Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


miércoles, 29 de diciembre de 2010

LA FÁBULA DE LA TORTUGA CON EL CORAZÓN ROTO (modesto homenaje al Gran Cronopio)




-Ya ves, aquí estoy con el corazón roto y cara de elefante- Dijo la tortuga Eudosia a la tortuga Delfina

Los ojos de la tortuga Delfina centellearon dentro de la caverna de su concha, pues tenía por costumbre permanecer todo el día agazapada. Había llegado al extremo de que, incluso, había dejado de salir para alimentarse. Grandes enemigos son los miedos para una tortuga

-Todo por culpa de aquel Cronopio- dijo la tortuga Delfina con la voz opaca entretejida de telarañas, pues tampoco tenía costumbre de pronunciarse.

- Ay! Pero tenía una sonrisa ladeada tan simpática y me hizo el mayor de los regalos

-Regalo? A eso llamas regalo? Sencillamente dibujó un pájaro en tu concha…

-Sí, pero era un lindo pájaro y tenía unas alas que se extendían al infinito. Juntos surcamos los firmamentos y llegamos a confines que nunca antes habían sido hilvanados ante los ojos de ninguna otra tortuga. ¡Si vieras con que gracia cimbrea el viento sus caderas!!!! Y luego está el sabor de la lluvia, que cuando se amalgama con el sol siembra los campos de atávicos arco iris. Y vimos el mar que se mantiene abrazado a la tierra por el peso de las sirenas que lo serpentean, pues lo que nadie sabe es que las sirenas son peces con un inmenso corazón de plomo, por eso casi nadie nunca las ve, sólo aquellos para quienes las aguas se conjugan en sepulcro. Si no fuera por las sirenas y sus cantos que mantienen al mar atado de pies y manos llegaría un día en el que éste se despegaría de los suelos para alzarse a los cielos y reunirse con la luna que es su única y verdadera amante.

-Creo que fantaseas Eudosia- dijo lacónicamente Delfina

-No! No! ¿Acaso tus ojos pueden decirme que hayan visto lo contrario??? Tú que vives tu vida dentro de la carcel de tu concha…

- Y tú? Mírate, ahí, desnuda. Ya no tienes hogar ni refugio. ¿Qué va a ser de ti cuando llegue el frío???

-No importa porque volamos tan alto que casi nos enredamos en los cabellos del sol, así que tengo un corazón de fuego que me calienta, aunque está roto. Mientras ascendíamos, yo escuchaba como las risas del cronopio burbujeaban sobre mis espaldas y…

-¿Cómo se llamaba?

-¿Quién?

-El cronopio

-Creo que no tenía nombre…sencillamente cronopio

-Entonces es como si no fuera nadie

-O quizás es como si lo fuera todo…..En fin, como decía, las risas del cronopio burbujeaban sobre mis espaldas y yo veía como la vida se esparcía en pompas de jabón que cuando uno las mordía sabían a sirope de fresa. Atravesamos las nubes cuya piel olía como la de los ángeles según me decía mi amigo el cronopio. Nos hacíamos llamar filibusteros y no parábamos de inventarnos canciones de esas que se cantan en las tabernas y él con una hoja de papel se hizo un sombrero de porcelana…

-Lamento decirte que todavía continúas en las nubes, estimada Eudosia

-No, claro que no. Lo que ocurre que esa cárcel donde estás voluntariamente recluída asesina tu imaginación, quien, como todo el mundo sabe, es la hermana sin corbata de la sabiduría…. Por fin llegó el día en el  que la lluvia, el tacto de las nubes, y el polvo del camino, acabaron por deslucir la imagen del pájaro sobre mi concha, y yo sentí que me fallaban las fuerzas para continuar volando. Así que le rogué al cronopio que renovara la imagen con aquellas tizas que en su día había empleado para adornarme. Entonces él estalló en un desconsolado llanto y comenzó a decir entre hipos que había olvidado su caja de tizas sobre una roca. Traté de calmarlo con dulces palabras y le dije que no pasaba nada, que los cronopios son así, por eso todos los niños los quieren. Pareció tranquilizarse, pero entonces vi surcar su mejilla por una solitaria lágrima donde se reflejó por última vez la belleza desvaída de mi añorado pájaro. Y esta postrera y cristalina gota con su corazón palpitante de sal, cayó sobre mi concha, extinguiendo los últimos colores con la que una vez la había vestido la mano del cronopio. Caímos casi sin darnos cuenta. Todo fue un vértigo de nubes que ascendían, aviones que ascendían, montañas que ascencían, rascacielos que ascendían, pero no, éramos nosotros los que, desgajados, descendíamos. Busqué al cronopio para mandarle un último beso y pude ver que un grupo de aves lo rescataba, pues como todo el mundo sabe los cronopios se pasan el día imitando el canto de los pájaros, así que me imagino que debió llamarlos en nuestro socorro. Lo vi montar sobre una de sus alas y mirarme con la conciencia de que ya no había tiempo. Le sonreí en el mismo instante en el que escuché un gran crujido, y vi como saltaban por los aires, como un lamento, los tristes pedazos de mi concha, que se había estampado contra el suelo. Y luego magullada me acordé de ti, y quise saber cómo te encontrabas.

-Ya ves-dijo en un hilo de voz la tortuga Delfina-aquí nada ha cambiado.

-El tiempo que viví en los aires pensaba mucho en ti y llegué a la conclusión de que cuando una tiene amor aprecia con mayor fuerza el valor de la amistad...

-Ya viene el frío, Eudosia. Te vas a helar

-Y cuando pensaba en ti mi rostro se cubría por un velo de melancolía y el cronopio me hacía carantoñas y muecas para consolarme

-¿Y te consolaba?
-Sí, el amor siempre consuela y por si solo es capaz de hacer girar el mundo, aun así a todos nos gusta mirar el cielo de noche y contemplar las estrellas…

-Ya se acerca, Eudosia, ya se acerca.

