Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


martes, 9 de enero de 2024

Lectura: La habitación de Nona de Cristina Fernández Cubas

 

Tengo que empezar diciendo que disfruté mucho la lectura de la Habitación de Nona de Cristina Fernández Cubas con la que la ganadora del Premio Nacional de las Letras del 2023 ganó el Premio Nacional de Narrativa en 2016. A través de estos relatos (de muy distinta extensión), Cristina Fernández Cubas realiza una demostración hábil y efectiva del arte de contar historias en un sentido clásico, puesto que a través de estos relatos se articula una genealogía del género a la par que la autora va a desplegando un universo propio. 


Es necesario destacar la facilidad con la que Cristina Fernández Cubas atrapa al lector en lo que está contando sin artificios y con la sencillez de quien va tejiendo una tela de araña de la que no quieres escapar hasta acabar la historia. La fascinación y el misterio se vehiculan a través de lo cotidiano, lo familiar hacia lo que la autora dirige nuestra mirada con destreza. Las cosas no son lo que parecen, pero descubrir lo que la realidad oculta depende, en gran medida, de la propia percepción. 


Creo que es esta cotidianidad tras la que bien nos puede estar aguardando el asombro la que contribuye a generar el clima que otorga unidad a estos relatos, pero, sobre todo, en esa invitación de la autora a festejar la capacidad de fabulación del ser humano. Porque lo que sucede en los relatos no tiene que ver tanto con la aventura, sino con la inclinación de los personajes a transcender los límites de lo cotidiano y proyectarse hacia otras realidades.


Sin duda conviene destacar el relato que da título a esta serie, La habitación de Nona, en el que se concentran de manera impecable todas las claves del género, incluyendo el elemento sorpresivo que nos descoloca y que a la par nos coloca en el lugar del propio narrador. Resulta que el relato es efectivo en cuanto que dota de dimensión aquello que tenemos ante los ojos, pero que, en la sucesión de los días, hemos desaprendido a ver. En ocasiones se trata de una misma. 



 


jueves, 4 de enero de 2024

Lectura: Mañana y tarde de Jon Fosse



Decidí leer a Jon Fosse no por haber ganado el Nobel, sino por la multitud de menciones que, a raíz del Nobel, referían lo singular y poético de su escritura. Movida por la curiosidad y, aprovechando la publicación por Nórdica de alguna de sus novelas, me incliné por Mañana y tarde, cuyo título me recordó a la segunda novela de la genial Virginia Woolf, Noche y día, y, casualmente (o no…) creo que el estilo narrativo de esta Mañana y tarde le resultaría interesante a la propia Virginia y, en cierto modo, parece emparentado con alguna a de sus novelas como Al faro o Las olas.

Mañana y tarde nos habla de un nacimiento y una muerte, limitándose a contar estos dos momentos que, a vuelta de página, parecen no otra cosa que el haz y el envés de una hoja. Lo hace con la voz de un narrador omnisciente cuyo ritmo narrativo asume, por momentos, las características de un monólogo interior, de tal modo que el narrador parece anularse y el lector tiene la impresión de que las sensaciones que emanan de la novela lo hacen a través de los personajes, principalmente de Johannes. Creo que esto funciona, fundamentalmente, por una cuestión de estilo. La sucesión de oraciones y párrafos que se rompen de manera abrupta, sin puntos, favorecen esa sensación de fugacidad, volatilidad y reiteración que caracteriza al pensamiento.

Creo recordar que fue Julio Cortázar el que dijo que “sólo hay una forma de contar una historia”, me parece que aludiendo a cómo la forma en la que narramos influye en la historia en sí. En el caso de Mañana y Tarde resulta todavía más evidente. Y esto, a mí particularmente, es una de las razones que me estimulan a la hora de leer.

Por ejemplo, considero un acierto que gran parte de ésta se desarrolle al deambular de Johannes que, de este modo, nos hace partícipes de su extrañeza en esa “tarde” de una vida cuyas pinceladas se van deslizando a medida que anda, siente, recuerda. La vida de Johannes no es contada sino que se evoca a través de la vacilación de su pensamiento a la par que camina y el lector avanza con él.

