Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


jueves, 24 de febrero de 2011

LAS CANCIONES DE MI ABUELO

Imagen: A illa de Cortegada

Ayer fue 23F. La imagen que tengo de ese día es la de mi abuelo en la cocina ante nuestro televisor en blanco y negro.
Curiosamente el murió un 23F. Hace ahora 11 años
Creo que esta no es una historia triste, aunque puede que haya caído en el sentimentalismo
En todo caso es la historia de la persona que me enseñó a cantar
Y cuando digo cantar me refiero a que cantar con otra gente supone para mí uno de los mayores grados de comunión con los otros
La historia de la persona que vertió en mi sangre este inevitable amor por la parranda
Por Moncho!!!


Durante los últimos años de su vida, literalmente, tenía el corazón demasiado grande. Un corazón al que su propio peso y tamaño dificultaban el bombeo de la sangre. Cada latido un esfuerzo, una empresa, como de levantador de pesas que tiene que sostener el hierro a la altura de los hombros, hasta que con un último impulso es capaz de erguirlo sobre su cabeza. Pero al sentarse era como si sus extremidades se viesen invadidas por innumerables hormigas y a veces olvidaba y se ponía a sacudirse los pantalones. Un corazón que se aplastaba contra sus pulmones, que se sentían como peces atrapados en la red del pescador. Conocía esa sensación, pues la había visto tantas veces reflejada en los ojos de los peces… La angustia, el desconcierto, la certeza de que es cuestión de tiempo que todo se acabe…Siempre había tenido un sexto sentido para la pesca. Cuando remontaba la ría, hasta su nacimiento, instintivamente se colocaba en el camino que habían escogido mayor número de anguilas para regresar al río-¡qué curioso el ciclo natural de las anguilas!- Así que sus redes eran las más rebosantes y las que más brillaban bajo los auspicios del sol. Curiosamente, la mayoría de las veces, cuando regresaba de comer en la orilla el trozo de empanada de pan de maiz con berberechos que le preparaba su mujer, alguien le había usurpado su lugar de la mañana. Pero el no se enfadaba y en silencio buscaba un nuevo destino para la tarde, y las anguilas volvían a caer en sus redes, como por costumbre, y se sentía poco más o menos que como el flautista de Hamelin. Siempre cantaba al trabajar, sino cantaba en alto cantaba en silencio, para sí, quizás aquella música sin voz fuese capaz de hipnotizar a las anguilas. Los otros le miraba sin disimular el rencor que siempre nace en los hombres al encontrarse ante otro más afortunado, o, quizás en mayor grado, al encontrarse en presencia de alguien cuyo tejido moral es superior. Pues no hay nada que más avive los malos sentimientos que topar conjugadas virtud y fortuna. Pero qué le vamos hacer, siempre ha sido así el género humano, y él lo sabía.

Unos días antes su nieta le había sorprendido cosiendo redes invisibles, sobre la cama de un hospital. La enfermedad, el delirio… Por entre una sonrisa en la que destacaban dos únicos dientes, le había comentado que tenía que darse prisa si quería tenerlas listas para el día siguiente. Pero hacía décadas que no se hacía a la mar. Ahora se contentaba con verla perfilarse desde le muelle. Aquella mar tranquila, sinuosa, redondeada. Aquella mar femenina y fértil, a la que le gustaba recogerse las enaguas y mostrar sus hermosas y robustas piernas. Mar de vodevil. Piernas a las que se aferraba el pueblo con sachos y ganchas y así, recostada, se parecía a Gulliver hecho prisionero en el país de Liliput. Aquella mar que les había enseñado a cantar y a la que celebraban en los bares. Y su isla, verde y remolona. Oasis panza arriba, ocultando en su vientre el mayor bosque de Laurel de Europa. “Se vas a Carril, nada mais chegar, verás Cortegada, deitada no mar”, como dice la canción. Y aquel olor que saturaba el aire, olor de abundancia. Olor a salitre, a marea baja, a buena cosecha. Y los turistas tomando fotos a aquel fenómeno que allí era tan viejo, como viejo es el mundo. La mar se queda seca, vacía de sí misma, quizás por unas horas más próxima a la luna. Puede que en un futuro algo o alguien corte ese hilo que los une. Pero por ahora, cada día, sus corazones laten al unísono, como los de dos amantes en la distancia.