-Ya lo veo, que lindo el frío con los cabellos blancos

-Definitivamente te has vuelto loca Eudosia

-¿Sabes por qué me sentía triste por ti?

-Dímelo Eudosia, no te queda mucho tiempo

-Me sentía triste porque hace siglos que has tornado el corazón en coraza

-Se acerca, se acerca. Adios Eudosia

-El del frío será mi último abrazo, espero poder calentarlo con mi corazón roto, pero de fuego…

Entonces Eudosia en un último esfuerzo sonrió al frío que se acercaba, pues había sido su voluntad recibir con una sonrisa a aquel al que todos reciben con un castañeo de dientes. Después como estaba muy cansada pues habían sido muchas emociones, cerró los ojos.

Largo rato se estuvo Delfina mirándola, esperando un movimiento de la que en otro tiempo había sido su amiga. En algún momento llegó a la conclusión de que nunca volvería a moverse. Emitió un suspiro cansado y las dos centellas de sus ojos que eran su única luz, su único signo de vida, terminaron por apagarse en aquella oscura cueva de su concha, en la que había permanecido desde siempre.

jueves, 30 de septiembre de 2010

miércoles, 29 de septiembre de 2010


Aunque en el amor y en la vida los momentos que prefiero son aquellos que se represantan con esta imagen....



Reconozco ser de ese tipo de personas que necesitan que las anclen a la realidad. Si no acabaría perdiéndome entre las nubes....

sábado, 25 de septiembre de 2010

DESMONTANDO MI KIBUTTZ

De como la carne vuelve al verbo, una y otra vez, y otra...(no sé si el título se corresponde con la entrada pero es el que me apetece)


Hubo un tiempo en que perdí las palabras, que huyeron de mí, sin más. Sin aspavientos y sin arrojar la vista atrás. Sin al acto superfluo pero poético de agitar pañuelos en el aire. No puedo decir que me doliera. Una se enfrenta con la vida y el choque con la misma a veces sólo genera otra vida, más rica y reluciente, más de vestido nuevo. Y mientras una trata feliz de encajar en su nueva piel, como es ésa, especialidad de reptiles, camina con el vientre pegado al suelo y retozando entre la tierra. Desde el suelo debe ser difícil tener perspectiva. Quizás por eso las palabras se fueron con las trompas alicaídas, igual que los elefantes que conociendo la certeza de su muerte se dirigen al lugar donde por fin podrán descansar. Me las imagino en su actitud alineada, con las cabezas vacías, sin convulsiones ni lágrimas. Sin desperdiciar un segundo en aquella de quien se alejaban. Porque las palabras no nos pertenecen. Sólo se nos dan en la medida en la que podemos proporcionarles libertad. Quizás esto pueda parecer absurdo pues para muchos la libertad es atributo de los hombres. Sin embargo, es al contrario, atributo de los hombres es la esclavitud. Pero decir esto es agitarse en tierra de gigantes y no deseo morir hasta que encuentre mi frase patibularia, mi poema del cadalso. Mientras, ahora que las palabras han vuelto a mi, ahora que las siento debatirse calientes en mi abrazo, sumidas en el vértigo del reencuentro, puedo recordar el momento preciso de su vuelta y el acontecimiento amargo que las precedió. Aunque no podría atribuirle la culpa. Más tarde pensé, que en un año en el que se desplazó el eje de la tierra, es casi natural que se produzcan desplazamientos inesperados en la vida de las personas. Ocho centímetros pueden parecer intrascendentes en el universo, pero de ocho centímetros, tristemente lo sabemos, puede resultar la aniquilación. Hace tiempo, durante unas semanas, aparecieron las playas cubiertas de medusas. Se las podía ver sobre la arena, inertes, flácidas, con los tentáculos bordados de derrota. Rosadas, parecían de esmalte, de ese con el que se pintan las uñas de las niñas y de las muñecas. Abatidas como paraguas destrozados por el viento. No sé por qué aquel año las medusas vinieron a morir a nuestras playas. Quizás por causa de ocho centímetros. Yo hubiera bautizado áquel como “el año de las medusas” y me hubiese gustado sustraer de su conducta, hermosas invenciones del apocalipsis. Pero aunque rebuscase en los bolsillos, nada. Yo ya no tenía palabras. Estaba muda.
Ahora que por fin han vuelto a mi, soy consciente del deber que tengo con ellas. Si miro el suelo de mi Kibbutz, está cubierto de baldosas amarillas por las que corretean las perras negras. Quisiera tener un artilugio que las reprodujera como a pompas de jabón, ingrávidas y con la espada del sol atravesándolas. Reflejando una realidad distorsionada, pero apabullante de colores y formas nunca antes inventadas. Lo triste de las pompas de jabón es su efímera existencia y supongo que ahí radica su belleza. Las palabras, corruptas en su anhelo de libertad, sobornan a los hombres para que les entreguen la llave del averno y en él lo visten de azufre y fuego. Aun no sé el precio que me harán pagar, pero me gusta tenerlas de vuelta. Subiéndose por las paredes de mi kibbutz.

lunes, 20 de septiembre de 2010

SARA

A Paula….

A Miguel,

A veces parece como si alguien se dejara una puerta abierta y pasa una corriente de ángeles sacudiéndose el rocío de las alitas; el silencio escupe en nuestras bocas palíndromos callados. La presencia de una ausencia.... Eres una silueta de carne vacía que el aire no puede abarcar, tumefacto desde que definitivamente no estás. Trato de encajar otras carnes en tu silueta, pero siempre queda alguna rendija, algún resquicio en el que la ausencia sobrevive, se hace grande, y vuelve a vestirte del todo. Y el aire se enoja, se repliega, apenas puede respirar.
Busco para ti otros mundos, y si estás en alguno te pido por favor, que desde allí seas mi ángel de la guarda que yo, desde aquí, seré tu diablo de la guarda.

