La flor, pequeña y sin culpa, se
abre desde cada una de tus muertes. Tan exigua, sus raíces te zanjan silenciosamente,
se sustentan de esqueletos anónimos, sus hojas se jalean bajo la lluvia
fortuita. Los delicados pétalos violentan tu piel, y tu corazón rota hacia arriba como el
de una gestante. Es la aleta plateada desplazando masas de océano. Insignificante
gota que de la nube resbala para lavar el aire. La flor no sabe de soledad aunque
nazca sola. Eres tú quien apuntala un desierto alrededor, la flor simplemente se dirime.
De entre lo vivo sólo el hombre es la discordia: la flor no disputa a otras
flores los rayos de sol, naturalmente se orienta hacia él. Y aunque florezcan
apelotonadas en el mismo parterre, sombra o luz no serán destino, sino mera contingencia. Sólo
el hombre se aferra a la franja de tierra que lo vio nacer, a pesar de su evidente carencia de
raíces. Pero cuando la flor se marchite no será sobre la humanidad que se
apoyará el rocío.
6 comentarios:
Paradójico, quizás, que la flor quiera significar algo en su insignificancia contingente. Un abrazo.
Por algo el ser humano es el rey de la creación. Capaz de inventar destinos hasta a las flores.
Solo el hombre aun carente de raíces es consciente de su finitud y a ella se aferra fabricando destinos.
Hermoso, Vera.
Delicadísimo, Vera. Yo quiero no saber de soledad como la flor.
Abrazos.
La flor tan solo se dirime; exacto. Y la soledad hecha raices en el hombre...
Bss!!
Echa, sin hache... Tan bruto yo; tan poeta tú!
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