Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


lunes, 20 de septiembre de 2010

SARA

A Paula….

A Miguel,

A veces parece como si alguien se dejara una puerta abierta y pasa una corriente de ángeles sacudiéndose el rocío de las alitas; el silencio escupe en nuestras bocas palíndromos callados. La presencia de una ausencia.... Eres una silueta de carne vacía que el aire no puede abarcar, tumefacto desde que definitivamente no estás. Trato de encajar otras carnes en tu silueta, pero siempre queda alguna rendija, algún resquicio en el que la ausencia sobrevive, se hace grande, y vuelve a vestirte del todo. Y el aire se enoja, se repliega, apenas puede respirar.
Busco para ti otros mundos, y si estás en alguno te pido por favor, que desde allí seas mi ángel de la guarda que yo, desde aquí, seré tu diablo de la guarda.

Palindos (Capítulo 2)


Ese pañuelo rojo le sentaría bonito a Sara. A su cuello blanco y alto. A la línea de lunares que asoma, como con la marea, al recogerse el cabello. A los nardos que se despliegan en su caminar, al modo en que su abrigo la envuelve, a las luciérnagas en sus pestañas dormidas (puede que ese pañuelo las despierte y la mirada oscurecida de Sara se ilumine como un adviento).

Las farolas, tímidas al encenderse, visten de colores el ocaso y así contrarian al sol que entre mohines se escapa, con el índice trazando una alianza que casa los tejados de las casas.
En esta hora la espero. En esta hora se me dio.

Por la platea de la memoria camina Sara, esquiva estrella a la que ninguna otra logra eclipsar, viéndolas yo brotar, balancearse, extender sus brazos hacia ella. La escuché cantar una canción de adormideras y mis pasos siguiéndola me precipitaron al regazo de Morfeo.

Todavía hoy.

La verja se abrió entre quejidos. Las sombras, ratas huidizas a su paso, resbalaban las lápidas que parecían haber trocado el mármol en hielo, dando traspiés rocinantes. La única que se mantuvo firme fue aquella cosida a los pies de Sara. Incluso la mía se despegó a pesar de mis esfuerzos y el forcejeo acabó con ambos (aúnque las sombras no tienen rostro uno las mira y puede ver toda la angustia que es esa región en la que existen, tálamo del apareamiento entre la luz y la oscuridad) por los suelos.
Ángel cuando cayó de rodillas, las manos aferradas al vestido.
Habló.
Tomando el impulso del silencio.
Naufragaba el aire en sus labios, no pude escuchar. Sólo el vaho se contorsionaba, huella impresa de sus palabras. Ahora, pasado el tiempo podría afinar frases sólo con sus alientos, pero en aquel instante sólo pudo remendarlo el nombre escrito en doradas letras bajo el cual los nardos de Sara cada tarde vi languidecer.

La Sara que reina en mi vida a pasos ciegos podría ser Carlota, Alejandra, Margot, Lucía, o......Y aquella primera tarde coincidimos en el vagón, las mejillas arreboladas no sé si por la vergüenza o las prisas, sentándose casi a tientas en el asiento vacío, a mi lado(¡!), sin tiempo ni de quitarse el chubasquero, resbalándole la lluvia como cometas en la noche de Liliput. Inmóvil. Pienso que hace una hermosa estatua. Cuando por fin reúne las fuerzas necesarias para abrir el bolso casi lo lamento. Saca un libro procurando en lo posible ocultarme el título que yo busco, debo añadir, sin disimulo (dime a quién lees y te diré....dónde se concretan tus sueños….si concedes paradigmas al diablo….si compartes tus secretos con la luna)
De pronto es otra, muy distinta a esa otra que hace unos instantes tropezaba cada bolsa que lo cotidiano había olvidado en el corredor. Masca las palabras entre sonrisas y silabeos y miradas al aire que se retuerce encantado y se embellece.
Cuesta leer por encima de su hombro, apenas unas cuantas letras desparejadas tanteando la sílaba, la palabra,.... la oración que a ella me remita. Su mirada me esquiva con el mismo ademán de la entrada, bajando tanto los ojos que están a las mismas puertas del infierno., tan animalillo asustado que me descompone el traje y la corbata.
Me maravilla su capacidad de saltar de una a otra. De volcarse sobre el libro y sin más olvidarme. Quisiera decir algo que no me condene a esa nada en la que estoy sentado, pero ¿el qué?.
Al apearme del tren compro unos nardos para Elisa.

