Torso doble de Rafael Alonso
Hacía siglos que la estatua yacía en el mármol, y a pesar de la proverbial paciencia de las estatuas, ésta ya comenzaba a perder la suya. Y eso que no le faltaba la compañía del sol, cuyos deliciosos rayos cimbreaban su talle como si se tratara de las cuerdas de una guitarra, arrancándole melódicos destellos. Tampoco le faltaba la compañía del viento, al que le gustaba aletear en la cavidad de su garganta, cosquilleando todos sus escondrijos con sus plumas. El viento era un amante apasionado, que siempre regresaba. Poco a poco había moldeado sus formas, tornándolas más sinuosas, delicadas, y suaves. A veces se sentía como una flor que poco a poco iba abriendo sus pétalos, blancos. Sin embargo era consciente de que faltaba el golpe definitivo, la caricia libertadora, el cincel del artista descubriendo su desnudez. Anhelaba sentir como él iba desprendiendo sus ropajes, y poco a poco iban despertándose unos senos llenos, como dos lunas blancas en una noche sin estrellas. O como liberaba su cintura del abrazo irrompible de la roca. Unos pómulos firmes iban surgiendo en su rostro. Una mirada altanera se distinguiría en las cuencas de sus ojos. Su boca como una ola jabonosa rompiendo en la superficie de un mar calmo.
Así había sido como había sucedido con algunos de sus congéneres. Le gustaba recibir sobre su piel la visita de traviesos pajarillos que le contaban historias acerca de la celebridad de algunos de ellos. Hablaban mucho de un tal David, que hasta hacía poco se exponía en la Plaza de la Señoría de Florencia, al que se elevaba a categoría de obra maestra. Solía imaginar que una vez el escultor la hiciese surgir ante los ojos del mundo del mismo modo que Afrodita surgiendo de la espuma, la colocarían en el centro de esa misma plaza, reemplazando a ese tal David. Porque ella siempre había creído que la obra maestra de la escultura, había de ser la representación de una mujer.
En los últimos tiempos se comentaban maravillas acerca de El Pensador, obra de un escultor llamado Rodin, que según cantaban los pájaros había sido forjada en bronce. Cosa que a ella le parecía una herejía, pues desde los tiempos antiguos se sabía que el material más noble era el mármol, y sólo de aquel podría extraerse la verdadera belleza.
Y por fin llegó el día soñado, y unos hombres llegaron para arrancarla del lecho sobre el que siempre había yacido. Se dejó cargar en la parte de atrás de un camión, sin pena, con una sonrisa cosida al bies, porque siempre había pensado que debía de presentarse con la mejor de sus caras ante el destino. La llevaron a un taller, donde en vez de someterla al delicado y certero golpe del cincel, pasaron su cuerpo por afiladas máquinas. A pesar de la extrañeza que todo esto le producía, ella no dejó de lucir aquella franca sonrisa, y se repetía que seguramente en tantos siglos transcurridos, los escultores habrían discurrido modernas y sofisticadas técnicas para la realización de sus trabajos.
Días después la embalaron con cartón y plásticos y de nuevo la transportaron en camión. Una vez la bajaron de él, entre varios hombres la dejaron sobre el suelo.
Los días que se sucedieron fueron días de lluvia intensa. Trataba de imaginar su futuro, el día de la inauguración, cuando por fin le quitaran aquellos plásticos que llevaba encima y los aplausos de admiración y sorpresa la incendiaran los oídos. Ahora lo único que podía escuchar era el golpeteo de las gotas contra aquellos plásticos, de los que estaba deseosa de desembarazarse, pues nada le placía más que sentir la humedad de la lluvia sobre su piel. En todos sus siglos como roca jamás se había sentido más vestida.
Por fin cuando cesó la lluvia, vinieron unos hombres y la desembarazaron de su envoltorio. Sentía tanta ansiedad en aquel momento que pensó que quizás le había crecido un corazón dentro de su pecho de mármol. Trató de calmar sus pensamientos porque no quería que su voz interior la privase de escuchar los suspiros y las celebraciones de los hombres al contemplar su belleza. Pero por mucho que aquietó la voz de su mente, y por mucho que sus oídos permanecieron atentos, lo único que escuchó fue un gran silencio, y los pasos de los hombres que lentamente se alejaban sobre la gravilla.
Esperó, y esperó, hasta que por fin se convenció de que cualquier espera sería en vano. No había duda de que su cuerpo estaba libre de sus vestiduras, pero aquel acto no había sido el acto que supremo que ella había esperado, aquella antigua conciencia de que su desnudez podría cambiar la faz del mundo…..
Al cabo de unos días vio acercarse a un anciano. Venía cojeando, apoyado en su caminar por un bastón con un puño en forma de cabeza de águila. Ella se puso coqueta, dispuesta a seducir a aquel par de ojos a los que por primera vez se mostraba en su perenne desnudez. Aguardó expectante la reacción de aquel hombre, que al llegar junto a ella, abrió la boca de modo ostensible, para tomar una gran bocanada de aire, y sin más ceremonia se sentó sobre ella.