Por lo de pronto el seguía allí con su corazón cansado y las noches en vela. Se acostaba pero enseguida sentía agitarse los pulmones, revolviéndose en su jaula. Le faltaba el aire y se erguía para buscarlo, daba vueltas por la habitación, tanteando una grieta por la que poder respirar. No quería perturbar el sueño de los otros, por eso luchaba en silencio, pero pronto sus pasos resonaban en el techo del piso de abajo, los oídos atentos, temiendo escuchar esa respiración que se debate. Subían a buscarlo, trataban de calmarlo, pero el leía en sus ojos que nada había que hacer. Así que un día decidió irse a su manera. Preparó una queimada para acompañar la caja de pastillas. Fue a la nevera y cogió un bote mermelada, pues quería irse con un sabor dulce en su boca y fue lo mejor que pudo encontrar. Así que una a una marcharon en procesión las pastillas por su garganta. Cada una de ellas era una imagen, un recuerdo, el rostro de un ser querido. Y se iba despidiendo de la vida, de la mar, mientras sus labios recitaban el conjuro de la queimada. De pronto algo detuvo su mano mientras dibujaba el camino destinado a la última pastilla. Quizás fue uno de aquellos rostros. Quizás fue el eco de una canción que retozaba en su boca. Quizás las ansias de por última vez contemplar el mar. Gritó como hacía tiempo que no gritaba y los demás acudieron en su ayuda. Entonces fueron la carrera hacia el hospital, los porqués, el lavado de estómago… “La vejez es humillante”, pensaba. Pero más humillante fue acostarse en una habitación con barrotes en la ventana.
Recordaba que hacía un par de años, cuando se había roto una pierna, a los pocos día ya andaba por los pasillos del hospital, cortejando a las enfermeras. Tenía esa habilidad de otra época para el halago elegante y embaucador. Unos treinta años antes, cuando estaba en Alemania y tuvieron que operarle de las amigdalas, las enfermeras se mostraban encantadas con aquel español, que coqueteaba con ellas chapurreando apenas el idioma, y se daba un aire a John Wayne. “En el calor de la noche,a plena luz del día, siempre dispuesto para alegrarte el día. Hombre de bien a carta cabaly como el Duque: feo, fuerte y formal”, dice otra canción. Siempre había tenido porte de lobo de mar, la piel tostada por el sol, las espaldas recias y húmedas como la cubierta de un barco. No era el mayor de sus hermanos, pero siempre había sido el más alto, el más robusto, el faro que no sólo alumbra sino que construye el camino. En una familia con cinco hombres fuertes, en puerto de mar, nunca faltarán ollas llenas, incluso en los malos tiempos. Sino son panes, son peces, o almejas. Y luego vino la época del oro negro. Las jornadas eran largas, pero el mar vomitaba aquellas preciadas conchas de color carbón, que ocultaban un carnoso tesoro dentro. Los precios fueron altos en los mercados. El pueblo prosperó. La islita verde parecía estar más sonriente. Ellos eran la viva imagen de la prosperidad del pueblo. Las tabernas estallaron en cantos y en vino. “Éche un andar miudiño,
miudiño, miudiño,miudiño, miudiño o que eu traio”.Las mujeres se los rifaban. Eran tiempos para el amor y el sacerdote celebraba esponsales a las seis de la mañana, antes de que el vientre comenzara a insinuarse bajo el vestido blanco de novia. Él eligió una mujer con el carácter de una yegua salvaje. La perseguía cuando iba a lavar la ropa al río. Ella le arrojaba piedras para que no la siguiera, pero él se lo tomaba como si le marcara el camino hacia sus brazos. Así que el cura los casó a las ocho de la mañana. Cuando tuvieron a su primera hija, ella cogió una silla y se sentó en la puerta a esperar la muerte. Pero la muerte no vino. A día de hoy aun la espera. Él supo que se había casado con una mujer difícil, indomable. Pero era de los pocos hombres con la paciencia suficiente…“Si no estás conmigo nada importa El vivir sin verte es morir Si no estás conmigo hay tristeza Y la luz del sol no brilla igua. Sin tu amor los celos me consumen Y...”
Juntos pasaron las décadas, los hijos y llegaron los nietos. Hubo una a la que dio innumerables biberones y cambió infinidad de pañales, como tributo, le puso su nombre a su barca más rápida. En aquellos tiempos en la Isla de Cortegada todavía se podía ver el esqueleto de uno de sus barcos, El Pilaruca, como los huesos de un animal prehistórico, sobre la arena. También tuvo otra nieta a la que llamaba “su Gilda” y que tenía una voz tejida por gotas de lluvia, como si algún hada benigna le hubiese agraciado en la cuna con el don de la voz de los pájaros. Los tres cantaban en la cocina “De colores, de colores se visten los campos en la primavera. De colores, de colores son los pajaritos que vienen de afuera. De colores, de colores es el arcoiris que vemos lucir. Y por eso los grandes amores de muchos colores me gustan a mi,..” Pero pronto sus nietas llegaron a la adolescencia que es una época en la que las jóvenes dejan de pasar el rato con los abuelos. Aquellos fueron los tiempos en los que él disfrutó de la segunda y ultima juventud. Los tiempos de “Y nos dieron las diez y las once, las doce y la una y las dos y las tres y desnudos al amanecer nos encontró la luna”, que él cantaba con su particular seseo. El seseo de los hombres de mar. Se reunía con amigos a los que incluso doblaba en edad y unos ponían el vino, otros el lugar, el las almejas y también gustaba de cocinar. Transcurrían las noches en Cobas, y así, naturalmente, dieron comienzo a una nueva tradicción hoy en día arraigada en Galicia, la de “furanchear”. Casí siempre el amanecer los encontraba, no desnudos, pero sí cantando. Y después eran los sermones de la mujer, pero “que me quiten lo bailado” y “sarna con gusto no pica”

Más tarde llegarían los días en los que le tocó arrastrar su corazón por las esquinas, la vejez, la nada….


