A Mateo en el día de su cuarto cumpleaños
El resto de niñas perseguían a la Niña Pajarito durante la
hora del recreo para quitarle la merienda. Me gustaría pensar que esta
costumbre tenía origen en los extraordinarios colores del plumaje de la Niña Pajarito,
a la que perseguían como si se tratara del arco iris, para descubrir el tesoro
que se esconde en su final. Pero no son siempre de este modo los juegos de los
niños. El caso es que la Niña Pajarito, si bien materialmente era incapaz de
volar, sí que corría de un modo extraordinariamente rápido para una niña de su
edad. Por lo que sus condiscípulas se pasaban la totalidad de la hora del
recreo dando vueltas alrededor del patio, en persecución de la Niña Pajarito.
Entretanto su hermana, la Niña Árbol, permanecía absorta contemplando el
crecimiento de sus ramas. Preguntándose si algún día crecerían tan alto como
para tocar el cielo. Y se imaginaba en la noche ensartando estrellas,
descubriendo para el mundo el luminoso secreto de sus entrañas. Por todo esto
ella ignoraba las correrías involuntarias de su hermana, la Niña Pajarito.
Ocurría que los padres de la Niña Pajarito y la Niña Árbol
estaban siempre muy ocupados con sus trabajos, por lo que a menudo eran las
últimas a las que venían a recoger a la escuela, para llevárselas a casa
después de las clases. Generalmente la verja que daba a la calle se cerraba
ante sus narices. Entonces ellas se frotaban los ojos. Un viento de decepción
había soplado sobre ellos. En ese momento venía una monja ya mayor, bastante
amable, y como de costumbre llamándolas “mis niñas”, se las llevaba de la mano
para que esperaran en la portería. En un primer momento la Niña Pajarito y la
Niña Árbol permanecían sentadas en un banco la una junto a la otra. La Niña
Árbol enseguida se distraía en la ensoñación de sus ramas. Se imaginaba que
podía conseguir que una de aquellas creciera robusta y con la forma de un
puente que las condujera hasta su casa. Pero por mucho que lo intentó jamás
sucedió aquello. La Niña Pajarito no era de ese tipo de niñas que puede
permanecer mucho tiempo sentada. Llegado un momento se ponía en pie y
desplegaba en el aire las dos enormes alas que tenía en sus pulmones. La Niña
Árbol siempre se sorprendía de que unas alas de semejante tamaño se ocultaran
en un cuerpo tan menudo como el de la Niña Pajarito. El caso es que la voz de
la Niña Pajarito se elevaba de tal modo que pronto, sobrepasando las ramas de
la Niña Árbol, se colgaba del techo. Cuando cantaba la Niña Pajarito las
lámparas se estremecían, y los cristales vibraban. Las flores se abrían, pues
les parecía intuir de nuevo la presencia del sol bajo el lecho de sus pétalos. La
habitación se llenaba de aves cantarinas, que livianas venían a posarse en las
anhelantes ramas de la niña árbol. Y ésta sentía que sobre ellas se apoyaba la
columna de un cielo de música y colores. La Niña Pajarito obraba este milagro
casi sin percatarse. Lo hacía del mismo modo que el océano obra el milagro de
las olas al contacto del viento. Esto lo comprendía la Niña Árbol al contemplar
el rostro inocente de la Niña Pajarito. Y se sentía feliz y agradecida de estar
a la vera de aquélla que con el vuelo de su voz armonizaba el mundo. Del mismo
modo, cuando perseguida por la vida la Niña Pajarito se cansaba de correr, sin decir nada, venía a cobijarse bajo la
sombra de las ramas de su hermana, la Niña Árbol.
Para leer más acerca de la Niña Pajarito La Niña Pajarito
Para leer más acerca de la Niña Pajarito La Niña Pajarito
11 comentarios:
Una niña pajarito sólo puedo obrar milagros. Las tareas comunes le son ajenas. Abrazo.
Jo, qué bonito Vera... yo de peque siempre quise ser una niña-árbol... ains, qué nostalgia!
besos
Que linda historia!
besos
Hola, Vera:
Yo conocí a una niña pajarito.
Me visitaba todos los días; y me convenció que yo le hacía el café más rico del mundo. Entonces me convertí en un alquimista con el afán de lograr siempre la exacta proporción de su felicidad (mi felicidad). Porque ya no canta tengo el corazón disfónico.
Espero que en tus días la niña pajarito y la niña árbol se den la mano, de vez en cuando y, con los ojos cerrados, logren trasmutar sus dones. Que a la niña árbol le crecen alas y que a la niña pajarito le florescan palabras nuevas.
Saludos!!
Quise decir: "... que le crezcan alas..." y que "... le florezcan palabra nuevas", pero se me nubló la ortografía!!
Seguiré visitando estos barrios, esperanzado de futuros encuentros con la poetisa ictícola...).
Chauchau!
Qué dulce tu historia. Eres un cielo.
Sería encantador oír a la Niña Pajarito a los pies de la Niña Arbol.
Te conté alguna vez cuánto adoro las ramas de los árboles?
Es muy dulce Vera, mucho.
Biquiños!!!
Tan distintas y al principio de tu relato me parecían tan lejanas, pero me agradó ver que ambas se tenían una a la otra. Hermoso relato Vera.
Un beso
Quiero que regrese mi hermana tal y como era antes y me cubra con sus ramas.
Un beso.
lírico, muy lírico, y está tan bien escrito
besos
Hermosas Niñas tan maravillosamente contadas.
..."con el vuelo de su voz armonizaba el mundo"...aay, Verita...
Bicachasso!
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