Esta historia que, al centrarse en esos dos momentos que son el nacimiento y la muerte, acota la vida, lo que nos sugiere es que, más allá del acontecimiento y la aventura, ésta se sostiene en lo cotidiano. Un café, un cigarrillo, el ritual de dos vecinos que se cortan mutuamente el cabello, la persistencia de las losas en la entrada de una casa.

Creo que narrar esto es ambicioso, pero, como ocurre a lo largo de esta novela desde el propio título con respecto a la convivencia de los contrarios, a la vez la novela se despoja de pretensiones para tratar de asir la sencillez. Por supuesto, atendiendo a los temas tratados, hay espacio para lo místico y lo alegórico (ese barco…). También para lo poético.

En definitiva, una novela singular de la que no pensaba que hallaría muchas cosas que decir, precisamente por la dificultad de definirla y porque leerla es compartir esa extrañeza de Johannes. A medida que leía pensaba en esa imagen de la luna que permanece en el cielo cuando ya es de día y es azul, temblorosa sobre un firmamento transparente y brillante, tan parecida a un espectro: hermosa e inaprensible.

 

 

Decidí leer a Jon Fosse no por haber ganado el Nobel, sino por la multitud de menciones que, a raíz del Nobel, referían lo singular y poético de su escritura. Movida por la curiosidad y, aprovechando la publicación por Nórdica de alguna de sus novelas, me incliné por Mañana y tarde, cuyo título me recordó a la segunda novela de la genial Virginia Woolf, Noche y día, y, casualmente (o no…) creo que el estilo narrativo de esta Mañana y tarde le resultaría interesante a la propia Virginia y, en cierto modo, parece emparentado con alguna a de sus novelas como Al faro o Las olas.

Mañana y tarde nos habla de un nacimiento y una muerte, limitándose a contar estos dos momentos que, a vuelta de página, parecen no otra cosa que el haz y el envés de una hoja. Lo hace con la voz de un narrador omnisciente cuyo ritmo narrativo asume, por momentos, las características de un monólogo interior, de tal modo que el narrador parece anularse y el lector tiene la impresión de que las sensaciones que emanan de la novela lo hacen a través de los personajes, principalmente de Johannes. Creo que esto funciona, fundamentalmente, por una cuestión de estilo. La sucesión de oraciones y párrafos que se rompen de manera abrupta, sin puntos, favorecen esa sensación de fugacidad, volatilidad y reiteración que caracteriza al pensamiento.

Creo recordar que fue Julio Cortázar el que dijo que “sólo hay una forma de contar una historia”, me parece que aludiendo a cómo la forma en la que narramos influye en la historia en sí. En el caso de Mañana y Tarde resulta todavía más evidente. Y esto, a mí particularmente, es una de las razones que me estimulan a la hora de leer.

Por ejemplo, considero un acierto que gran parte de ésta se desarrolle al deambular de Johannes que, de este modo, nos hace partícipes de su extrañeza en esa “tarde” de una vida cuyas pinceladas se van deslizando a medida que anda, siente, recuerda. La vida de Johannes no es contada sino que se evoca a través de la vacilación de su pensamiento a la par que camina y el lector avanza con él.

Esta historia que, al centrarse en esos dos momentos que son el nacimiento y la muerte, acota la vida, lo que nos sugiere es que, más allá del acontecimiento y la aventura, ésta se sostiene en lo cotidiano. Un café, un cigarrillo, el ritual de dos vecinos que se cortan mutuamente el cabello, la persistencia de las losas en la entrada de una casa.

Creo que narrar esto es ambicioso, pero, como ocurre a lo largo de esta novela desde el propio título con respecto a la convivencia de los contrarios, a la vez la novela se despoja de pretensiones para tratar de asir la sencillez. Por supuesto, atendiendo a los temas tratados, hay espacio para lo místico y lo alegórico (ese barco…). También para lo poético.

En definitiva, una novela singular de la que no pensaba que hallaría muchas cosas que decir, precisamente por la dificultad de definirla y porque leerla es compartir esa extrañeza de Johannes. A medida que leía pensaba en esa imagen de la luna que permanece en el cielo cuando ya es de día y es azul, temblorosa sobre un firmamento transparente y brillante, tan parecida a un espectro: hermosa e inaprensible.