Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


martes, 11 de agosto de 2015

ESCUCHAS



Él era sobre todo una oreja. Una gran oreja en la que mi pensamiento se volcaba. Como una cuenca sobre la que la lluvia cae, torrencialmente, y encaja perfecta y hecha río. Por mucho que yo imaginase sus ojos, el extrañamiento de la luz sobre ellos, las dos gitanas caracoleando en sus pupilas. Por mucho que construyese o deconstruyese a partir del pilar de su nariz aquella actitud siempre envalentonada de su rostro. Por mucho que buscase el trazo un tanto infantil de aquellos brazos nerviosos cuando hablaba. Por mucho que el sexo, la sonrisa, el beso, la broma, la ternura, el desplome. Por encima de tantas y tantas cosas, él era fundamentalmente una oreja. Una gran oreja. Dispuesta, entregada, sensible. La oreja perfecta para tantas cosas que ya nunca le diría.