Annie Leibovitz
VÍSPERAS
Algo endiablado ronda la noche, el
modo en que la sombra va desdoblando las esquinas. Imagino una y otra vez las
muñecas abiertas, mis venas batiéndose como contras al viento. Cómo ha de ser
que la vida se vacíe con la parsimonia del grano en el reloj de arena. Dicen
que en el momento postrero las imágenes de lo que has sido van deslizándose ante
los ojos. Si pudiera recuperar tu rostro en mi último aliento y llenar esta
oquedad en la que te está transformando el tiempo transcurrido, retardarlo en
la retina del fatigoso expirar. La muerte, caracola abierta al sonido olvidado
del mar.
COMPLETAS
La mujer de rojo interrumpe mi
ensoñación, la devora con la sonrisa de su boca carnosa. Se aproxima
bamboleándose a mi extremo de la barra, acariciando con uno de esos dedos
perfectamente cincelados la madera sobre la que infinidad de copas han ido
componiendo un indescifrable palimpsesto. El camarero me mira con una expresión
que parece querer significar algo mientras con un paño retira las cáscaras de
unos cacahuetes. Me acabo de un trago el whisky y me dispongo a desembarazarme
de la mujer, pero me retiene su cabello recogido, las hebras desprendidas que
se deslizan como pececillos dorados por la pecera de su nuca. Me parece estar
viéndote en alguna de tantas ocasiones en las que te he sorprendido de
espaldas, y he observado largamente tu modo de estar ajena al mundo, ajena a
mí. Finalmente la invito a una última copa, para acabar llevándomela a casa.
Por el camino barajo si preguntarle el precio de sus servicios, pero ya las
cartas están echadas.
MAITINES
Cuando sobre el lecho te ponía a
cuatro patas, me admiraba tu negativa a mirar hacia atrás. Mientras me agitaba
entre tus nalgas no cesaba de suplicar que te volvieras. Tú, inconmovible,
movías la cabeza de izquierda a derecha. Yo solía preguntarte si como la mujer
de Lot temías convertirte en estatua de sal. “¿Acaso no es ese vuestro deseo?”-era
tu inclemente respuesta. La verdad es que en aquellos momentos, sugestionado
por el baile de tus imantados pechos a tal distancia de mis manos, te me
figurabas la Loba Capitolina. Y me veía empequeñeciendo hasta el tamaño de uno
de los dos hermanos, la impotencia de mis brazos y mi boca para alcanzar las
desbordadas ubres. Y sí, estabas en lo cierto, he soñado una y otra vez con
esculpirte de tal modo. Con esculpirnos, debiera decir. Yo, minúsculo y frágil,
debajo de ti, poderosa y maternal. Para ello constantemente sacaba aquellos
moldes de tu rostro. Los que se apilan a decenas en mi estudio… Por eso ahora,
antes de que la mujer de rojo me ofrezca su desnudez a cuatro patas, la insto
encarecidamente para que no se vuelva. Esa espalda que se comba como un puente,
el rictus navegable de su coño, la marea del peinado embraveciéndose a cada
nueva embestida. Todas puertas que franqueo hacia ti, tan del otro lado. Y
cuando me arqueo por última vez, disparándome hacia su carne, en ese instante
veo volverse hacia mí tu imperturbable rostro de terracota.
LAUDES
Quizás sea este exceso de silencio,
como si alguien lo sacudiese cabeza abajo, que me ha parecido escuchar el tintineo
de un gemido. Puede que la mujer de rojo se haya despertado antes de lo que
había calculado, y la masa con la que he sellado tu máscara sobre su rostro
todavía no se haya endurecido. Ahora sí advierto un quejido con mayor claridad,
una palabra envuelta en saliva, una y otra vez, al modo del alimento que
regurgitan los rumiantes. Pero ni me planteo que no haya quedado del todo
hermética… He de confesar que no ha sido fácil. Después de que la hube sedado,
se hallaba en tal estado de inconsciencia que moverla era como manejar un peso
muerto. He tenido que utilizar la grúa y los arneses que empleo con las piezas
pesadas para sujetarla, y he ido flexionando con sumo cuidado las piernas,
colocando los brazos y el torso en la posición exacta. Después he comenzado a cubrir
su cuerpo con un compuesto que he creado con ese fin. No es sencillo trabajar
sobre una forma viva. El sudor, la respiración, cualquier movimiento
involuntario, puede arruinar lo que uno proyecta. Y a la vez es tan excitante.
Mientras envolvía su seno izquierdo con la masa he percibido el latido del
corazón. Me he sentido conmovido, y he permanecido largo rato absorto en aquel
palpitar bajo la piedra. Cuánto tiempo la sangre seguiría fluyendo por sus
venas una vez se hubiese endurecido la mezcla. Puede que toda muerte sea de ese
modo, y mientras el cuerpo se torna en roca e inmovilidad, el caudal del
espíritu mane incesantemente… Por cierto, los pechos de la mujer de rojo son
más pequeños que los tuyos, por lo que me he visto forzado a aumentarlos. Creo
que lo más difícil ha sido preservar su caída, casi como la cadencia de una
melodía. La delicada languidez de la carne envolviendo la turgencia…Con extrema
paciencia he ido moldeando cada centímetro de aquel cuerpo para que se
asemejara al tuyo. Hablo de extrema paciencia porque más de una vez me he
desbocado. Finalmente he tenido que parar y masturbarme para cortar las
frecuentes erecciones. Me he visto tentado a eyacular dentro de la mujer de
rojo, pues todavía su sexo permanecía al aire. Jamás, a pesar de tantos años y
tantas esculturas, había tenido conciencia tan íntima del acto creador. Dios
dando forma a la primera criatura. Porque, mujer, yo ya no sabría decir si has
existido en otro lugar que no fuera mi mente, o mi sed….Mi única certeza en
este momento es ese extraño gemido. Y este calor sofocante.
