Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


miércoles, 30 de mayo de 2012

NIEVE

Eternal sunshine of the spotless mind





Devoré tus besos sazonados de lágrimas. Era febrero y el frío barría las calles. Yo veía las lágrimas deslizándose como icebergs bajo tus párpados cerrados. El barco de mis labios embestía las olas de tus mejillas y colisionaba kamikaze contra ellas. Pero era yo quien se hundía en las aguas heladas de tu mar proceloso a cada nuevo impacto. 


Te encontré una mañana de diciembre cuando salía para trabajar.  Estabas sentada en el peldaño que hay en la entrada a mi edificio. Llegaba tarde y con las prisas no te vi, casi tropiezo contigo. Por esquivarte en el último momento a punto estuve de caer. En el lapso de soltar algún improperio te miré. La luz reverberó sobre tu piel, cegándome. Esta impresión es difícil de explicar a alguien que jamás ha contemplado la palidez extrema de una piel como la tuya. O quizás a mí me falten las palabras. Puedo decir que tu piel se confundía con el abrigo blanco que con ternura se posaba sobre ella, como si tú cuerpo fuera la arquitectura delicada de una flor y el abrigo los pétalos que amorosamente la cubren. Tus cabellos, de un rubio tan desvaído que ensayaban la blancura del plumaje de algunas variedades de palomas. Pero de todo esto lo más inverosímil era la transparencia de tus ojos azules, que parecían simular la claridad del alba.  En esa primera mirada se aplacó mi enfado, y hechizado te pregunté quién eras. Dijiste que te llamabas Nieve. Y yo pensé admirado en el poder que tienen algunos nombres, los cuales parecen evidenciar el destino y las características de aquéllos a quienes nombran. 


Como decía, llegaba tarde al trabajo, pero este hecho perdió importancia en cuanto te miré. Me senté junto a ti, parecías triste. Te pregunté qué te pasaba y te lamentaste de haber llegado demasiado pronto, pues todavía los días no eran lo bastante fríos. Culpaste de todo a tu inexperiencia. Desesperada me contaste que no tenías a dónde ir, y que no sabías cómo regresar a casa. Aunque todo esto debería haber sonado delirante a mis oídos, me parecieron las palabras que uno podía esperar de los seres como tú-si existen otras como tú, cosa que me permito dudar-. De modo espontáneo te invité a subir a mi casa y, cuando ya estaba a punto de arrepentirme por tal proposición, me sorprendiste aceptándola. Te vi levantarte alta y majestuosa, cuando sentada me habías parecido menuda y extremadamente frágil. Al entrar en mi modesto apartamento te desprendiste del abrigo blanco. Mientras te lo quitabas, con gesto decidido, me pareció que aleteaba en el aire, y por un momento temí que echaras a volar. Con la excusa de que hacía frío fui a asegurarme de que todas las ventanas estavieran bien cerradas, por si acaso.


Fueron aquellos días felices. Tú apenas hablabas y yo siempre he sido hombre de pocas palabras. Para mí el único lenguaje válido era el de la luz enredándose en tus cabellos mientras observabas la calle a través de la ventana. Permanecías muchas horas de aquel modo y en silencio. Sólo una vez dijiste:


-El frío está perezoso este año. Los niños pasean sus rostros tristes porque no pueden jugar conmigo- Y luego añadiste por segunda vez algo acerca de tu inexperiencia. 


El momento más feliz del día era cuando regresaba del trabajo, embargado por el temor de que ya no estuvieras, y con alivio te descubría sobre el sofá, como un aliento de luz en la boca oscura de la habitación. Contento iba a sentarme junto a ti en el sofá, y ambos permanecíamos bastante rato así, contemplándonos. Yo no podía evitar ver en todo aquello una metáfora de mis sentimientos hacia ti, pues el resto del mundo se había sumido en la tiniebla desde el momento en que te encontré sentada en aquel peldaño de mi vida.