Palindos (Capítulo 2)


Ese pañuelo rojo le sentaría bonito a Sara. A su cuello blanco y alto. A la línea de lunares que asoma, como con la marea, al recogerse el cabello. A los nardos que se despliegan en su caminar, al modo en que su abrigo la envuelve, a las luciérnagas en sus pestañas dormidas (puede que ese pañuelo las despierte y la mirada oscurecida de Sara se ilumine como un adviento).

Las farolas, tímidas al encenderse, visten de colores el ocaso y así contrarian al sol que entre mohines se escapa, con el índice trazando una alianza que casa los tejados de las casas.
En esta hora la espero. En esta hora se me dio.

Por la platea de la memoria camina Sara, esquiva estrella a la que ninguna otra logra eclipsar, viéndolas yo brotar, balancearse, extender sus brazos hacia ella. La escuché cantar una canción de adormideras y mis pasos siguiéndola me precipitaron al regazo de Morfeo.

Todavía hoy.

La verja se abrió entre quejidos. Las sombras, ratas huidizas a su paso, resbalaban las lápidas que parecían haber trocado el mármol en hielo, dando traspiés rocinantes. La única que se mantuvo firme fue aquella cosida a los pies de Sara. Incluso la mía se despegó a pesar de mis esfuerzos y el forcejeo acabó con ambos (aúnque las sombras no tienen rostro uno las mira y puede ver toda la angustia que es esa región en la que existen, tálamo del apareamiento entre la luz y la oscuridad) por los suelos.
Ángel cuando cayó de rodillas, las manos aferradas al vestido.
Habló.
Tomando el impulso del silencio.
Naufragaba el aire en sus labios, no pude escuchar. Sólo el vaho se contorsionaba, huella impresa de sus palabras. Ahora, pasado el tiempo podría afinar frases sólo con sus alientos, pero en aquel instante sólo pudo remendarlo el nombre escrito en doradas letras bajo el cual los nardos de Sara cada tarde vi languidecer.

La Sara que reina en mi vida a pasos ciegos podría ser Carlota, Alejandra, Margot, Lucía, o......Y aquella primera tarde coincidimos en el vagón, las mejillas arreboladas no sé si por la vergüenza o las prisas, sentándose casi a tientas en el asiento vacío, a mi lado(¡!), sin tiempo ni de quitarse el chubasquero, resbalándole la lluvia como cometas en la noche de Liliput. Inmóvil. Pienso que hace una hermosa estatua. Cuando por fin reúne las fuerzas necesarias para abrir el bolso casi lo lamento. Saca un libro procurando en lo posible ocultarme el título que yo busco, debo añadir, sin disimulo (dime a quién lees y te diré....dónde se concretan tus sueños….si concedes paradigmas al diablo….si compartes tus secretos con la luna)
De pronto es otra, muy distinta a esa otra que hace unos instantes tropezaba cada bolsa que lo cotidiano había olvidado en el corredor. Masca las palabras entre sonrisas y silabeos y miradas al aire que se retuerce encantado y se embellece.
Cuesta leer por encima de su hombro, apenas unas cuantas letras desparejadas tanteando la sílaba, la palabra,.... la oración que a ella me remita. Su mirada me esquiva con el mismo ademán de la entrada, bajando tanto los ojos que están a las mismas puertas del infierno., tan animalillo asustado que me descompone el traje y la corbata.
Me maravilla su capacidad de saltar de una a otra. De volcarse sobre el libro y sin más olvidarme. Quisiera decir algo que no me condene a esa nada en la que estoy sentado, pero ¿el qué?.
Al apearme del tren compro unos nardos para Elisa.

Al día siguiente le puse Sara, porque darle un nombre es el único modo de poseer aquello que nunca será nuestro.
No hemos cruzado ni media palabra, a pesar de que cada día el tren busca un pretexto (sé que las demoras no son más que un intento de meter baza), pero el anonimato resulta cómodo, o con resignación me he ido acomodando en él. Es preciso que ella ni sospeche esta existencia de insecto que llevo. Así puedo contemplarla cuando se cree a salvo. Cuando volviéndose hacia sí misma se le olvida vivir y simplemente es.
La miro.
Parte de su soledad del mismo modo en que las bisagras son parte de las puertas.
Sus dedos fríos destejen sin el valor suficiente para llegar al ovillo, pero más cerca que cualquier otro. Al menor indicio de intrusión saldría aullando.
Claro está que todo esto ella ni lo concibe, sería necesario dar el salto hacia fuera y eso no es propio de Sara. Sara que reconstruyó su vida deperdigada en mil fragmentos, reuniéndolos gracias una lupa y unas pinzas, mucha paciencia y largos tragos de desesperación. Claro que tras reunirlos le quedó un agujero, allá donde el corazón, a ratos metía por aquél el dedo índice, que provisto de la capacidad de pensar hubiese creído estar en el limbo o entre las cenizas de alguna estrella.
Ella a quien concibe es al otro y con lo puesto juega a ser madre, esposa…. Papeles que sin pretenderlo se sacude durante el trayecto entre estaciones. Sintiéndose después más ligera para reanudar los cabos del juego.
Presumo saber de Sara más que la propia Sara. Es legítimo haberle puesto nombre.

