Decidí leer a Jon Fosse no por haber ganado el Nobel, sino
por la multitud de menciones que, a raíz del Nobel, referían lo singular y
poético de su escritura. Movida por la curiosidad y, aprovechando la
publicación por Nórdica de alguna de sus novelas, me incliné por Mañana y tarde,
cuyo título me recordó a la segunda novela de la genial Virginia Woolf, Noche y
día, y, casualmente (o no…) creo que el estilo narrativo de esta Mañana y tarde
le resultaría interesante a la propia Virginia y, en cierto modo, parece
emparentado con alguna a de sus novelas como Al faro o Las olas.
Mañana y tarde nos habla de un nacimiento y una muerte,
limitándose a contar estos dos momentos que, a vuelta de página, parecen no
otra cosa que el haz y el envés de una hoja. Lo hace con la voz de un narrador omnisciente
cuyo ritmo narrativo asume, por momentos, las características de un monólogo
interior, de tal modo que el narrador parece anularse y el lector tiene la
impresión de que las sensaciones que emanan de la novela lo hacen a través de
los personajes, principalmente de Johannes. Creo que esto funciona, fundamentalmente,
por una cuestión de estilo. La sucesión de oraciones y párrafos que se rompen
de manera abrupta, sin puntos, favorecen esa sensación de fugacidad,
volatilidad y reiteración que caracteriza al pensamiento.
Creo recordar que fue Julio Cortázar el que dijo que “sólo
hay una forma de contar una historia”, me parece que aludiendo a cómo la forma
en la que narramos influye en la historia en sí. En el caso de Mañana y Tarde
resulta todavía más evidente. Y esto, a mí particularmente, es una de las
razones que me estimulan a la hora de leer.
Por ejemplo, considero un acierto que gran parte de ésta se
desarrolle al deambular de Johannes que, de este modo, nos hace partícipes de
su extrañeza en esa “tarde” de una vida cuyas pinceladas se van deslizando a
medida que anda, siente, recuerda. La vida de Johannes no es contada sino que se
evoca a través de la vacilación de su pensamiento a la par que camina y el
lector avanza con él.
Esta historia que, al centrarse en esos dos momentos que son
el nacimiento y la muerte, acota la vida, lo que nos sugiere es que, más allá
del acontecimiento y la aventura, ésta se sostiene en lo cotidiano. Un café, un
cigarrillo, el ritual de dos vecinos que se cortan mutuamente el cabello, la
persistencia de las losas en la entrada de una casa.
Creo que narrar esto es ambicioso, pero, como ocurre a lo
largo de esta novela desde el propio título con respecto a la convivencia de
los contrarios, a la vez la novela se despoja de pretensiones para tratar de
asir la sencillez. Por supuesto, atendiendo a los temas tratados, hay espacio
para lo místico y lo alegórico (ese barco…). También para lo poético.
En definitiva, una novela singular de la que no pensaba que
hallaría muchas cosas que decir, precisamente por la dificultad de definirla y
porque leerla es compartir esa extrañeza de Johannes. A medida que leía pensaba
en esa imagen de la luna que permanece en el cielo cuando ya es de día y es
azul, temblorosa sobre un firmamento transparente y brillante, tan parecida a
un espectro: hermosa e inaprensible.
Decidí leer a Jon Fosse no por haber ganado el Nobel, sino
por la multitud de menciones que, a raíz del Nobel, referían lo singular y
poético de su escritura. Movida por la curiosidad y, aprovechando la
publicación por Nórdica de alguna de sus novelas, me incliné por Mañana y tarde,
cuyo título me recordó a la segunda novela de la genial Virginia Woolf, Noche y
día, y, casualmente (o no…) creo que el estilo narrativo de esta Mañana y tarde
le resultaría interesante a la propia Virginia y, en cierto modo, parece
emparentado con alguna a de sus novelas como Al faro o Las olas.
Mañana y tarde nos habla de un nacimiento y una muerte,
limitándose a contar estos dos momentos que, a vuelta de página, parecen no
otra cosa que el haz y el envés de una hoja. Lo hace con la voz de un narrador omnisciente
cuyo ritmo narrativo asume, por momentos, las características de un monólogo
interior, de tal modo que el narrador parece anularse y el lector tiene la
impresión de que las sensaciones que emanan de la novela lo hacen a través de
los personajes, principalmente de Johannes. Creo que esto funciona, fundamentalmente,
por una cuestión de estilo. La sucesión de oraciones y párrafos que se rompen
de manera abrupta, sin puntos, favorecen esa sensación de fugacidad,
volatilidad y reiteración que caracteriza al pensamiento.
Creo recordar que fue Julio Cortázar el que dijo que “sólo
hay una forma de contar una historia”, me parece que aludiendo a cómo la forma
en la que narramos influye en la historia en sí. En el caso de Mañana y Tarde
resulta todavía más evidente. Y esto, a mí particularmente, es una de las
razones que me estimulan a la hora de leer.
Por ejemplo, considero un acierto que gran parte de ésta se
desarrolle al deambular de Johannes que, de este modo, nos hace partícipes de
su extrañeza en esa “tarde” de una vida cuyas pinceladas se van deslizando a
medida que anda, siente, recuerda. La vida de Johannes no es contada sino que se
evoca a través de la vacilación de su pensamiento a la par que camina y el
lector avanza con él.
Esta historia que, al centrarse en esos dos momentos que son
el nacimiento y la muerte, acota la vida, lo que nos sugiere es que, más allá
del acontecimiento y la aventura, ésta se sostiene en lo cotidiano. Un café, un
cigarrillo, el ritual de dos vecinos que se cortan mutuamente el cabello, la
persistencia de las losas en la entrada de una casa.
Creo que narrar esto es ambicioso, pero, como ocurre a lo
largo de esta novela desde el propio título con respecto a la convivencia de
los contrarios, a la vez la novela se despoja de pretensiones para tratar de
asir la sencillez. Por supuesto, atendiendo a los temas tratados, hay espacio
para lo místico y lo alegórico (ese barco…). También para lo poético.
En definitiva, una novela singular de la que no pensaba que
hallaría muchas cosas que decir, precisamente por la dificultad de definirla y
porque leerla es compartir esa extrañeza de Johannes. A medida que leía pensaba
en esa imagen de la luna que permanece en el cielo cuando ya es de día y es
azul, temblorosa sobre un firmamento transparente y brillante, tan parecida a
un espectro: hermosa e inaprensible.