Imagen: Bárbara Bezina
El soñó que….
Vivíamos en una casita encantadora, sobre la cima de un acantilado. Al pie del acantilado había una hermosa playa, siempre solitaria, como en perpetuo idilio con el invierno. Allí nosotros recolectábamos conchas, y con ellas dibujábamos las constelaciones de la noche, sobre la tierna arena. Nos adormilábamos en ellas, acunados por los brazos del océano, con las orejas repletas de olas. Soñábamos con flores submarinas, y con leones de fuego. Nos dedicábamos a estudiar el lenguaje de las aves marinas. De vez en cuando viajábamos a la ciudad para presentar los informes que redactábamos en relación a nuestros estudios.
Pero un día, mientras contemplábamos abrazados como el sol se ponía con desgana tras la línea del horizonte, el mar pareció erguirse, lentamente, como si Neptuno omnipotente, hubiese comenzado la ardua tarea de ponerse en pie. Sobre él un enorme barco zozobraba, y con un crujido desesperado, lo vimos partirse en dos. Cayendo ambas partes, con gran estrépito, de nuevo sobre las aguas, que enseguida se las tragaron. El mar continuaba alzándose, como queriendo abrazarse con el cielo. Alto, muy alto, hasta que de pronto, como si el arco hubiese llegado a su máxima tensión, se lanzó hacia delante, disparado como una flecha en pos del acantilado, donde le aguardábamos nosotros.
La gran ola se comió la playa, y llegó hasta el pueblo vecino, donde devoró por igual, casas, coches, enseres, personas... Cuando se retiró se llevó en su regazo miles de cuerpos. Ahora el acantilado apenas levantaba un palmo sobre el mar.
Con el tiempo las aguas se llenaron de peces tropicales, de hermosísimos colores, y especies desconocidas. Tenían la piel luminiscente de algunas clases de algas. Uno podía verlos moverse entre las aguas, sobre todo durante la noche, en la que refulgían con un brillo que parecía motearte los ojos, sus colores se prendían a tu visión, y uno continuaba viéndolos, aun minutos después de dejar de mirarlos. Entre ellos también se podía ver cadáveres flotando, con los ojos abiertos, y la expresión de sorpresa que había dibujado en su rostro la gran ola. Al estudiar su comportamiento se comprobó que los peces tropicales se alimentaban de los cadáveres. Esto consternó a las gentes que temieron que los peces se acostumbraran al sabor de la carne humana, y atacasen a los vivos. Pero se obtuvieron pruebas de su docilidad, ya que en realidad eran como una especie de limpiadores del océano, que sólo ingerían alimentos previamente muertos. La gente decidió no eliminarlos, con la esperanza de que algún día, con su colaboración, los fondos de aquel mar estuviesen por fin limpios del vestigio de aquella tragedia. Y uno pudiera asomarse a sus aguas sin temor a encontrarse unos ojos que desde el fondo parecían acusar a aquellos que habíamos tenido la suerte de sobrevivir.
Mientras tanto continuaban las tareas de reconstrucción del pueblo. Y yo me afanaba por terminar las obras de nuestra casita. La mayoría de las noches dormíamos al raso, con el cielo sobre nuestras cabezas, y añorábamos los tiempos en los que amoldábamos nuestros cuerpos a las constelaciones de conchas, que ahora debían mirar hacia nosotros desde el fondo del mar. Pero llegó el momento que se agotó el material, y tuve que ir al pueblo vecino, para poder terminar el tejado. Allí me encontré con un antiguo amor, que callejeaba por los puestos del mercado. No sabría decir por qué, pero sentí un impulso irrefrenable de seguirla. La llamé, pero ella miró hacia atrás, y al verme aceleró el paso. No entendí por qué huía de mí. Pero continué mi camino tras ella, porque tenía algo vital que preguntarle, aunque si tuviese que hacerlo en aquel instante no hubiese encontrado las palabras. La seguí hasta el límite del pueblo, y una vez allí, ella se paró, como si hubiese una ley no escrita, que le impidiese continuar.