En el asiento abandonado por Sara descubro lo que parecen pelos de gato. Al día siguiente aparezco en casa con uno atigrado y pequeño que me resultó simpático. Yo sabía hace tiempo que Elisa es alérgica aunque fingí el olvido. Después de quince días durmiendo en el sofá me vi obligado a restringir sus dominios a mi despacho, y la terraza cuando Elisa no estaba en la casa. Maliciosamente calculó que los cuidados que el animal requería y el olor a excrementos y orines no tardarían en hacerme desistir. A los pocos meses se convirtió en la única compañía que yo frecuentaba. Elisa estaba rabiosa. Fecundó entonces la telaraña del sexo. Y yo, claro está, la deje hacer. Pronto el orgullo femenino y los consejos de las amigas la empujaron a evitarme. En un principio yo la buscaba y ella se rompía entre risas de satisfacción y triunfo. Con el tiempo, obsesionado por la conducta del felino, lo seguía por los rincones imitándole los andares, leyéndole a Baudelaire. Con parsimonia pasaba mi mano por su lomo, cuya línea se quebraba al tacto, jugando con la posibilidad de que Sara en ese mismo instante......nuestros movimientos armonizados, salvando el espacio, confluyendo en una misma caricia.



Basta con mirar a una mujer, para adivinar el tipo de hombre que, como a hurtadillas, se mete cada noche en su cama, el que descansa la mano en la curva de su vientre y aguarda..... . Un hombre como este que a mi derecha, de este lado del escaparate observa los devaneos del pañuelo rojo que tan bonito le sentaría a Sara. Alto, moreno, con su hora diaria de gimnasio, el traje impecable, el verbo implacable..... . Por fin se decide a entrar. Tras intercambiar palabras y gestos con el encargado éste se acerca. Tengo miedo, la punta de mi nariz se aplasta contra la vidriera. Debería resultarle cómico, sin embargo, desdeñosamente, me arrebata el pañuelo rojo que tan bonito le sentaría a Sara. Lo hace volar tomándolo por una punta, enorme lengua que de mi se burla.

Me he vuelto audaz. En mis lecturas encuentro palabras que inequívocamente le pertenecen (lo mismo que el pañuelo rojo, esta vez no me dejaré vencer) las he ido anotando y un buen día por fin me decidí. Disimuladamente, con la ayuda de un celito las pego en el apoyabrazos del asiento escogido. Conozco los trenes y el bailoteo de los reflejos así que el sorteo se produce entre aquellos que están a mi alcance. Una vez hecho esto. le corresponde actuar al azar.
Los primeros días tuve que asistir al espectáculo de una Sara lejana, a los titubeos y amagos del destino, pero, pronto, incluso antes de que hubiera transcurrido la primera semana ¡oh! ¡milagro! pude ver como ella con resolución, guiada por esa mano que bien conozco, cayó en “mi” asiento. Unos segundos después sus labios despacito enfilaban las palabras, perseguidos por los míos:

Ven, bello gato, ven , amansa mis enojos,
por un momento esconde las uñas de tu pata
y deja que me hunda en tus dos bellos ojos
mezcla de metal y de ágata.

Cuando mi mano acaricia
tu lomo elástico y tu cabeza,
y siente la profunda delicia
que hay en tu eléctrica pereza,

a mi amante parece que aguardo.
Su mirar es, ¡oh bestia amada!
profundo y frío como un dardo .

Y desde la cabeza a los pies
un aire sutil ella es,
una nocturna encrucijada

Charles Baudelaire

Sonrió, quise devolvérsela pero mi reflejo estaba fuera de su alcance.

Aquel fue el día en el que Sara, también, comenzó a esperar. Incapaz de disimular como sus ojos se desvisten el luto. A veces sueño que le corto los dedos al puño cerrado de lo ya sucedido con una navaja que me regalaron en la infancia, se liberan entonces tantos acontecimientos tristes allí encarcelados y se sumergen confusos en la nada. Así le devuelvo la sonrisa a Sara, consciente de que ese acto la sumerge también a ella en la nada, y vuelve a ser lo que era antes de conocer la muerte tan de cerca, de que mis ojos se toparan con los suyos tristes.
A ser lo que era antes de ser Sara.

********

Anteayer el condenado pañuelo me llamó (cuando digo llamó me refiero a que, ¡sí!, me llamó por mi nombre) y con voz sedosa dijo que le pertenecía a ella, a Sara. Pero el muy impostor se vendió y su recuerdo todavía me atormenta, tanto que me parece que aquel hombre, aquel hombre.....Una niña le apremia junto al puesto de castañas. A su lado, de espaldas, una figura como de niebla. Y antes de poder impedírselo su nombre se me escapa. Se vuelve. Los ángeles agitándose a su alrededor. Me mira, y una vez más el animalillo asustado ha bajado los ojos. Reaccionan, se dirigen al hombre como tratando de hacerme entender. La interroga. Ella me niega. Tres veces.
No la culpo. Cómo no iba a entender, yo que le di un nombre. Y ese hombre se siente con derecho a tomarla del brazo, a interrogar.....
Corro a casa en la procura de unos versos que escribirle. Unos que la hagan sonreír. Triste y hermosa Sara. Unos que casen con el pañuelo rojo que tan bonito le sienta.