La estatua se mostró inmóvil en su incredulidad-como toda buena estatua que se precie-. Incapaz de entender por qué motivos aquel hombre colocaba sus venerables posaderas sobre ella. Aquello le pareció el colmo de la humillación. Se sintió indignada, e interiormente se agitó de un modo que le hizo temer que comenzaran a temblar sus cimientos, y con ellos la superficie de la tierra. Pero nada ocurrió, y cuando el anciano hubo descansado lo suficiente como para recuperar fuerzas, se levantó y siguió su camino. Esa misma tarde la estatua vio un ave sobrevolando en las cercanías, y se decidió a llamarle.
-Psss! Eh! Tú, pajarillo!!-dijo la estatua con su voz gutural
El pájaro se detuvo en su vuelo y miró alrededor para ver a quién pertenecía aquella voz que le reclamaba
-Sí, sí, tú…Soy yo quien te llama!!
-Ah, qué cosa más curiosa-trinó el pajarillo- Un banco que habla!!!
-Claro que hablo. Pero no soy un banco. Soy una estatua!!!-Protestó indignada la estatua ante la ignorancia del pájaro.
-Ah! Esa sí que es buena!!-se rió el pájaro- En todos mis viajes, y mira que yo he recorrido de norte a sur este mundo, nunca había visto nada tan desternillante….Un banco que cree ser una estatua!!!!
-Qué insolencia!!-rugió la estatua. Y como tenía una voz tan cavernosa y gutural el pajarillo temió que el suelo se estuviese abriendo bajo su vuelo en ese mismo momento, así que huyó agitando con gran vigor sus pequeñas alas.
Por lo que la estatua volvió a quedarse sola
Al día siguiente los operarios regresaron y trajeron un objeto alargado que colocaron al lado de la estatua. Cuando le quitaron la protección que lo envolvía, descubrió que se trataba de una farola de bronce, coronada por una tulipa de cristal redondeada. Una vez se hubieron retirado los operarios la farola comenzó a hablarle.
-Parece ser que nos ha tocado disfrutar de mutua compañía, señor banco.-dijo cortésmente, dirigiéndose a la estatua
-Y dale!-comenzó a enfurecerse nuestra amiga-No sé porque todos se empeñan en decir lo mismo. En qué se ha convertido este mundo en el que la gente no sabe distinguir un banco de una estatua.
-Qué mala suerte la mía, -dijo para sí la farola-. Justamente me tenían que ubicar al lado de un banco que ha perdido la razón…
-¿Qué dices, que no te oigo?-gritó la estatua…
-Nada, nada-respondió titubeante- Maldecía la evolución de la escultura moderna, porque ya el público es incapaz de apreciar la diferencia entre una obra de arte, o el mobiliario de un jardín público- Entonces la farola, bostezó, como si de pronto le hubiese invadido un sueño lapidario, y cerró los ojos para tomar una siesta
A pesar de esta explicación, la estatua comenzó a sentirse intranquila. No sólo el pájaro y la farola, la habían tratado de banco, sino que aquel anciano se había sentado sobre ella, y según sabía este era el principal comedido de los bancos. Para dejar atrás toda duda, decidió consultar a su amigo el viento, al que siempre había apreciado por su incapacidad para la ficción. “El viento no conoce la afectación y siempre va de cara”-se dijo
Así que comenzó a llamar por él, depositando la gruta de su voz en una brisa que pasó por su lado. Enseguida vio como los árboles de alrededor agitaban anhelantes sus hojas. Como los pájaros corrieron a abrigarse a sus nidos. Y una bandada de nubes pareció poner-con extrema ligereza-cerco al sol.
Pronto pudo reconocer las ondulaciones del viento, el latir salvaje de su voluble corazón.
-¿Qué te pasa, querida? ¿Por qué clamas de ese modo por mí?-dijo el viento por cortesía
-Gracias a los cielos que has sabido reconocerme. El mundo se ha vuelto loco. Todos me toman por un banco-dijo la estatua con voz desesperada.
-Te he reconocido, querida, porque uno siempre reconocerá la voz da aquella a la que tanto ama. Y a la que en tantas noches y tantos días forma dio a su cuerpo, en oleaje de embestidas. ¿Acaso el mar ha de olvidar algún día la voz del acantilado, por mucho que con los siglos se modifique su forma?
-Acaso…¿tanto he cambiado?-preguntó ya con miedo
-Mucho, querida, aunque tu piel sigue siendo la misma, tu forma en nada se parece a la de la estatua que yacía en la roca
-¿Y qué soy, entonces?