PRIMA
La rigidez es dolorosa. Poco a poco
la masa se ha ido endureciendo sobre mis piernas, mi pecho, mi sexo. Esa
zona ha sido la que más ha sufrido. El escozor, la tirantez de la piel. Pero no
menos incómodo ha sido mantener los brazos en alto, la actitud suplicante. Y
eso que previamente había colocado dos puntos de apoyo a la altura de los
codos para que me sostuvieran…Otra vez el quejido. Ahora se parece más a un
resuello, con un matiz desesperado, y esa palabra repitiéndose en perenne
letanía. En algún momento te he comentado mi plan. Si recuerdas había
proyectado dos esculturas del mismo tamaño, a las que la perspectiva dotaría de
proporción. Para ello he subido a la mujer de rojo en la plataforma colocada en
la parte superior del estudio, y yo permanezco en la inmediata inferior, sobre
lo que sería el pedestal. Cuando Beltran asome desde el piso de arriba,
el próximo lunes, para como siempre apurarme con los plazos de entrega, se
encontrará con mi obra póstuma, tal y como yo lo he previsto. La Loba
voluptuosa, grandiosa, e impávida como una esfinge. El humano pequeño, desvalido,
e impotente. Preciso ¿verdad? Llevo
trazándolo meses, cuidadosamente, sin atreverme. El detonante ha sido la
aparición oportuna de la mujer de rojo. Tampoco me sorprende. Muchas veces he
sido testigo de cómo el azar se posiciona del lado del artista. Por ello no
dudé....
TERCIA
Caigo en mi error. Está claro que a
esta distancia el gemido no puede provenir de la mujer de rojo.
Además, la masa que sella la máscara alrededor de mi rostro debe haberse
secado casi por completo. No debería escuchar nada cuando apenas pasa el aire. Al
azote de este pensamiento mis pulmones se agitan involuntariamente. Buscan,
pero no hallan oxígeno, sólo la quemazón de la arena abriéndose paso por mis
fosas nasales, mi laringe, mi tráquea. Una tormenta en el desierto de mi caja
torácica. El reloj vaciándose con lentitud…. Me sobrecojo al descubrir que ese
gemido que lleva horas atormentándome proviene de mi propia boca, ajena como un
insecto sobre el rostro de un cadáver, cigarra aserrando el tronco del silencio…La
palabra apenas audible es sencillamente tu nombre. Te llamo. No vienes, y mi
voz es cada vez más estentórea… No vienes, y ya mi memoria se postra ante el
olvido….No vienes, la oscuridad ha comenzado a clausurarme los ojos….no
vienes…no…
SEXTA
….La muerte, caracola abierta a la mudez del mar….
15 comentarios:
Muero por leerlo!!!
claro, claro...la foto....ji
qué barbaridad Vera, qué inmensa y cómo te abrazo.
gracias por tanta belleza...
Gracias, Julia! La verdad es que mientras escribía este relato, me he planteado muchas veces qué es lo que le pasa a mi cabeza para ocurrírsele semejante historia, pero ahora, ya sólo tus palabras, me hacen feliz...Abrazo
Vi tu texto y me dije que lo leería en la noche. Le di un vistazo rápido y me di cuenta que debía leerlo de inmediato.
Hace meses escribiste un texto que hablaba sobre el secuestro de un arcoiris que había caído en tu balcón. Ese relato y el que acabas de colgar hoy día merecen un aplauso, de esos de pie. Me arreglaste el día Vera....
oh oh...me alegro Sarco...La verdad es que tenía un poco abandonado lo de escribir relatos, pero espero recuperar pronto el pulso...Bicos.
No pares Vera, me voy con un grito atorado en la garganta.
Besos!
Supongo que llegados a un punto parar es imposible.¿No te parece, María? Besos.
he buscado mi momento Vera. mi espacio, el tiempo, la soledad, la maravillosa pasión por las letras y la poesía. hoy por fin lo he encontrado. y lo buscaba porque sabía que nos estabas regalando algo grande porque nos ibas a entregar un temblor extraordinario de belleza. y así me siento ahora, extraordinariamente tembloroso y bello y quería decírtelo y agradecértelo y disfrutarlo en toda su magnitud.
gracias, siempre gracias.
Leì pàrrafos. Brutal. Quiero màs.
Un texto literalmente monumental.
Un verdadero palimpsesto corporal que festejo.
Besotes.
Gracias a ti por leer, David. Soy consciente que estos textos se escapan un poco del "formato blog", por eso mismo agradezco mayormente su lectura, por el tiempo robado, y todo lo que ésta me ayuda...Un abrazo grande!
Parece que finalmente no quedó mal, Darío.Cada vez parece que resulta más difícil tener una conciencia clara de lo que se escribe...Abrazo.
"Palimpsesto"...creo que esa es una de mis palabras fetiche, Leo. Al fin y al cabo la vida lo es...Bicazos.
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