Tomé tu mano, pajarillo agónico. Todavía caliente, me
pareció sentir a través de su plumaje un último latido del corazón, tesoro que
desenterró la muerte y se llevó en su regazo. Pensé que quizás allí, donde la
muerte habita, reúna la más completa colección de últimos latidos, o postreros
alientos. Tal vez, a una orden, cual
director de orquesta los haga música. Ejecutarán entonces una melodía sincopada
y pretérita. "El último aliento ¿será nuestro desesperado intento de aferrarnos
a la vida, de succionarla, o por el contrario será una bienvenida a la muerte?" Qué diferente
del berrido con el que nacemos. En ocasiones me imagino a la vida asustándose y
huyendo al escucharnos. Pero cada vez estoy más convencida de que la vida no es
amiga del silencio. La muerte sí. Porque el silencio es la partida que la
muerte siempre gana.
Contemplé tu mano como la derrota y el cadáver de un ave.
Quise hacer para ella con las mías un túmulo, tierra bajo la que reposaría la
memoria del gesto, el espectro de la caricia. Yo depositando sobre ella besos
como ramos de flores, mi lágrima el rocío adhiriéndose a sus pétalos abiertos
al amanecer. Escribiría dolientes elegías a tu mano, y alguna oda también. Las aventuras
que junto a tu mano viví en la Florencia en la que nunca estuvimos, o cuando
paseamos juntos por las laderas del sueño. Y le hablaría sobre ellas. Le diría
“¿recuerdas cuando…?”. Y tu mano nada podría negar, porque ya no tendría voz
sino en el eco. Sí, podría hacer todo esto y sentir como tu mano se va
adelgazando bajo las mías, desvistiéndose de su carne, hasta que de ella sólo
quedara el esqueleto. Me la imagino, como la hoja que se va despojando del
limbo, restarse hasta la nervadura, escueta telaraña atestiguando aquello que
fue tu mano. “No sé si te conté pero a mí
las manos siempre me han parecido hojas de otoño, por eso me gusta alzarlas
hacia el sol, y contemplarlas atravesadas de roja luz”. Y por último, un día sobrevendría esa
intuición de que de tu mano ya sólo quedarían cenizas.
Podría hacer esto que digo, pero en cambio prefiero soplar sobre
tu mano mientras todavía está caliente. Soplo que conjugue viento bajo
sus alas. Que restaure latido al corazón, y torne el estertor en impulso. Desanclar
tu mano de la mía para que vuele libre y temblorosa de vida a hilvanarse con la línea del
horizonte. Y cuando ella lo desee permitirle regresar a posarse sobre mi mano,
y que ésta, simple, sea para ella o rama, o nido.