: No menor es tu capacidad zoológica para mutar hermosamente.
Amor gore y endiablado.
Por los ojos de los pescados.
"A tan solo un paso, únicamente tú te interpones entre mi muerte y yo."
!!!!
Mientras hacemos el amor la miro fijamente a los ojos, como si fuese otra penetración. La apoteótica. La que confirma el roce de la carne.
Un abrazo.
Leo.
La virginidad está en mi mano.
También soy un colgajo muerto.
Pero crezco a las nueve.
Besos.
abandonar el cuerpo en la mirada
algunos peces rebujan silentes su contorno
es hermoso ver como la sonrisa abre la noche, la pupila perdida en la sed última... ya sea un mantel de peces blancos o en el camino más corto y en cambio demasiado ignoto como para sugerir que el silencio se abre paso como la luz de una mirada en zenit / un risueño sacrificio humano(sobre peces)que sorprende y bate la presa,...
a mí también me ha parecido gore y endiablado por tanta cacería y fuego en el agua (Wei Chi,º64 del ichinG)
Hermoso, hermoso, hermoso. En su conjunto, y hay frases, hay frases, que se saborean especialmente.
Un beso, Vera.
Sí. Muy, muy hermoso.
Un saludo
sin palabras. Belleza pura Vera
gracias
de corazón Vera:
qué placer leerte, qué tremenda eres y cómo llegas ahí dentro. justo ahí.
donde más duele.
besos
opino iugal que miss.
un placer doloroso leerte Vera.
bicos.
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