Y llegó Febrero. Trajo consigo el frío, a rastras y pataleando. Por primera vez me dijiste que deseabas salir a la calle. Y aunque temí lo que pudiera acontecer, tampoco me sentía capaz negarte nada. Te ayudé a ponerte el abrigo blanco sobre los hombros, y en ese momento me percaté de que en realidad se trataba de un manto. Ciertamente el día era frío, pero aquello no parecía molestarte. Tenías una sonrisa luminosa cosida a los labios. Llegamos al parque próximo a casa, y apoyaste tu cuerpo en el tronco de un árbol. Respiraste profundamente y dirigiste tu mirada hacia el cielo. Pude ver en la transparencia de tus ojos unas nubes que presagiaban lluvia, y la sonrisa de tu boca comenzó a tambalearse. Amanecieron lágrimas tan delicadas como rocío. Interpreté un ruego o un mandato cuando tus pupilas las atravesaron hacia mi rostro, y  las besé, sorprendiéndome por hallar en ellas la frialdad y la dureza del hielo. Frenético besé tus párpados, tu frente, tus mejillas, tus cabellos. Y me amansé en tus labios, cuyas líneas insinuaban la curvatura de la tierra. Podrá parecer locura, pero en aquel instante viví una epifanía de eternidad en tu boca. Y luego un espasmo de frío me convulsionó hasta el alma. 


Cuando me recuperé de aquella impresión descubrí mi cuerpo cubierto de copos de nieve. Lo único que quedaba de ti era aquel rastro de diminutas estrellas de hielo derritiéndose entre mis manos, sobre mis hombros, en mi rostro y boca.  Como agua te fuiste. Y al mirar a mi alrededor me di cuenta de que por fin nevaba, y de manera copiosa. Me pareció que el árbol donde hasta hace un instante te apoyabas se había pasado tu abrigo blanco por los hombros. Fue entonces cuando te reconocí. En la nieve que caía se dibujó tu cuerpo. En la luz que incendiaba las constelaciones de hielo vislumbré tus cabellos. En el aire que las atravesaba me conmovió la transparencia de tus ojos. Bandadas de niños enfundados en sus bufandas y gorros invadieron el parque como pájaros de colores. Uno de ellos, con una mueca de travesura enmascarándole el rostro, de un bolazo en plena espalda a otro niño que tenía un aire soñador, dio por comenzada la primera batalla de nieve de aquel invierno. Y me sonreí ampliamente pensando en lo feliz que te debía hacer todo aquello. 


No paré de buscarte entre la nieve mullida mientras duró el frío. Tu presencia todavía se intuía, aun cuando la nieve comenzó a volverse sucia y desvaída. Sólo cuando las temperaturas subieron y las calles comenzaron a derretirse, cayó sobre mí la evidencia de tu ausencia. El mundo se ve desnudo ahora. Y yo sólo aguardo a que el tiempo pase, y llegue el invierno traqueteando de frío. Mantengo en pie la esperanza de encontrarte algún día sentada en el peldaño de entrada a  mi edificio. Aunque sé que la tierra habrá dado una vuelta entera alrededor del sol, lo que significará que tú habrás sumado un año de experiencia. Y me temo que esta vez no llegarás a mi invierno antes que el frío.

martes, 29 de mayo de 2012

ARMONÍAS





Decimos soledad al borde del camino, donde hallamos un único árbol. Olvidamos que un árbol es un bosque de ramas viajando hacia la luz. En su estar anclado a la tierra nunca cesa de fluir, y es la demostración de la movilidad de lo vivo, aunque el movimiento sea muchas veces interior e imperceptible. Apenas vibración. Pero donde ahora hay silencio, antes se suspendió la nota. Miro la tierra bajo mis pies, todavía húmeda y me pregunto hacia dónde tienden sus raíces. Simpatía de agua. Los soñadores somos aquellos en los que se confunden raíces y ramas. Tenemos las ramas cargadas de agua, y las raíces llenas de sol. Es en nuestros subterráneos donde se maquina el espasmo de la estrella. Y aunque no lo parezca, basta que yo me siente al borde del camino, para que él venga a sentarse a mi lado. La misma marca oscura en los ojos. Reconocimiento. Nos comunicamos con un lenguaje de piel, a pesar de ni tocarnos. Él mira esa luz que trenza los cabellos del árbol. Sus ojos iluminan la oscuridad para un niño que tiene miedo en la noche. Acompasa en su gesto el crecer de la hierba. Si no me equivoco el amor es esto. Y si me equivoco apenas tendrá importancia. A veces siento que la vida no es más que un acto de fe. Fe, esa palabra tan manida que se adjudican para sí las religiones. Yo tengo fe en la corteza del árbol, coloco mi palma izquierda sobre ella y la siento respirar. Ese aliento del árbol insufla vida a mi mano. El corazón late pájaros que echan a volar por mi boca. Él me mira con ojos de tierra que brillan bajo una pátina de rocío, el alma de una emoción. En él también tengo fe. Hombre de pocas palabras, su existencia es pura música. El árbol es música. Sus músicas me envuelven, mi cuerpo vegetal respira. Tierna y en eclosión, soy. Mujer musgosa solapándose al hombre de tierra, reptando el tronco del árbol. Ellos me respiran. Árbol, hombre y mujer, en armonía, rompen la quietud vibrando al unísono el arpa del aire.

