Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


jueves, 30 de septiembre de 2010

miércoles, 29 de septiembre de 2010


Aunque en el amor y en la vida los momentos que prefiero son aquellos que se represantan con esta imagen....



Reconozco ser de ese tipo de personas que necesitan que las anclen a la realidad. Si no acabaría perdiéndome entre las nubes....

sábado, 25 de septiembre de 2010

DESMONTANDO MI KIBUTTZ

De como la carne vuelve al verbo, una y otra vez, y otra...(no sé si el título se corresponde con la entrada pero es el que me apetece)


Hubo un tiempo en que perdí las palabras, que huyeron de mí, sin más. Sin aspavientos y sin arrojar la vista atrás. Sin al acto superfluo pero poético de agitar pañuelos en el aire. No puedo decir que me doliera. Una se enfrenta con la vida y el choque con la misma a veces sólo genera otra vida, más rica y reluciente, más de vestido nuevo. Y mientras una trata feliz de encajar en su nueva piel, como es ésa, especialidad de reptiles, camina con el vientre pegado al suelo y retozando entre la tierra. Desde el suelo debe ser difícil tener perspectiva. Quizás por eso las palabras se fueron con las trompas alicaídas, igual que los elefantes que conociendo la certeza de su muerte se dirigen al lugar donde por fin podrán descansar. Me las imagino en su actitud alineada, con las cabezas vacías, sin convulsiones ni lágrimas. Sin desperdiciar un segundo en aquella de quien se alejaban. Porque las palabras no nos pertenecen. Sólo se nos dan en la medida en la que podemos proporcionarles libertad. Quizás esto pueda parecer absurdo pues para muchos la libertad es atributo de los hombres. Sin embargo, es al contrario, atributo de los hombres es la esclavitud. Pero decir esto es agitarse en tierra de gigantes y no deseo morir hasta que encuentre mi frase patibularia, mi poema del cadalso. Mientras, ahora que las palabras han vuelto a mi, ahora que las siento debatirse calientes en mi abrazo, sumidas en el vértigo del reencuentro, puedo recordar el momento preciso de su vuelta y el acontecimiento amargo que las precedió. Aunque no podría atribuirle la culpa. Más tarde pensé, que en un año en el que se desplazó el eje de la tierra, es casi natural que se produzcan desplazamientos inesperados en la vida de las personas. Ocho centímetros pueden parecer intrascendentes en el universo, pero de ocho centímetros, tristemente lo sabemos, puede resultar la aniquilación. Hace tiempo, durante unas semanas, aparecieron las playas cubiertas de medusas. Se las podía ver sobre la arena, inertes, flácidas, con los tentáculos bordados de derrota. Rosadas, parecían de esmalte, de ese con el que se pintan las uñas de las niñas y de las muñecas. Abatidas como paraguas destrozados por el viento. No sé por qué aquel año las medusas vinieron a morir a nuestras playas. Quizás por causa de ocho centímetros. Yo hubiera bautizado áquel como “el año de las medusas” y me hubiese gustado sustraer de su conducta, hermosas invenciones del apocalipsis. Pero aunque rebuscase en los bolsillos, nada. Yo ya no tenía palabras. Estaba muda.
Ahora que por fin han vuelto a mi, soy consciente del deber que tengo con ellas. Si miro el suelo de mi Kibbutz, está cubierto de baldosas amarillas por las que corretean las perras negras. Quisiera tener un artilugio que las reprodujera como a pompas de jabón, ingrávidas y con la espada del sol atravesándolas. Reflejando una realidad distorsionada, pero apabullante de colores y formas nunca antes inventadas. Lo triste de las pompas de jabón es su efímera existencia y supongo que ahí radica su belleza. Las palabras, corruptas en su anhelo de libertad, sobornan a los hombres para que les entreguen la llave del averno y en él lo visten de azufre y fuego. Aun no sé el precio que me harán pagar, pero me gusta tenerlas de vuelta. Subiéndose por las paredes de mi kibbutz.

lunes, 20 de septiembre de 2010

SARA

A Paula….

A Miguel,

A veces parece como si alguien se dejara una puerta abierta y pasa una corriente de ángeles sacudiéndose el rocío de las alitas; el silencio escupe en nuestras bocas palíndromos callados. La presencia de una ausencia.... Eres una silueta de carne vacía que el aire no puede abarcar, tumefacto desde que definitivamente no estás. Trato de encajar otras carnes en tu silueta, pero siempre queda alguna rendija, algún resquicio en el que la ausencia sobrevive, se hace grande, y vuelve a vestirte del todo. Y el aire se enoja, se repliega, apenas puede respirar.
Busco para ti otros mundos, y si estás en alguno te pido por favor, que desde allí seas mi ángel de la guarda que yo, desde aquí, seré tu diablo de la guarda.