Más de diez años de todo esto y yo te busco y te encuentro, no en el cementerio donde tu tumba es soleada y mira al mar, como tu querías. Sino en el mismo mar, en los picos de sus olas y en la preciosa y alborotada cabellera de la Isla de Cortegada. Pero sobre todo te encuentro en las tabernas y en el fondo de las “cuncas de viño”-las hostias cóncavas- y en aquellos que te conocieron y que, independientemente de la diferencia generacional, te querían. Hablan de ti, como de alguien provisto de esa sencillez que caracteriza a aquellos que saben vivir, y que constantemente están apegados a la vida-pues saben que vivir es un baile que se baila agarrado- y a las gentes. Acabamos juntos brindando por “Tío Moncho”-grito acuñado por la salvaje Ana-pues para todos eres tío, aunque para mí eres abuelo. Y pienso que en esos momentos tus pulmones vuelven a ensancharse, libres del peso de tu enorme corazón-pues casi me parece natural y poético que el origen de tu muerte tenga que ver con su gran tamaño- como peces que regresan al mar, porque, invariablemente, no sé si el amanecer, pero al menos la noche nos sorprende cantando.

miércoles, 23 de febrero de 2011

LAS COSAS DE LUCÍA


Fotografía cedida por Miro Caamaño

LUCÍA Y LA PROPIEDAD PRIVADA


La verdad es que no sé que pensar de este cuento. Sólo es un piolincito del que tiré y...quizás me haya explotado en la cara, pero es que estoy convencida de que es preciso tirar de los piolincitos....En fín, ustedes dirán


Su posesión más preciada era un cuadradito de mar. Era este cuadradito de dimensiones tan absurdas que cabría en el suspiro de una estrella, o en el reflejo del sol en una gota de rocío. Pero era su cuadradito y le gustaba ver como en él, dos barquitas negras se balanceaban, abrazadas a las olas, apróximándose la una a la otra con tal lentitud que le parecía que ni en toda la eternidad llegarían a conciliarse. Así que cuando durante las clases sospechaba la invasión del tedio, ejército en cuya vanguardia luchan las huestes insaciables del hastío, abría su mochila y tanteando, sacaba su cuadradito, que entre quejidos se estiraba para desentumecer sus miembros-y en su mirada parecía dibujarse un reproche “¿por qué me mantienes encerrado durante tanto tiempo, ahí donde el neceser, el rouge y los documentos acreditativos?”- dispuesto a brillar en plenitud sobre la línea del horizonte. Aquel era su tempo de cigarrillo, pues era el momento en que los compañeros se iban al patio a esculpir esqueletos de humo contra el cielo. Pero ella prefería las dos barquitas negras, como dos motas de polvo sobre las aguas plateadas. De vez en cuando la sombra de algún pájaro se proyectaba sobre las olas y entonces las dos barquitas negras se le quedaban mirando, con un deje extrañado, un poco intimidadas por la intrusión, como conscientes de eso de que "tres son multitud". Pero lo que más le complacía era contemplar como el sol enraizaba en las aguas surgiendo infinidad de flores, caleidoscópicas, que según les daba la luz mudaban el color. Durante la noche el cuadradito se tornaba en espejo y en él la luna se reflejaba mientras peinaba sus radiantes cabellos y las estrellas proyectaban el vaho de sus bocas, para luego ella, con su dedo, escribir el nombre de la persona amada.

Pero un día, mientras leía el periódico en la cafetería del instituto reparó en una extraña noticia que hizo que saltara la voz de alarma. Una mujer, paisana suya, había proclamado ante notario que era la propietaria del sol. Según decía el rotativo, tras la sorpresa inicial y tras haber efectuado las comprobaciones pertinentes el notario tuvo que proceder a inscribir a la mujer como propietaria del sol de la siguiente manera: "Soy propietaria del Sol, estrella de tipo espectral G2, que se encuentra en el centro del sistema solar, situada a una distancia media de la Tierra de aproximadamente 149.600.000 kilómetros...". Entonces pensó que si alguien se inscribía como propietaria del sol, así como así, quizás a alguien se le ocurriera inscribirse ante notario como propietaria de su cuadradito, o peor, quizás la gente comenzara a bajárselo de internet, pues según se decía era una práctica muy habitual. Así que decidió que debía inscribir su cuadradito antes de que alguien se le adelantase. Tras recabar las informaciones pertinentes se encaminó a la oficina del registro. Allí, tras un mostrador le esperaba un funcionario enjuto, de camisa a cuadros y unas cejas que no sabía por qué le recordaban a los regueros de hormigas que se forman en las proximidades de algún insecto muerto. Así que cuando el funcionario tuvo a bien levantar la vista de los papeles que tan exhaustivamente estaba revisando, le pareció que aquellas cejas estaban en perpetuo movimiento. Y no pudo evitar preguntarse dónde estaría el insecto muerto.