domingo, 19 de septiembre de 2010

EL PERFIL

- A veces creo que el único final decente, (al momento se percató de que había pronunciado la palabra decente sin ningún reparo) a esta vida es abrirse las venas.
- ¿Abrirse las venas?-(¿Cómo habrá pronunciado la palabra decente sin ningún reparo?)
- O tirarse al tren, saltar por el hueco que es esa ventana… algo que implique una decisión…
- Ah, decisión, um.
- Es pasarse la lengua por los labios resecos y saber que somos más que polvo… Por ejemplo, hace un rato, me sorprende que no sucumbiéramos, dos montones de polvo aplastados el uno contra el otro, cubriendo la cama, si…
- ¡Ah! Eso es pos, el perfil.
- ¿El perfil?
- Sí, el perfil es esa cuerda que delimita el área de un cuerpo e impide que aspire, que derive en otra cosa, pongamos un columpio. La mágica conjunción de todos los horizontes de tu piel.
- Es como “recorte por la línea de puntos” y donde teníamos una caja de cerillas tenemos un jugoso sueldo de 1000 euros para toda la vida.
- Querrás decir un boleto.
- Melindrosa.
- Shhh. Pues el perfil es lo que nos mantiene uno. Por eso ahora, aquí no hay dos montones de polvo.
- Querrás decir que eso es lo que nos mantiene mitad.
- ¿Mitad?.
- Sí, porque si no, no nos buscaríamos. Ya sabes, dos son multitud.
- ¿…?
- Y cada vez que nos encerramos aquí, mitad contra mitad, tanteamos aperturas en los perfiles, y nos mezclamos.
- Como los tiempos en el reloj de arena.
- Y a estas alturas ya no se sabe quién es quién, ni qué época es. ¿Todavía existen seres vertebrados ahí fuera?

Ella caracolea hacia los abismos, junto a sus tobillos, el rostro cubierto por las sábanas. Le cosquillea la mejilla con los dedos de los pies.

- ¿Sabes que el perfil de la uña de tu meñique es el perfil de la luna?
- Yo me frio esta noche.
- No, espera. Sí, si sólo somos polvo es cuestión de tiempo que el cielo caiga como una sarten sobre mi cabeza.
- ¿Sarten?
- Shhh ¿Quién decidió sobre los acentos de las palabras? ¿Quién las estimó llanas o agudas? ¿Será cosa del perfil también…?
- Bueno, vale, sarten.
- Y entonces no habrá decisión.
- ¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
- Pues estando con vos me demoro
- Ya es una decisión…
- Pero no es decidir el fin
- ¿Por qué tanta importancia?
- Porqué tampoco decidí el comienzo
- ¡Toma!, ni yo, ni nadie.
- Si nos dejaran decidir, tal vez…

Silencio reflexivo, rotativo, con las orejas desplegadas para escuchar el silencio. Las paredes de la habitación están llenas de alambiques donde se destilan las sensaciones. .

- Peor Adán y Eva. Ellos no nacieron, fueron creados.
- No, ninguno nacemos. Porque nacer implicaría la no existencia de una voluntad exterior. Todo aquello ocurre a causa de una voluntad exterior implica que en realidad somos creados.
- ¿…? No sé, el caso es que fueron creados a imagen y semejanza de dios.
- ¿Sí?
- ¡Bah! Ya adultos. Al menos so dijo la prensa….
- Eso sí. Así ni ropa tenían.
- Ni tan siquiera tuvieron una infancia para hacerse, para decidirse. Y a la primera decisión manzana o dios. La suerte se les echó encima.
- Sí.
- Porque cualquier decisión del hombre es la negación de dios.
- Sí.
- Y la negación de dios implicaría un fin

lunes, 30 de agosto de 2010

DOGMA DE FE
Liberdar ás palabras da sua cáscara podre. Elas que son amantes prolíficas e perversas.... que enmudecen cando lles pregas pola sua música a berros, que arrechouchían cando lles cramas silencio. Elas que che arrincan anacos das entrañas e che esnaquizan a imaxe do espello... e te enchen a boca de frores pestilentes.
A elas, eu só quero, arrincarlle a escuma dos beizos.

jueves, 15 de julio de 2010

Paxaros de papel


Polo de agora, Serafín descoñecía que él era un paxaro de papel. Os demáis non. Os seus compañeiros eran perfectamente conscientes de que só formaban parte da instalación dun artista local. O que acontecía é que Serafín era un soñador, un tolo que confundía as cóxegas da brisa co vento infausto arrancándoo da terra, e un leve tremer de as coa senlleira sensación do voo. Tan só se mirara cara o chan, Serafín se decataría que sempre o separaba a mesma distancia de aquel lenzo de pizarras amontoadas e que un arame umbilical o mantiña unido a elas por toda a eternidade. Os demáis lle repetían que quitara a venda dos ollos, pero él por máis resposta se limitaba a pechalos e sentir o abrazo quente do sol pendurado do ceo. Repetíase para si que él era fillo desa luz que se derramaba con pracer polas suas carnes brancas, feridas de gracia. E para él o mundo remataba con aquel campo de frores que se amosaba con xúbilo hata onde alcanzaba a sua vista. Él que tivera unha vida tan breve e ainda por riba descoñecía o que era a beleza, sentia o carozo do seu corpo encherse cunha risa amarela, verde, laranxa…Neses momentos coidaba que ia estoupar coma un arco da vella e en certo modo iso non tería importancia. As veces un regato de nenos se estrelaba entre as frores e os seus gritos remedaban os cantos das sereas, dalgún modo presaxio do que sería a sua perdición. “Que llueva, que llueva la virgen de la cueva…” Así os cativos conxuraban ós deuses paganos da tormenta, porque as nais agoraban aquel como un ano de seca e xa tremaban pensando nas tan temidas restriccións. E ainda que ó principio se asustara un pouco cando vira que ás margaridas lles arricaban as cabezas, admirouse de ver como con elas facían alegres coroas de frores, que fermoseaban os cabelos das nenas. Incluso comezou a soñar que él era unha desas frores que coroaba algunha daquelas ninfas preguiceiras.
E aconteceu que un día, mentres soñaba esperto, o ceo por fin reventou nun mar de bagoas mornas, que asolagaron tanto os campos, como a bandada de paxaros brancos. As gotas de choiva golpeaban con forza a prumaxe de Serafín que se sentiu renacer, como se cada gota lle insuflara sangue ó seu corazón de papel e incluso, podía escoitar o seu latexo como un grito con cada pinga derramada. Mentres pensaba no errados que andaban os outros cando lle repetían que eles non tiñan corazón, ia paseniño a fundirse nun mar de luz, e soubo que por fin se topaba no regazo da sua nai.
A unha de aquelas cativas que conxurara os deuses paganos da choiva, sorprendeuna a tristeza cando viu como a antes esplendorosa bandada de paxaros brancos se convertiu nunha estática galaxia de papel enrugado. Só un dos seus compeñentes sobreviviu ó aguacero cás as despregadas coma un cruceiro. Entón con coidado a rapaza lle arrancou o cordón umbilical e cun golpe certero empurrouno cara o ceo.
A nos gústanos pensar, que aquel foi o primeiro voo de Serafín, o paxaro de papel.

jueves, 29 de abril de 2010

El gran cronopio: imprescindible en mi Kibuttz

Difícil hablar sobre Julio Cortázar. Dejémosle a el....