Al día siguiente le puse Sara, porque darle un nombre es el único modo de poseer aquello que nunca será nuestro.
No hemos cruzado ni media palabra, a pesar de que cada día el tren busca un pretexto (sé que las demoras no son más que un intento de meter baza), pero el anonimato resulta cómodo, o con resignación me he ido acomodando en él. Es preciso que ella ni sospeche esta existencia de insecto que llevo. Así puedo contemplarla cuando se cree a salvo. Cuando volviéndose hacia sí misma se le olvida vivir y simplemente es.
La miro.
Parte de su soledad del mismo modo en que las bisagras son parte de las puertas.
Sus dedos fríos destejen sin el valor suficiente para llegar al ovillo, pero más cerca que cualquier otro. Al menor indicio de intrusión saldría aullando.
Claro está que todo esto ella ni lo concibe, sería necesario dar el salto hacia fuera y eso no es propio de Sara. Sara que reconstruyó su vida deperdigada en mil fragmentos, reuniéndolos gracias una lupa y unas pinzas, mucha paciencia y largos tragos de desesperación. Claro que tras reunirlos le quedó un agujero, allá donde el corazón, a ratos metía por aquél el dedo índice, que provisto de la capacidad de pensar hubiese creído estar en el limbo o entre las cenizas de alguna estrella.
Ella a quien concibe es al otro y con lo puesto juega a ser madre, esposa…. Papeles que sin pretenderlo se sacude durante el trayecto entre estaciones. Sintiéndose después más ligera para reanudar los cabos del juego.
Presumo saber de Sara más que la propia Sara. Es legítimo haberle puesto nombre.

En el asiento abandonado por Sara descubro lo que parecen pelos de gato. Al día siguiente aparezco en casa con uno atigrado y pequeño que me resultó simpático. Yo sabía hace tiempo que Elisa es alérgica aunque fingí el olvido. Después de quince días durmiendo en el sofá me vi obligado a restringir sus dominios a mi despacho, y la terraza cuando Elisa no estaba en la casa. Maliciosamente calculó que los cuidados que el animal requería y el olor a excrementos y orines no tardarían en hacerme desistir. A los pocos meses se convirtió en la única compañía que yo frecuentaba. Elisa estaba rabiosa. Fecundó entonces la telaraña del sexo. Y yo, claro está, la deje hacer. Pronto el orgullo femenino y los consejos de las amigas la empujaron a evitarme. En un principio yo la buscaba y ella se rompía entre risas de satisfacción y triunfo. Con el tiempo, obsesionado por la conducta del felino, lo seguía por los rincones imitándole los andares, leyéndole a Baudelaire. Con parsimonia pasaba mi mano por su lomo, cuya línea se quebraba al tacto, jugando con la posibilidad de que Sara en ese mismo instante......nuestros movimientos armonizados, salvando el espacio, confluyendo en una misma caricia.



Basta con mirar a una mujer, para adivinar el tipo de hombre que, como a hurtadillas, se mete cada noche en su cama, el que descansa la mano en la curva de su vientre y aguarda..... . Un hombre como este que a mi derecha, de este lado del escaparate observa los devaneos del pañuelo rojo que tan bonito le sentaría a Sara. Alto, moreno, con su hora diaria de gimnasio, el traje impecable, el verbo implacable..... . Por fin se decide a entrar. Tras intercambiar palabras y gestos con el encargado éste se acerca. Tengo miedo, la punta de mi nariz se aplasta contra la vidriera. Debería resultarle cómico, sin embargo, desdeñosamente, me arrebata el pañuelo rojo que tan bonito le sentaría a Sara. Lo hace volar tomándolo por una punta, enorme lengua que de mi se burla.