viernes, 25 de mayo de 2012

PEQUEÑAS ELUCUBRACIONES




Abrían sus brazos para trazar puentes, pero emergían muros. Se enviaban besos como mariposas, estampándose con sus alas desplegadas contra la imperturbable roca. Sus caricias caían fulminadas como pájaros al impacto del cristal. Recogían sus cuerpecillos todavía tibios, y los depositaban en exiguos túmulos que luego decoraban con ramitas de arbusto y las hojas cobrizas que se desprendían del tocado del viento. Las colocaban con mimo, imitando la disposición de las estrellas en las que arropaban su cuerpos al llegar la noche. Les dieron el nombre de poemas.  




A ti,
Quizás el poema nace de un intento de comunicación frustrado, del beso roto, de la cáscara vacía del amor que echó a volar. De los brazos del frío envolviéndonos en la mañana de nuestro nacimiento. “El frío es tan silencioso, su voz en nada se parece al latido de tu corazón, madre”. Del oxígeno ensartándose dolorosamente en nuestro primer aliento, en un traumático paso hacia nuestros pulmones. Escribimos como peces que boquean espasmódicamente para agarrarse a la vida. Escribimos con nuestro primer llanto. Nuestras letras son puro instinto de supervivencia. Nacimos solos y moriremos solos. La vida es el lapso entre esas dos soledades. Escribimos para el olvido, o el exorcismo. Escribimos como quien tiende puentes a la espera de que el otro recorra el camino desde su propio lado. Por la mera posibilidad de que esto suceda, aunque nunca sepamos. Te escribo a ti, por todas esas razones que tú ya sabes y que a veces finges no saber. Por todas esas razones que se resumen en una. A ti que a veces te sientes como una mera excusa para mi escritura, pero tú mejor que nadie deberías saber que vida y escritura son para nosotros como las aguas de un río confundiéndose con las del mar en la desembocadura. ¿Cómo separarlas?. Escribo aquello que podría decir con un suspiro, un balbuceo, una carcajada, o una mirada(pero no, no puedo).Escribo desnudez porque no tengo pudor en la palabra. Escribo amor mientras mi sangre fluye. Y mientras escribo soy viento, lluvia, mar, tu pelo negro. Escribo para alcanzar esa comunión del sueño cuando me leas.

jueves, 24 de mayo de 2012

FESTEJOS



  

A mis amigas Bego, y Marta, y para mí misma porque cuando estamos juntas nos festejamos. Por cierto, aceptaré cualquier penitencia que me sea impuesta por haber usurpado el verso de Walt Whitman







En el curso del ciclo lunar
el cuerpo de mujer
cae en otoño
El árbol femenino
pierde hojas,
retornando al estado larval
Se le vuelve la carne
del revés,
viste su útero
como un bolsillo por fuera
Esos días
-por los siglos de los siglos-
camina encorvada
bajo el peso de la sospecha:
vida y muerte confluyen
en la sangre que ella mana

Y YO RECLAMO
mi cuerpo de mujer
PRIMAVERA
Porción de tierra
que en surco se abre,
la nombro latencia,
podría clamar brote

Y YO ME CELEBRO:
Celebro mi cuerpo y sus estados,
agua en la naturaleza
estado líquido,
sólido,
gaseoso
Celebro el cuerpo del hombre
sea cuenco,
abrazo,
nube migradora de lluvias
Celebro
la continuidad de la vida
de la que mi cuerpo es
perfecta metáfora

miércoles, 23 de mayo de 2012

LA PARTIDA

La imagen la tomé de aquí Naranja Bleue



Como el sol
atravesando celosías
visto con mi luz
tu piel de sombra
Dos cuerpos ajedrezados
conforman un tablero
por el que se impone
nuestro espíritu combativo,
siempre en guardia
Peones abren el juego
con estrategia de caricias,
las torres secundan
a mandobles de besos,
alfiles avanzan
en oblicuas de deseo,
y caballos cabalgan
con la heroicidad de la sangre
Pero es mi reina
en libertad de movimientos
quien irrumpe
con su talante temerario y belicoso
para cambiar el designio de esta partida
Y ya no retrocederá
a pesar de las heridas
ni del plomo incandescente hendiendo su carne,
hasta que tus ejércitos
caigan en su celada
y al fin derribe victoriosa
a tu absolutista y arrogante
rey negro

lunes, 21 de mayo de 2012

ESTAMPA DE LLUVIA

Imagen sustraída de la red. Desconozco autor. 