-¿Por qué huyes?-le pregunté. ¿No te acuerdas de mí? ¿No te acuerdas de cuando nos conocimos y hablábamos horas y horas por teléfono?
Entonces me miró triste y dijo
-¿Es que no te das cuenta?¿Acaso estás ciego? Aquella no era yo…
Y ahí me percaté de que en efecto no era ella, sino tú. A quien no había vuelto a ver desde el día en el que abrazados sobre el acantilado nos golpeó la gran ola, con tal fuerza que se rompió nuestro abrazo, y yo no pude sujetarte.
Las tareas para reconstruir la casa han cesado. Ya no necesito un techo sobre mi cabeza. Ahora me paso las noches volcado sobre el mar, mirando los peces de colores, a ver si gracias a su luz puedo encontrar tu rostro entre los cadáveres flotantes. No sé que ocurriría si eso sucede. En realidad siento una especie de alivio, cuando un cadáver que está de espaldas se da la vuelta, y compruebo que su rostro no es el tuyo. Me consuelo pensando que quizás tú no eres una más en ese mar que se ha convertido en un inmenso panteón. O que, tal vez, por un extraño efecto de la ola, tu cadáver en vez de flotar ingrávido, descansa bajo la arena. Allí donde, debido al efecto luminiscente de los peces, a veces me parece ver el brillo de las constelaciones que nosotros dibujábamos con conchas.
Si existen incoherencias en este texto, puede estar motivado por el hecho de que se basa en un sueño. He tratado de reproducirlo, tal y como me lo contaron. Aunque, evidentemente, las palabras son mías, también esa historia de las conchas que forman constelaciones sobre la arena, y el final. El resto pertenece al sueño.
9 comentarios:
Ahora con tiempo retomaré con calma tu lectura , de lo que no cabe lugar a dudas, es que esos aires de Ribadavia te han sentado de cine... un beso y un abrazo muy fuerte Vera.
Sí, el texto es absolutamente onírico o surrealista. Muy García Marquez. Me encantó.
Es como tiene que ser.
Muy onírico, y un buen complemento al texto anterior, dos acciones que tienen lugar en el mismo instante que vuelven sobre la idea de los mundos interiores y como se viven individualmente los momentos.
Siempre es agradable leer tu prosa, es fresca y natural, como de un tirón, con la sencillez e improvisación de un cuentacuentos.
Besos
Qué bien que estés de vuelta, Tina. Por cierto, Edu estuvo el otro día en el Café del Arrabal. Como imaginarás estuvo un rato charlando con Alicia y Rivera. Un día tenemos que ir hasta allí los cuatro, a escuchar tango en la maravillosa voz de Alicia. Y bueno, los aires de Ribadavia siempre sientan bien. Biquiños
Gracias, Malena. El mundo de los sueños es muy interesante. Si sólo consiguiéramos recordar una cuarta parte de lo que soñamos tendríamos ahí hermosísimas ficciones. Es una lástima que la mayoría se quede en el limbo, o no...Besos
Supongo que sí, Alabama. Un abrazo
Es curioso, Aka, porque llevaba tiempo pensando en la historia del hombre que duerme, y este fin de semana Edu tuvo ese sueño tan curioso, que a pesar de lo trágico de los acontecimientos que en él suceden, no dejó de resultar hermoso, sobre todo por la visión de los peces tropicales deslizándose por sus aguas. Es que si uno piensa en unos peces soñados, se acaba por imaginar a las criaturas más increíbles.Por lo que ayer se me ocurrió presentarlas como una narración de la misma situación pero desde los dos lados.El gusto por este tipo de historias es algo que compartimos. Y me encanta pensarme como una cuentacuentos(aunque sólo de palabras impresas...)Biquiños
Contar historias a partir de soñar, recordar, añadir, merodear, alcanzarlas y convertirlas
con intensidad de palabras
tan bellas.
Sensacional.
Bicos :)
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