HAY QUE SER REALMENTE IDIOTA PARA

Hace años que me doy cuenta y no me importa, pero nunca se me ocurrió escribirlo porque la idiotez me parece un tema muy desagradable, especialmente si es el idiota quien lo expone. Puede que la palabra idiota sea demasiado rotunda, pero prefiero ponerla de entrada y calentita sobre el plato aunque los amigos la crean exagerada, en vez de emplear cualquier otra como tonto, lelo o retardado y que después los mismos amigos opinen que uno se ha quedado corto. En realidad no pasa nada grave pero ser idiota lo pone a uno completamente aparte, y aunque tiene sus cosas buenas es evidente que de a ratos hay como una nostalgia, un deseo de cruzar a la vereda de enfrente donde amigos y parientes están reunidos en una misma inteligencia y comprensión, y frotarse un poco contra ellos para sentir que no hay diferencia apreciable y que todo va benissimo. Lo triste es que todo va malissimo cuando uno es idiota, por ejemplo en el teatro, yo voy al teatro con mi mujer y algún amigo, hay un espectáculo de mimos checos o de bailarines tailandeses y es seguro que apenas empiece la función voy a encontrar que todo es una maravilla. Me divierto o me conmuevo enormemente, los diálogos o los gestos o las danzas me llegan como visiones sobrenaturales, aplaudo hasta romperme las manos y a veces me lloran los ojos o me río hasta el borde del pis, y en todo caso me alegro de vivir y de haber tenido la suerte de ir esa noche al teatro o al cine o a una exposición de cuadros, a cualquier sitio donde gentes extraordinarias están haciendo o mostrando cosas que jamás se habían imaginado antes, inventando un lugar de revelación y de encuentro, algo que lava de los momentos en que no ocurre nada más que lo que ocurre todo el tiempo. Y así estoy deslumbrado y tan contento que cuando llega el intervalo me levanto entusiasmado y sigo aplaudiendo a los actores, y le digo a mi mujer que los mimos checos son una maravilla y que la escena en que el pescador echa el anzuelo y se ve avanzar un pez fosforecente a media altura es absolutamente inaudita. Mi mujer también se ha divertido y ha aplaudido, pero de pronto me doy cuenta (ese instante tiene algo de herida, de agujero ronco y húmedo) que su diversión y sus aplausos no han sido como los míos, y además casi siempre hay con nosotros algún amigo que también se ha divertido y ha aplaudido pero nunca como yo, y también me doy cuenta de que está diciendo con suma sensatez e inteligencia que el espectáculo es bonito y que los actores no son malos, pero que desde luego no hay gran originalidad en las ideas, sin contar que los colores de los trajes son mediocres y la puesta en escena bastante adocenada y cosas y cosas. Cuando mi mujer o mi amigo dicen eso --lo dicen amablemente, sin ninguna agresividad-- yo comprendo que soy idiota, pero lo malo es que uno se ha olvidado cada vez que lo maravilla algo que pasa, de modo que la caída repentina en la idiotez le llega como al corcho que se ha pasado años en el sótano acompañando al vino de la botella y de golpe plop y un tirón y no es mas que corcho. Me gustaría defender a los mimos checos o a los bailarines tailandeses, porque me han parecido admirables y he sido tan feliz con ellos que las palabras inteligentes y sensatas de mis amigos o de mi mujer me duelen como por debajo de las uñas, y eso que comprendo perfectamente cuánta razón tienen y cómo el espectáculo no ha de ser tan bueno como a mí me parecía (pero en realidad a mí no me parecía que fuese bueno ni malo ni nada, sencillamente estaba transportado por lo que ocurría como idiota que soy, y me bastaba para salirme y andar por ahí donde me gusta andar cada vez que puedo, y puedo tan poco). Y jamás se me ocurriría discutir con mi mujer o con mis amigos porque sé que tienen razón y que en realidad han hecho muy bien en no dejarse ganar por el entusiasmo, puesto que los placeres de la inteligencia y la sensibilidad deben nacer de un juicio ponderado y sobre todo de una actitud comparativa, basarse como dijo Epicteto en lo que ya se conoce para juzgar lo que se acaba de conocer, pues eso y no otra cosa es la cultura y la sofrosine. De ninguna manera pretendo discutir con ellos y a lo sumo me limito a alejarme unos metros para no escuchar el resto de las comparaciones y los juicios, mientras trato de retener todavía las últimas imágenes del pez fosforecente que flotaba en mitad del escenario, aunque ahora mi recuerdo se ve inevitablemente modificado por las críticas inteligentísimas que acabo de escuchar y no me queda más remedio que admitir la mediocridad de lo que he visto y que sólo me ha entusiasmado porque acepto cualquier cosa que tenga colores y formas un poco diferentes. Recaigo en la conciencia de que soy idiota, de que cualquier cosa basta para alegrarme de la cuadriculada vida, y entonces el recuerdo de lo que he amado y gozado esa noche se enturbia y se vuelve cómplice, la obra de otros idiotas que han estado pescando o bailando mal, con trajes y coreografías mediocres, y casi es un consuelo pero un consuelo siniestro el que seamos tantos los idiotas que esa noche se han dado cita en esa sala para bailar y pescar y aplaudir. Lo peor es que a los dos días abro el diario y leo la crítica del espectáculo, y la crítica coincide casi siempre y hasta con las mismas palabras con o que tan sensata e inteligentemente han visto y dicho mi mujer o mis amigos. Ahora estoy seguro de que no ser idiota es una de las cosas más importantes para la vida de un hombre, hasta que poco a poco me vaya olvidando, porque lo peor es que al final me olvido, por ejemplo acabo de ver un pato que nadaba en uno de los lagos del Bois de Boulogne, y era de una hermosura tan maravillosa que no pude menos que ponerme en cuclillas junto al lago y quedarme no sé cuánto tiempo mirando su hermosura, la alegría petulante de sus ojos, esa doble línea delicada que corta su pecho en el agua del lago y que se va abriendo hasta perderse en la distancia. Mi entusiasmo no nace solamente del pato, es algo que el pato cuaja de golpe, porque a veces puede ser una hoja seca que se balancea en el borde de un banco, o una grúa anaranjada, enormísima y delicada contra el cielo azul de la tarde, o el olor de un vagón de tren cuando uno entra y se tiene un billete para un viaje de tantas horas y todo va a ir sucediendo prodigiosamente, el sándwich de jamón, los botones para encender o apagar la luz (una blanca y otra violeta), la ventilación regulable, todo eso me parece tan hermoso y casi tan imposible que tenerlo ahí a mi alcance me llena de una especie de sauce interior, de una verde lluvia de delicia que no debería terminar más. Pero muchos me han dicho que mi entusiasmo es una prueba de inmadurez (quieren decir que soy idiota, pero eligen las palabras) y que no es posible entusiasmarse así por una tela de araña que brilla al sol, puesto que si uno incurre en semejantes excesos por una tela de araña llena de rocío, ¿qué va a dejar para la noche en que den King Lear? A mí eso me sorprende un poco, porque en realidad el entusiasmo no es una cosa que se gaste cuando uno es realmente idiota, se gasta cuando uno es inteligente y tiene sentido de los valores y de la historicidad de las cosas, y por eso aunque yo corra de un lado a otro del Bois de Boulogne para ver mejor el pato, eso no me impedirá esa misma noche dar enormes saltos de entusiasmo si me gusta como canta Fischer Dieskau. Ahora que lo pienso la idiotez debe ser eso: poder entusiasmarse todo el tiempo por cualquier cosa que a uno le guste, sin que un dibujito en una pared tenga que verse menoscabado por el recuerdo de los frescos de Giotto en Padua. La idiotez debe ser una especie de presencia y recomienzo constante: ahora me gusta esta piedrita amarilla, ahora me gusta "L'année dernière à Marienbad", ahora me gustas tú, ratita, ahora me gusta esa increíble locomotora bufando en la Gare de Lyon, ahora me gusta ese cartel arrancado y sucio. Ahora me gusta, me gusta tanto, ahora soy yo, reincidentemente yo, el idiota perfecto en su idiotez que no sabe que es idiota y goza perdido en su goce, hasta que la primera frase inteligente lo devuelva a la conciencia de su idiotez y lo haga buscar presuroso un cigarrillo con manos torpes, mirando al suelo, comprendiendo y a veces aceptando porque también un idiota tiene que vivir, claro que hasta otro pato u otro cartel, y así siempre.