He de ser yo, pero hoy llueve puro amor en las calles. Hace calor y el cielo nos sonríe gotas frescas sobre la cara. Me regenero victoriosa como la flor a la que le faltaba un milímetro de sequedad para mustiarse.  De igual modo mis labios inánimes recuperan el color a cada pincelada de tu saliva. A veces parece que vivimos en un mundo de ocres, o de grises, y existen casos de personas que se constituyen en un mundo de sepias. No hay cosa que me cause mayor melancolía que la gente sepia.  Y es curioso, porque de vez en cuando me planteo si la gente sepia en realidad lamentará su situación. Seguramente el hecho de mencionarles esa tristeza que me invade al verles despertaría su hilaridad, y quizás alguna que otra impertinencia. Pero cuando me los encuentro yo sólo deseo que caiga una lluvia como esta de hoy y les dé brillo con su vivo barniz. Del mismo modo tonto con el que acostumbro a dejar caer alguna pregunta de la que no busco respuesta, te cuestiono: ¿qué es lo que la gente teme del agua? Para quitarles el miedo podría escribir que cuando llueve los árboles del cielo se despojan de sus hojas. Gritar que cada charco es la piel del firmamento que se escama. O definir las gotas que golpean el cristal como la luz de las estrellas lejanas, condensada y líquida. Las veo brillar sobre tu pelo y es como si te hubiese coronado una galaxia. A veces también me gusta pensar que esta lluvia que cae llegó hasta mí atravesando océanos, y tiene su origen en lugares lejanos. Quizás esta lluvia que me moja es la misma que hace un tiempo despertó de su sueño a las flores rezagadas en el balcón de mi amiga. O si me apuras quizás es la misma que hace unos días se deslizaba por la nuca del hombre del sueño, y en este preciso momento sobre mi piel prolonga una caricia que se augura más allá del tiempo y de la distancia. Lo que quiero decir-si es que quiero decir algo, porque sencillamente lo único que estoy haciendo es tirar y tirar de uno de esos hilos que a veces cuelgan del aire-es que esta lluvia es puro amor, y que bajo sus húmedas enaguas se circunscriben de igual modo árboles, hombres, gatos y mares.  Y ante mis ojos y en ella veo renovarse ese mundo que a veces es ocre, otras gris, y, lamentablemente, de vez en cuando sepia. Y como por milagro todo es de un intenso y vívido color lluvia. Y, de un modo extraño, todo “es” más…

viernes, 18 de mayo de 2012

PÁJAROS

La imagen es un regalo de mi amiga poeta Noelia Palma



De lo que nadie habla es de que cuando alguien se muere, una tromba de pájaros negros irrumpe volando a través de su pecho. Yo los vi cuando él definitivamente se fue. Los vi surgir de su cuerpo, y precipitarse a través del cristal en el que ya se esbozaba la noche. Recuerdo mi asombro cuando el cristal no  se rompió, pero tampoco les impidió el paso, como si fueran aquéllos  “pájaros del espíritu”, y creo que de ese modo como siempre los pensé. También vi como iban a posarse en el árbol del jardín. Sus ojos amarillos centelleaban a través de las ramas, y los pude sentir fijos en mí, acariciadores, del mismo modo que el aire debe sentir el polvo que sobre él se desmigaja en motas de luz, cuando el sol entra en una habitación.  Quizás estos pájaros del espíritu tienden a alejarse hasta que encuentran el primer árbol, y en él anidan. Pero ocurrió que en este caso el primer árbol está en el jardín de nuestra casa. 