-Buenos días-dijo-venía a registrar una propiedad
-Bien, dígame..¿situación?
-Soltera
-¿Cómo? Eso es el estado civil
-Pues en paro no…¿cómo se dice? Ah sí. Estudiante
-¿Pero de qué habla? Lo que necesito que me diga es dónde está situada la propiedad que quiere inscribir.
-Ah! Pues haber empezado por ahí. Es que soy nueva en esto ¿sabe?
-Eso no lo dudo-dijo el funcionario, seguido de una intensa y autoritaria carraspera-continúe
-Pues bien…la propiedad está situada en……-aquí Lucía se distrajo porque le pareció que las hormigas comenzaban a romper filas en el reguero..
-A ver que le ayudo ¿esa propiedad está situada en este municipio?
-Sí-dijo, aun va a resultar majo el Sr funcionario, pensó. Para que luego la gente hable de ellos…lo malo es que las hormigas parecen bastante indisciplinadas
-¿A qué altura?
-A la altura de los ojos, más o menos…..
-¿Pero? ¿Se está burlando de mí?
-No, Sr Funcionario…
-Dígame de una vez dónde se encuentra situada la propiedad que quiere registrar
-Enfrente
-…..-a estas alturas el funcionario se había puesto pálido de cólera
-Sí, sí…yo miro enfrente, y siempre está ahí… Cuando quiero verla sólo tengo que abrir los ojos y a veces incluso la veo con los ojos cerrados…
-Pero a ver, explíquese ¿qué demonios quiere registrar?
-Un cuadradito de mar… así tierno y esponjoso-pero esto último prefirió decirlo para sus adentros, pues en esos momentos ya no le parecía tan majo el funcionario
-Ah! Haberlo dicho antes-lo que esta quiere registrar es una fotografía o un cuadro, pensó el funcionario-, pero te has equivocado. Tienes que ir al Registro de la Propiedad Intelectual. Si quieres te busco la dirección en Google para que no te equivoques esta vez-Ni que decir tiene que tanta amabilidad era proporcional a las ganas que tenía el funcionario de deshacerse de la presencia turbadora de Lucía.

Así que media hora más tarde, tras haber tergiversado las indicaciones, finalmente dio con la ubicación del Registro de la Propiedad Intelectual.
Allí, encontró detrás del mostrador a una chica más o menos de su edad, con un coqueto piercing en la nariz. Así que aquello le dio muy buenas vibraciones…

-Hola, venía registrar una propiedad
-Querrás decir una obra-dijo la chica amablemente, con una voz que dejaba traslucir un descomunal resfriado
-Bueno..pues eso, una obra.
-Y bien ¿qué tipo de obra es?
-Pues no sé…
-Veamos…es una escultura, una pintura, una novela, poesía, una canción…
-Pues es todo eso y nada de eso a la vez..
-Ah! Es una performance
-¿Qué?
-A ver, explíquese
-Pues bien, es música porque no se puede negar que las olas cantan. Es pintura, pues como bien dijo Wilde “la naturaleza imita al arte”, y a veces sus colores parecen sacados de la paleta de un pintor. Además son multitud de palabras que laten con un mismo corazón, por lo tanto también es un poema. Es escultura pues a veces parece cincelado en la roca y es áspero al contacto…
-¡Basta! ¡Basta! Dígame de una vez qué es lo que viene a registrar.
-Un cuadradito de océano.
-Pero el océano no se puede registrar!!!
-Anda tú, en el periódico leí que una mujer ha registrado el sol…
-En todo caso tendrás que ir al registro de la propiedad, situado en C/ Marechal,…
-Vengo de allí y ellos me indicaron que tenía que venir por aquí
-Pues se equivocan-dijo la chica ya un tanto irritada porque se percataban de que los de “propiedad” le habían pasado la papeleta- De todos modos pienso que eso que dices no es registrable. Las costas son territorios de los países a los que rodean y a las aguas profundas se las llama “aguas internacionales”, así que creo que han de pertenecer a todas las naciones, no a individuos…
-Pero este cuadradito de océano no baña la costa de ningún país, ni tampoco está en aguas profundas. Se encuentra allí donde yo voy, lo que es como decir que no está en ninguna parte.
-Pues si no está en ninguna parte no se puede registrar como propiedad. Y si no es ninguna de las cosas que le dije en el apartado anterior, tampoco se puede registrar como propiedad intelectual. Así que lo siento, pero no puedo ayudarle
-¿Quiere decir que si viene cualquier otra persona que quiera registrar mi cuadradito de océano, nadie va a proceder a registrarlo?
-Estate tranquila que, en el caso hipotético de que alguien viniese a registrar tu cuadradito de océano, nadie procederá a registrarlo (en todo caso procederemos a llamar al loquero y yo a tomarme un tubo entero de vallium)

Así que Lucía se despidió tan contenta, encantada de descubrir que nadie podría registrar su cuadradito de océano. Lo que desconocía, es que pocos años después, alguien la inscribiría a ella en el libro de la edad adulta, y ya nunca más tendría ocasión de contemplar aquel cuadradito de mar, que tan indolentemente habría olvidado.

martes, 15 de febrero de 2011

EL ESPÍRITU DE LA TÍA OFELIA




A Marimí del Pozo (basada en una historia que tuve el placer de escuchar en sus labios)


La alumna permanecía con las manos enlazadas, pendientes del piano. Parecía una estatua esperando a que el escultor vertiera sobre ella el cálido aliento de la vida. Las notas surgían afiladas y hendían el silencio, tediosamente recostado en todos los rincones del salón. Se las imaginaba ascendiendo, vírgenes, hasta que colgaban del techo, como hermosas estalactitas de sonido o cristales de una lámpara que vuelven a la luz atravesados por los rayos del sol. Ahora le tocaba a ella…su voz se infló como el plumaje de un pájaro que le acarició la glotis, hasta llegar al velo del paladar, y una vez en sus labios, extendió sus alas y alzó el vuelo, proyectándose en las paredes, vibrando contra los cristales. De pronto sintió aquella presencia tras las ventanas, la misma presencia que en anteriores ocasiones. El sonido se quebró, con un crujido como el romper de la frágil rama de un arbusto.

