Imagen: Grete Sterne
Al Hombre del Faro
“Durante esta última semana se insubordinaron los vientos. Al escucharlos golpeando mi ventana le he dicho a mi hermano Emilio que los metiese en cintura, y se ha echado a reír. En un mar de cieno, las inmensas olas abrían tanto la boca-hasta que pude ver al fondo unas amígdalas oscuras, infectadas-que temí que, de un mordisco, arrancaran el cielo de cuajo. Espero que con este tiempo ningún barco descarrilara en tu isla…..”
-Emilio, Emilio-preguntó un buen día Ángela-.Si en el mar no existen carreteras ¿cómo los barcos saben el camino a seguir?
Emilio cogió un tomo de la enciclopedia, y le mostró en un mapa las rutas marítimas. Ángela, quien solía tomarse las cosas muy al pie de la letra-pero de un modo muy particular-, o a pie del trazo en este caso, creyó que los océanos estaban surcados por raíles, y, por consiguiente, los barcos navegaban sobre ellos, de un modo similar al que hacen los trenes. Por eso, para Ángela los barcos descarrilaban. Y se acostumbró a expresarlo de esa manera, aunque en los tiempos en los que escribió estas letras ya sabía que aquel mar de raíles sólo había sido producto de su imaginación infantil.
“A veces cuando acostada sobre mi cama me cuesta agarrarme al sueño, me pregunto si tendrás miedo en la noche oscura. Me cuesta imaginar una soledad más desalentadora. Aquél que vive en un punto del inmenso océano, equidistante de cualquier lugar. No sé si en mar abierto uno se siente libre, o por el contrario siente que no existen muros más infranqueables que los de una cárcel de viento y agua. Recuerdo que cuando era niña le pedí a mi hermano Emilio que me mostrase en el atlas la ubicación de la Isla del Faro. Él, como siempre muy diligente, me lo mostró, además de enseñarme varias fotografías del faro y de la isla. Me sorprendió el hecho de que estuviera completamente cubierta de vegetación y árboles, pues yo solía imaginármela muy árida e inhóspita. Quizás porque, según comentaba la gente, allí sólo iban a parar los maleantes. Ante la imagen de aquel vergel no pude evitar exclamar “esa isla no ha de ser otra cosa que un dragón dormido. Esperemos que un día de estos no se despierte y comience a escupir fuego por la boca”. Emilio me miró maravillado, y luego me contó que se suponía que bajo la isla existía una falla volcánica. Y que la formación de la misma había sido producto de una erupción anterior, hace millones de años. Después de semejante revelación, me pasé semanas sin dormir. Temerosa de que precisamente al dragón se le ocurriera regresar de sus sueños, cuando el único habitante de la isla era mi Hombre del Faro.”
El día que volvió del muelle, tras ver al Hombre del Faro, su madre preguntó.
-¿Y cómo es esta vez el Hombre del Faro?
-Parece un buen muchacho- contestó el padre
Al escuchar estas palabras, Ángela recordó aquello que su padre le decía para animarla a comer, pues siempre había sido una niña de poco apetito.
-Come. Sólo si comes te convertirás en una mujer fuerte y hermosa. Y sólo así conocerás al buen muchacho con el que habrás de casarte.
En esas ocasiones Ángela lo miraba risueña y con voz sentenciosa contestaba.
-Está bien, comeré. Pero no me pidas que me alimente
A lo que el padre irrumpía con una carcajada. Porque de ese modo era como antaño contestaba su tía Esmeralda, quien a los ochenta años había decidido ponerse en huelga de hambre hasta la muerte, pero sin dejar de comer
“Hoy he soñado que venías, o que yo iba…No sabría decirte. Pero estábamos juntos en un bosque, en el que los árboles eran tan altos, como guardianes que nos mantenían a salvo del cielo. Entonces tú te quitabas los ojos de sus cuencas-cosa que en el sueño parecía de lo más natural-,que en tus manos tenían la apariencia de dos canicas, y los ponías sobre los míos. Por primera vez vi el mundo a través de ellos, y sentí que la vida me entraba por los ojos, como si hasta ahora hubiese permanecido ciega a las cosas que uno ha de ver. Como si de repente mi mirada se hubiera vuelto porosa”
Desde que vio al Hombre de Faro, cuando Ángela-como tenían por costumbre-permanecía junto a su padre en la barca sobre la que ambos se dedicaban a coser redes, se quedaba como perpleja, observando el mar. Entonces no seguía el compás de las canciones que él cantaba, y era incapaz de poner hilo en la puntada. El padre la reprendía suavemente, o trataba de ganarse su atención mediante chanzas. Lo que él ignoraba era que Ángela, en eses momentos, se encontraba ensayando la mirada del Hombre del Faro.
A la muerte de su padre, El Hombre del Faro se convirtió en la nube en la que encalló su cometa, tras haberse roto el sedal.
Adquirió la costumbre de escribirle pequeños mensajes, que cuidadosamente metía en una botella junto a un puñado de conchas que escogía entre las más hermosas y originales, y luego arrojaba al mar. Desconocemos el paradero de la mayoría de ellos, y, sinceramente, dudamos que ninguno llegara a alcanzar la costa de La Isla del Faro. Pero algunos eran devueltos a la playa, escupidos sobe la arena por alguna ola. Estos fragmentos pertenecen a unos cuantos que había recuperado su hermano Emilio, y que conservó con amor, escondidos entre sus libros. Jamás le habló a nadie de ellos, ni siquiera a la misma Ángela. Hasta el día en que se los dejó leer a la pequeña Lucía.
5 comentarios:
A veces tengo la sensación que todos nos pasamos la vida arrojando botellas con mensajes al océano, y que éstos van a la deriva mecidos por las olas y los vientos sin llegar a caladero alguno, pero que de vez en cuando alguna de estas botellas llega hasta una playa y despiertan una sonrisa... la sonrisa de una complicidad, y un secreto compartido entre el lanzador de la botella y el receptor.
¡Qué gran regalo para Lucía poder leer algunos de los mensajes que lanzó en pos de la isla del farero!
besos
Tienes razón, Aka. Y bueno, una sonrisa cómplice debería ser suficiente premio, pero el que arroja la botella jamás llega a saberlo...Beso
Qué hermoso Vera. Cuando estoy alejada por unos cuantos días y vuelvo por tu casa me maravilla aún más lo que leo, y hoy especialmente. Una bellísima entrada que me atrae especialmente, islas, mares, barcos, faros..... es algo que me embriaga y me resulta fascinante y encontrarmelo de esta manera, me ha encantado.
Cuantísimas historias pueden crearse de botellas con mensajes....me encantan.
Besos
Es verdad, Carmela. Una botella al mar puede parecer algo nimio en la inmensidad del océano, pero quizás sea la consciencia de esa pequeñez, o las infinitas variables existentes, o esa aparente utopía de David contra Goliat, que una botella al mar se nos antoja un verdadero milagro. Y por lo que se sabe, a veces ocurre. Gracias Carmela. Tus visitas me son muy caras. Besos
"Mensaje en una botella"
Vera: qué hermosas son tus historias. Y estas de Lucía, mucho más aún.
Un beso o 2 #
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