La vuelta al día en ochenta mundos

Julio Cortázar

martes, 27 de abril de 2010

DE CÓMO PONERLE NOMBRE A UN GATO

Si una convive con esa mujer con curvas llamada fatalidad está claro que algún día una tendrá un gato o por hablar con propiedad el gato la tendrá a ella. Quizás el resto de los mortales no casen la relación, casi mejor porque seguro acabaría en divorcio. Pero por extraño que parezca el resultado de un partido de balompié depende directamente de que una lo vea, lo que una no sabe hasta después del partido es si el hecho de su presencia inclinará la balanza a un lado u otro para su equipo.
Lo mismo dos que se aman caminan por las calles de la vieja y caduca Lisboa contra esa hermosura plagada de nostalgia de los árboles desnudos. Viendo al fado, esa melodía que se pega al alma, remoloneando sobre los viejos tejados, lanzando suspiros mañaneros. Los rostros gastados de los portugueses. La letanía insípida y estridente de los españoles. Las piedras surcadas de tranvías. Los barrios dejándose querer… Y uno de ellos zalamero inventa para la otra una historia. Érase una vez un bucanero solitario, que para más inri nació sefardí, piel aceituna y barba negra cuya forma daba a su rostro el aspecto maligno de una daga. De nombre Ruruk, llegó tras el periplo destino de todos los de su raza, con el corazón arrancado de raiz, a una tierra del norte de la península Ibérica en la que había un asentamiento judío y a la que como muchas otras, un río le daba nombre. Esa tierra que en tiempos fue una de las siete capitales del reino había conocido tiempos mejores pero esa prosperidad pasada habría de estigmatizar su faz de pequeñas iglesias y soberbios castillos. De mudas piedras y sombras anhelantes. Del peso del tiempo resquebrajándole las entrañas. Y el huraño Ruruk cuyo nombre significaba cuervo llegaba impelido por su algebraico pasado.
-Algebraico como el de todo el mundo.
-Más bien lo algebraico es el destino que está sin dirimir.
-Sí pero todo destino enraíza en el pasado. Y ahora seguid con lo del cuervo. Te lo inventaste ¿no?
-Está en una novela llamada El Tuareg. El protagonista tiene un camello que es uno de los grandes compañeros de su vida al que llama Ruruk que significa cuervo y obstinadamente el camello es blanco.
Y aquí llega el momento de abandonar Lisboa y esa historia que en parte voy falseando sobre la marcha. El camello que ciertamente aparece en la novela no se llama Ruruk sino Rorab que significa cuervo en el idioma Tuareg. Si alguien ha leído la novela, aprovecho este inciso para hacer un comentario acerca de la misma y una asociación de ideas vislumbrada entre los efluvios báquicos del sábado por la noche. El pueblo tuareg es un pueblo nómada. El conflicto que se desarrolla en la novela tiene su origen en el sentimiento de la hospitalidad que tiene su protagonista quien pertenece a este pueblo. Nosotros con nuestras banderas y patrias hemos olvidado lo qué es la hospitalidad. Dixit.
El caso es que la mujer de las curvas sinuosas no quiso que el libro cayera en mis manos antes de tener nuestro primer gato. O sea que llevábamos cerca de un mes emancipados cuando E me llamó exultante al ver un anuncio que regalaba gatitos. Llegó a casa portando todos los cachivaches que encontró a su mano y a su bolsillo lo cual me puso tonta y tierna. Ya había concertado una cita para el viernes y como él no llegaría a tiempo me tocaba a mí encontrarme cara a cara con la camada y decidir. Fueron varias las ocasiones en las que dejó escapar el hecho de que había uno negro, pero todo sin la intención de influir. Y claro que entre los dos gatitos que quedaban quizás el más lindo era uno atigrado pero como tan hermosamente escribió Exupery “lo esencial es invisible a los ojos…..”, y yo me lleve al que como comprobamos más tarde era más pequeño que una lata de coca cola. También más tarde comprobamos que no era gato sino gata. Pero antes de todo eso yo ya le había puesto nombre. Mi amada y linda gatita negra se llama Ruruk que a partir de entonces y aunque los libros me desmientan significa cuervo. Igual que el hermoso poema de Edgar Allan Poe.