Los días siguientes a su muerte fueron tan ajetreados e irreales que apenas volví a pensar en los pájaros. Las visitas de condolencia no dejaban de sucederse, y yo únicamente deseaba que el funeral pasara ya, y así poder reflexionar con calma en todo lo que había acontecido, y poder dolerme en la libertad que entraña la soledad. Cuando todos por fin se marcharon, incluida mi querida hermana a la que tuve que convencer con una sonrisa mal dibujada en la boca de que estaría bien y que no cometería ninguna locura, subí hasta mi cuarto y dejé que las lágrimas arreciaran al tacto de mi cama. No podría explicarlo, sólo deciros que las sábanas dolieron. El olor a limpio, el frescor, su tersura, se volvieron punzantes. Alguien había retirado aquellas otras sobre las que él había expirado, y con un  presentimiento fatal corrí hasta las ventanas, y pude ver como jugaban con el aire, ya limpias, en el tendal. Y tristemente pensé que su olor ya había desaparecido definitivamente de todos nuestros juegos de sábanas.Entonces fue cuando por primera vez me admiró la presencia de aquellos pájaros negros sobre el árbol, que bajo la luz del sol parecía florecido de extraordinarios frutos color azabache. Al verme los pájaros se quedaron inmóviles, y me observaron con una expresión en los ojos que me pareció reconocer. Aquella expresión me hizo sentir confortada, y de modo casi inmediato enjugó mi llanto. Me tomé una pastilla y me dormí. Pero en medio de la noche abrí los ojos y me encontré de nuevo con los pájaros negros que permanecían apoyados en el alfeizar de la ventana, observándome como si hubiesen venido a velar mi sueño. Y con esta impresión volví a caer en la negrura de la inconsciencia .


Durante una temporada apenas salía de casa, y aunque yo le había pedido a la mayoría de mis amigos que me dieran un tiempo y que todavía no vinieran a visitarme, jamás me sentía sola. Me bastaba la presencia de los pájaros negros vigilando mis movimientos de una habitación a otra a través de las ventanas que a conciencia yo dejaba abiertas, festejándome con alegres graznidos cada vez que yo salía al jardín. Sólo de vez en cuando recibía la visita de mi hermana y la de Carlos, el mejor amigo de Juan. En las primeras ocasiones acudían los dos juntos, pero pronto ocurrió que Carlos comenzó a venir solo con bastante frecuencia. La verdad es que Carlos siempre me había parecido simpático, y realmente me conmovieron y llegamos a intimar en sus intentos por animarme. 


Cuando regresé a mi rutina los pájaros negros me acompañaban a diario volando sobre mi cabeza durante el trayecto al trabajo. De una forma extraña su presencia me hacía sentir segura. También me aguardaban a la salida para acompañarme de vuelta a casa. Pero una tarde los eché en falta, y por un instante temí que hubieran desaparecido para siempre. Así que nerviosa me precipité hasta casa. Allí estaban, vigilando mi llegada desde el árbol del jardín. Y cuando subí a mi habitación a dejar mis cosas, me encontré sobre la cama una algarabía de flores silvestres que los pájaros habían reunido para mí, aprovechando que como ese día hacía calor me había dejado la ventana abierta. No podría explicar mis motivos, pero de inmediato me desembaracé del vestido, me quité la ropa interior, y desnuda me sumergí en ellas. Me embriagó el aroma y el tacto de las flores y comencé a tocar mi hambriento cuerpo, pensando en cuánto tiempo hacía que no recibía caricia alguna. Me masturbé con paciencia y esmero, del mismo modo en el que el amante aplicado hace el amor. Podía sentir como los ojos de los pájaros negros seguían con avidez el dibujo que sobre mi piel describían mis manos, y sus graznidos arreciaban con el embate de mis dedos.  Pero en vez de hacerme sentir incómoda, podría decir que su presencia me excitaba.