-¿Qué te pasa niña?-dijo la maestra

-Nada, nada..algo me distrajo-respondió

-¿Quieres que paremos?

-No, continuemos…

Los dedos se entretenían en las notas graves de la escala y poco a poco iban ascendiendo, hasta las más agudas. Era un aria complicada, que debía llevar a cabo con seguridad para poder ejecutar las notas más altas. Cuando todo iba bien tenía la impresión de que los sonidos iban de la mano, agarrados los unos a los otros. “La voz humana es el instrumento natural por excelencia..”,se dijo. De pronto, cuando estaba finalizando el ejercicio y la voz se conducía con mayor intensidad, lo volvió a sentir. De nuevo eran unos ojos que la miraban detrás de la ventana. Esto la distrajo y sintió el filo de una navaja deslizándose por su garganta.

-¿Te has hecho daño, niña? Será mejor que paremos-dijo la maestra con aquel deje castizo que pese a su serenidad y la confianza siempre le parecía imperativo.

Sin esperar su respuesta, vio erguirse a aquella figura quebradiza pero enérgica. No sabía cuántos años tenía, pero parecía mayor. Seguramente a causa de aquel accidente. El accidente donde se había dejado la voz. Aquella voz que a veces sonaba en el viejo tocadiscos como el gorjeo de un pájaro o el chapoteo alegre del agua de un manantial. Hubo un tiempo en el que el Maestro Rodrigo componía para ella. Claro que cuando ocurrió el accidente ya había dejado de cantar profesionalmente, pues la maternidad era un pesado equipaje en las largas giras por Europa o América y se pasaba los días con la oreja pegada al teléfono, sólo por escuchar la voz de su niño, en aquellos tiempos en los que a una llamada telefónica se la denominaba conferencia. Sí, definitivamente eran otros tiempos. Aun así debió ser duro para ella. Con aquellos tubos que durante tanto tiempo atravesaron su garganta, aquel lugar por el que antes se conducían disciplinadas las notas. Y en herencia le habían dejado aquella voz de urraca, como ella misma decía con su boca plegada en una sonrisa. ¿Qué sentiría el ruiseñor si de pronto al cantar su voz sonara como el graznido de una urraca?. Pero aquello no había sido todo…Le habían arrancado carne de partes del cuerpo para tapiar los agujeros que tenía en otras partes del cuerpo. “Soy la sin talones”, le decía. Y al pronunciar estas palabras se ponía de puntillas, pizpireta como una niña. Pero estaba claro que con el tiempo el dolor aumentaba y en ocasiones tenía que permanecer en la cama, entonces las clases quedaban suspendidas. La alumna se preguntaba si en el momento en el que perdió la voz, alguien, apiadándose de ella, la había compensado con aquella vitalidad y carisma. Esa capacidad de sin cantar transmitir que una voz es algo vivo, palpitante, carnal. Algo que huele y te acaricia. Una experiencia física y geométrica. Las voces tienen aristas. Las voces son redondas y nacen del mismo impulso que hace girar los planetas. Era todo un espectáculo verla. Cómo a través de una mímica de gestos y sonidos caricaturizados, le hacía comprender sus carencias, sus defectos. También sus virtudes. “Coloca la voz, niña mía, y verás como los colores se divierten en el lienzo”. “Así, así ¿no ves como a veces el arco iris surge tras la lluvia?”. Sin duda era de las mejores. Sino la mejor. Y ahora la veía caminar despacio, pensativa, quizás tratando de recordar lo que era un día sin dolor. Pero a pesar de eso uno sentía que aquella mujer no cambiaría ni el más mínimo detalle de su larga vida.

-Cuca-dijo la alumna-alguien nos observa tras la ventana.Creo que no es la primera vez que lo hace.

Cuca se dio la vuelta y la miró a los ojos, un rayo de luz se quedó colgando de sus cabellos.

-Ah! Es sólo el espíritu de mi tía Ofelia- y al decir estas palabras una mueca burlona disfrazó su mirada.

La alumna sintió un leve estremecimiento y por un momento imaginó que aquella era una casa encantada, con un jardín donde los fresnos eran oscuros hechiceros de la música y el viento el director de una orquesta de ultratumba. Y luego recordó a la tía Ofelia, que nació en los albores del siglo XX y murió joven, a pesar de lo cual se había convertido en una verdadera institución en el mundo de la lírica. Aquellos lunes de Ofelia Nieto que olían a blancas esquelitas perfumadas, pues este era el día en el que acostumbraba a recibir en su casa de Madrid. Y casi podía ver a sus sobrinos-entre los que se encontraba la propia Cuca, tal como ella le había contado-, arracimados en las escaleras, espiando la llegada de los invitados, entre los que destacaban con luz propia la gris barba y los redondos anteojos tras los que se escondía el adusto rostro de Ramón María del Valle Inclam. Figura extraña que los niños no tardaron en introducir en sus juegos y durante la noche en alguna de sus pesadillas, de este modo tan ilustre huesped se presentaba a su imaginación convertido en un personaje muy parecido a cualquiera de sus esperpentos.

-¿Quieres que te cuente la historia?-el graznido de Cuca la devolvío a la realidad.

Por supuesto que quería. Quizás ella misma ni se daba cuenta pero era una maravillosa contadora de historias. Castiza y anciana Sherezade.