Palindos (Capítulo 2)


Ese pañuelo rojo le sentaría bonito a Sara. A su cuello blanco y alto. A la línea de lunares que asoma, como con la marea, al recogerse el cabello. A los nardos que se despliegan en su caminar, al modo en que su abrigo la envuelve, a las luciérnagas en sus pestañas dormidas (puede que ese pañuelo las despierte y la mirada oscurecida de Sara se ilumine como un adviento).

Las farolas, tímidas al encenderse, visten de colores el ocaso y así contrarian al sol que entre mohines se escapa, con el índice trazando una alianza que casa los tejados de las casas.
En esta hora la espero. En esta hora se me dio.

Por la platea de la memoria camina Sara, esquiva estrella a la que ninguna otra logra eclipsar, viéndolas yo brotar, balancearse, extender sus brazos hacia ella. La escuché cantar una canción de adormideras y mis pasos siguiéndola me precipitaron al regazo de Morfeo.

Todavía hoy.

La verja se abrió entre quejidos. Las sombras, ratas huidizas a su paso, resbalaban las lápidas que parecían haber trocado el mármol en hielo, dando traspiés rocinantes. La única que se mantuvo firme fue aquella cosida a los pies de Sara. Incluso la mía se despegó a pesar de mis esfuerzos y el forcejeo acabó con ambos (aúnque las sombras no tienen rostro uno las mira y puede ver toda la angustia que es esa región en la que existen, tálamo del apareamiento entre la luz y la oscuridad) por los suelos.
Ángel cuando cayó de rodillas, las manos aferradas al vestido.
Habló.
Tomando el impulso del silencio.
Naufragaba el aire en sus labios, no pude escuchar. Sólo el vaho se contorsionaba, huella impresa de sus palabras. Ahora, pasado el tiempo podría afinar frases sólo con sus alientos, pero en aquel instante sólo pudo remendarlo el nombre escrito en doradas letras bajo el cual los nardos de Sara cada tarde vi languidecer.

La Sara que reina en mi vida a pasos ciegos podría ser Carlota, Alejandra, Margot, Lucía, o......Y aquella primera tarde coincidimos en el vagón, las mejillas arreboladas no sé si por la vergüenza o las prisas, sentándose casi a tientas en el asiento vacío, a mi lado(¡!), sin tiempo ni de quitarse el chubasquero, resbalándole la lluvia como cometas en la noche de Liliput. Inmóvil. Pienso que hace una hermosa estatua. Cuando por fin reúne las fuerzas necesarias para abrir el bolso casi lo lamento. Saca un libro procurando en lo posible ocultarme el título que yo busco, debo añadir, sin disimulo (dime a quién lees y te diré....dónde se concretan tus sueños….si concedes paradigmas al diablo….si compartes tus secretos con la luna)
De pronto es otra, muy distinta a esa otra que hace unos instantes tropezaba cada bolsa que lo cotidiano había olvidado en el corredor. Masca las palabras entre sonrisas y silabeos y miradas al aire que se retuerce encantado y se embellece.
Cuesta leer por encima de su hombro, apenas unas cuantas letras desparejadas tanteando la sílaba, la palabra,.... la oración que a ella me remita. Su mirada me esquiva con el mismo ademán de la entrada, bajando tanto los ojos que están a las mismas puertas del infierno., tan animalillo asustado que me descompone el traje y la corbata.
Me maravilla su capacidad de saltar de una a otra. De volcarse sobre el libro y sin más olvidarme. Quisiera decir algo que no me condene a esa nada en la que estoy sentado, pero ¿el qué?.
Al apearme del tren compro unos nardos para Elisa.

Al día siguiente le puse Sara, porque darle un nombre es el único modo de poseer aquello que nunca será nuestro.
No hemos cruzado ni media palabra, a pesar de que cada día el tren busca un pretexto (sé que las demoras no son más que un intento de meter baza), pero el anonimato resulta cómodo, o con resignación me he ido acomodando en él. Es preciso que ella ni sospeche esta existencia de insecto que llevo. Así puedo contemplarla cuando se cree a salvo. Cuando volviéndose hacia sí misma se le olvida vivir y simplemente es.
La miro.
Parte de su soledad del mismo modo en que las bisagras son parte de las puertas.
Sus dedos fríos destejen sin el valor suficiente para llegar al ovillo, pero más cerca que cualquier otro. Al menor indicio de intrusión saldría aullando.
Claro está que todo esto ella ni lo concibe, sería necesario dar el salto hacia fuera y eso no es propio de Sara. Sara que reconstruyó su vida deperdigada en mil fragmentos, reuniéndolos gracias una lupa y unas pinzas, mucha paciencia y largos tragos de desesperación. Claro que tras reunirlos le quedó un agujero, allá donde el corazón, a ratos metía por aquél el dedo índice, que provisto de la capacidad de pensar hubiese creído estar en el limbo o entre las cenizas de alguna estrella.
Ella a quien concibe es al otro y con lo puesto juega a ser madre, esposa…. Papeles que sin pretenderlo se sacude durante el trayecto entre estaciones. Sintiéndose después más ligera para reanudar los cabos del juego.
Presumo saber de Sara más que la propia Sara. Es legítimo haberle puesto nombre.