Durante un tiempo los días continuaron iguales. La única novedad es que Carlos venía más a menudo por casa. Me traía bombones, porque sabía del gran placer que encuentro en el chocolate. O la excusa era que alguien del trabajo le había regalado una botella de vino y le parecía desaprovecharla el hecho de catarla en soledad. En esas ocasiones enseguida lo tenía posicionado en mi cocina improvisando una deliciosa cena. Cosa que yo le agradecía porque nunca me ha gustado demasiado cocinar. Cada vez que Carlos se presentaba yo podía sentir un revoloteo de plumas inquietas entre las ramas del árbol. Revoloteo que sería imperceptible para cualquier otro ser humano, pero en aquellos momentos yo estaba ya muy sensibilizada a la presencia de los pájaros. En aquel movimiento me parecía intuir un empeoramiento en el estado de humor de los mismos, pero procuraba no darle importancia, puesto que las visitas de Carlos siempre me placían. En una de aquellas noches en las que nos habíamos excedido en la cantidad de alcohol, de un modo que no podría precisar, Carlos y yo nos encontramos en mi habitación, desnudos, haciendo el amor. Entre besos él no paraba de mascullar que siempre me había amado, palabras que tenían la extraña particularidad de provocarme la risa. Él no pareció ofenderse, puesto que debió atribuir aquella hilaridad al exceso de alcohol. Mientras disfrutábamos del sexo yo podía sentir como los pájaros negros se agitaban sobre las ramas, aunque era consciende de que, por una especie de precaución, no habían venido a asomarse a la ventana abierta. Sin embargo sus graznidos me parecieron amenazadores, incluso violentos. Y como si de algún modo quisieran impedir lo que estaba sucediendo parecían amalgamarse con nuestros gemidos.
Por todo ello cuando días después me comunicaron que Carlos había aparecido muerto en la calle debido a las numerosas heridas de algún arma blanca, arma que la policía no había podido identificar, me causó horror, pero no excesiva sorpresa.  Durante las noches me acompañan en la oscuridad las cuencas vacías de los ojos de Carlos, cuyas pupilas habían sido arrancadas con ensañamiento por sus asesinos. Los pájaros negros, conscientes del efecto devastador de sus actos, se mantienen en silencio y a distancia. Hasta esta misma mañana en la que vendrán unos operarios a talar el árbol, y se lo llevarán muy lejos. Tal vez para que forme parte de una mesa o lo transformen en silla. Y entonces los pájaros negros volarán para anidar en el árbol del olvido. Reconozco que siento una especie de ansiedad acerca de lo que sucederá después, cuando por fin esté definitivamente sola. Como tendría que haber sucedido después de su muerte.

miércoles, 16 de mayo de 2012

ÁNIMAS

Animas de Nuria Meseguer



Cuando el amor te rompe los dientes
en sus ansias por salir
y despegar
-alguien te hurtó la piel
y la viste
y la camina con un andar
que desconoces-
Cuando son tus alas
las que siembran cielos
y las colinas se apagan
al cerrarse tus ojos
Cuando ya no hay voz
sino en la lluvia
y trastabilla sobre tu cuerpo
la espuma de los mares
Cuando ya no eres en otro lugar
que en ese temblor
que estremece la hierba,
y bailas como hoja tierna
amarrada a la cintura de los vientos
Cuando todos los versos
se resumen en
“querer”
y tu lengua
es un barco a la deriva
en la quimera de atracar
al puerto de su boca
Cuando cada noche
cuentas del corazón
las vértebras
y en el lapso entre dos latidos
acunas una estrella
Es entonces
cuando sin comprender
“sabes”
que ese amor que te desdienta
 es la natural sinergia
entre las cosas vivas

martes, 15 de mayo de 2012

CANCIÓN DEL ALBA


Hoy rescato este poema de hace tiempo para mi Andre, porque cuando lo escribí no sabía que hablaba de ella....







La flor
apenas sabía gran cosa del mundo
Su única certeza
era el peso de aquella gota de rocío
que al alba amanecía sobre sus pétalos

La flor
sabía de amor

lunes, 14 de mayo de 2012

QUIEROS





QUIERO
ese abrazo
que me emparede en tu cuerpo,
hasta dinamitarnos juntos en el goce




QUIERO
practicarle
una endoscopia a tu corazón,
mapear sus úlceras,
-panacea de besos-
fortificarlo a amores





QUIERO
tus lunas
cavando un pozo de luz en mi noche
tus avalanchas
sepultándome a orgasmos bajo las sábanas




ESPEJARNOS

miércoles, 9 de mayo de 2012

PEQUEÑOS DIVERTIMENTOS










POEMA ACCIDENTAL
Dibujé un plano
incluyendo los ángulos muertos de mi vida
uní con un bolígrafo los puntos
y cuál no sería mi sorpresa
cuando de la tinta emergió un corazón
Justo en el centro escribí con buena letra:
“he aquí donde acontece el trauma”




 
POEMA A MI EGO
Fue en el poema
donde me arranqué la piel del grito
y mudé el frontispicio de mi garganta
por las cuerdas vocales de un pájaro