-Como ya sabes-comenzó Cuca- mi tía Ofelia fue una de las más rutilante estrellas del firmamento de su época. Una mujer con carisma y talento que se movió agilmente por los círculos artísticos en los que era muy querida. Por desgracia murió muy joven, dejando un vacío en la lírica que tardó en volver a llenarse. Tras su muerte un escultor amigo suyo, se ofreció a crear una escultura con su imagen, para su mausoleo. Durante años aquella escultura estuvo en el cementerio de la Almudena, sin dar pruebas de su intención de moverse. Pero hace unos años, el ayuntamiento decidió realizar unas reformas y era necesario trasladar la estatua durante un tiempo. Como nosotros somos sus familiares más directos, nos comunicaron su proyecto, a lo cual expresamos nuestro interés en que la estatua permaneciera en esta casa durante el tiempo que durasen las obras. Así que pocas semanas después un camión del ayuntamiento trasladó la estatua a nuestro jardín. Esa misma mañana, sentimos una presencia desplazándose por la hierba y un extraño graznido que se repetía intermitentemente. Cual no sería nuestra sorpresa cuando descubrimos una hermosa y altiva pava girando nerviosamente alrededor de la estatua. Entonces mi marido, con la naturalidad que lo caracteriza dijo “mira por donde que el espíritu de la tía Ofelia se digna a visitarnos”. Desde entonces la pava permanece aquí, aunque la estatua reposa ya en el lugar que le corresponde en el cementerio. Lo más curioso de todo es que la pava suele campar a sus anchas, silenciosa, por el jardín, excepto en las ocasiones en las que doy clase. Atendiendo a su comportamiento y a mi propia percepción de los alumnos he llegado a la siguiente conclusión:
Si la clase es mala y el alumno no se aplica o no responde de modo satisfactorio, la pava comienza a graznar como tratando de interrumpir a aquel que de tal modo perturba su tranquilidad. Sin embargo, si el alumno está acertado y la voz brota limpia y majestuosa, la pava manifiesta su satisfacción, acercándose a la ventana y golpeando con el pico la cristalera, en un simulacro de aplauso. A veces pienso que mi tía Ofelia se debía sentir demasiado sola en aquel cementerio, con la única compañía del canto de los pájaros y el maullido de indisciplinados gatos, echando terriblemente de menos el sonido de la voz humana-los hombres solemos permanecer mudos ante las lápidas y el silencio sólo es interrumpido por el llanto-que fue la verdadera pasión de su vida. Por eso, de algún modo, hizo trasladar su estatua. Y ahora niña, continuemos, que ya resta poco tiempo de clase y el sol parece dispuesto a ponerse pronto.

Así la alumna regresó al trabajo, sintiendo los ojos de la pava agazapados tras las ventanas, espiando su nuca. Volvieron a ejecutar el ritmo anterior, las notas primero caían ásperas, luego brotaron frescas como la hierba, transformándose en la brisa que eventualmente agita la arena del desierto, originando hermosas cortinas blancas que en la boca saben a sal-en algún tiempo, allí donde ahora hay desierto, existió un mar verde y calmo-. Y finalmente su voz fue el viento que horada la montaña, que ahuyenta las nubes y nos trae el aliento cálido del estío, que siembra nuestros cielos de estrellas. Entonces descansó, satisfecha y expectante, atragantada de silencio. Y esperó unos segundos que le parecieron acuñados con todo el rencor del tiempo.
Hasta que de repente escuchó unos golpecitos sobre el cristal, que a medida que se sucedían aumentaban en volumen. Entonces se volvió hacia Cuca que la miraba con su acogedor rostro sonriente, mientras le decía “ahí tienes el veredicto de la tía Ofelia”

jueves, 3 de febrero de 2011

LA BICICLETA

MEA CULPA:YO TAMBIÉN ROBO IDEAS.HE DE CONFESAR QUE LA IDEA DEL CUENTO NO ES MÍA,SINO QUE LA TOMÉ DE PABLO LIBRE (SU BLOG: UNA PÁLIDA IDEA) Y DE UNA CANCIÓN DE LA QUE HABLÓ EN NIDO DE SERPIENTES Y QUE DECÍA ALGO ASÍ COMO QUE SIEMPRE TENÍA UNA BICICLETA ESCONDIDA ENTRE SUS SUEÑOS PARA LOS MALOS MOMENTOS.ASÍ QUE CONSIDERO DE RECIBO AÑADIR ESTA APRECIACIÓN




De niño, Fermín deseaba por encima de todas las cosas que le comprasen una bicicleta. Pero a pesar de las promesas, a pesar de las buenas notas, a pesar de su comportamiento de chiquillo tranquilo que se mantiene al margen de conflictos, la ansiada bicicleta no llegaba. Los que sí llegaban eran los libros de aventuras en los que naufragaba durante horas y horas, pues Fermín siempre había sido un niño de constitución debil, al que una madre prematuramente viuda protegía en exceso.