En el asiento abandonado por Sara descubro lo que parecen pelos de gato. Al día siguiente aparezco en casa con uno atigrado y pequeño que me resultó simpático. Yo sabía hace tiempo que Elisa es alérgica aunque fingí el olvido. Después de quince días durmiendo en el sofá me vi obligado a restringir sus dominios a mi despacho, y la terraza cuando Elisa no estaba en la casa. Maliciosamente calculó que los cuidados que el animal requería y el olor a excrementos y orines no tardarían en hacerme desistir. A los pocos meses se convirtió en la única compañía que yo frecuentaba. Elisa estaba rabiosa. Fecundó entonces la telaraña del sexo. Y yo, claro está, la deje hacer. Pronto el orgullo femenino y los consejos de las amigas la empujaron a evitarme. En un principio yo la buscaba y ella se rompía entre risas de satisfacción y triunfo. Con el tiempo, obsesionado por la conducta del felino, lo seguía por los rincones imitándole los andares, leyéndole a Baudelaire. Con parsimonia pasaba mi mano por su lomo, cuya línea se quebraba al tacto, jugando con la posibilidad de que Sara en ese mismo instante......nuestros movimientos armonizados, salvando el espacio, confluyendo en una misma caricia.



Basta con mirar a una mujer, para adivinar el tipo de hombre que, como a hurtadillas, se mete cada noche en su cama, el que descansa la mano en la curva de su vientre y aguarda..... . Un hombre como este que a mi derecha, de este lado del escaparate observa los devaneos del pañuelo rojo que tan bonito le sentaría a Sara. Alto, moreno, con su hora diaria de gimnasio, el traje impecable, el verbo implacable..... . Por fin se decide a entrar. Tras intercambiar palabras y gestos con el encargado éste se acerca. Tengo miedo, la punta de mi nariz se aplasta contra la vidriera. Debería resultarle cómico, sin embargo, desdeñosamente, me arrebata el pañuelo rojo que tan bonito le sentaría a Sara. Lo hace volar tomándolo por una punta, enorme lengua que de mi se burla.

Me he vuelto audaz. En mis lecturas encuentro palabras que inequívocamente le pertenecen (lo mismo que el pañuelo rojo, esta vez no me dejaré vencer) las he ido anotando y un buen día por fin me decidí. Disimuladamente, con la ayuda de un celito las pego en el apoyabrazos del asiento escogido. Conozco los trenes y el bailoteo de los reflejos así que el sorteo se produce entre aquellos que están a mi alcance. Una vez hecho esto. le corresponde actuar al azar.
Los primeros días tuve que asistir al espectáculo de una Sara lejana, a los titubeos y amagos del destino, pero, pronto, incluso antes de que hubiera transcurrido la primera semana ¡oh! ¡milagro! pude ver como ella con resolución, guiada por esa mano que bien conozco, cayó en “mi” asiento. Unos segundos después sus labios despacito enfilaban las palabras, perseguidos por los míos:

Ven, bello gato, ven , amansa mis enojos,
por un momento esconde las uñas de tu pata
y deja que me hunda en tus dos bellos ojos
mezcla de metal y de ágata.

Cuando mi mano acaricia
tu lomo elástico y tu cabeza,
y siente la profunda delicia
que hay en tu eléctrica pereza,

a mi amante parece que aguardo.
Su mirar es, ¡oh bestia amada!
profundo y frío como un dardo .

Y desde la cabeza a los pies
un aire sutil ella es,
una nocturna encrucijada

Charles Baudelaire

Sonrió, quise devolvérsela pero mi reflejo estaba fuera de su alcance.

Aquel fue el día en el que Sara, también, comenzó a esperar. Incapaz de disimular como sus ojos se desvisten el luto. A veces sueño que le corto los dedos al puño cerrado de lo ya sucedido con una navaja que me regalaron en la infancia, se liberan entonces tantos acontecimientos tristes allí encarcelados y se sumergen confusos en la nada. Así le devuelvo la sonrisa a Sara, consciente de que ese acto la sumerge también a ella en la nada, y vuelve a ser lo que era antes de conocer la muerte tan de cerca, de que mis ojos se toparan con los suyos tristes.
A ser lo que era antes de ser Sara.