POEMA CURSI
Tengo tanto amor
que lleno con él
valijas de futuro
y les pago el billete para trenes
de los que desconozco el destino
En sueños
una de aquellas valijas
-la que tiene la piel tatuada
con el nombre de los lugares
en los que nunca he estado-
lo encuentra
y él la abre
Un dragoncito verde
se vuela hasta el techo
del vagón
y comienza a llover
flores de almendro
sobre su cara




martes, 8 de mayo de 2012

CADENA DE FRÍO





¿Quién recoge los besos marchitos,
aquellos que maduran demasiado tiempo
en el árbol de la boca?
No permitas que mi caricia se vuelva otoño
-te dije mientras partías-
ni que mi voz se desnude
hasta el silencio
En los meses siguientes
amortajé mi cuerpo en tu ausencia
y prendí unos cirios aromáticos
para camuflar el hedor putrefacto de esta espera
No quise creer a aquellos que me advirtieron
“el amor tiene fecha de caducidad”
Hasta que encontré mi corazón en la nevera
cubierto de verde moho,
bajo la escarcha,
y con el día de hoy
inscripto al dorso

lunes, 7 de mayo de 2012

PARTO

Gracias a Noelia Palma por regalarme esta imagen...





Preñarme de un poema
-sin intercesión del padre-
nutrirlo con agua de lluvia
y el barro de los zapatos
-morir de amor en mayo-
Gestarlo en el temblor
y en la rosa,
acunarlo entre las lunas del cuerpo,
avistar su ecografía en la piel del aire
-enmudecer ante la mancha oscura y palpitante
de su diminuto corazón-
Al fin su cabecita
propinando aldabonazos en mi útero
y saberme clausurada
Rasgarme el vientre
con el filo envenenado de la lengua
y sustraerlo sanguinolento,
anónimo de restos placentarios
El cordón umbilical alrededor del cuello,
comprobar que no respira
-tantos poemas nacen suicidados-
Poner mis labios corruptos
sobre su boca inocente,
consagrarle mi pulmón sano,
hasta restituirle el aire
Y cuando berrea
con la voz violenta de la vida que se abre
mostrarlo ante los ojos agnósticos
y decir:
“He aquí el hijo”