-¿Cuándo podré jugar en la calle con los otros niños?-preguntaba Fermín
-El día que tengas la bicicleta-contestaba su madre

Así que de modo natural para Fermín, la bicicleta se fue convirtiendo en símbolo de libertad. Tanto que cuando leía Los Tres Mosqueteros, se imaginaba a Artagnan al rescate de los conflictivos herretes de diamantes, cabalgando a lomos de una bicicleta, y no de un hermoso y blanco corcel. Asimismo Phileas Fogg concluyó gran parte de “La vuelta al mundo en ochenta días” pedaleando, y no alternando los sucesivos medios de transporte que le deparó el azar. A cada nueva aventura que leía aumentaba su deseo, al que no hizo sino espolear el hecho de que en “Los Cinco junto al mar”los protagonistas realizasen parte de su viaje a la granja Tremannon subidos a otra bicicleta. El día en el que por fin tuviese la suya también él se imaginaba resolviendo enrevesados misterios… Pues aquella bicicleta era sin duda la panacea, el santo grial, la más valiosa fórmula de la alquimia…


Una noche soñó que por fin le regalaban una bicicleta roja, con su correspondiente timbre plateado. Como era un niño curioso, con ayuda de un destornillador pronto lo hubo desmontado. Cual no sería su sorpresa cuando descubrió que estaba habitado por un verde y hermoso grillo. Rápido lo volvió a cerrar, no fuera a ser que se escapase y su bicicleta quedara silenciosa, olvidada de su melódico cri-cri. Casi por encima se percató de que en el manillar tenía grabadas unas letras blancas, que por alguna razón estaban borrosas y por mucho que lo intentó no logró descifrar. “Bah!- pensó-Habrán sido escritas por el anterior dueño de la bicicleta-pues intuyó que aquella bicicleta no era nueva, sino que habría ido pasando de unos niños a otros, a través de sus sueños-Seguramente como ocurre con los barcos, alguno le habrá puesto nombre”... Así que olvidó y como una marabunta se dispuso a recorrer las calles. A cada latido de su corazón tocaba el timbre para enterar a todos los niños del barrio de que por fin tenía su bicicleta. Y pedaleó con todas sus fuerzas, sin pensar hacia donde se dirigía. Subió montañas que se abrazaban al cielo. Persiguió el curso de zigzagueantes ríos. Incuso en varias ocasiones estuvo a punto de alcanzar el horizonte, pero, finalmente, resbaladizo se le escurría entre las manos. Por primera vez experimento el vértigo y la locura. Y supo lo que era ser niño. Pues de él siempre decían que había nacido viejo.

Cuando entre sueños escuchó los primeros compases del día descubrió que su impulsiva carrera le había llevado frente a una montaña. De una esquina de su lucidez rescató la fórmula mágica “ábrete Sésamo”, y el eco de estas palabras horadó la superficie de granito, surgiendo en su interior una cueva que albergaba todos los tesoros de los que le hablaban los libros. Allí con gran pesar dejó su bicicleta, encargando al cancerbero-que curiosamente para su subconsciente era un perrillo muy manso que respondía al nombre de Rufo- que la mantuviese vigilada con cada par de ojos de sus tres cabezas.
Al despertar se sintió feliz-con el rabillo del corazón intuyó que así sucedería siempre que él lo deseara-porque en aquel lugar a donde uno va cuando duerme, escondida entre sueños y entelequias, ahora sabía que le esperaba su roja y resplandeciente bicicleta.

Lo mejor de todo es que con los días descubrió que sus incursiones no tenían por que limitarse a las noches, sino que durante la tarde o la mañana su imaginación le conducía en volandas ante la montaña mágica. Y aunque eran muchos los extraños objetos que almacenaba en su vientre, enseguida Fermín se abalanzaba sobre su bicicleta roja y tras las pertinentes declaraciones de amor, se sujetaba fuertemente al manillar, dispuesto a quebrar todas las fronteras que la rutina de su tranquila vida le había impuesto. Afortunadamente las mentes de los niños son prolíficas y suplen con creces la falta de experiencia, pues a su paso se iba derramando un nuevo y ditirámbico mundo, que parecía desplegarse como una alfombra salpicada de arabescos.
Así que de pronto la vida de Fermín se llenó de aventura, como si el fuese el protagonista de alguno de sus libros, quien vivía en una aparente calma, sobresaltada de pronto por una inesperada irrupción de lo extraordinario. Y cuando en la realidad de sus días se tropezaba con motivos para estar triste-como aquella vez que el abuelo Manuel estuvo mucho tiempo enfermo, para al final nunca volver del hospital. O aquella otra en la que Gisela, la niña que fue su primer amor, cambió de escuela porque a su padre lo trasladaron en el trabajo y ya no la vió más… Era tan triste la estampa de su pupitre vacío. Casi podía verla con aquellos ojos soñadores y el lazo azul sujetándole los cabellos para que no flotaran…- Fermín, desafiante, nunca se rendía, puesto que sabía que siempre, siempre, podría encontrar su bicicleta escondida entre sus sueños y así explorar los ochenta mundos…

En todo aquel tiempo, Fermín nunca pudo leer la palabra que conformaban aquellas letras blancas, grabadas en la bicicleta...