lunes, 19 de abril de 2010

Vera Eikon

DESMONTANDO MI KIBBUTZ
El hombre es el animal que nombra. Y a mi modo de ver esa faceta denominadora tiene algo de exorcismo. Al poner un nombre semeja que se destierra lo ajeno, lo adverso del ser nombrado y de algún modo ininteligible pero carnal lo hacemos nuestro. No en vano en la ceremonia católica del bautismo se da un nombre a la par que con el agua se borra la mancha del pecado original. Desde siempre se les ha puesto nombre a los astros y en esa suma semeja que el universo se achica hasta coger en una bola de cristal, en la lente de un astrónomo.Cuando se conquista una tierra se le pone nombre.Elegimos nombre para nuestros hijos, nuestros animales, nuestros amantes...Simulacro de pertenencia.
Y un día para alguien yo fui Vera Eikon. Y aunque yo no desconocía la raiz de mi nombre supe del sentimiento que tras él se escondía. Siempre gusté de indagar el origen de los nombres de aquellos a quienes amé. Uno fue aquel de quien "sólo dios será su juez". Ahora era "el hombre de la lanza".Claro que Vera Eikon significa verdadera imagen y yo gustaba de suponer que aquel que así me llamaba sentía que eso era lo que había encontrado. Y así me llamaba su Vera Eikon. El ser humano además del animal que nombra es el animal que se siente solo. Nacemos solos y morimos más solos todavía. Mientras vivimos intentamos con fervor reconecernos en el otro para omitir esa sensación de soledad que tanto nos desacouga. Encontrar un espejo donde se refleje nuestra verdadera imagen....
Han pasado casi cinco años desde que me pusieron nombre. Sigo siendo Vera Eikon, en el antiguo Egipto Berenice que además significa "portadora de la victoria".Este nombre es hoy uno de los cimientos más fundamentales de mi Kibbutz. El día que falte el Kibuttz se derrumbará bramando y tendré que levantarlo de nuevo piedra contra piedra. Mientras tanto no me siento el espejo donde se refleja la verdadera imagen de alguien sino aquella junto la que ese alguien se siente en su verdadera circunstancia.Y de algún modo ser portadora de la victoria contra la soledad que nos mata.

viernes, 16 de abril de 2010

Todo empieza con Cortázar. Casualmente de iniciales J.C. me convierte en apóstol de una causa que no es otra que la del ser humano y definitivamente la de uno mismo. Él hablaba de extrañamiento y yo hablaría de desentrañamiento por el puro placer de ser visceral. ¿Está extrañado el ser humano? Fácil suponer que desde el mismo momento que lo arrancan a este mundo. Sin embargo la vida, ese juego en el que cada uno tiene definido su rol, es un tablero de entramado tan damasquinado que simplemente se juega y ya no se polemiza contra uno mismo, por temor a la barbarie. Aun así queda la congoja. Algo nos pica y no es la entrepierna. Y el individuo va haciéndose pedazitos y los sujeta con el superglú del ser social. Y nos duele el útero materno por la pérdida y la pura envidia del calorcito. Claro que todo esto subcoscientemente(la consciencia y la inconsciencia son una pareja que casi siempre adoptan la llamada postura del misionero, excepto cuando se duerme o se está ebrio), subrepticiamente.
De todos modos, sé que somos unos cuantos los que a veces ensayamos la ficción de mirarle a los ojos a los gatos(Che, que difícil aguantarles la mirada) Y perseguimos bichitos imaginarios. Sonambulistas, funambulistas, equilibristas, saltimbanquis, filibusteros e impresionistas nos dejamos enarbolar por las aristas de los tejados. Y las peripecias son las cuencas que dejan los charcos cuando se secan. Y claro, tenemos que inventarnos y reinventar el mundo(porque el mundo ya está inventado y da pena). Artificio de útero materno:¡He ahí el kibutz!. Sólo un lugar cálido donde la consciencia y la subconsciencia ensayan todas las posturas. Divino Kamasutra.