********

Anteayer el condenado pañuelo me llamó (cuando digo llamó me refiero a que, ¡sí!, me llamó por mi nombre) y con voz sedosa dijo que le pertenecía a ella, a Sara. Pero el muy impostor se vendió y su recuerdo todavía me atormenta, tanto que me parece que aquel hombre, aquel hombre.....Una niña le apremia junto al puesto de castañas. A su lado, de espaldas, una figura como de niebla. Y antes de poder impedírselo su nombre se me escapa. Se vuelve. Los ángeles agitándose a su alrededor. Me mira, y una vez más el animalillo asustado ha bajado los ojos. Reaccionan, se dirigen al hombre como tratando de hacerme entender. La interroga. Ella me niega. Tres veces.
No la culpo. Cómo no iba a entender, yo que le di un nombre. Y ese hombre se siente con derecho a tomarla del brazo, a interrogar.....
Corro a casa en la procura de unos versos que escribirle. Unos que la hagan sonreír. Triste y hermosa Sara. Unos que casen con el pañuelo rojo que tan bonito le sienta.

domingo, 19 de septiembre de 2010

EL PERFIL

- A veces creo que el único final decente, (al momento se percató de que había pronunciado la palabra decente sin ningún reparo) a esta vida es abrirse las venas.
- ¿Abrirse las venas?-(¿Cómo habrá pronunciado la palabra decente sin ningún reparo?)
- O tirarse al tren, saltar por el hueco que es esa ventana… algo que implique una decisión…
- Ah, decisión, um.
- Es pasarse la lengua por los labios resecos y saber que somos más que polvo… Por ejemplo, hace un rato, me sorprende que no sucumbiéramos, dos montones de polvo aplastados el uno contra el otro, cubriendo la cama, si…
- ¡Ah! Eso es pos, el perfil.
- ¿El perfil?
- Sí, el perfil es esa cuerda que delimita el área de un cuerpo e impide que aspire, que derive en otra cosa, pongamos un columpio. La mágica conjunción de todos los horizontes de tu piel.
- Es como “recorte por la línea de puntos” y donde teníamos una caja de cerillas tenemos un jugoso sueldo de 1000 euros para toda la vida.
- Querrás decir un boleto.
- Melindrosa.
- Shhh. Pues el perfil es lo que nos mantiene uno. Por eso ahora, aquí no hay dos montones de polvo.
- Querrás decir que eso es lo que nos mantiene mitad.
- ¿Mitad?.
- Sí, porque si no, no nos buscaríamos. Ya sabes, dos son multitud.
- ¿…?
- Y cada vez que nos encerramos aquí, mitad contra mitad, tanteamos aperturas en los perfiles, y nos mezclamos.
- Como los tiempos en el reloj de arena.
- Y a estas alturas ya no se sabe quién es quién, ni qué época es. ¿Todavía existen seres vertebrados ahí fuera?

Ella caracolea hacia los abismos, junto a sus tobillos, el rostro cubierto por las sábanas. Le cosquillea la mejilla con los dedos de los pies.

- ¿Sabes que el perfil de la uña de tu meñique es el perfil de la luna?
- Yo me frio esta noche.
- No, espera. Sí, si sólo somos polvo es cuestión de tiempo que el cielo caiga como una sarten sobre mi cabeza.
- ¿Sarten?
- Shhh ¿Quién decidió sobre los acentos de las palabras? ¿Quién las estimó llanas o agudas? ¿Será cosa del perfil también…?
- Bueno, vale, sarten.
- Y entonces no habrá decisión.
- ¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
- Pues estando con vos me demoro
- Ya es una decisión…
- Pero no es decidir el fin
- ¿Por qué tanta importancia?
- Porqué tampoco decidí el comienzo
- ¡Toma!, ni yo, ni nadie.
- Si nos dejaran decidir, tal vez…

Silencio reflexivo, rotativo, con las orejas desplegadas para escuchar el silencio. Las paredes de la habitación están llenas de alambiques donde se destilan las sensaciones. .

- Peor Adán y Eva. Ellos no nacieron, fueron creados.
- No, ninguno nacemos. Porque nacer implicaría la no existencia de una voluntad exterior. Todo aquello ocurre a causa de una voluntad exterior implica que en realidad somos creados.
- ¿…? No sé, el caso es que fueron creados a imagen y semejanza de dios.
- ¿Sí?
- ¡Bah! Ya adultos. Al menos so dijo la prensa….
- Eso sí. Así ni ropa tenían.
- Ni tan siquiera tuvieron una infancia para hacerse, para decidirse. Y a la primera decisión manzana o dios. La suerte se les echó encima.
- Sí.
- Porque cualquier decisión del hombre es la negación de dios.
- Sí.
- Y la negación de dios implicaría un fin