Me he vuelto audaz. En mis lecturas encuentro palabras que inequívocamente le pertenecen (lo mismo que el pañuelo rojo, esta vez no me dejaré vencer) las he ido anotando y un buen día por fin me decidí. Disimuladamente, con la ayuda de un celito las pego en el apoyabrazos del asiento escogido. Conozco los trenes y el bailoteo de los reflejos así que el sorteo se produce entre aquellos que están a mi alcance. Una vez hecho esto. le corresponde actuar al azar.
Los primeros días tuve que asistir al espectáculo de una Sara lejana, a los titubeos y amagos del destino, pero, pronto, incluso antes de que hubiera transcurrido la primera semana ¡oh! ¡milagro! pude ver como ella con resolución, guiada por esa mano que bien conozco, cayó en “mi” asiento. Unos segundos después sus labios despacito enfilaban las palabras, perseguidos por los míos:

Ven, bello gato, ven , amansa mis enojos,
por un momento esconde las uñas de tu pata
y deja que me hunda en tus dos bellos ojos
mezcla de metal y de ágata.

Cuando mi mano acaricia
tu lomo elástico y tu cabeza,
y siente la profunda delicia
que hay en tu eléctrica pereza,

a mi amante parece que aguardo.
Su mirar es, ¡oh bestia amada!
profundo y frío como un dardo .

Y desde la cabeza a los pies
un aire sutil ella es,
una nocturna encrucijada

Charles Baudelaire

Sonrió, quise devolvérsela pero mi reflejo estaba fuera de su alcance.

Aquel fue el día en el que Sara, también, comenzó a esperar. Incapaz de disimular como sus ojos se desvisten el luto. A veces sueño que le corto los dedos al puño cerrado de lo ya sucedido con una navaja que me regalaron en la infancia, se liberan entonces tantos acontecimientos tristes allí encarcelados y se sumergen confusos en la nada. Así le devuelvo la sonrisa a Sara, consciente de que ese acto la sumerge también a ella en la nada, y vuelve a ser lo que era antes de conocer la muerte tan de cerca, de que mis ojos se toparan con los suyos tristes.
A ser lo que era antes de ser Sara.

********

Anteayer el condenado pañuelo me llamó (cuando digo llamó me refiero a que, ¡sí!, me llamó por mi nombre) y con voz sedosa dijo que le pertenecía a ella, a Sara. Pero el muy impostor se vendió y su recuerdo todavía me atormenta, tanto que me parece que aquel hombre, aquel hombre.....Una niña le apremia junto al puesto de castañas. A su lado, de espaldas, una figura como de niebla. Y antes de poder impedírselo su nombre se me escapa. Se vuelve. Los ángeles agitándose a su alrededor. Me mira, y una vez más el animalillo asustado ha bajado los ojos. Reaccionan, se dirigen al hombre como tratando de hacerme entender. La interroga. Ella me niega. Tres veces.
No la culpo. Cómo no iba a entender, yo que le di un nombre. Y ese hombre se siente con derecho a tomarla del brazo, a interrogar.....
Corro a casa en la procura de unos versos que escribirle. Unos que la hagan sonreír. Triste y hermosa Sara. Unos que casen con el pañuelo rojo que tan bonito le sienta.

1 comentario:

vera eikon dijo...

Buceando en el pasado, encuentro este cuento en el que se aunan cosas que amo(como pueden ser los trenes y los gatos...)y cierta tendencia mía a la idealización de personas y situaciones. A veces los otros son como cáscaras o imágenes que rellenamos a fuerza de imaginación y amor...Y en esto las palabras se hacen grandes. Lo publico aquí como ejemplo de aquella que yo era desde la otra orilla de ese vasto océano de cinco años en los que esquivé a las musas y a las perras negras. Tengo la sensación de aquel que se contempla en una fotografía antigua