jueves, 3 de mayo de 2012

LO QUISO TODO DE ELLA

Imagen sustraída de la web. Desconozco el autor




Lo quiso todo de ella.
Por querer quería  aquel bigotito de leche que se ovillaba sobre su labio superior, y que al amalgamarse perfectamente a sus movimientos parecía dibujar ante sus ojos la más embriagante de las palabras, “bésame”.  También aquel rubor que encendía sus mejillas cuando él le insinuaba la existencia de dicho bigotito blanco, y el modo en el que ella miraba casi subrepticiamente en derredor, como tratando de adivinar en los rostros de los otros si habrían sospechado siquiera la existencia de aquel cerco de leche avergonzante.  En apariencia ella rechazaba la estampa absolutamente encantadora que ofrecía mientras sorbía la leche caliente del vaso, y él asistía al impulso manifiesto en sus ojos de limpiarse el bigotito rebelde con la manga, impulso que extrañamente parecía no estar exento de coquetería. Aquello le provocaba un fuerte deseo de lamer y lamer la leche rebosante directamente del cuenco de su boca, pero siempre se contenía. Sin embargo fue analizando este tipo de detalles aparentemente nimios, estas conductas seductoras que ella parecía querer encubrir de un pudor fingido, como comenzó a sospechar la existencia de otra Diana. Estaba la Diana que se dejaba tomar de la mano, y que de modo simbólico cementaba las líneas de su palma derecha con las líneas de su propia vida.  Pero después estaba aquella otra que se quedaba atrás en sus paseos mirando el mundo a través de un charco de lluvia, o perseguía los pasos de un desconocido en el reflejo de un escaparate, aunque Diana continuara allí, pegada a él, dejándose abrazar amorosamente, deshaciéndose en armoniosas risas. Siempre había escuchado hablar acerca de la proverbial afectación de las mujeres, pero él estaba dispuesto a desenmascarar a la suya. Porque él, tal y como dijimos al principio, lo quiso todo de ella.  
Se propuso perseguir a la Diana furtiva en el envés de cada gesto, en la cara oculta del beso. Enseguida identificó a aquella Diana que se le mostraba, a aquella que se le acercaba con un gesto de aparente rendición y entrega, como “la cazadora”. Porque él intuía que cada acto, cada sonrisa, incluso la más risueña modulación de sus frases, habían sido forjados para complacerle. Eran puro señuelo y, detrás de todo, él era capaz de ver asomar a aquella otra Diana esquiva e ignota.  La Diana que como la presa más codiciada huía de su cazador. Aquel descubrimiento le ocasionó una frustración insospechada, porque, repetimos, él lo quiso todo de ella. Debido a lo cual, a los pocos meses, cuando aquella sospecha se hubo extendido por el pantanal de su conciencia, él se vio incapaz de dormir. Porque sólo durante el sueño él sentía como aquella Diana, que en la vigilia estaba siempre alerta, bajaba la guardia. Y entonces perseguía con fruición el movimiento de sus ojos bajo el párpado cerrado y  a través de ellos se sentía arrastrado al vasto territorio de aquella Diana. O iba anotando en una libreta las palabras que Diana mascullaba durante el sueño, componiendo noche tras noche el más extraño y rocambolesco de los jeroglíficos. Y cuando tras alguno de aquellos superfluos logros se sentía enardecido e imperiosamente excitado, con uno de sus brazos se aferraba a la cintura de Diana, mientras con la mano libre se masturbaba de una manera un tanto desabrida debido a la urgencia de su deseo. Y en el momento de eyacular él susurraba de manera gutural a su oído: “eres mía, toda mía, todas mías, todas todas mías…”
Pero era  durante el sexo cuando él sentía que más y más se estrechaba el cerco entorno a Diana “la presa”.  La buscaba y la buscaba dentro de su coño. Se sumergía en ella como pez abisal, sondeando sus profundidades. Y se sentía triunfante cuando su esperma luminoso se proyectaba hacia aquella oscuridad, tanto que solía pensar en él como en un cometa incendiándolo todo. En aquellos instantes, entre el humo, la Diana salvaje no tenía lugar alguno donde esconderse.  Y sin duda era ella la que acudía a retorcerse de placer bajo su cuerpo.
Pero pronto tuvo la necesidad de ir más allá y sus relaciones sexuales comenzaron a adquirir cierto cariz violento. En un principio trató de refrenarse. Pero pronto comprendió que a Diana no le asustaban sus excesos, es más, parecía excitarse ante ellos. Por lo que concluyó que era allí, en el límite, donde se manifestaba aquella otra Diana. Y en la cama con sus dos cuerpos oscilando entre la tenue línea que a veces divide el placer y el dolor, él, de un modo enfebrecido y salvaje, la buscaba. Sin embargo, una vez acababan, aquella Diana que él creía haber atrapado entre sus brazos como un cepo, parecía esfumarse, y regresaba la Diana actriz, aquella que interpretaba a la perfección la ficción de una vida juntos.
Y así sus juegos sexuales fueron evolucionando más hacia el lado del dolor, camino por el que, sorprendentemente, Diana siempre lo secundaba. Y quizás por esto ella no se asustó el día que él le mostró la hoja reluciente de su cuchillo de caza, y comenzó a deslizar la punta metálica sobre su piel, inscribiendo un sendero en el que de vez en cuando asomaba un casi imperceptible rastro de sangre.  Y sintió incrementar su excitación a medida que el cuchillo iba ascendiendo hasta su cuello, mientras él con su otra mano la empujaba hacia un orgasmo que debió confundir con aquella catarata roja que brotó bajo su barbilla cuando la hoja afilada hendió su carne. La misma hoja con la que después desolló triunfante su cuerpo, como si de la más codiciada y esquiva presa de caza se tratara. Porque él la quiso toda, la despojó de aquella piel apenas reconocible una vez vacía, apenas una máscara yaciendo arrugada y chorreante sobre el suelo. También del corazón que estrechó entre sus manos todavía caliente.  La despojó de aquella voz meliflua que tanto lo atormentaba. De su sonrisa aviesa. De lo estudiado de sus movimientos. La privó de cualquier lugar donde pudiera esconderse. Y a pesar de eso, a pesar de haber separado cada una de las partes de su cuerpo, aun así la seguía buscando cuando la policía acudió  a la llamada de los vecinos alertados por los gritos. Puesto que, según el informe de la investigación, lo habían hallado registrando el laberinto de sus tripas, pronunciando insistentemente estas palabras: “¿Dónde estás, dónde te escondes Diana..?