Con los años Fermín fue ganando en robustez lo que iba perdiendo en imaginación… hasta que la balanza quedó equilibrada. Al fín podía enfrentarse cara a cara con la vida y sustituyó la bicicleta por un cochecito-eso sí,de color rojo-de segunda mano. Conoció a una chica, Teresa, con la que después de un apasionado comienzo, compartía una vida tranquila y equilibrada, de convivencia fácil, alternando las imprescindibles dosis de romanticismo para así caer lo menos posible en el inevitable tedio.
Lo que sí había permanecido invulnerable desde la infancia era su amor por los libros y tras muchos años de estudio acabó consiguiendo plaza como profesor de literatura en una facultad pública. Le agradaba sobre todo presentir esa fascinación que irradiaba de su figura hacia sus alumnos y el trato con aquellos en los que intúia una devoción por las palabras de tejido similar a la suya. Trataba de ser para ellos el maestro que nunca había tenido, pues los suyos habían sido otros tiempos, donde el del maestro era un personaje respetado pero inevitablemente severo y autoritario. Muy lejos de la actualidad en la que se buscaba una mayor involucración y empatía en la relación profesor-alumno, basada en una ecuación de reciprocidad.
Así que podríamos decir que Fermín era alguien casi feliz. Es más si le interrogáramos al respecto, en aquellos tiempos, nos contestaría que se consideraba alguien completamente feliz…
Pero de pronto todo cambió, pues, lamentablemente, el progreso siempre resulta excesivo a aquellos ojos donde arraiga la tradición, que cegados por ese resplandor-el progreso es un faro que arroja su luz desde el futuro, para orientar nuestros pasos hacia un mundo mejor y más justo- se pliegan sobre si mismos. La atmósfera pasó de ser libre y respirable a opresiva, mera hiel para los pulmones. Así que Fermín, preso de una tristeza oscura, con una gota de luz al fondo-algo parecido al entusiasmo alimentaba esa gota luminescente, a la que bien podríamos llamar esperanza-casi sin pretenderlo se convirtió en adalid de la causa y como los héroes de las novelas que tanto le entusiasmaran en su juventud, tornó su pluma en espada, para aguijonear a las mentes más autocomplacientes y a la vez más encorsetadas de aquella sociedad. Pero olvidó que si el empuñaba una pluma, los otros disponían de armas de fuego y la falta de escrúpulos necesaria para dispararlas. Así que aquellos que promulgaban la libertad y la palabra pronto se vieron encañonados y señalados con el dedo,que en ciertas circunstancias dispara la más mortífera de las balas.
Un día llegó hasta ellos un rumor sobre desapariciones y era aquel un rumor que no se despegaba de la piel y teñía los caminos de fantasmas. Al principio fueron unos cuantos nombres, pero las paulatinas gotas acabaron rebosando los vasos y estos asolaron el mundo. Hasta que una tarde al llegar a casa se encontró la puerta abierta y por primera vez supo lo que era el miedo, pues se daba cuenta de que hasta ese momento sólo lo conocía por sus pesadillas infantiles. Una nube de alivio relajó su rostro cuando se percató de que, afortunadamente, era demasiado temprano para que Teresa estuviera en casa...
Bruscamente lo condujeron a un coche, y del coche a una pequeña habítación en un tenebroso edificio. Aunque el sentía que aquello no era habitación, ni celda, ni jaula, sino más bien féretro. Pues no había ni luz, ni un mísero ventanuco por donde pudiese recibir la visita de alguna avecilla que lo alegrara con su canto. “¡Qué más da!-se dijo- a estas horas los ballesteros ya habrán asesinado a todas las aves del mundo”
Y finalmente, días después, se encontraba en aquella silla, con las manos atadas a la espalda. A esa hora tenía el cuerpo tan entumecido de los golpes, que ya apenas podía sentir el dolor, ni escuchar las preguntas de aquellos hombres-si es que después de todo lo vivido podía darles semejante sustantivo.
“Las corrientes deben matar los nervios-pensó-por eso en los psiquiátricos las emplean para tratar a los locos”, pues pese a su perplejidad-o a causa de esta- se encontraba tranquilo. Sólo le irritaba aquel mar de sangre que se había derramado por sus pupilas y las abrasaba. A punto estuvo de decir a sus carceleros que se apiadasen de él y le lavasen los ojos, o mejor aun que se los arrancasen para no tener que volver a ver en su memoria-porque en aquellos momentos olvidaba que los ojos de la memoria sólo la muerte o la enfermedad los pueden arrancar- aquellas imágenes-de tortura, pues a los opresores les gusta fustigar a sus víctimas obligándoles a ver el dolor de otras víctimas- que acababa de presenciar. Y que cercenasen sus orejas para no tener que escuchar de nuevo aquellos gritos que habrían compadecido a la misma luna. Pero se calló y se contentó con recibir en sus carnes la nueva descarga de patadas y vejaciones, con la esperanza de que esta vez…..

Y así a expensas del mundo, se dejó ir…..

Ahora-mientras lo muelen a palos como si el fuese una piñata o un espantapájaros que no tiene cerebro, y al menos en eses momentos ya no le queda un resto de consciencia para percatarse de lo que le estan haciendo- de nuevo está ante la montaña mágica de su infancia. De nuevo la fórmula secreta abre las puertas de la cueva de los tesoros. Y de nuevo la ve allí, inconfundiblemente roja, con su timbre plateado en cuyo interior canta un grillo. De pronto recordó y con un presentimiento busca aquellas letras grabadas que nunca antes pudo leer. Esta vez eran tan nítidas como las constelaciones encerradas en la lente de un astrónomo. Así que por fin, despacio, puede leer: LIBERTAD. Y sabe al fin cómo se llama aquella bicicleta que, después de tanto tiempo, todavía permanecía escondida entre sus sueños…Y comprende que había sido él y no otro, el que le había dado tal nombre