-Me temo que el mundo, aunque loco, esta vez tiene razón. No eres otra cosa que un banco…
Entonces un grito estruendoso se desató desde el pecho de la estatua, hasta hundir sus dientes en el cielo. Los que asistieron a tan terrible espectáculo dirían haber visto un hilo de sangre bajando desde la boca a la barbilla del sol, que decidió adelantar el crepúsculo para aquel preciso momento. Los pájaros saltaron de sus nidos asustados, y se propagaron hacia los cuatro puntos cardinales. El viento trató de consolarla, la abrazó, la acarició, trató de tomar su boca para besarla.
-Es inútil-dijo tristemente la estatua-Nunca podrás encontrarle la boca a un banco
-Sabes, querida, que yo he de tallarte nuevas bocas, si así lo deseas. Sólo has de darme algo de tiempo….
-Oh! Bien conozco yo tus habilidades. Pero hoy sería incapaz de entregarme a tus apetitos carnales. Te rogaría me dejaras a solas….
Así que el viento se despidió de la estatua, cabizbajo. Pero, como bien sabemos, el viento es voluble, así que enseguida halló a otra mujer en la que hallar consuelo.
Hemos de decir que, aunque aparentemente dormida, la farola siguió con el rabillo del ojo toda la escena relatada. Y sintió mucha pena por su compañero el banco que se creía una estatua.
Durante los días siguientes, apenas entablaron conversación entre ellos. Sin embargo la farola, se sentía feliz por la mera presencia de la estatua junto a ella. Se imaginaba que aquella piel, que espejeaba bajo los rayos del sol, debía ser muy suave. Le gustaba pensar en la frialdad de su tacto. Y anhelaba el momento de entrar en funcionamiento para derramar sobre ella su luz.
Transcurrida una semana la estatua permanecía indiferente, muda, haciendo honor a su carne de piedra. Al fin llegaron los operarios y prepararon la farola para su funcionamiento. Aquella tarde, la farola contempló la caída del sol con impaciencia, y avidez. Trató de aprehender aquellos matices, aquella catarata de colores que parecía extinguirse en un río negro, cada vez más oscuro. Una vez hubo anochecido, trató de cubrirse de aquella calma que tanto le admiraba del banco, y se dispuso a esperar. De pronto sintió una chispa, una pequeña llama cuajando en su interior, latiendo blandamente. El latido enseguida alcanzó una velocidad vertiginosa hasta prorrumpir en un estallido. Y todo su ser se inundó de luz. Y su aliento, su cálida respiración horadaron la oscuridad. La luz resbalaba, era como agua que trataba de agarrar con sus manos, y se derramaba sobre el banco que permanecía callado a su lado. Y allí fue cuando la vio. Recostada, en su palidez edénica, la estatua yacía en el mármol, del mismo modo en que lo había hecho durante siglos. Pudo contemplar su perfil orgulloso. La armonía imperante en el rostro. La altivez de los senos. Su cuerpo parecía una ondulación, apenas una línea que una corriente fría perfila en el aire. Sus cabellos como las altas espigas de un campo de trigo. Sus piernas, parecían jugar a hacer girar la tierra sobre su eje. Y entre ellas, un pequeño corte, como una puerta, apenas perceptible, al infierno.
Hasta allí se acercaron las mariposas, las aves nocturnas, las luciérnagas. Hasta en el cielo parecían asomarse con impaciencia las estrellas. La luna había decidido ocultarse, porque siempre vanidosa, prefería ignorar a la rival….. Pronto las exclamaciones, las palabras de admiración, los residuos del enamoramiento, comenzaron a propagarse alrededor de la estatua. Entonces esta, despertó de su ostracismo y se removió sobre la roca en la que yacía, con la misma naturalidad de una mujer en el lecho.
-¿Qué ocurre?-preguntó-¿Por qué están todos aquí?
-Mírate-le dijo con alegría la farola-. Tenías razón….Sí que eres una estatua!!!!
Entonces la estatua se contempló en silencio y comprobó que su cuerpo era al fin el que tanto tiempo había sentido perfilarse en la roca, pero que nadie había sido capaz de arrancar a sus fauces. Se sintió feliz, reconciliada con su destino, pero también estaba perpleja. No podía especificar qué había cambiado. Pero de pronto se fijó en la farola, en toda aquella luz derramándose sobre ella. Y supo que ahí estaba la raíz y el origen del cambio. Que la mano que iba a rescatar su verdadera forma no era una mano empuñando un cincel, sino que iba a ser una mano blandiendo la luz.
Al día siguiente, la estatua y la farola, durmieron plácidamente la una junto a la otra. Ya la estatua había recuperado su forma de banco, y con la impasibilidad de una roca, permitió que hombres y niños se sentaran en ella. Con tranquilidad aguardaba la llegada de la noche, a aquella deliciosa luz derramándose por su piel, arrancándole su cuerpo a aquellas vestiduras de indiferente banco.