Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


jueves, 4 de enero de 2024

Lectura: Mañana y tarde de Jon Fosse



Decidí leer a Jon Fosse no por haber ganado el Nobel, sino por la multitud de menciones que, a raíz del Nobel, referían lo singular y poético de su escritura. Movida por la curiosidad y, aprovechando la publicación por Nórdica de alguna de sus novelas, me incliné por Mañana y tarde, cuyo título me recordó a la segunda novela de la genial Virginia Woolf, Noche y día, y, casualmente (o no…) creo que el estilo narrativo de esta Mañana y tarde le resultaría interesante a la propia Virginia y, en cierto modo, parece emparentado con alguna a de sus novelas como Al faro o Las olas.

Mañana y tarde nos habla de un nacimiento y una muerte, limitándose a contar estos dos momentos que, a vuelta de página, parecen no otra cosa que el haz y el envés de una hoja. Lo hace con la voz de un narrador omnisciente cuyo ritmo narrativo asume, por momentos, las características de un monólogo interior, de tal modo que el narrador parece anularse y el lector tiene la impresión de que las sensaciones que emanan de la novela lo hacen a través de los personajes, principalmente de Johannes. Creo que esto funciona, fundamentalmente, por una cuestión de estilo. La sucesión de oraciones y párrafos que se rompen de manera abrupta, sin puntos, favorecen esa sensación de fugacidad, volatilidad y reiteración que caracteriza al pensamiento.

Creo recordar que fue Julio Cortázar el que dijo que “sólo hay una forma de contar una historia”, me parece que aludiendo a cómo la forma en la que narramos influye en la historia en sí. En el caso de Mañana y Tarde resulta todavía más evidente. Y esto, a mí particularmente, es una de las razones que me estimulan a la hora de leer.

Por ejemplo, considero un acierto que gran parte de ésta se desarrolle al deambular de Johannes que, de este modo, nos hace partícipes de su extrañeza en esa “tarde” de una vida cuyas pinceladas se van deslizando a medida que anda, siente, recuerda. La vida de Johannes no es contada sino que se evoca a través de la vacilación de su pensamiento a la par que camina y el lector avanza con él.

Esta historia que, al centrarse en esos dos momentos que son el nacimiento y la muerte, acota la vida, lo que nos sugiere es que, más allá del acontecimiento y la aventura, ésta se sostiene en lo cotidiano. Un café, un cigarrillo, el ritual de dos vecinos que se cortan mutuamente el cabello, la persistencia de las losas en la entrada de una casa.

Creo que narrar esto es ambicioso, pero, como ocurre a lo largo de esta novela desde el propio título con respecto a la convivencia de los contrarios, a la vez la novela se despoja de pretensiones para tratar de asir la sencillez. Por supuesto, atendiendo a los temas tratados, hay espacio para lo místico y lo alegórico (ese barco…). También para lo poético.

En definitiva, una novela singular de la que no pensaba que hallaría muchas cosas que decir, precisamente por la dificultad de definirla y porque leerla es compartir esa extrañeza de Johannes. A medida que leía pensaba en esa imagen de la luna que permanece en el cielo cuando ya es de día y es azul, temblorosa sobre un firmamento transparente y brillante, tan parecida a un espectro: hermosa e inaprensible.

 

 

Decidí leer a Jon Fosse no por haber ganado el Nobel, sino por la multitud de menciones que, a raíz del Nobel, referían lo singular y poético de su escritura. Movida por la curiosidad y, aprovechando la publicación por Nórdica de alguna de sus novelas, me incliné por Mañana y tarde, cuyo título me recordó a la segunda novela de la genial Virginia Woolf, Noche y día, y, casualmente (o no…) creo que el estilo narrativo de esta Mañana y tarde le resultaría interesante a la propia Virginia y, en cierto modo, parece emparentado con alguna a de sus novelas como Al faro o Las olas.

Mañana y tarde nos habla de un nacimiento y una muerte, limitándose a contar estos dos momentos que, a vuelta de página, parecen no otra cosa que el haz y el envés de una hoja. Lo hace con la voz de un narrador omnisciente cuyo ritmo narrativo asume, por momentos, las características de un monólogo interior, de tal modo que el narrador parece anularse y el lector tiene la impresión de que las sensaciones que emanan de la novela lo hacen a través de los personajes, principalmente de Johannes. Creo que esto funciona, fundamentalmente, por una cuestión de estilo. La sucesión de oraciones y párrafos que se rompen de manera abrupta, sin puntos, favorecen esa sensación de fugacidad, volatilidad y reiteración que caracteriza al pensamiento.

Creo recordar que fue Julio Cortázar el que dijo que “sólo hay una forma de contar una historia”, me parece que aludiendo a cómo la forma en la que narramos influye en la historia en sí. En el caso de Mañana y Tarde resulta todavía más evidente. Y esto, a mí particularmente, es una de las razones que me estimulan a la hora de leer.

Por ejemplo, considero un acierto que gran parte de ésta se desarrolle al deambular de Johannes que, de este modo, nos hace partícipes de su extrañeza en esa “tarde” de una vida cuyas pinceladas se van deslizando a medida que anda, siente, recuerda. La vida de Johannes no es contada sino que se evoca a través de la vacilación de su pensamiento a la par que camina y el lector avanza con él.

Esta historia que, al centrarse en esos dos momentos que son el nacimiento y la muerte, acota la vida, lo que nos sugiere es que, más allá del acontecimiento y la aventura, ésta se sostiene en lo cotidiano. Un café, un cigarrillo, el ritual de dos vecinos que se cortan mutuamente el cabello, la persistencia de las losas en la entrada de una casa.

Creo que narrar esto es ambicioso, pero, como ocurre a lo largo de esta novela desde el propio título con respecto a la convivencia de los contrarios, a la vez la novela se despoja de pretensiones para tratar de asir la sencillez. Por supuesto, atendiendo a los temas tratados, hay espacio para lo místico y lo alegórico (ese barco…). También para lo poético.

En definitiva, una novela singular de la que no pensaba que hallaría muchas cosas que decir, precisamente por la dificultad de definirla y porque leerla es compartir esa extrañeza de Johannes. A medida que leía pensaba en esa imagen de la luna que permanece en el cielo cuando ya es de día y es azul, temblorosa sobre un firmamento transparente y brillante, tan parecida a un espectro: hermosa e inaprensible.

 

 

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