Eres igual a ti, y desigual, lo mismo que los azules del cielo.

Juan Ramón Jiménez


miércoles, 29 de diciembre de 2010

LA FÁBULA DE LA TORTUGA CON EL CORAZÓN ROTO (modesto homenaje al Gran Cronopio)




-Ya ves, aquí estoy con el corazón roto y cara de elefante- Dijo la tortuga Eudosia a la tortuga Delfina

Los ojos de la tortuga Delfina centellearon dentro de la caverna de su concha, pues tenía por costumbre permanecer todo el día agazapada. Había llegado al extremo de que, incluso, había dejado de salir para alimentarse. Grandes enemigos son los miedos para una tortuga

-Todo por culpa de aquel Cronopio- dijo la tortuga Delfina con la voz opaca entretejida de telarañas, pues tampoco tenía costumbre de pronunciarse.

- Ay! Pero tenía una sonrisa ladeada tan simpática y me hizo el mayor de los regalos

-Regalo? A eso llamas regalo? Sencillamente dibujó un pájaro en tu concha…

-Sí, pero era un lindo pájaro y tenía unas alas que se extendían al infinito. Juntos surcamos los firmamentos y llegamos a confines que nunca antes habían sido hilvanados ante los ojos de ninguna otra tortuga. ¡Si vieras con que gracia cimbrea el viento sus caderas!!!! Y luego está el sabor de la lluvia, que cuando se amalgama con el sol siembra los campos de atávicos arco iris. Y vimos el mar que se mantiene abrazado a la tierra por el peso de las sirenas que lo serpentean, pues lo que nadie sabe es que las sirenas son peces con un inmenso corazón de plomo, por eso casi nadie nunca las ve, sólo aquellos para quienes las aguas se conjugan en sepulcro. Si no fuera por las sirenas y sus cantos que mantienen al mar atado de pies y manos llegaría un día en el que éste se despegaría de los suelos para alzarse a los cielos y reunirse con la luna que es su única y verdadera amante.

-Creo que fantaseas Eudosia- dijo lacónicamente Delfina

-No! No! ¿Acaso tus ojos pueden decirme que hayan visto lo contrario??? Tú que vives tu vida dentro de la carcel de tu concha…

- Y tú? Mírate, ahí, desnuda. Ya no tienes hogar ni refugio. ¿Qué va a ser de ti cuando llegue el frío???

-No importa porque volamos tan alto que casi nos enredamos en los cabellos del sol, así que tengo un corazón de fuego que me calienta, aunque está roto. Mientras ascendíamos, yo escuchaba como las risas del cronopio burbujeaban sobre mis espaldas y…

-¿Cómo se llamaba?

-¿Quién?

-El cronopio

-Creo que no tenía nombre…sencillamente cronopio

-Entonces es como si no fuera nadie

-O quizás es como si lo fuera todo…..En fin, como decía, las risas del cronopio burbujeaban sobre mis espaldas y yo veía como la vida se esparcía en pompas de jabón que cuando uno las mordía sabían a sirope de fresa. Atravesamos las nubes cuya piel olía como la de los ángeles según me decía mi amigo el cronopio. Nos hacíamos llamar filibusteros y no parábamos de inventarnos canciones de esas que se cantan en las tabernas y él con una hoja de papel se hizo un sombrero de porcelana…

-Lamento decirte que todavía continúas en las nubes, estimada Eudosia

-No, claro que no. Lo que ocurre que esa cárcel donde estás voluntariamente recluída asesina tu imaginación, quien, como todo el mundo sabe, es la hermana sin corbata de la sabiduría…. Por fin llegó el día en el  que la lluvia, el tacto de las nubes, y el polvo del camino, acabaron por deslucir la imagen del pájaro sobre mi concha, y yo sentí que me fallaban las fuerzas para continuar volando. Así que le rogué al cronopio que renovara la imagen con aquellas tizas que en su día había empleado para adornarme. Entonces él estalló en un desconsolado llanto y comenzó a decir entre hipos que había olvidado su caja de tizas sobre una roca. Traté de calmarlo con dulces palabras y le dije que no pasaba nada, que los cronopios son así, por eso todos los niños los quieren. Pareció tranquilizarse, pero entonces vi surcar su mejilla por una solitaria lágrima donde se reflejó por última vez la belleza desvaída de mi añorado pájaro. Y esta postrera y cristalina gota con su corazón palpitante de sal, cayó sobre mi concha, extinguiendo los últimos colores con la que una vez la había vestido la mano del cronopio. Caímos casi sin darnos cuenta. Todo fue un vértigo de nubes que ascendían, aviones que ascendían, montañas que ascencían, rascacielos que ascendían, pero no, éramos nosotros los que, desgajados, descendíamos. Busqué al cronopio para mandarle un último beso y pude ver que un grupo de aves lo rescataba, pues como todo el mundo sabe los cronopios se pasan el día imitando el canto de los pájaros, así que me imagino que debió llamarlos en nuestro socorro. Lo vi montar sobre una de sus alas y mirarme con la conciencia de que ya no había tiempo. Le sonreí en el mismo instante en el que escuché un gran crujido, y vi como saltaban por los aires, como un lamento, los tristes pedazos de mi concha, que se había estampado contra el suelo. Y luego magullada me acordé de ti, y quise saber cómo te encontrabas.

-Ya ves-dijo en un hilo de voz la tortuga Delfina-aquí nada ha cambiado.

-El tiempo que viví en los aires pensaba mucho en ti y llegué a la conclusión de que cuando una tiene amor aprecia con mayor fuerza el valor de la amistad...

-Ya viene el frío, Eudosia. Te vas a helar

-Y cuando pensaba en ti mi rostro se cubría por un velo de melancolía y el cronopio me hacía carantoñas y muecas para consolarme

-¿Y te consolaba?
-Sí, el amor siempre consuela y por si solo es capaz de hacer girar el mundo, aun así a todos nos gusta mirar el cielo de noche y contemplar las estrellas…

-Ya se acerca, Eudosia, ya se acerca.

-Ya lo veo, que lindo el frío con los cabellos blancos

-Definitivamente te has vuelto loca Eudosia

-¿Sabes por qué me sentía triste por ti?

-Dímelo Eudosia, no te queda mucho tiempo

-Me sentía triste porque hace siglos que has tornado el corazón en coraza

-Se acerca, se acerca. Adios Eudosia

-El del frío será mi último abrazo, espero poder calentarlo con mi corazón roto, pero de fuego…

Entonces Eudosia en un último esfuerzo sonrió al frío que se acercaba, pues había sido su voluntad recibir con una sonrisa a aquel al que todos reciben con un castañeo de dientes. Después como estaba muy cansada pues habían sido muchas emociones, cerró los ojos.

Largo rato se estuvo Delfina mirándola, esperando un movimiento de la que en otro tiempo había sido su amiga. En algún momento llegó a la conclusión de que nunca volvería a moverse. Emitió un suspiro cansado y las dos centellas de sus ojos que eran su única luz, su único signo de vida, terminaron por apagarse en aquella oscura cueva de su concha, en la que había permanecido desde siempre.